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martes, 29 de enero de 2019

Los inicios de la transición política al socialismo en Cuba. Otra reflexión desde el propio Marx

Econ. y Desarrollo vol.160 no.2 La Habana jul.-dic. 2018

 


ARTÍCULO ORIGINAL
Daniel Rafuls Pineda1  * 
1Facultad de Filosofía e Historia, Universidad de La Habana, Cuba.



En este trabajo se realiza una revisión crítica de algunas de las tesis más difundidas sobre los inicios de la transición política al socialismo en Cuba, enarboladas a partir de postulados esenciales de Marx, Engels y Lenin para explicar otros contextos históricos que, potencialmente, pudieran contribuir a una mejor comprensión de los actuales procesos revolucionarios latinoamericanos.

Muchas son las polémicas que se han suscitado, durante los últimos años, con respecto a cómo denominar, desde el aparato categorial propio que heredamos del marxismo, las nuevas experiencias de gobiernos de izquierda que se han estado abriendo paso en varios países de América Latina. Pocos, sin embargo, se detienen a pensar que, más allá de la retórica simbólica, la propia experiencia de Cuba pudiera aportar mucho a la compresión de las alianzas políticas y a las formas económico-sociales concretas en que se puede comenzar a «tomar el cielo por asalto», lo que ha tenido amplia difusión.

Aunque en los últimos años no se han publicado muchas reflexiones teóricas sobre los primeros momentos de la Revolución cubana, pocos son los autores, dentro del pensamiento marxista que, de una u otra forma, no estén de acuerdo o, simplemente, se abstengan de confirmar las siguientes tesis principales:


  1. La revolución de enero de 1959 dio inicio a una profunda revolución social (PCC, 1987).
  2. La primera etapa de la revolución, calificada por los clásicos del marxismo-leninismo como revolución democrático-burguesa, se desarrolló en Cuba en forma de una revolución democrático-popular, agraria, nacional-liberadora y antimperialista (Fernández, 1988).
  3. Las fuerzas motrices de la revolución en Cuba fueron la clase obrera urbana y rural, el campesino pobre, los estudiantes y los intelectuales, y las capas pequeño-burguesas de las ciudades (Darushenkov, 1978).
  4. El papel principal en la lucha revolucionaria de Cuba perteneció objetivamente al proletariado de la ciudad y el campo (Darushenkov, 1978).
  5. Los intereses de la clase obrera y de los campesinos trabajadores, representados por el Ejército Rebelde tienen el papel dominante (Darushenkov, 1978).
  6. En la primera etapa de la Revolución cubana se dio cumplimiento al Programa del Moncada, expuesto en La Historia me absolverá (PCC, 1987).
  7. A la etapa democrático-popular y nacional-liberadora de la Revolución, correspondió la dictadura democrático-revolucionaria de las masas populares (Fung, 1982); (Duharte, 2003); (Hernández, 2006).
  8. La dictadura democrático-revolucionaria de las masas populares está compuesta por obreros, campesinos, pequeña burguesía urbana y otras capas de la población con intereses opuestos a la dominación del imperialismo y de la oligarquía burgués-latifundista (Fung, 1982); (Bekarevich et al., 1982); (Duharte, 2003).
  9. El Ejército Rebelde y el Gobierno Revolucionario en los primeros meses de 1959 no constituían dictaduras diferentes, sino órganos fundamentales de la dictadura democrático-revolucionaria de las masas populares (Fernández, 1988).
  10. El proceso de transformación de la dictadura democrático-revolucionaria de la clase obrera y el campesinado en dictadura del proletariado comenzó en Cuba a finales de 1959 (Bekarevich et al., 1982).
  11. Con las grandes nacionalizaciones socialistas se inició el período de transición del capitalismo al socialismo en Cuba y comenzó el complejo proceso de construcción de la nueva sociedad, a partir del establecimiento de la dictadura del proletariado (Fernández, 1988).
  12. En sus rasgos más generales la dictadura del proletariado se formó en Cuba hacia finales de 1960 (Bekarevich et al., 1982).
  13. Con la supresión de la propiedad privada sobre los principales medios de producción, la superestructura política dio paso a la dictadura del proletariado (Fung, 1982).
  14. En Cuba, el poder político, en lo esencial, estaba resuelto para ambas etapas de la Revolución desde los primeros momentos del triunfo revolucionario (PCC, 1987).
  15. Una característica específica del tránsito de la etapa democrático-popular, agraria y antimperialista a la etapa socialista en Cuba, reside en que se efectuó en un período breve y bajo la misma dirección revolucionaria (PCC, 1987).
  16. En Cuba, luego del triunfo de la Revolución, no existió «dualidad de poderes» (Duharte, 2003).

Dentro de este marco de análisis, no sería difícil destacar que la polémica sobre los inicios de la transición política al socialismo en Cuba descansó, entonces, en la interpretación de tres temáticas esenciales. Primero, en delimitar quién tenía el poder real -al decir de Lenin «el problema fundamental de toda revolución»- en Cuba a partir de enero de 1959. Segundo, en determinar si el enunciado papel principal del proletariado de la ciudad y el campo, en la lucha revolucionaria, no era condición sine qua non para hablar en Cuba, desde 1959, de una dictadura del proletariado. Y, en tercer lugar, si aun en ausencia de una «dualidad de poderes», como ha sido reconocido por la mayoría de los autores y, justamente, por no haberse iniciado las grandes nacionalizaciones socialistas desde los primeros momentos del triunfo revolucionario, no se podía hablar de una dictadura del proletariado y, consiguientemente, del inicio del período de tránsito del capitalismo al socialismo, sino de una dictadura democrático-revolucionaria de la clase obrera y el campesinado.
Respuestas a estas tres interrogantes pueden haber muchas, pero habiendo asumido las principales tesis de Marx, Engels y Lenin como fundamentos básicos para interpretar y explicar la Revolución cubana, lo lógico no es discutir entre nosotros, sus herederos teóricos actuales, sino apelar, al menos, a algunos de los textos más importantes donde ellos abordaron estas problemáticas, con mayor precisión.

1. UNA NECESARIA VUELTA A LOS ORÍGENES

Los primeros pronunciamientos de los fundadores del marxismo acerca de la categoría Dictadura democrático revolucionaria de las masas populares pueden encontrarse en las valoraciones que ellos hicieron en sus trabajos La crisis y la contrarrevolución (Marx, 1981) y en Los debates en Berlín sobre la revolución (Engels, 1981), donde analizaron la primera revolución democrático-burguesa alemana -iniciada el 18 y 19 de marzo de 1848- que fue evaluada, por ellos mismos, como la antítesis de la gran Revolución francesa del siglo xviii.

Así, consideraron que, entre 1793 y 1794, mientras que en Francia los Jacobinos llegaron a implantar una dictadura férrea contra los portadores del estado feudal, los representantes de la gran burguesía aliada a este y las otras fuerzas contrarrevolucionarias que los apoyaban, lo que facilitó el despegue de un libre desarrollo del capitalismo en la Revolución alemana de mediados del siglo xix y los pocos beneficios otorgados por la monarquía al pueblo, no estuvieron relacionados, en sentido alguno, con una dictadura democrática, sólida, donde la burguesía jugara un papel verdaderamente revolucionario como resultado de su potencial voluntad política antifeudal, sino de las concesiones que hizo el monarca y sus aliados para apaciguar, en la mejor medida posible, los ánimos de las fuerzas insurrectas. Fue, justamente, por criticar al nuevo consejo de ministros (liderados por el banquero Camphausen y el fabricante Hansemann), nombrado por el propio monarca prusiano -Federico Guillermo IV-, por no actuar de modo dictatorial y no destruir de inmediato los resabios de las viejas instituciones feudales, que (Marx, 1981) destacó con fuerza: «Todo sistema estatal provisional, después de una revolución, exige una dictadura y además una dictadura enérgica […]» (p. 134). Esto dejaba probada la apreciación del futuro creador de El Capital con respecto a que esa Revolución alemana no llegó a aplicar la dictadura democrática del pueblo, cuya misión fundamental no era dar los primeros pasos en el proceso de erradicación del capitalismo, sino superar el régimen feudal alemán.

Engels también se refirió a este hecho en ( Marx y Engels, 1981), al explicar: «El pueblo triunfó, conquistó libertades de un carácter decididamente democrático, pero la dominación directa no pasó a sus manos, sino a las de la gran burguesía. En una palabra, la revolución no fue llevada hasta el final [...] La gran burguesía, antirrevolucionaria desde el comienzo, concertó una alianza defensiva y ofensiva con la reacción a causa del temor al pueblo, es decir, a los obreros y la burguesía democrática (p. 33).

Considerando que Marx y Engels llamaban «burguesía democrática» a un amplio espectro de fuerzas políticas que seguían los proyectos políticos del llamado Partido Democrático, no pocos coincidirán en que, para los fundadores del marxismo, la dictadura democrático revolucionaria de las masas populares era entendida como la consigna o instrumento político, a través del cual, el proletariado urbano independiente y rural, los pequeños comerciantes e industriales, los maestros artesanos, los campesinos y la enorme mayoría de la población burguesa de las ciudades, debían luchar contra la monarquía, los señores feudales y la gran burguesía aliada a estos, para superar todos los fundamentos esenciales del régimen feudal de producción social y, consiguientemente, crear las estructuras y mecanismos políticos funcionales al sistema político capitalista, lo que también significaba, en su propia concepción, llevar la revolución democrático-burguesa hasta el final. Para ellos, aplicar la «dictadura democrática» para llevar la revolución democrático- burguesa hasta el final significaba no solo reducir los gastos del Estado por medio de impuestos a los grandes terratenientes y burgueses, convertir a los campesinos en propietarios libres, eliminar la presión del gran capital sobre el pequeño y hacer otras reformas significativas para elevar los salarios de los obreros, sino también demandar la nacionalización de las minas, los bancos, los medios de transporte, las haciendas de los príncipes y otros latifundios, entre muchas medidas importantes más y, sobre todo, crear las estructuras políticas que pusieran en manos de la burguesía el control total del Estado.

Durante una segunda etapa, cuando quedaran satisfechas las demandas esenciales que debía exigir la dictadura democrático- revolucionaria del pueblo y la nueva clase burguesa -no solo ocupante de una posición privilegiada dentro del gobierno, sino dueña de todas las estructuras políticas esenciales del Estado- intentara detener el proceso de maduración de condiciones hacia el socialismo, la clase obrera -que había encabezado la dictadura democrática o lo que hasta entonces se consideraba la alianza de fuerzas políticas para llevar la revolución democrático-burguesa hasta el final- tendría que asumir una posición todavía más radical hacia el nuevo estado burgués que se había conformado. Era el momento de iniciar la revolución proletaria.1

2. AÑO 1905, LENIN EN LA PRIMERA REVOLUCIÓN RUSA

Un desarrollo ulterior de la teoría marxista acerca de la dictadura democrática tuvo lugar a partir del texto Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática (escrito entre los meses junio-julio de 1905), donde Lenin evaluó los acontecimientos que tuvieron lugar durante la primera revolución democrático-burguesa rusa de 1905.

Por esos años, mientras los bolcheviques, de un lado, clamaban por la implantación de la república democrática, a través de una dictadura democrático-revolucionaria de obreros y campesinos (incitando al proletariado a jugar un papel director en ella), los mencheviques, de otro, secundaban la tradicional tendencia del economismo y la posición del Partido Demócrata Constitucional (Partido principal de la burguesía monárquica liberal) y abogaban porque las tareas del proletariado no fueran políticas, es decir, no requerían de la participación obrera en el gobierno, sino que tenían un carácter eminentemente económico.

Las preguntas más importantes, sin embargo, entre algunos bolcheviques y casi todos los mencheviques eran: ¿por qué Lenin insistía tanto en que el proletariado debía apoyar la revolución burguesa y, más que eso, dirigirla? ¿de qué manera el campesino podría ser una aliado en esa lucha? Dar respuestas a estas interrogantes adquiría una significación especial, porque según el líder del proletariado ruso (Lenin, 1981), «una de las objeciones contra la consigna de “dictadura democrática revolucionaria del proletariado y de los campesinos” consiste en que la dictadura presupone la “unidad de voluntad” y la unidad de voluntad entre el proletariado y la pequeña burguesía es imposible» (p. 524).
Pero para comprender esto, habría que entender dos rasgos esenciales de la Rusia de entonces:


  1. Por esa época, la mayor parte de la población de ese país era campesina, analfabeta en un por ciento muy grande e inestable respecto a la política, lo que la hacía fácilmente vulnerable a presiones de otras clases pudientes (los terratenientes y la gran burguesía) con una cultura política propia bien definida.
  2. El proletariado en minoría estaba concentrado en apenas dos de las más grandes ciudades de Rusia (Moscú y Petrogrado) y -pese a su mayor grado de organización y conciencia política- también marginado políticamente, necesitaba encontrar mayores espacios para garantizar nuevas formas legales de socialización política.2

En el mismo sentido tampoco se puede ignorar que como los gobiernos monárquico-burgueses, que condujeron los destinos de Rusia por esos años, estaban insertados en un Estado que disponía de su propio ejército, su policía y de todo un aparato estatal burocrático que hacía avanzar la revolución burguesa solo en correspondencia a las necesidades de las clases hegemónicamente representadas en el poder político, pues había que contraponer a él una fuerza armada, encabezada por obreros y campesinos, e integrada, además, por otros sectores de la burguesía, pequeña y media, que llevara la revolución burguesa realmente hasta el final y creara las condiciones necesarias para el desarrollo del sistema político capitalista.

Para (Lenin, 1981) podía haber unidad de voluntad entre obreros y campesinos, con el propósito de aplastar la resistencia del zarismo, los terratenientes y la gran burguesía aliada a estos, que impedían el desarrollo libre y más democrático de la sociedad capitalista:
[...] solo una revolución plenamente victoriosa puede darle al campesino todo en materia de reforma agraria todo, lo que el campesino quiere, con lo que sueña y lo que necesita, realmente, no para destruir el capitalismo (como se figuran los «socialistas revolucionarios»), sino para salir de la abyección de la servidumbre, de las tinieblas, del embrutecimiento y del servilismo, para mejorar sus condiciones de existencia, en la medida en que esto es posible en el marco de la economía mercantil. (pp. 536-537)
En la experiencia de la primera revolución democrático-burguesa rusa del siglo xx, sin embargo, en términos generales, ocurrió lo mismo que con la gran Revolución francesa del siglo xviii y la alemana de 1848. La burguesía liberal monárquica también traicionó las aspiraciones de la socialdemocracia revolucionaria de llevar la revolución democrático-burguesa hasta el final. Pero aunque su pacto con el zarismo no impidió que, después de la revolución, se abriera el camino para un amplio desarrollo político del capitalismo,3 lo que permitió a los obreros y empleados, por primera vez, formar sindicatos, cooperativas y otras agrupaciones, recibir salarios más elevados, ampliar sustancialmente los derechos de la prensa, los tribunales y hasta crear el parlamento la Duma Estatal; tampoco es falso que la propia Revolución no pudo cambiar el papel de la policía, del ejército y otros aspectos legislativos esenciales de la legislación feudal rusa, que constituían los fundamentos esenciales del sistema político que se debía superar.

Era este, justamente, el contexto para el que (Lenin, 1981), en Dos tácticas de la social democracia en la Revolución Democrática, como antes lo habían hecho Marx y Engels en las obras mencionadas, siguiera llamando a ejercer la dictadura democrático-revolucionaria del pueblo, cuyas exigencias no debían rebasar los límites del derecho burgués. Por esta razón argumentaría que:
Sin dictadura sería imposible aplastar esta resistencia, rechazar los intentos contrarrevolucionarios. Pero no será naturalmente, una dictadura socialista, sino una dictadura democrática. Esta dictadura no podrá tocar (sin pasar por toda una serie de grados intermedios de desarrollo revolucionario) las bases del capitalismo. En el mejor de los casos, podrá llevar a cabo una redistribución radical de la propiedad de la tierra a favor de los campesinos, implantar una democracia consecuente y completa hasta llegar a la república, extirpar no solo de la vida del campo, sino de todo el régimen fabril, todos los rasgos asiáticos y de servidumbre, iniciar una mejora seria de la situación de los obreros y elevar el nivel de vida de estos. (pp. 500-501)
Era la misma interpretación de Marx y Engels con respecto a su idea de «llevar la revolución democrático-burguesa hasta el final», lo que también coincidía con el momento en que estarían creadas las condiciones para hacer la revolución socialista.

3. AÑO 1917, ¡DE LA DICTADURA DEMOCRÁTICA A LA DE DICTADURA DEL PROLETARIADO!4 UN CAMBIO TÁCTICO-POLÍTICO EN LA ESTRATEGIA REVOLUCIONARIA

Fue la revolución democrático-burguesa de febrero-marzo de 1917, sin embargo, la que cambió un poco en Lenin la vieja concepción bolchevique, acerca de la necesidad de ejercer la dictadura democrática como vía imprescindible para hacer culminar la revolución burguesa y dar paso a la revolución proletaria. Una idea, muy importante, estuvo presente en los trabajos Cartas desde lejos y La dualidad de poderes, algunas de sus principales obras de ese período (Lenin, 1986a); (Lenin, 1986d). Allí, contrariamente a todo lo que el líder bolchevique (Lenin, 1986b) había planteado antes, él mismo expresó: «Después de esta revolución, el poder ha pasado a manos de otra clase, de una clase nueva, a saber: la burguesía. En esa medida, la revolución burguesa en Rusia está terminada» (p. 140).

Pero si históricamente los bolcheviques, encabezados por el propio Lenin, hablaban de la necesidad de una dictadura democrático-revolucionaria para hacer culminar la revolución burguesa y esta última, por las múltiples tareas que debió haber cumplido, apenas comenzaba, era lógico que entre los mencheviques y eseros, y dentro de los propios comunistas, existieran profundas incomprensiones.

La respuesta a esta problemática, en condiciones de un país campesino donde el desarrollo de la gran industria apenas tenía lugar en Moscú y Petrogrado -las dos ciudades más importantes-, requiere de otro análisis detallado de la situación histórico-concreta en que se encontraba ese país en 1917. Allí, desde comienzos de su segunda revolución, como en otras experiencias foráneas anteriores, cuando la gran burguesía instaurada en el Gobierno5ya iniciaba negociaciones con el último Zar -para restaurar la monarquía y entregar los puestos dirigentes a los partidarios de la gran propiedad terrateniente, representantes del viejo régimen-, se estaba produciendo un hecho insólito, nunca visto: ¡Había aparecido una dualidad de poderes! Al respecto, (Lenin, 1986d) planteaba que «[...] junto al Gobierno Provisional, gobierno de la burguesía, se ha formado otro gobierno, débil aún, embrionario, pero existente sin duda alguna y en vías de desarrollo: los Soviets de diputados obreros y soldados» (p. 153).

Estos soviets en lugar de presionar a los sectores burgueses del nuevo gobierno para culminar las tareas de la revolución burguesa como se esperaba, habían pactado directa y voluntariamente con ellos, con el compromiso de apoyarle y de fiscalizar la convocatoria a la Asamblea Constituyente y, consiguientemente, dejaron de actuar como la fuerza política, potencialmente, más revolucionaria de toda Rusia. Por eso, (Lenin, 1986b) expuso:
La dictadura democrático revolucionaria del proletariado y de los campesinos ya se ha realizado (en cierta forma y hasta cierto punto) en la revolución rusa, puesto que esta «fórmula» solo prevé una correlación de clases y no una institución política concreta llamada a realizar esta correlación, esta colaboración. El Soviet de diputados obreros y soldados es la realización impuesta por la vida, de la dictadura democrática revolucionaria del proletariado y de los campesinos. (p. 141)
Justamente, es a partir de esta fecha que se produce un cambio en la estrategia revolucionaria. Es cuando el líder bolchevique lanza la tesis: ¡Sustituir la consigna de dictadura democrática por la de dictadura del proletariado! Si bien esto implicaba una concepción distinta de las alianzas políticas, al mismo tiempo, no presuponía que las tareas democrático-burguesas pendientes debían ser sustituidas por la transformación socialista inmediata de la sociedad.
Por eso, en su octava tesis de abril de 1917, (Lenin, 1986c) decía: «No “implantación” del socialismo como nuestra tarea inmediata [...]» (p. 123). En correspondencia con esto, también se preguntó (Lenin, 1986b): «¿No está claro que quien confiase en la transformación inmediata de nuestra revolución en socialista no podría levantarse contra la tarea inmediata de implantar el socialismo?» (p. 123).

Esta inédita táctica política de Lenin -elaborada en nuevas condiciones históricas- sentaba una idea esencial: cuando la consigna dictadura democrática ha quedado atrás en la historia, y la revolución democrático burguesa no ha sido «llevada hasta el final», la toma del poder político por parte del proletariado (también entendida como revolución socialista) sigue siendo necesaria y, al mismo tiempo, posible; pero no debe conducir, de manera incondicional e inmediata, a la propiedad y el control de los medios de producción (el socialismo en el sentido tradicional de la palabra)6 por parte de la comunidad, considerada en su totalidad, sino a la aplicación de las tareas que la revolución burguesa no logró hacer culminar,7 lo que implica la utilización de las capacidades de otras clases sociales, no obreras (incluyendo las de la burguesía), para dirigir algunos procesos productivos del país. Esta idea es perfectamente compatible con toda su obra teórico-práctica posterior sobre las tareas económico-sociales que debieron promover los bolcheviques, en su país, luego del triunfo de la Revolución de octubre de 1917.

4. CONTENDIENDO CON LAS TESIS ASUMIDAS SOBRE CUBA

Y es, justamente, en esta parte del análisis de algunas de las obras de Marx, Engels y Lenin donde tratan la relación entre las categorías dictadura democrático-revolucionaria de las masas populares, para «llevar la revolución democrático-burguesa hasta el final» y dictadura del proletariado, para «iniciar el tránsito al socialismo», en la que el presente artículo pretende enfocar una percepción crítica acerca de los inicios de la transición política al socialismo en Cuba y, consecuentemente, sobre algunas contradicciones e insuficiencias con que ha sido interpretado este proceso hasta la actualidad.

Así, mientras el marxismo, dentro de la época del desarrollo del capital, ha delimitado claramente cuatro tipos fundamentales de revoluciones sociales: la esclavista, la feudal, la capitalista y la comunista, algunos autores se refieren al inicio a «una profunda revolución social» en Cuba (1),8 pero muy pocos le atribuyen un carácter burgués o socialista.

Por otro lado, mientras determinados estudios refieren al inicio de «una profunda revolución social»(1) y argumentan un poder político resuelto, en lo esencial, para ambas etapas de la revolución, desde los primeros momentos del triunfo revolucionario (14), los mismos estudios, e incluso otros, (11, 12 y 13) subordinan el inicio del tránsito del capitalismo al socialismo y, consiguientemente, el establecimiento de la dictadura del proletariado, no a partir del momento en que había quedado resuelto el poder político en lo esencial, como lo demostró sabiamente Lenin desde octubre de 1917 en Rusia, sino de la fecha en que el sector estatal de la economía pasó a ser predominante; la etapa de las grandes nacionalizaciones y expropiaciones de agosto-octubre de 1960.

En otro sentido, mientras algunos autores (4 y 5) destacan el papel dominante de los intereses de la clase obrera y el campesinado, representado por el Ejército Rebelde y, dentro de esta alianza política, el rol protagónico del proletariado de la ciudad y el campo, y los mismos estudios, u otros, (16) explican que en los primeros meses del triunfo no hubo dualidad de poderes, curiosamente, ningún autor afirma que como el poder político quedó resuelto en Cuba desde el mismo 1 de enero de 1959, entonces, a partir de esa fecha, no podría hablarse de dictadura democrático-revolucionaria de obreros y campesinos, sino de dictadura del proletariado.

Al mismo tiempo, -mientras que del análisis detenido de algunos textos (7, 8, 9 y 10) expuestos anteriormente se puede derivar que la dictadura democrático-revolucionaria de las masas populares era considerada el tipo de Estado que condujo la primera etapa democrático-popular, agraria y antimperialista de la Revolución- ningún autor ha podido justificar, de manera convincente, cómo conjugar este término que tanto Marx y Engels como Lenin enarbolaron para acelerar el tránsito político del feudalismo al capitalismo, con una sociedad como la cubana que, aunque era reconocida como una república neocolonial, estructuralmente, desde el punto de vista político, económico (y a pesar de su dependencia del exterior) y hasta cultural, ya era capitalista.

Sin embargo, un rasgo principal del sistema político cubano, nacido en 1959, debe ser destacado. Es su capacidad para iniciar el tránsito político al socialismo, sin un Partido Comunista que encabezara el proceso, en medio de un gran desconocimiento y rechazo popular a la palabra socialismo y utilizando a los propios representantes de la burguesía, que conformaban el llamado primer gobierno revolucionario provisional, como portadores más visibles de un proyecto político que, desde el principio, comenzó la destrucción de la máquina estatal burocrático-burguesa. En Cuba se demostró que una cosa fue el poder formal que podía ostentar el primer gobierno revolucionario provisional burgués, sin gran trascendencia política, y otra el poder real que tenía el Ejército Rebelde y el Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA), los dos pilares básicos que, amén de los avatares por materializar un tránsito económico-social al socialismo que no rebasara el programa democrático del Moncada, se vieron obligados a radicalizarlos.

Así, pudiendo ser estas algunas de las premisas teórico-prácticas con que se reevaluaran las nuevas experiencias de izquierda y contando con los riesgos potenciales de que el socialismo pueda ser revertido también en Cuba, saltan las preguntas: ¿podrán existir, en el siglo xxi, revoluciones pacíficas que transiten al socialismo? ¿cuáles serán sus formas?

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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NOTAS ACLARATORIAS

11 Por eso, ante la aparente inminencia de una revolución burguesa en Alemania -que pronto el Partido Democrático trataría de detener sin satisfacer plenamente las aspiraciones de la clase obrera- (Marx y Engels, 1976) aconsejaban: «Al lado de los nuevos gobiernos oficiales, los obreros deberán constituir inmediatamente gobiernos obreros revolucionarios, ya sea en forma de comités o consejos municipales, ya en forma de clubs obreros o de comités obreros, de tal manera que los gobiernos democrático-burgueses no solo pierdan inmediatamente el apoyo de los obreros, sino que se vean desde el primer momento vigilados y amenazados por autoridades tras las cuales se halla la masa entera de los obreros» (p. 185). Obsérvese que ellos hablaban de una etapa superior, durante el desarrollo de una revolución democrático-burguesa (que todavía no había culminado), donde el proletariado no debía establecer compromisos estratégicos con el partido político que estuviera en el gobierno. Era parte esencial de su comprensión de la revolución permanente.
22 Para analizar en qué contexto Lenin entiende la tesis acerca de la potencial alianza obrero-campesina, hay que comprender que, en la Rusia de 1905 y aún hasta 1917, el poder estaba primero en manos del Zar y de todas las estructuras políticas que él representaba y, después, bajo el control de la burguesía monárquica liberal y otros sectores traidores a la revolución que impedían el curso exitoso del desarrollo democrático-burgués.
33 Esto es coherente con la idea de (Lenin, 1981)con respecto a que una revolución burguesa, asimismo, «[...]significa que las transformaciones democráticas en el régimen político y las transformaciones socioeconómicas, que se han convertido en una necesidad para Rusia, lejos de implicar de por sí el socavamiento del capitalismo, […]de la dominación de la burguesía, desbrozarán por primera vez como es debido el terreno para un desarrollo basto y rápido, europeo y no asiático, del capitalismo; por primera vez harán posible la dominación de la burguesía como clase» (p. 493).
44 Las reflexiones sobre la dictadura del proletariado han ido desde aquellas, más generales, que argumentan la necesidad de responder a la agresividad de las burguesías nacionales y del imperialismo para la sobrevivencia de un proceso esencialmente anticapitalista, hasta las que explican que para que la dictadura del proletariado sea eso, una dictadura de la clase obrera, hace falta «expropiar a los expropiadores» y, consecuentemente, separarlos de todos los niveles de toma de decisiones. Pero salvando lo que tuvieron de «creativo» los «aportes» de Stalin y sus seguidores a esa categoría, lo real es que el término dictadura del proletariado (aparecido en 1850 en la obra La Lucha de clases en Francia de 1848 a 1850), nunca significó nada más que destacar la cara opuesta a la dictadura de la burguesía, lo que en el Manifiesto del Partido Comunista, los fundadores del marxismo llamaron «la elevación del proletariado a clase dominante».
55 El gobierno burgués, instalado a partir de la segunda revolución democrático-burguesa rusa de febrero-marzo de 1917, estaba encabezado por el príncipe Georgi Lvov, gran terrateniente que presidía el autodenominado Gobierno Provisional y por A. I. Guchkov, miembro del partido octubrista y ministro de la guerra.
66 Desde 1840, el socialismo ha sido considerado, tradicionalmente, como el concepto que define la propiedad y el control del capital, la tierra y los bienes raíces, por parte de la comunidad en su conjunto (Enciclopedia Internacional de Ciencias Sociales, 1977). Este término, entendido en ese sentido, constituyó uno de los puntos de partida de toda la obra reflexiva de Marx, Engels y Lenin y, al mismo tiempo, uno de los «talones de Aquiles» de quienes ven en la expropiación anticapitalista no un paso importante más en el proceso de superación del sistema burgués de producción social, sino la condición, sine qua non, para garantizar, de forma inmediata, la ulterior construcción exitosa del socialismo
77 Esta contribución, asumida también en algún momento por Marx y Engels, deja como un simple mito, sin sustento teórico, a aquella tesis enarbolada sobre todo por una parte de la Escuela Soviética, pero aceptada sin cuestionamientos por otros, con respecto a que el paso de la dictadura democrático-revolucionaria de las masas populares a cumplir funciones de la dictadura del proletariado, en los países de Europa oriental y central, e incluso en Cuba, debía implicar, como tarea inmediata, la expropiación y nacionalización socialistas, y con ello el predominio de la propiedad estatal sobre los medios de producción. Sobre el enfoque objeto de crítica, y a manera de ilustración, se recomienda que el lector preste atención a los siguientes trabajos publicados en diferentes períodos: (Konstantinov, 1957) (Vinogradov, 1969); (Serie ABC, 1988).
88Esta contribución, asumida también en algún momento por Marx y Engels, deja como un simple mito, sin sustento teórico, a aquella tesis enarbolada sobre todo por una parte de la Escuela Soviética, pero aceptada sin cuestionamientos por otros, con respecto a que el paso de la dictadura democrático-revolucionaria de las masas populares a cumplir funciones de la dictadura del proletariado, en los países de Europa oriental y central, e incluso en Cuba, debía implicar, como tarea inmediata, la expropiación y nacionalización socialistas, y con ello el predominio de la propiedad estatal sobre los medios de producción. Sobre el enfoque objeto de crítica, y a manera de ilustración, se recomienda que el lector preste atención a los siguientes trabajos publicados en diferentes períodos: (Konstantinov, 1957) (Vinogradov, 1969); (Serie ABC, 1988)
*Autor para la correspondencia. Correo electrónico: visa@ffh.uh.cu

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