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domingo, 30 de junio de 2019

Por qué el PIB sigue importando

Jun 20, 2019 BJØRN LOMBORG

ALLINGE, DINAMARCA – Nueva Zelanda está cosechando elogios por introducir el primer Presupuesto para el Bienestar del mundo, que apunta a hacer pasar el énfasis en el PIB hacia el “bienestar de la gente”. Quienes sienten animadversión hacia el indicador PIB –en particular los verdes, que culpan al crecimiento económico por el daño al medio ambiente- lo ven como una gran oportunidad para dejar de ir tras los dólares y comenzar a preocuparse por las personas.


Es fácil hablar mal de las políticas en pos de un PIB más alto. Este indicador se inventó en la era industrial e incluye muchos temas que, obviamente, no son beneficiosos. Como señalara Robert F. Kennedy hace medio siglo, el PIB “contempla los candados de seguridad de nuestras puertas y las cárceles para quienes los rompen”, pero “no considera la salud de nuestros niños, la calidad de su educación ni el disfrute de sus juegos”.

Sin embargo, el PIB sigue siendo el mejor indicador individual para guiar las políticas públicas. Ignorarlo en favor de medidas alternativas de bienestar podría acabar reduciendo la calidad de vida general de la gente.

Es cierto que el nuevo énfasis de Nueva Zelanda en el bienestar se siente bien: el gobierno destinará más recursos a prioridades clave como la salud mental, por ejemplo. Pero a menos que su economía entera crezca –reflejado en un PIB más alto- el país tendrá que recortar su presupuesto para otras prioridades importantes. Y si no hay mayores recursos que destinar a políticas deseables, solo quedarán las buenas intenciones.

Antes que todo, el PIB importa porque el crecimiento económico ha sacado a más de mil millones de personas de una pobreza extrema y agotadora. Un estudio reciente de 121 países mostró que los ingresos medios del 40% más pobre de la población aumentaron tanto como las rentas nacionales a lo largo de las últimas cuatro décadas. En consecuencia, aumentar el PIB ayuda a los más pobres del mundo.

Pero la importancia del PIB se extiende más allá de los ingresos. A medida que los países se enriquecen, las personas viven vidas más longevas, se reduce la mortandad infantil y los gobiernos pueden destinar más recursos a la salud. Del mismo modo, al disponer de más ingresos las personas pueden comprar mejor comida para ellas y sus hijos, y tomar decisiones más saludables en general.

Más aún, un mayor PIB ayuda a mejorar la educación, porque los países y los padres pueden permitirse mejores docentes y más recursos educativos, además de que los niños tengan jornadas escolares más largas. Esta es la razón que explica por qué los países con un PIB más alto por persona suelen tener mejores posiciones en el Índice de Desarrollo Humano (IDH) de las Naciones Unidas, que mide la longevidad, la educación y el estándar de vida.

Las mejoras en el PIB por persona han reducido drásticamente la desnutrición mundial en las pasadas tres décadas. Además, el crecimiento económico ha permitido que los más pobres usen combustibles más limpios para cocinar y calentarse, y puedan acceder a servicios de infraestructuracomo agua, higienización, electricidad y comunicaciones.

Los múltiples beneficios del crecimiento económico no se limitan a los países más pobres del mundo. También las economías más ricas han seguido mejorando sus posiciones en el IDH en las últimas décadas, a medida que la continuidad del crecimiento del PIB hace que sus ciudadanos vivan mejor.

Incluso existe una fuerte correlación entre el PIB por persona y el desempeño ambiental de un país en una amplia gama de indicadores. Por ejemplo, la polución del aire en el interior de la vivienda es uno de los factores ambientales que más muertes produce en el planeta debido a la quema de estiércol y madera. Pero a medida que las sociedades se desarrollan, pueden permitirse tecnologías más limpias. En 1990, la polución del aire interior causó más del 8% de los fallecimientos en todo el mundo, mientras que hoy la cifra se aproxima a la mitad.

Mientras tanto, la polución del aire exterior empeora a medida que las sociedades salen de la extrema pobreza, pero después se reduce notablemente cuando los ingresos más altos permiten que las políticas y normativas se vuelvan más exigentes y las consideraciones ambientales toman precedencia por sobre las preocupaciones de supervivencia inmediatas. La deforestación sigue un patrón similar: los países ricos están preservando cada vez más sus bosques y reforestando debido a los mayores rendimientos de sus cultivos y el cambio actitudinal de sus habitantes.

Por supuesto, los diferentes países pueden destinar su PIB de maneras ligeramente mejores o peores. Grecia ocupa un lugar más alto en el IDH que Rusia, a pesar de tener cerca del mismo PIB por persona. Pero los países no tienen un gran margen de maniobra, dada la gran importancia de los recursos naturales disponibles: tanto Grecia como Rusia están mejor posicionados en el IDH que Brasil y China, que tienen un PIB por persona más bajo, y mucho mejor que Tanzania y Mozambique, que están incluso peor.

Quizás lo más importante es que el PIB por persona refleja muy bien el bienestar subjetivo, que está en el centro de la sensación de seguridad humana. Cuando los investigadores compararon la Renta Nacional Bruta (RNB, primo cercano del PIB) con cinco índices alternativos “más allá del PIB”, la RNB predijo el bienestar subjetivo mucho mejor que los demás, y el único que lo superó ligeramente era un complejo conjunto de 50 indicadores. Los investigadores concluyeron que las “en realidad, las actividades económicas y la riqueza que crean hace que una gran mayoría de personas disfrute más la vida”.

La verdad es sencilla: una mayor cantidad de dinero posibilita adquirir más oportunidades. El énfasis de Nueva Zelanda en el bienestar puede tener la mejor de las intenciones, pero si su PIB no aumenta, el gobierno contará con menos dinero para sus planes más amplios. Y en comparación con lo que podría haber tenido, el país tendrá un menor bienestar general, peor desempeño ambiental y un capital humano más débil.

Traducido del inglés por David Meléndez Tormen


BJØRN LOMBORG a visiting professor at the Copenhagen Business School, is Director of the Copenhagen Consensus Center. His books include The Skeptical Environmentalist, Cool It, How to Spend $75 Billion to Make the World a Better Place, The Nobel Laureates' Guide to the Smartest Targets for the World, and, most recently, Prioritizing Development. In 2004, he was named one of Time magazine's 100 most influential people for his research on the smartest ways to help the world.

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