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lunes, 6 de enero de 2020

Los saberes de un innovador avileño

Por José Alemán Mesa ECONOMÍA 06 Enero 2020


“Observo a los que saben hacer”, así expone este creador avileño una de las claves de su obra diaria. Foto: Alemán

Cuando, en la Empresa de Recuperación de Materias Primas de Ciego de Ávila (ERMPCA), conocí al trabajador Carlos Rafael Martínez Sánchez, no sabía que, de aquel sencillo hombre, “nacieron” el molino de vidrio y la parte mecanizada de la planta de lavado de botellas de vino y ron, que consiste en los pequeños motores eléctricos con cepillos para quitar etiquetas.

—¿De dónde viene lo de innovador?

—Pertenezco a la Brigada de Mantenimiento de la empresa. Aquí hago de soldador, soy electricista, albañil; ¡hago una pila de cosas! Pero no, no he pasado ninguna escuela más allá del noveno grado. Estuve antes en la construcción.

"Como el estudio no me llegó tan alto, me emociono al inventar con lo que aparece y al aprender cada día un poquito más. Todo es cuestión de oficio. Lo que sé, viene de las nociones que, más o menos, he recibido de otros que he visto trabajando en estas cosas.

"Se me pidió crear el molino de vidrio y lo de quitar etiquetas, y me puse para eso. Siempre que me mandan a hacer algo trato de cumplirlo, así tenga que romperme la cabeza por ahí, buscar entre los trastos o preguntar a quienes saben más."

—¿Por qué creyeron que podías hacerlo?

—En los 15 años que llevo en la ERMPCA, siempre como obrero de mantenimiento, he hecho bastante por ella y los directores lo han visto, agradecido y reconocido.

"Incluso, periodista, le faltó mencionar la rebobinadora, con la que resolvimos los problemas con una máquina para empacar cartón que se trajo de España.

"Pensamos, primero, en rebobinar de forma manual el alambre que usa la máquina para empacar el cartón, pero se necesitaban cuatro o cinco hombres para trabajar con la manigueta. Luego decidimos ponerle un motor eléctrico, se lo pusimos y dio resultado. La responsabilidad es de un equipo, no solo mía."

—Y el molino de vidrio, ¿de dónde salió?

—Hay mucha gente por ahí que tiene un molino para triturar piedras con destino a la construcción. Fui a una de esas casas, más o menos me fijé, e hicimos entonces uno para moler vidrio.

Molino de vidrio, fruto de un hombre innovado(r)

—Pero, ¿con qué recursos?

—Con piezas recogidas del patio, dentro de la misma materia prima que llega. Entra un equipo con una pieza que se puede reutilizar y nosotros enseguida la recuperamos.

"Recuerdo que, para hacer el molino de vidrio, un día “cayó” en el patio un motor eléctrico, revisamos si servía, sirvió, y buscamos lo otro que hacía falta. El compromiso de uno es pensar en cómo reutilizar, dentro de lo que se pueda, lo que la gente y otros organismos desechan."

—¿Y el lavadero de botellas?

— Fue lo mismo. Los angulares y lo demás se recogió, igualmente, del patio. Después, con la experiencia del molino de vidrio, empezamos a meterle cabeza e hicimos el lavadero.

"El aparato está compuesto por una canoa de lavado, elaborada con las materias primas que nos llegan —cuya máquina cuenta con una capacidad de procesamiento cercana a las 20 000 botellas mensuales—. La única parte mecanizada se encuentra en los pequeños motores eléctricos con cepillos para quitar etiquetas; el resto del trabajo es manual.

Equipo con cepillos para quitar etiquetas

Ya me pidieron construir otros cepillos. Y eso es bueno, pues antes lo de quitar etiquetas había que hacerlo manual o pagar el servicio en otra empresa —Residuos Sólidos—, o vender la botella más barata, porque iba sin lavar.

Es Carlos Rafael, integrante de la Asociación Nacional de Innovadores y Racionalizadores, una persona creativa dentro de un ambiente propicio para la creatividad.

A sus 56 años se ha convertido, según él, en alguien imprescindible para la ERMPCA, pues cuando se enferma o sale de vacaciones “andan como locos porque entre a trabajar”.

Y es que destaca la disposición de Carlos para enfrentar los retos que, años atrás, eran inesperados. “Acá estoy dispuesto para lo que venga”, comenta, mientras caminamos los alrededores de su centro de trabajo.

He ahí la utilidad de los saberes, que no siempre son cuestión de títulos. Martínez Sánchez es graduado de la llamada “escuela de la vida”, donde casi todo es empirismo y voluntad; sin más libreta ni bolígrafo que su propio ingenio y la perspicaz observación.

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