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miércoles, 1 de enero de 2020

Cualquier tiempo pasado fue peor

SINE DIE 93
SD2
juan m ferran oliva                         DICIEMBRE 31 DE 2019


Mis memorias de Manga Larga dormitan bajo el polvo. Las sacudo para recrear parte de aquella jornada durante una Zafra del Pueblo. Creo que fue la de 1965.  En un lugar perdido de la costa norte camagüeyana estuvimos 45  días incluyendo la Cuaresma. Lo preciso porque surgió la duda de cosechar o no el Viernes Santo. Según los lugareños ese día salía sangre de las cañas. Lamentablemente éramos ateos y hubimos de ir al corte. No teníamos creyentes y si alguno había lo callaba.

El trabajo voluntario en el campo se convirtió en un ritual. Cumplimos con él como devotos revolucionarios. Era como la misa dominical para un católico, el Ramadán para un mahometano, el Sabbat para un hebreo o el despojo para un santero.

Conformábamos los Equipos de Investigaciones que agrupaban a los estudiantes de Economía en sus primeras promociones de la Universidad de La Habana. Divididos en dos grupos de varones cumplimos con el sagrado e improductivo deber de cortar caña.  No sé a qué se dedicaron en tal ocasión las féminas, posiblemente a otros trabajos voluntarios para cumplir con la liturgia al uso. Dichos Equipos fueron creados por Fidel. Y lo digo sin intenciones de culto post mortem, algo habitual en estos tiempos y, en ocasiones, traído por los pelos.

Recién llegados fuimos a un pueblo cercano, a pie. Un compañero hipocondriaco se emocionó al pasar por el puesto de socorro y entró para que le aplicaran un colirio. Mis botas me lastimaron y me vi impedido de ir al campo en los días siguientes. Me ubicaron de pinche de cocina. Nunca he pasado más allá del huevo frito pero me especialicé en ensaladas. Echaba las hierbas en un caldero junto con el aceite, el vinagre y la sal y batía. La metodología resultó. El  cocinero no quería dejarme ir. Me consideró creativo. Pero en cuanto me curé marché al corte.  Era un problema d’honore, como diría un siciliano. Valga aclarar que el trabajo en la cocina era más fatigante que el del campo.

Como buen aficionado llevé mi cámara. Tomé numerosas fotos y organicé un álbum que poco a poco fue escamoteado por los retratados. Por cierto, el responsable del grupo era Zayden Rafael, que fue fotógrafo profesional. Su amigo Héctor Gasca también lo integraba. Este último un día salió al extranjero y decidió prolongar su estancia. De vez en cuando viene a Cuba de visita y alega a sus empleadores de la mafia miamense que fue a Santo Domingo de vacaciones. No miente, se refiere al pueblo homónimo cercano a Santa Clara.

En una ocasión un compañero receptor de SINE DIE, cuyo nombre omito,  fue picado por un alacrán. Guardó cama varios días, alejado de la mocha. Según versiones apócrifas organizó una cría y los alquilaba. Calumnias, por supuesto. Es artemiseño, no fenicio.

Dormíamos en hamacas. Curiosamente todos los días una gallina desconocida ponía un huevo bajo la mía. En ocasiones tendía un poco hacia el costado y ello originó un conflicto territorial. Mi vecino era el fenecido Santiago. Apelé al ius romano alegando que me pertenecía todo lo que estaba debajo de mi, hasta el averno, o por encima, hasta el topus uranos. Terminamos alternando en el disfrute ovíparo que nos proporcionaba la gentil concubina del gallo.

En una ocasión nos visitó un jerarca de la FEU. Nos compulsó a ser más productivos y se preocupó por nuestras condiciones de vida. Continúa siendo la misma muela politiquera. El repertorio no ha cambiado. Entonces Larrinaga acuñó su patética sentencia: El tándem devora la caña y la caña devora a  los hombres. Aclaro que el dicente fue condiscípulo de Fidel en Santiago y en la Universidad habanera. Tiene más de 90 años y una vasta cultura. Es negro absoluto y el único de su raza en el plantel. Puede que  los hermanos de La Salle lo utilizaron como muestra integracionista. Pero una golondrina no hace verano.

La división social del trabajo nos reconocía macheteros sólo como convención ocasional y protocolar.  Nuestra productividad era ínfima. Si alguno hubiese destacado en tan noble empeño debería haberse decidido por ser cañero antes que economista.

Un día llegó la correspondencia. Otro compañero había pedido a su esposa un calzado adecuado. La encomienda fue cumplida pero él no la recibió con agrado y se deshizo en imprecaciones de carretero: Eran unos zapatos de dos tonos.  Este mismo personaje en una ocasión olvidó el reloj y el apetito y continuó en el corte a la hora de almuerzo, en solitario. Alarmados por su ausencia decidimos salir a buscarlo. Lo encontramos y cerca de él una yegua a la posteriormente bautizamos como Blancaherrada. Es de suponer las bromas que corrieron. No hubo tal. El aludido tenía poco sentido del humor y amenazó a quienes lo chancearan. Una vez de regreso en La Habana, algunos burlones le enviaron cariñosos telegramas firmados supuestamente por la yegüita.

Llegado el momento del ansiado retorno nos dirigimos a la estación ferroviaria de Morón. Uno de nosotros, famoso por sus crisis de ansiedad, pidió al jefe de tránsito que adelantara la salida del tren. Le costó algún trabajo pues era gago. Más tarde ingresó en un organismo cuyo nombre me reservo, por discreción. Cambió su oficio en perspectiva por el de un  James Bond tropical. Quizás todos salieron ganando.

Hubo muchas otras incidencias, por supuesto. No las evoco o no las conozco. Baste con esta muestra para nutrir nostalgias.

Algunos de los aludidos ya no existen. Si en algo los he incomodado pueden reclamármelo en la otra vida, que dicen que es mejor. A quienes aún viven les recuerdo que cualquier tiempo pasado fue peor. Ojala el próximo 2020 que empieza mañana, podamos decir lo mismo.

A TODOS FELIZ AÑO NUEVO
Fin


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