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domingo, 22 de abril de 2018

El fracaso del bálsamo milagroso


Párenme si ya me han oído decir esto antes. Un candidato presidencial republicano pierde la votación popular, pero de algún modo consigue llegar a la Casa Blanca. A pesar de su dudosa legitimidad, sus aliados en el Congreso aprovechan el que haya sido elegido para aprobar una enorme rebaja de impuestos que dispara el déficit presupuestario y al mismo tiempo beneficia de manera desproporcionada a los ricos. Aunque las grandes rentas son las que se quedan con los billetes grandes, la ley fiscal arroja unas cuantas migajas a la clase media, y los republicanos intentan venderla como una bendición para las familias trabajadoras. Hasta aquí, el relato es válido para George W. Bush y Donald Trump. Pero después da un giro. Bush hizo un trabajo de ventas eficaz: aunque la rebaja tributaria de 2001 no fuera popular, sí tuvo más defensores que detractores y proporcionó al Partido Republicano como mínimo un modesto espaldarazo político. Pero la rebaja fiscal de Trump ha sido impopular desde el principio; de hecho, más impopular que algunas subidas de impuestos anteriores.

Y esta rebaja de impuestos no parece estar logrando más apoyos con el tiempo. La mayoría de los estadounidenses afirman que no ven ninguna repercusión positiva en su nómina. La aprobación ciudadana de la rebaja de impuestos parece, en todo caso, caer en lugar de subir. Y los republicanos han dejado incluso de mencionarla en la campaña electoral. Lo cual suscita la pregunta de por qué el bálsamo milagroso no se vende tan bien como antes. En el pasado, la hipocresía respecto al déficit fue un arma importante en el arsenal político del Partido Republicano. Ambos partidos hablaban de responsabilidad fiscal, pero solo los demócratas la practicaban, y de hecho pagaron por iniciativas políticas como el Obamacare. Pero a los demócratas se les castigó por hacer lo correcto —¿recuerdan aquello de que “le están quitando 500.000 millones de dólares al Medicare?”— mientras que los republicanos no pagaban ningún precio por su cinismo. Los votantes se centraban en el dinero de más que tenían en el bolsillo, y hacían caso omiso de las consecuencias que tendrían a largo plazo las reducciones de impuestos a los ricos.

¿Por qué esta vez es distinto? No creo que sea por las particularidades de la política tributaria. Bush y Trump consiguieron que se aprobaran grandes rebajas de impuestos para los ricos con lo que equivalía a artículos de reclamo para algunas familias de clase media. Si se fijan en los cálculos de la distribución de sus rebajas de impuestos por renta familiar, la de Bush y la de Trump parecen similares. Sin embargo, el trasfondo político es diferente. Para empezar, en 2000 EEUU registraba un superávit presupuestario y la deuda había caído en relación al PIB, lo que hacía que las preocupaciones respecto al impacto fiscal a largo plazo pareciesen remotas. De hecho, Alan Greenspan sostuvo el tristemente célebre argumento de que hacía falta una reducción de impuestos para impedir que EEUU pagase su deuda con demasiada rapidez.

Muchos estadounidenses de clase media se están dando cuenta de que la rebaja fiscal no les está trayendo beneficios

Por otro lado, EEUU acumuló grandes déficit debido a la crisis financiera, y los que más vociferaban respecto a una crisis de deuda inminente son los que han aprobado una reducción de impuestos de 1,5 billones de dólares. Y parece que al menos algunos votantes se han dado cuenta, y que incluso han establecido una conexión entre la rebaja de impuestos y los intentos republicanos de socavar la atención sanitaria a mayores y a personas sin recursos.

También influyen, sospecho, un par de temas específicos de Trump. Como tal vez recordarán, la rebaja fiscal estuvo en el programa de Bush desde el principio. Trump, en cambio, se las daba de populista —hasta afirmó que subiría los impuestos a los ricos— y esperó a asumir el cargo para revelarse como otro Robin Hood a la inversa republicano. Esto debe de estar creando problemas de credibilidad. Además, si bien el Gobierno de Bush llevaba a engaño a la hora de defender las rebajas de impuestos (y la guerra de Irak, y la política medioambiental, y…), sus embustes por lo general eran presentaciones de datos selectivas y engañosas, y no mentiras rotundas. Trump y sus funcionarios no se preocupan por esas sutilezas; mienten de manera descarada acerca de todo. E insisto, parece que algunos votantes se han dado cuenta de ello. Y una cosa en particular que sospecho empieza a hacer mella en los votantes hasta cierto punto, aunque no conozcan bien los detalles concretos: es el ridículo optimismo de las promesas económicas de Trump. No es solo que las afirmaciones republicanas respecto a los beneficios que aportarán las rebajas de impuestos difieran de los cálculos independientes; es que están tan lejos que se sitúan en otro universo.

Con el fiasco de la reforma tributaria, en los próximos meses el Gobierno de Trump apelará mucho al racismo

La conclusión es que las rebajas de impuestos ya no son tan fáciles de vender como antes. Lo que hace que nos preguntemos qué les queda por ofrecer a los republicanos. Es cierto que las rebajas tributarias influyeron menos en los éxitos pasados del partido de lo que muchos activistas parecen imaginar. A menudo otros factores fueron mucho más importantes. Pero esos otros factores tampoco son lo que eran. Me refiero a que la pretensión de que defienden los valores de la familia ha perdido gancho en parte porque la ciudadanía se ha vuelto mucho más tolerante socialmente —¡los estadounidenses apoyan ahora el matrimonio entre personas del mismo sexo por una mayoría de dos a uno!— y en parte porque el actual inquilino de la Casa Blanca quizá sea el peor hombre de familia de EEUU. Las afirmaciones apasionadas de que eran más patrióticos que los demócratas le funcionaron a Reagan y a Bush, pero son mucho más problemáticas para un Partido Republicano que cada vez se parece más al partido de Putin. Aun así, los republicanos no tienen por qué desesperarse. Después de todo, siempre pueden recurrir al racismo. Y con el fiasco de la rebaja fiscal, yo predigo que en los próximos meses veremos muchas apelaciones implícitas, e incluso explícitas, al racismo.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía.

© The New York Times Company, 2018.

Traducción de News Clips.

LOS 7 RETOS ECONÓMICOS DE DÍAZ-CANEL

 Madrid, 19 de abril de 2018.- Dicen quienes lo conocen, y especialmente quienes han trabajado con él, que Miguel Díaz-Canel -bisnieto de asturiano de Castropol- es exigente, ordenado, perfeccionista y le gusta estar al tanto y en detalle de todo cuanto caiga sobre su mesa. También, que elige con rigor milimétrico a cada uno de los miembros de su equipo. Para el candidato a la presidencia cubana no cuentan las influencias ni las recomendaciones, sino la eficacia, la excelencia profesional, y -sobre todo- la capacidad de trabajo.
Díaz-Canel ha dejado claro en varias comparecencias que su prioridad es avanzar en la actualización de un modelo económico socialista, próspero y sostenible, como así fue aprobado en 2011 por los más de trescientos Lineamientos del VI Congreso del Partido Comunista de Cuba. Y con esa meta en el horizonte, el nuevo presidente cubano no debería pasar por alto los siguientes siete retos:

  1. Relaciones con EE.UU. Tanto el conjunto de normas que regulan el embargo como las diferentes administraciones presidenciales estadounidenses han manifestado que el bloqueo continuará “mientras haya un Castro en el poder”. Al no haber un Castro en el poder la pregunta ahora es: ¿Podría poner Trump fin a las sanciones y mostrarse ante la comunidad internacional como que ha sido su administración la que ha resuelto una situación anómala que ha durado casi 60 años? Una relajación en el bloqueo o el anuncio de su revisión supondría aire fresco y nuevas inversiones para la economía cubana. Nótese que con la excepción de EE.UU. e Israel la ONU reclama año tras año en su Asamblea General la retirada de las mismas.

  1. Acelerar las reformas iniciadas en el mandato de Raúl. En la senda de su predecesor, entendemos que el nuevo presidente centrará parte de su esfuerzo en disminuir el déficit de la balanza de pagos, potenciar las exportaciones sustituyendo importaciones, unificar el peso cubano, implantar la administración electrónica, modernizar la banca, potenciar la productividad agrícola, crear un mercado alimentario mayorista, perfeccionar el trabajo por cuenta propia. Estos cambios impulsarían la eficiencia en la administración económica ofreciendo –además- mayor seguridad a la inversión extranjera.

  1. Reformas administrativas y mercantiles. Cuba podría simplificar y agilizar los trámites burocráticos a los que somete la inversión extranjera, y especialmente implantar reformas orientadas al mercado, tales como impulsar el espíritu emprendedor, reformar la empresa de propiedad estatal y formular un sistema fiscal y tributario mixto central-local, como en su día hizo China. Junto al gigante asiático, Cuba cuenta con socios económicos de primer nivel, como la UE, Canadá, México, Japón o Rusia, dispuestas siempre a ayudar en esquemas que promuevan el beneficio mutuo.

  1. Autonomía empresarial. La tradicional estructura piramidal en cuanto a la toma de decisiones empresariales podría aplanarse con el fin de incrementar el peso de estamentos intermedios y reducir procesos burocráticos. La acertada separación ministerial de la empresa estatal aún no ha sido completada. El reto pasa por orientar los medios al incremento de la productividad, controlar el endeudamiento e impulsar una economía sólida y de calidad. Una alternativa a tener en cuenta podría ser el modelo chino de promoción de la autonomía empresarial, creando mayores estructuras de propiedad empresarial mixtas capaces de competir en el mercado internacional y abrir la inversión al mediano inversor extranjero.

  1. Convergencia monetaria.Sigue sin completarse la tan esperada unión monetaria en la que todos los actores económicos coinciden: el peso cubano ha de ser la única moneda, poniendo fin a una dualidad monetaria que provoca desajustes evidentes. La UE ya ha ofrecido su ayuda en numerosas ocasiones con su experiencia en la transición al euro. El reciente y sobresaliente modelo de Eslovenia en este sentido podría ser un ejemplo a tener en cuenta.

  1. Crecimiento. Cierto es que las previsiones de crecimiento previstas para el periodo 2011-2016 han quedado por debajo de las expectativas, pero parece claro que los sectores que impulsarán la economía cubana en la próxima década serán el turismo, la construcción y el comercio. Estos sectores suponían ya en 2015 alrededor del 30% del PIB. Si a eso le sumamos un factible crecimiento de las exportaciones, la definitiva implantación de la inversión extranjera y el deseable levantamiento del embargo, el objetivo de crecer al 4% podría llegar –incluso- a quedarse corto.

  1. Deuda exterior. Durante los últimos años, Cuba renegoció y honró importantes deudas vencidas. En 2016 ya consiguió estabilizar su deuda oficial, pero a costa de 23.000 millones de dólares, y sin la tutela del FMI, Banco Mundial ni otros organismos multilaterales. Este importante esfuerzo ha hecho mella en la inversión y el consumo interno. Pero por el contrario, estos pagos inspiraron la confianza de la comunidad financiera internacional hacia Cuba, como así públicamente manifestaron numerosas cancillerías extranjeras. Aumentar las cantidades de los fondos de contravalor y simplificar su burocracia podría ser un buen revulsivo para incrementar y apuntalar la inversión extranjera en Cuba, que es, en definitiva, un elemento clave para el buen devenir de la economía cubana.

José María Viñals
Renato A. Landeira