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miércoles, 4 de marzo de 2020

Cuando una pandemia tropieza con el culto a la personalidad

Todo empezó cuando Trump recortó la financiación a centros de prevención de brotes epidémicos



El presidente de Estados Unidos, Donald Trump.SHAWN THEW / EFE

Pues bien, esta es la reacción del equipo de Trump y sus aliados al coronavirus, al menos por el momento: en realidad es bueno para Estados Unidos. Además, es un engaño perpetrado por los medios de comunicación y los demócratas. Encima, no es para tanto, y los ciudadanos deberían comprar acciones. En cualquier caso, lo tendremos todo bajo control con el liderazgo de un hombre que no cree en la ciencia.

Desde el día en que Donald Trump salió elegido, a algunos nos preocupó cómo afrontaría su Gobierno una crisis no causada por él mismo. Extrañamente, llevamos tres años sin descubrirlo: hasta ahora, todos los problemas graves que ha encarado el Gobierno de Trump, desde las guerras comerciales hasta el enfrentamiento con Irán, se los ha buscado el propio Gobierno. Pero parece que el coronavirus podría convertirse en la prueba que temíamos.

La historia de la respuesta de Trump a la pandemia comenzó de hecho hace varios años. Prácticamente en cuanto asumió el cargo, empezó a recortar la financiación a los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés), lo cual llevó a su vez a este organismo a recortar en un 80% los recursos que dedica a los brotes epidémicos mundiales. Trump también cerró por completo el departamento del Consejo de Seguridad Nacional dedicado a la seguridad sanitaria mundial.

Los expertos advirtieron de que estas medidas exponían a Estados Unidos a graves riesgos. “Daremos vía libre a los microbios”, declaraba, hace más de dos años, Tom Frieden, un exdirector muy admirado de los CDC. Pero el Gobierno de Trump tiene una idea preconcebida sobre la procedencia de las amenazas contra la seguridad nacional —básicamente, esa horrible gente de piel oscura— y es hostil a la ciencia en general. De modo que hemos entrado en la crisis actual con una situación ya de por sí debilitada.

Y los microbios han llegado.

La primera reacción de los trumpistas fue considerar el coronavirus como un problema chino, y también que lo que es malo para China es bueno para nosotros. Wilbur Ross, secretario de Comercio, lo festejó como un acontecimiento que “acelerará la vuelta de puestos de trabajo a Norteamérica”. La historia cambió al quedar claro que el virus se estaba extendiendo mucho más allá de China. En aquel momento se convirtió en un engaño perpetrado por los medios de comunicación. Rush Limbaugh opinaba: “Parece que el coronavirus está siendo utilizado como arma para derrocar a Donald Trump. Pues bien, voy a contaros la verdad sobre el coronavirus… El coronavirus es un resfriado común, amigos”.

Posiblemente no les sorprenda oír que Limbaugh estaba extrapolando. Allá por 2014, los políticos y los medios de derechas intentaron efectivamente utilizar como arma política un brote epidémico, el virus del Ébola, y el propio Trump escribió más de 100 tuits denunciando la respuesta del Gobierno de Obama (que fue de hecho competente y eficaz).

Y por si se lo están preguntando, no, el coronavirus no es como el resfriado común. De hecho, los primeros indicios apuntan a que puede ser tan mortal como la gripe española de 1918, que llegó a matar a 50 millones de personas.

Evidentemente, los mercados financieros no están de acuerdo en que el virus sea un engaño; el jueves por la tarde, el Dow Jones ya había perdido 3.000 puntos respecto a la semana anterior. La caída de los mercados parece preocupar más al Gobierno que la perspectiva, ya saben, de que mueran personas. De modo que Larry Kudlow, jefe de economistas del Gobierno, se esforzó en declarar que el virus estaba “contenido” —contradiciendo a los CDC— e insinuó que los estadounidenses compraran acciones. La Bolsa siguió cayendo.

Llegados a ese punto, parece que el Gobierno por fin se dio cuenta de que a lo mejor necesitaba hacer algo aparte de insistir en que todo iba fenomenal. Pero según Greg Sargent y Paul Waldman, de The Washing­ton Post, inicialmente propuso pagar la respuesta al virus recortando la ayuda a los pobres; concretamente, las subvenciones para calefacción a personas de bajos ingresos. Crueldad donde la haya.

El miércoles, Trump celebró una rueda de prensa sobre el virus, buena parte de la cual la dedicó a lanzar pullas incoherentes contra los demócratas y los medios de comunicación. Sí anunció, no obstante, quién lideraría la respuesta del Gobierno a la amenaza. Y en lugar de poner al mando a un profesional sanitario, le ha dado el trabajo al vicepresidente Mike Pence, que mantiene una interesante relación con la política sanitaria y la ciencia.

Al comienzo de su carrera política, Pence mantenía una peculiar postura en materia de salud pública y afirmaba que fumar no mata. También ha insistido una y otra vez en que la evolución no es más que una teoría. Como gobernador de Indiana, bloqueó un programa de intercambio de agujas que podría haber prevenido un importante brote de VIH y en su lugar recomendó la oración. Y ahora, según The New York Times, los científicos de la Administración pública tendrán que pedir permiso a Pence para hacer declaraciones sobre el coronavirus. De modo que la respuesta de Trump a la crisis gira por completo en torno a sí mismo, está enteramente centrada en dar una buena impresión del presidente, no en proteger a Estados Unidos. Si los hechos no dejan en buen lugar a Trump, él y sus aliados atacan a los mensajeros, y echan la culpa a los medios de comunicación y a los demócratas, al tiempo que impiden que los científicos nos mantengan informados. Y a la hora de escoger a personas para abordar una crisis real, Trump valora más la lealtad que la aptitud. A lo mejor Trump —y Estados Unidos— tiene suerte y esto no acaba siendo tan malo como podría. Pero si alguien siente confianza ahora mismo es que no está prestando atención.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times, 2020. Traducción de News Clips.

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