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viernes, 23 de noviembre de 2018

Mario, el plomero


Foto: Roberto Ruiz / Juventud Rebelde.

Por Rachel D. Rojas Actualizado Nov 21, 2018

LA HABANA. La receta para instalar una llave de agua dentro de la casa era sencilla, aparentemente. Luego, de la mano de cuatro plomeros que tasaron aquella simpleza, vino la lista del pecado: 5 codos de plástico: 15 CUC; una Té: 3 CUC; una rosca universal: 4 CUC; una llave de paso: 15 CUC; una llave de agua: 8 CUC; una tubería, todo de media pulgada: 30 CUC. El total por un trabajo que, quise convencerme, podía hacer yo misma de tener las herramientas era de 75 CUC, o tres salarios medios mensuales de cualquier trabajador cubano en el sector estatal.

Seguía siendo sencillo, solo que absolutamente impagable.

Cuando Mario, el plomero que es en realidad albañil, llegó a mi casa y me dijo que cobraría “solo” 40 CUC, poniendo además todas las piezas, vi los cielos abiertos —¡encima me ahorraba la cacería de cada estúpido pedacito de plástico!—, pero solo por unos minutos.

“Si lo piensas seriamente, te das un tiro”

Mario tiene rostro y manos ásperas. Su piel es como de carbón, siempre está manchada con algún tipo de pegamento, o rociada por una leve capa de polvos de construcción que la reseca y remarca cada grieta y cicatriz. Sonríe poco, pero cuando lo hace, el rostro se le ilumina de una manera inquietante. “No me gusta trabajar en casas con mujeres solas, pero tú te ves una muchacha seria”, me dice amable cuando le sirvo café.

—No puede ser que le cobres lo mismo a todo el mundo. La gente casi nunca construye de cero, sino que repara y arregla una y otra vez lo que tiene. Esta misma instalación no es nada compleja, ¿por qué la especulación con los precios? —le espeto sin miramientos.

—No es que uno apriete (aumentar el precio) a todo el mundo. Yo trato de ayudar al que puedo. Pero también hay gente que viene llorando miserias, entonces te brindas, y te está pagando menos, y ese es el que entonces te dice “no, mira, el pedacito ese también”. Y tú le dijiste que era hasta aquí, pero no, ese quiere hasta allá. Hay clientes apretadores también, no te vayas a pensar.

Lo veo alistando codos diferentes entre sí, unos parecen “originales”, otros parecen sacados de “La Cuevita” (mercado informal) donde abundan las piezas de industrias caseras, conocidas como criollas, de factura, más que nacional, súper local. O sea, porquería.

—Mira, no todo el mundo tiene miles de pesos, y cualquiera tiene un salidero o una filtración que arreglar. ¿Nunca piensas en eso?

—Claro —detiene el movimiento de enroscar esta especie de lego resultante de una ingeniería de preescolar—. Pero si te pones a pensar seriamente en esas cosas aquí, te das un tiro. Por ejemplo, hace poco tiré (construí) una placa gratis, de 60 metros cuadrados, pero esa mujer vivía en una extrema pobreza. A otro lo ayudé porque es chofer de la mujer mía, pero él quiere ser más honesto que honestín. Y yo le digo que primero lo mío. Él se levanta a las 4 de la mañana a manejar un camión del Estado y carga materiales. Muchos jefes se llevan todo lo que se pueda coger, porque aquí el robo está bastante generalizado y ¿tú no vas a llevarte? Si yo te tiro 10 metros de arena a ti, tiro dos en mi casa. Yo fui comprador de esa empresa, y cuando un día el director me dijo “Ven acá, ¿y esto?”, le dije, “Lo mismo que tú haces en tu casa, eso es lo que estoy haciendo yo”.

Mario sabe que los precios están altos, pero él, dice, compra el pollo y la carne de puerco al mismo costo que todo el mundo.

—Es que todo está caro —vuelve a la carga—, ¿tú crees que yo quiero cobrarle así a la gente? Yo sé que hay personas que desgraciadamente no pueden pagarlo, pero vivimos en una sociedad donde todo está caro. Soy técnico en construcción, tengo 43 años… he vivido esto. Estoy en la calle desde que tengo 12. Trabajo desde los 16. No tengo mamá ni papá; son vivos, pero no los tengo. Quiere decir que he analizado el sistema. Esta es la ley de la supervivencia.

Resulta que, mientras alzaba la bandera junto a los pobres de la tierra, Mario se incorporaba al mismo bando. Primero debían sanar todas las grietas en su piel de carbón, o llover café en el campo, antes de que pueda romper la miseria de una dinámica en la que por ratos es cazador, a ratos presa. Y así con el resto de nosotros.

Luego pienso en los 40 dólares que debo pagarle —al final, tomen nota, nunca por adelantado—, y regreso a la posición anterior.

El mejor negocio

Como lo veo, el codo que Mario acaba de ensamblar en un pequeño niple es una basura. Se lo digo.

—Nooo, ¿cómo crees que te voy a hacer eso a ti? —y continúa con su cháchara—. El primero que compite con la calle es el estado. Un ejemplo: no hay cemento. Entonces el estado lo recoge todo, lo guarda. Si el saco estaba a ocho CUC, ahora está a diez y hasta en 15. ¿Quién puede pagar eso? ¿Te das cuenta que no soy yo? Si yo tengo que terminar mi casa y tengo que comprar ese saco de cemento en ese precio no puedo decirte que poner el metro de azulejos vale dos CUC. Esta misma tubería roja vale ahora en la tienda 8.25 CUC, pero inicialmente eran cuatro y algo. La fueron subiendo porque saben que hay demanda, y esa sirve para agua caliente. Aunque son malísimas, porque lo que ellos compran no es por calidad. ¿Te das cuenta? Es toda una cadena.

Y me arengaba: “Tú vives en un país así, aquí todo el mundo está corrupto. ¿O tú eres de Marte?”

—Eso se va a partir —le digo, pensando de nuevo en los 40 CUC.

El plomero, que es en realidad albañil, el del mismo equipo, me tira a bonche: “¡Tú no eres fácil!”.

—Estos son los que he usado en mi casa —miente, estoy segura—, ¿tú sabes por qué no he terminado mi casa? Porque mi mujer es dirigente. Pero imagínate que, sin terminar aún, me están dando 120 mil dólares por ella. Es puerta de calle, cinco cuartos, tres baños, un garaje para cuatro carros, 92 metros cuadrados de patio de tierra con matas de aguacate, de mango, tiene placa libre, nuevo todo, agua fría y caliente en toda la casa, un sistema eléctrico automatizado que tú entras y las luces se encienden solas, o sea, una casa hecha a conciencia.

Sabe que tiene un poder, y lo usa: “Todas las cosas de plomería cuestan, y las de albañilería. Es uno de los mejores negocios que hay ahora. Yo digo que lo mejor que hice fue estudiar esto”.

Después, retomando un desgastado pero certero argumento, me pregunta “¿quién se para en la plaza y dice esas cosas?”. Y se responde: “Nadie. Todo el que se para en la televisión, ¿qué dice?, que todo está bien. ¿Por qué lo voy a hacer yo? No arreglo nada con eso”.

Por supuesto, al final del día, cuando Mario ya se ha ido y mis 40 CUC se han esfumado junto con él, una gota brillante sale por el jodido codo criollo. Lo llamo y, con mucha dulzura, le cuento. “No hay problema, mañana estoy ahí”.

Mario, como ya sabía, no volvió jamás.

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