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jueves, 14 de noviembre de 2019

El rumbo de Cuba y «la opinión de Miami»

Foto: Granma
Cuando en noviembre de 2016 Donald Trump ganó las elecciones presidenciales de Estados Unidos, un grupo de personas le envió un eufórico saludo en video desde La Habana, que varias publicaciones pagadas por el Gobierno estadounidense difundieron en internet.
Para quienes no han podido verlo, estas son algunas de las frases que se dijeron ahí:
«(Trump) El hombre que hace falta para salir de toda esta situación» (en Cuba).
«Arrastramos a todos los comunistas».
«En Cuba casi todas las personas que sufren las consecuencias del régimen estamos contentos» (con la victoria de Trump).
«No podemos hacerlo solos» (decidir el destino de Cuba).
«Con la elección de Trump renacen las esperanzas en aquellos que las tenían perdidas».
(Con) «la llegada de Trump a la Casa Blanca podemos rescatar ese aliado que siempre tuvimos en la lucha por la libertad en Cuba».
Pocos comentaron entonces tan llamativas declaraciones, a pesar de que una sola de  las varias publicaciones que amplificaron ese video ha recibido, desde la administración de W. Bush hasta hoy, millones de dólares en subvenciones del Gobierno estadounidense, y desde inicios de 2017 a mediados de 2019 –según el sitio Cubamoneyproject– le fueron otorgados por ese mismo Gobierno 440 000 dólares. Tampoco ahora, cuando en su archivo pueden encontrarse varias de las firmas iniciales de una carta que ha acusado a instituciones cubanas de proceder con extremismo e intolerancia. Según la  misma fuente, uno solo de esos firmantes recibió 130 000 dólares del Gobierno de Estados Unidos para fomentar el «cambio constitucional en Cuba», sin que a él ni a ninguno de quienes han participado en eventos y publicaciones para el citado cambio en Cuba  alguien los acuse de «oficialismo» proestadounidense. Ellos, a diferencia de los cubanos que apoyan la Revolución, sí tienen libertad de expresión, debe ser por eso que en tales «medios independientes», como en toda la prensa miamense, no se puede encontrar una sola opinión sobre lo que sucede en Cuba que no ataque de un modo u otro al Gobierno cubano, pero sí es común encontrar la coincidencia total con el discurso trumpista sobre la Isla.
¿CÓMO SE LLAMA LO QUE HACEN LOS EMPLEADOS DE LOS MEDIOS DEPENDIENTES DE EE. UU.?
Cualquier información sobre quienes, a sueldo de EE. UU., cumplen la tarea de invisibilizar la guerra económica es un atentado a la libertad de pensamiento y expresión. Si una persona va a la embajada de Washington en La Habana a instruirse sobre cómo derrocar el sistema que los cubanos acabamos de proclamar en la Constitución con el 87 % de los votos, o se integra a (y cobra de) proyectos cuyo objetivo confeso es el «transitional change»,  financiados por la Open Society de George Soros, madre de las «revoluciones de colores» terminadas en sangre y fuego en medio mundo, solo basta que se le cuestione por ello para convertirla en mártir de la libertad, no sin la ayuda involuntaria del silencio burocrático mezclado con la comunicación torpe. Y a quien le cuestione se le acusa incluso de violación de derechos establecidos en la Ley; sin embargo, ese cuestionador no haría más que ejercer lo que la Ley de leyes le concede en su artículo 4: «Los ciudadanos tienen el derecho de combatir por todos los medios, incluyendo la lucha armada, cuando no fuera posible otro recurso, contra cualquiera que intente derribar el orden político, social y económico establecido por esta Constitución». Ver a los pueblos de Argentina, Ecuador  y Chile rebelarse contra las recetas del Fondo Monetario Internacional (FMI) hace inevitable recordar cómo los amigos de Soros hablaban en su «laboratorio de ideas» sobre la «necesaria entrada de Cuba» a ese organismo.
Pero si lo que hizo Trump con el Presidente de Ucrania es «traición a la Patria», porque conspiró con un gobierno extranjero para dañar a un compatriota, ¿cómo se llama lo que hacen los empleados de los «medios independientes» que él financia para invisibilizar el bloqueo y culpar de sus efectos al Gobierno de Cuba?¿Qué le pasaría en el paraíso de la libertad de expresión a quienes aparecieran en un video pidiendo a China o a Rusia tomar medidas que dañen a Estados Unidos?
En medio del nuevo escenario creado por el recrudecimiento del bloqueo regresa la oportunidad de lo que la académica británica Emily Morris describió hace algún tiempo como «un grupo mayoritariamente financiado y asentado en los Estados Unidos, y abrumadoramente dominado por émigré “Cubanólogos”, como se definen a sí mismos, que son profundamente hostiles al régimen de La Habana». Un comportamiento tan sectario que Morris lo llama «la opinión de Miami». ¿Sus soluciones?, las que ahora mismo vimos hacer estallar a Ecuador y Chile: «políticas centradas en la apertura de la economía a los flujos mundiales de capital, la privatización de activos estatales, la desregulación de precios y salarios, y recortes al gasto social». Morris ha precisado: «Las principales figuras desde 1970 han incluido a Carmelo Mesa-Lago, de la Universidad de Pittsburgh, “el Decano de los Estudios de Cuba” y autor de más de 30 libros; y su frecuente co-autor Jorge Pérez-López, director de asuntos económicos internacionales para el Departamento de Trabajo de Estados Unidos, un negociador clave del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Tlcan), y a la cabeza por muchos años de la Asociación para el Estudio de la Economía Cubana (ASCE)».
Desde las páginas del diario español El País, el «decano de los estudios de Cuba» y economista más consultado para hablar sobre ella en ese periódico, seguramente interesado como el que más en la construcción del socialismo y la defensa de la soberanía nacional en esta Isla, con el bloqueo a toda vela, reprochaba a Raúl en 2015: «no ha respondido a los pasos de Obama con concesión alguna», y en junio de 2017 afirmaba que «el Gobierno cubano entró en pánico tras la visita de Obama».
Pero es obvio que si las autoridades cubanas se negaron a aplicar sus recetas en medio de la agudísima crisis económica tras el derrumbe de la URSS, cuando el neoliberalismo era moda, mucho menos las ejecutarán ahora cuando está a la vista su fracaso en todas partes, por eso hay que sumar otras voces y presentar como «consenso» lo que no es más que un viejo plan vestido con ropa nueva.
EN DEFENSA DE LOS INTERESES DE LOS MÁS HUMILDES
¿No hay que cambiar cosas en Cuba? Sí, y no pocas, entre ellas tener una prensa capaz de no entregarle el monopolio del análisis económico a espacios que pagan sus adversarios. El primero que habla de la necesidad de «trabajar distinto» es el Presidente, quien ha insistido en integrar el sector privado al estatal, facilitarle a través de este último la importación y la exportación, y encadenarlo –junto al estatal– a la inversión extranjera, pero también ha llamado reiteradamente en los últimos meses a «enfrentar con sólidos argumentos, desde la Economía Política, la plataforma neocolonial y neoliberal que nos quieren imponer, aferrada a los mitos y fetiches construidos por el neoliberalismo».
Nadie ha renunciado a la ejecución de un grupo de medidas de amplia aceptación en la sociedad cubana, relacionadas con estrategias económicas que el
Gobierno proclamó a inicios del verano y que comenzaron en agosto con un significativo incremento salarial en el sector presupuestado, nunca previsto ni solicitado por los gurúes de la «prensa independiente», aunque se haya hecho más dificultosa su implementación en medio de la actual situación de guerra económica intensificada. Mucho menos a la estrategia de transformación contenida en los Lineamientos. «Vengo a entregar el compromiso de trabajar y exigir por el cumplimiento del programa que nos hemos dado como Gobierno y como pueblo en los Lineamientos de la política del Partido y la Revolución, a corto, mediano y largo plazos», dijo el Presidente Díaz-Canel el día en que fue electo por primera vez al frente del Gobierno y el Estado cubanos.
Para la maquinaria arriba descrita, la culpable de las actuales dificultades no es la burocracia imperial que aprieta aún más el tornillo del bloqueo sino la del Partido Comunista  de Cuba que conspira en secreto contra el Presidente. Nada mejor para responder esa opinión que las palabras del propio Miguel Díaz-Canel: «han ido escalando en el ataque a lo que nos une –el Partido– y lo que nos defiende –nuestra prensa–, descalificando continuamente a ambos y tratando de fracturar y separar lo que viene de una misma raíz y crece en un mismo tronco».
Según los agudos pensadores que difunde la Cuba Internet Task Force, creada por la Casa Blanca, la competencia por quién actúa de manera más corrupta entre Biden y Trump nunca será un problema del sistema, como tampoco lo es la imposibilidad de regular la venta de armas que mata personas todos los días en suelo estadounidense, pero que no llegue diésel a Cuba por el apretón trumpista a la guerra económica, ese sí es un problema sistémico… del socialismo.
Y no es que en Cuba no haya burocratismo y también burócratas, más preocupados por servir a sus intereses que al pueblo y a la Revolución. Ninguna obra es infalible, porque está hecha por hombres y mujeres imperfectos, pero si el Partido y el Gobierno cubanos se han sostenido en medio de tantas agresiones y calumnias, es por tener  mayoritariamente en sus filas a muchos de los mejores hijos del pueblo, que han defendido a viento y marea los intereses de los más humildes, aquellos en los que jamás han pensado ni pensarán la cubanología, sus financistas y el sistema de medios de comunicación dependientes del extranjero que los amplifica.
No se debería olvidar que en 2013 estas mismas  personas, en rol de sacerdortisas desde un virtual Delfos cubano, auguraban –eufóricas con la desestabilización que impulsó Obama en Venezuela tras la muerte de Chávez– una  «contracción de hasta el 10 % del producto bruto interno, en una recesión de dos o tres años». Seis años y medio después, a pesar del entonces inimaginable ataque económico trumpista contra La Habana y Caracas, su sabio pronóstico aún no se cumple.
¿Alguien con un mínimo de seriedad puede dudar que dentro de seis años más la Revolución cubana estará aquí, Trump será un mal recuerdo, Cuba continuará renovándose y la «opinión de Miami» seguirá diciendo que vamos mal porque no hacemos lo que ellos quieren?

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