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miércoles, 30 de octubre de 2019

EDITORIAL: La presidencia de Trump es una catástrofe; estos son los motivos


(John W. Tomac / For The Times)

En medio de la investigación de impugnación, es importante no olvidar todo el daño que Donald Trump ha hecho y sigue haciendo...

By THE TIMES EDITORIAL BOARD SECOND IN A SERIES 
OCT. 22, 2019 

En la corrosiva y peligrosa presidencia de Trump, las atrocidades pasan tan rápido y el caos se acumula tanto que es fácil considerar el inquietante fenómeno más bien como un programa de ‘irrealidad’ pensado para TV y Twitter. Las nuevas indignaciones nos quitan las anteriores de la mente.

En los últimos días, dos preguntas han dominado la discusión: ¿Abusó de su poder presidencial para aumentar su fortuna política cuando presionó a Ucrania para que investigara al ex vicepresidente Joe Biden y a su hijo, Hunter? y ¿Está obstruyendo la justicia al no cooperar con una investigación de juicio político?


Estas dos preguntas tienen consecuencias tan enormes para la nación que pueden eclipsar otras acciones y rasgos alarmantes. Pero no debemos ignorar las muchas otras cuestiones que han llevado al vaciamiento de nuestras instituciones, a la degradación de nuestro espíritu, al debilitamiento de nuestros valores. Ante el desafío de desplazar, de repudiar a Trump y su programa pernicioso para Estados Unidos, es esencial no olvidar el verdadero daño que ha hecho, que continúa ejerciendo y que amenaza con prolongar.

Tal como Thomas Jefferson escribió en otro contexto: “Para probar esto, presentemos los hechos ante un mundo sincero”.

Trump ha provocado que miles de niños permanezcan en condiciones inhumanas, a menudo durante meses —algo que da por resultado muertes, lesiones y separaciones familiares traumáticas— y sin acceso a una escolarización siquiera rudimentaria.

Insultó y enajenó a amigos y aliados del país, dejando al mundo democrático sin líder.


Coqueteó con repudiar a la OTAN, un compromiso de defensa mutua que mantiene al planeta libre de conflictos mundiales desde el final de la Segunda Guerra Mundial, y lo hizo en un momento en que Rusia muestra una creciente agresión al ocupar el territorio de la vecina Ucrania, interferir en elecciones de Estados Unidos y Europa, y enviar asesinos a Gran Bretaña para envenenar a un exespía ruso.

Se ha acercado a dictadores y autócratas nacionalistas de derecha, en tiempos en que los ciudadanos de democracias vacilantes y los muchos pueblos de todo el mundo que aspiran a la libertad necesitan más de un defensor en el escenario internacional.

Ha rechazado la honorable tradición presidencial estadounidense de buscar la unidad y, en cambio, se entregó a una política divisiva, alienando deliberadamente a un gran segmento del electorado de EE.UU., mientras que entre sus propios partidarios acumula odio y sospechas hacia los demás.


Ha transformado la Casa Blanca, que debería promover políticas basadas en la realidad, en la capital mundial de la ignorancia, la deshonestidad y la desinformación, al recitar falsedades verificables, desde el tamaño de la multitud convocada para su toma de mando, hasta la dirección de un huracán y la prevalencia (ya refutada) de fraude electoral.

Ha sido un especial antagonista de California, buscando socavar las políticas potenciales de este estado sobre las emisiones de vehículos y la preservación del medio ambiente, difundiendo falsedades sobre las causas de los devastadores incendios forestales en la región, menospreciando su enfoque racional y humano hacia los desafíos de inmigración y denigrándolo por sus problemas para lidiar con la falta de vivienda, y ofreciendo en cambio supuestas soluciones que son inviables, sin sentido o crueles.


Ha negado el desafío existencial del cambio climático y promulgado políticas que debilitan el rol de la nación en combatirlo, así como también reducen la capacidad del país de asumir el liderazgo económico en tecnología de bajas emisiones y captura de carbono.

Ha hecho que Estados Unidos sea poco confiable, errático e ingenuo en asuntos internacionales al menospreciar su cuerpo diplomático, proponer cambios frecuentes y discordantes en asuntos exteriores y asesores de defensa, y repudiar a los aliados y socios internacionales.


Le ha quitado importancia a los comprobados ataques rusos en las elecciones estadounidenses, y en su notoria y vergonzosa conferencia de prensa de Helsinki el año pasado dijo que creía en la palabra del presidente ruso, Vladimir Putin, sobre las agencias de inteligencia de su propia nación.

No logró obtener del líder ruso una disculpa por la intervención pasada, ni la promesa de no intervenir en otras elecciones. Al hacerlo, dejó abierta la puerta para más ataques integrales, y falló en el deber más básico de cualquier presidente de EEUU, que es proteger y defender a Estados Unidos.

También redujo o eliminó paneles independientes de asesoría científica en un intento de eliminar hechos de la formulación de políticas, cuando estos chocan con las pautas perjudiciales que él desea imponer.

Ha humillado la presidencia con su uso de un lenguaje grosero e iracundo contra sus adversarios políticos, reemplazando conversaciones informales y discursos presidenciales con cataratas de tuits intempestivos para atacar a sus críticos y avivar miedo e indignación entre sus seguidores.

Ha socavado la posición moral del país al encogerse de hombros ante el asesinato de Jamal Khashoggi a manos de agentes sauditas.

Ha mancillado el ejercicio de la presidencia al usarlo para expresar su desprecio personal por las personas que no le gustan o que no lo apoyan. El ejemplo más atroz puede ser su trato al senador John McCain, un ex prisionero de guerra de Vietnam, muy distinguido, cuyo honor cuestionó incluso después del fallecimiento del senador.

Ha recurrido a lo más básico de nuestra cultura, reavivando corrientes de racismo que llevaban mucho tiempo descompuestas en nuestros rincones más oscuros.


Comentó sobre la manifestación nacionalista blanca letal en Charlottesville, Virginia, con un discurso equívoco que evitó condenar el racismo violento y promovió la falsa equivalencia entre los manifestantes a favor y en contra de la supremacía blanca.

Puso en marcha un programa para denegar visas a visitantes de la mayoría de las naciones musulmanas. Despreció a los latinos; se refirió a Haití, El Salvador y las naciones africanas como “países de mierda”; y expresó su preferencia por los inmigrantes de Noruega.

Promovió la noción de que la condición de estadounidense es producto de la descendencia y no del sitio de nacimiento o naturalización, cuando dijo que ciertos miembros del Congreso -nacidos en Estados Unidos- debían “regresar” a los países “de donde vinieron”. Emitió declaraciones que, en total, definen un país unido no por la ley, la Constitución, la libertad o la justicia, sino por la herencia racial.

Más que cualquier otro mandatario que se recuerde, Trump ha degradado su cargo, infundido desconfianza en las instituciones esenciales de la justicia y la democracia, y reemplazado el conocimiento y el profesionalismo por la ignorancia y el amateurismo.

Esta lista parcial representa una simple porción de lo que hace que Donald Trump sea inaceptable como presidente de Estados Unidos, y que sea de suma importancia que los estadounidenses de todos los partidos y posiciones políticas lo rechacen y lo reemplacen.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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