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lunes, 8 de octubre de 2018

Diálectica en Estado Práctico

Por Jorge Gómez Barata

Hubo una época en la cual asumí la realidad social de un modo maniqueo. Explotados y explotadores, ricos y pobres, buenos y malos. El error duró hasta que, adentrándome en Marx, descubrí que la enajenación social afecta tanto a obreros como a capitalistas. Esa lógica permite comprender que los empresarios no inventaron la plusvalía ni el mercado de trabajo, y que los ricos no son causantes de la pobreza, sino que todo se debe al sistema. Se trata de una dialéctica estructural, y de un dilema central que el socialismo debe resolver.

China parece haber aprendido a cuadrar el círculo: cada vez tiene más millonarios y menos pobres. Sus capitalistas, vernáculos y de ultramar no son enemigos del pueblo, incluso militan en el partido comunista, a quien no le interesa el color del gato en tanto que cace ratones. Es decir, mientras el capital provea progreso, empleo, innovación, confort y felicidad al pueblo que aspira a vivir en una sociedad socialista modernamente acomodada, es bienvenido.

Deng Xiaoping y sus sucesores comprendieron que no es posible tener un cake y comérselo, y que no había otra alternativa que tomar riesgos. China lo hizo y ganó. Vietnam siguió la ruta y sus éxitos están a la vista. Para ello fue necesario ejercitar una enorme capacidad de innovación, y mostrar voluntad política para renovar, incluso en la esfera ideológica. Ambos arrojaron el lastre de la era soviética y asumieron a Marx, Lenin y Mao como referentes, no como oráculos.

En términos generales, los ricos odiados, admirados, y envidiados, en todos los casos con razón, no son los culpables de la pobreza, sino son lo mismo que los pobres, productos de las estructuras del sistema. Como una vez declaró Mario Moreno, Cantinflas: “Eliminar a los ricos no significa que desaparezcan los pobres”. El asunto es mucho más complicado, sobre todo porque parece imposible generalizar la riqueza, pero no lo es universalizar la pobreza.

Aunque existen precedentes, las clases medias son resultado del progreso derivado de la instauración de sistemas económicos y políticos liberales en Europa y los Estados Unidos, que en el siglo XVIII liquidaron a la aristocracia parasitaria y a la administración colonial, desataron los nudos que impedían el desarrollo de las fuerzas productivas dando lugar a la Revolución Industrial, y la entronización de la soberanía popular y la democracia, permitiendo el acceso al poder a las clases trabajadoras, entre ellas la burguesía, que aun cuando únicamente se dedique a administrar sus negocios, es una clase trabajadora.

Entre los multimillonarios y millonarios, aunque no es difícil ubicar a ególatras y corruptos, es posible encontrar innovadores y personas de ideas avanzadas, mientras que, de las clases medias forman la mayor parte de los empresarios generadores de empleos e innovaciones, el profesorado universitario, los investigadores y científicos, los periodistas bien pagados, los directivos de los medios de difusión, y la miríada de brillantes ingenieros, arquitectos, médicos y profesionales, así como artistas y deportistas que deleitan a la humanidad.

Tal vez a la izquierda, afín a los enfoques clasistas, le convendría abrir nuevas reflexiones acerca del papel de estos segmentos sociales como generadores, no solo de economías, sino también de ideas avanzadas y de innovaciones, entre otros en los campos de la gerencia.

En Cuba y en cualquier otro lugar donde la izquierda procure gestionar una sociedad más justa, el debate acerca de esta dialéctica es pertinente. No lo es el estancamiento a que conlleva el dogmatismo, que no es fidelidad a referentes ideológicos válidos, sino incapacidad para asumir las experiencias históricas y el conocimiento en el punto donde se encuentra.

“Entonces ―diría Fidel― nosotros habríamos sido como ellos, hoy ellos habrían sido como nosotros”. Repito otra vez que: “Los líderes pueden o no ser dialecticos, la realidad siempre los es”. Allá nos vemos.

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