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sábado, 7 de septiembre de 2019

El ‘trumpismo’ es malo para las empresas

Es difícil hacer planes cuando las normas no paran de cambiar

PAUL KRUGMAN
7 SEP 2019 - 10:44 CEST


Donald Trump tilda de débiles a las empresas que se quejan de los aranceles. EFE

A medida que pasan las semanas, cada vez es más evidente que la guerra comercial de Donald Trump, lejos de ser “buena y fácil de ganar”, está perjudicando a grandes partes de la economía estadounidense. Los agricultores se enfrentan a un desastre económico; el sector de la fabricación, que las políticas de Trump iban supuestamente a resucitar, se contrae; y la confianza de los consumidores se hunde, en gran parte porque la gente teme (con razón) que los aranceles harán subir los precios.

Pero Trump tiene una respuesta para sus detractores: “No soy yo, sois vosotros”. La semana pasada declaró que las empresas que se quejan de que los aranceles les han perjudicado deberían culparse a sí mismas, porque “están mal gestionadas y son débiles”.

Como sucede con muchas de las declaraciones de Trump, lo primero que nos viene a la mente es cómo habrían reaccionado los republicanos si un presidente demócrata hubiese dicho algo así. Sin embargo, en este caso, no tenemos que hacer muchas conjeturas.

Como puede que recuerden algunos lectores, allá por 2012 Barack Obama hizo la afirmación evidente y acertada de que las empresas dependen de la inversión pública para cosas como las carreteras y la educación, y también de sus propios esfuerzos. En referencia a esas inversiones públicas, manifestaba: “Ustedes no construyeron eso”. Los sospechosos de rigor se le echaron encima, sacando la frase fuera de contexto, y afirmaron que estaba faltando al respeto a los empresarios; Mitt Romney convirtió esa declaración en el punto fuerte de su campaña presidencial.

Las críticas a Obama por ser anti-empresa se hacían, cómo no, con mala fe. Sin embargo, es Trump quien realmente denuncia a las empresas y las culpa de los problemas que han creado sus políticas. Y los aranceles no son el único ámbito político en el que Trump y las empresas estadounidenses están ahora en desacuerdo.

Algunas de las medidas más relevantes de Trump son las relacionadas con sus desesperados esfuerzos por eliminar la regulación medioambiental. A diferencia de los aranceles, esto, de entrada, podría parecer algo que las empresas quieren.

No obstante, resulta que muchas empresas quieren mantener esas regulaciones. Los grandes productores de petróleo y de gas se oponen a la relajación de las normas sobre las emisiones de metano, un potente gas de efecto invernadero, que propone Trump. Los fabricantes de automóviles más importantes han declarado que están en contra de los intentos de Trump de reducir los criterios de eficiencia del combustible. De hecho, en una decisión que según se dice ha enfurecido a Trump, varias empresas han alcanzado un acuerdo con el estado de California para seguir aplicando las normas de la época de Obama a pesar del cambio en la política federal.

Cuando Trump logró su inesperada victoria en 2016, muchos inversores supusieron que su Gobierno sería bueno para las empresas. Y, efectivamente, les regaló una enorme rebaja de impuestos, que se ha usado casi en su totalidad para repartir dividendos más altos y para recomprar acciones, mientras que los trabajadores básicamente no han conseguido nada.

Sin embargo, dejando a un lado el recorte de impuestos, cada vez resulta más evidente que el trumpismo es malo para las empresas. O para ser más precisos, es malo para las empresas productivas.

Imagínense que son el presidente de una empresa que espera y tiene intención de existir durante mucho tiempo. Claro que les gustaría pagar menos impuestos y no tener que acatar costosas regulaciones. Pero también querrían invertir en el futuro de su negocio. Y para hacerlo, necesitan alguna seguridad de que las reglas del juego serán estables, para que cualquier inversión que realicen ahora de repente no valga nada por unos futuros cambios en la política.

La queja más importante de las empresas por la guerra comercial de Trump no es solo que los aranceles aumenten los costes y los precios, y que las represalias extranjeras estén impidiendo el acceso a mercados importantes, sino que las empresas no pueden hacer planes cuando la política da bandazos en respuesta a los caprichos del presidente. No quieren invertir en nada que dependa de una cadena de suministros mundial, porque esa cadena de suministros podría venirse abajo con el siguiente tuit de Trump. Pero tampoco pueden invertir dando por sentado que los aranceles de Trump serán permanentes; no se sabe si cantará victoria o si se rendirá, ni cuándo lo hará.

Y resulta que la política medioambiental es parecida. Los líderes empresariales no son fariseos, son realistas. La mayoría de ellos son conscientes de que el cambio climático se está produciendo, de que es peligroso, y de que, al final, tendremos que cambiar a una economía con bajas emisiones. Quieren invertir ahora para asegurarse un lugar en esa economía del futuro; saben que las inversiones que empeoran el cambio climático a la larga serán un fracaso. Pero seguirán aplazando las inversiones en nuestro futuro energético mientras los teóricos de la conspiración que consideran que el calentamiento global es un enorme engaño – y/o los políticos rencorosos decididos a borrar los logros de Obama – continúen reescribiendo las normas.

Pero, para ser justos, algunas empresas sí que prosperan con el trumpismo, concretamente las empresas sin una visión a largo plazo, operaciones cuya estrategia es coge el dinero y corre. Son buenos tiempos para las empresas mineras que se lanzan a extraer todo lo que pueden, dejando detrás un paisaje envenenado; para los especuladores inmobiliarios que financian negocios dudosos que se aprovechan de las lagunas fiscales recientemente creadas; y para las universidades con ánimo de lucro que dejan a sus alumnos con títulos sin valor y deudas gigantescas.

En otras palabras, los estafadores están haciendo su agosto con Trump.

Sobra decir que estas operaciones relámpago no son el tipo de empresas que queremos que prosperen. Digámoslo así: rehacer la economía estadounidense a imagen y semejanza de la Universidad de Trump no es precisamente hacer a Estados Unidos grande otra vez.

Traducción de News Clips.

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