Otras Paginas WEB

martes, 10 de marzo de 2020

Sector no estatal socialista


Por Jorge Gómez Barata

El éxito de la Revolución Cubana se explica, entre otras cosas, por la audacia, la creatividad y la capacidad de innovación, atributos ahora en merma, tal vez porque se confunde la continuidad con la inflexibilidad.

Cuando el presidente Miguel Díaz-Canel asume la continuidad como estrategia, se refiere al socialismo como destino final del proceso y no al escabroso camino para llegar allí, que inevitablemente pasa por maniobras de amplio espectro, incluidas innovaciones, rectificaciones, incluso retrocesos tácticos, algunos inaplazables.

En 1952 ante el golpe de estado del 10 de marzo, Fidel Castro promovió una innovación estratégica trascendental al proclamar: “El Momento no es político, sino revolucionario” y consecuente con la observación, adoptó la lucha armada como método. Muestra de creatividad fue el programa de la Revolución, conocido como la Historia absolverá.

Con inaudita audacia, en la coyuntura creada por la agresividad del imperialismo norteamericano, la Revolución entregó armas al pueblo y con determinación estableció una firme y duradera alianza económica y político-militar con la Unión Soviética, que respaldó la definición del carácter socialista del proceso y asumió como objetivo histórico la construcción del socialismo.

La reforma agraria, la nacionalización de la totalidad de las empresas, haciendas, bancos, instituciones culturales, medios de difusión y servicios públicos en manos privadas de nacionales y extranjeras, fueron los ejes de la reconversión de la economía nacional que condujo a la formación de un desmesurado sector público, proceso en el cual desaparecieron las pequeñas y medianas empresas y prácticamente se excluyó el trabajo individual por cuenta propia.

Unido a ello fue necesario un extraordinario esfuerzo para erradicar el anticomunismo latente, entronizar, difundir y convertir en dominantes las ideas socialistas, el antiimperialismo y el marxismo-leninismo, así como diseñar las correspondientes nociones ideológicas, y las políticas culturales correspondientes, reorientar la actividad científica y erradicar el deporte profesional. A los esfuerzos se sumaron avanzadas, costosas y complejas políticas sociales cuya implementación y financiamiento implicó enormes sacrificios, entre ellos el consumo y el ahorro.

Cada una de aquellas acciones y todas en su conjunto, realizada por bisoños e inexpertos líderes, dirigentes y funcionarios que con enormes carencias y sin preparación específica, se hicieron cargo de ministerios, empresas, universidad y hospitales, misiones diplomáticas, formaciones militares, desempeñando sus funciones bajo tensiones, urgencias, apremios, incluso peligros que dieron lugar a una época en la cual las batallas económicas y sociales, científicas, culturales e incluso militares se ganaron con audacias e imaginación.

Entonces la herejía era más virtud que defecto.

Debido a la crisis generada por el colapso del socialismo real, se aplicaron iniciativas para reintroducir actores que por error fueron excluidos del modelo económico, y se dieron pasos para ampliar las posibilidades para el trabajo por cuenta propia y la expansión del sector no estatal por medio del fomento de cooperativas, así como de pequeñas y medianas empresas privadas.

Aunque aprobado por las máximas instancias gubernamentales y partidistas, ese proceso discurre con extremada lentitud, según se sabe por falta de consenso y por la presunción de que el éxito del sector no estatal, que se da por sentado, derive hacia la entronización de fórmulas capitalistas. Los esfuerzos por evitar la creación de riquezas recuerdan el acto de quien con el agua sucia bota la criatura.

Debido a que no conviene, ni hay manera de impedir la expansión del sector no estatal de la economía, al Estado sólo le queda aliarse con el mismo, no sólo tolerándolo, sino apoyándolo y conduciéndolo.

En ese terreno el desafío no reta a los dirigentes económicos que prácticamente sólo deben dar paso al costado, sino a los operadores políticos y los rectores de la ideología, principalmente que deberán encontrar los modos de desarrollar un sector no estatal socialista. Es difícil, pero puede hacerse. Los temores de alguno deberían pesar tanto como la esperanza de otros. Salvar la Revolución es tan importante como hacerla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario