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lunes, 26 de noviembre de 2018

La inflación silenciosa


NEW HAVEN – En muchos países, la inflación se ha vuelto tan baja y estable estas últimas décadas que ya casi es parte del paisaje. Si hubo un tiempo en que se consideraba a la inflación galopante como el problema económico número uno, hoy la mayoría de las personas (al menos, en los países desarrollados) apenas hablan de ella o le prestan atención. Pero la “inflación silenciosa” sigue teniendo efectos sutiles sobre nuestros juicios, y puede llevarnos a cometer errores importantes.

Desde que en 1989 el banco central de Nueva Zelanda dio la pauta, cada vez más autoridades monetarias en todo el mundo han seguido una política de fijar metas (o franjas) de inflación, sustancialmente superiores a cero. Es decir, las autoridades planean tener inflación, pero en un valor constante. Lo que antes era mala palabra, hoy se anuncia en público (con una norma de moderación).

Central Bank News lleva un registro de las metas fijadas por 68 países. La meta del Banco Central Europeo para 2018 es una inflación anual “menor, pero cercana a, 2%”. En Canadá, Corea del Sur, Estados Unidos, Japón, el Reino Unido y Suecia, la meta de inflación para 2018 es 2%. China y México apuntan a un 3% de incremento anual de precios. En India y Rusia, la meta es 4%; 5% en Ucrania y Vietnam; y 6% en Azerbaiyán y Pakistán.

Algunos países han tenido metas de inflación de dos dígitos. Egipto fijó para este año una meta del 13% (más o menos 3%). Pero la mayoría de los países fijaron sus metas de inflación para 2018 entre 2% y 6%.

Es interesante ver cómo se trasladan estas metas de inflación anual a más largo plazo, suponiendo que la meta se mantenga por varios años. Una inflación del 2% anual implica 22% en una década y 81% en 30 años. Es decir que las cantidades monetarias se verán mucho más grandes con el correr del tiempo, aunque en términos reales nada esté cambiando.

Con una inflación del 6% es mucho peor; a ese ritmo, los precios aumentarán 79% en diez años y casi al séxtuplo en 30 años.

Estas políticas causan en la mayoría de las personas una especie de magnificación mental del presente. Supongamos que le preguntamos a alguien que vive en la misma casa hace 30 años cuánto pagó por ella; es probable que la respuesta nos parezca ridículamente pequeña. Si no se tiene el cuidado de recordar cómo la inflación afectó todos los precios, podría parecer que vivimos en una nueva era de opulencia. Con inflación silenciosa, es fácil olvidar que la verdad es mucho menos espectacular.

Al mismo tiempo, en una era de ciberrumores y noticias falsas, puede parecer como si el mundo actual hubiera perdido toda conexión con la historia, generándose así una sensación de que vivimos en riesgo real.

El uso de metas de inflación tiene otros efectos, que al parecer las autoridades de los bancos centrales tienen más presentes.

En su influyente libro de 1998 Inflation Targeting, Ben Bernanke y coautores recomiendan a las autoridades anunciar una meta de inflación porque eso “comunica las intenciones del banco central”, lo cual “reduce la incertidumbre”. Señalan que la meta anunciada debe ser sustancialmente positiva, porque si las autoridades apuntaran cerca de cero, cualquier error podría llevar a una deflación capaz de “poner en peligro el sistema financiero y precipitar una contracción económica”. Como presidente de la Reserva Federal entre 2006 y 2014, Bernanke introdujo formalmente las metas de inflación en Estados Unidos en 2012; en ese momento fijó la meta anual en 2%, donde ha seguido desde entonces.

Pero en realidad, reducir la incertidumbre respecto de los precios manteniendo una meta de inflación del 2% o más puede generar incertidumbre en relación con valores reales, como el de los inmuebles o las inversiones. Está bien cuidarse de una deflación importante, pero la relación histórica entre deflación y recesión no es tan firme. En un artículo de 2004, los economistas Andrew Atkeson y Patrick Kehoe concluyeron que las pruebas de esa relación proceden en su mayor parte de un solo caso: la Gran Depresión de los años treinta.

La tendencia de los medios a obsesionarse cuando se registran valores récord sirve a su interés inmediato de crear la impresión de que sucedió algo realmente importante que merece la atención de los lectores o espectadores. Pero a veces hay cierta falsedad en los récords, especialmente cuando se los describe en términos nominales en un contexto de inflación constante. De modo que darles excesiva importancia puede alentar una falta de respeto de la historia y generar una sensación de desorientación, de que vivimos en tiempos excepcionalmente inciertos.

Por ejemplo, las bolsas pueden registrar subas o caídas récord que son simple resultado de la inflación. El 5 de febrero de este año, el índice Dow Jones cayó 4,6%; esto es mucho menos que la caída récord del 22,6% registrada el 19 de octubre de 1987. Pero los medios prefirieron destacar que la del 5 de febrero fue la mayor caída diaria en términos absolutos(1175 puntos). Esta forma de presentar una caída es engañosa y puede alentar ventas apresuradas. Pero en un contexto de inflación generalizada de precios, es inevitable un aumento de amplitud de las variaciones de los índices bursátiles.

La ilusión monetaria incluso se contagia a las ideas sobre la “fortaleza” económica, como si un alto nivel de crecimiento del PIB o un mercado alcista fueran indicadores del buen funcionamiento de algo llamado “economía”. Por convención, las cifras de crecimiento del PIB se informan en términos reales (ajustados por inflación), y las de desempleo no llevan unidades. Pero casi todos los otros indicadores económicos importantes se informan en general sin corrección por inflación.

Una meta de inflación de unos pocos puntos porcentuales puede parecer promotora de estabilidad, y es posible que de hecho lo sea. Pero deberíamos pensar en la posibilidad de que a través de errores de apreciación sutiles produzca el efecto contrario sobre la estabilidad de nuestros juicios.

Traducción: Esteban Flamini



ROBERT J. SHILLER, a 2013 Nobel laureate in economics, is Professor of Economics at Yale University and the co-creator of the Case-Shiller Index of US house prices. He is the author of Irrational Exuberance, the third edition of which was published in January 2015, and, most recently, Phishing for Phools: The Economics of Manipulation and Deception, co-authored with George Akerlof.

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