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sábado, 13 de junio de 2020

Reflexiones sobre Socialismo desde una visión nuestroamericana

 

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No hay dudas de que el llamado «socialismo real» del siglo XX este europeo, quedó atrás y para siempre; pero, no olvidemos que aquel «socialismo» no fue —ciertamente— real, porque no fue un socialismo autóctono, fundado en las realidades de su tiempo y de los pueblos en los que prevaleció... pero, tampoco hay dudas de que la humanidad debe seguir avanzando hasta hacer triunfar el genuino y auténtico socialismo.  Bien conocemos la práctica histórica que tuvo lugar tras la muerte de Lenin, y a partir de Stalin, cuando se impuso un materialismo vulgar y ramplón, que paralizó el enriquecimiento y actualización de las ideas de Marx y Engels en la práctica política del siglo XX. Ello requería hacia el futuro, como sí hizo Mariátegui desde su visión indoamericana, un estudio del papel de la cultura desde el punto de vista del materialismo histórico.
Por su parte Fidel y el Che, desde los años iniciales de la Revolución Cubana, nos hablaron de la importancia del factor subjetivo en la historia, asimismo, subrayaron su influencia en el estancamiento y los retrocesos históricos. No se debe olvidar que se puede hacer una larga relación de hechos que muestran en la práctica cómo la subjetividad influye positiva o negativamente en la historia. Desde luego, que el factor subjetivo ejerció una influencia decisiva en el trágico desenlace del llamado «socialismo real» que, por serlo de manera tan simplista, perdió toda realidad. La lección esencial que se puede extraer de esta historia está en el entretejido humano, en la cultura, que es donde se manifiesta la subjetividad humana. En los llamados países socialistas de Europa Oriental y hasta en la URSS, no se pusieron en práctica las enseñanzas de Engels, quien expresó críticamente que tanto él como Marx, al resaltar el contenido económico como determinante, habían olvidado rectificar que lo económico era determinante pero solo en última instancia y, por tanto, acerca del proceso de génesis de las ideas, dijo textualmente:
«Falta, además, un solo punto, en el que, por lo general, ni Marx ni yo hemos hecho bastante hincapié en nuestros escritos, por lo que la culpa nos corresponde a todos por igual. En lo que nosotros más insistíamos —y no podíamos por menos de hacerlo así— era en derivar de los hechos económicos básicos las ideas políticas, jurídicas, etc., y los actos condicionados por ellas. Y al proceder de esta manera, el contenido nos hacía olvidar la forma, es decir, el proceso de génesis de estas ideas, etc. Con ello proporcionamos a nuestros adversarios un buen pretexto para sus errores y tergiversaciones».1
La Revolución cubana está cimentada en la tradición histórica nacional y con una proyección de alcance latinoamericano, caribeño y universal. En este auténtico proceso transformador tuvieron vigencia las estratégicas tesis tercermundistas de Fidel y el Che y estas significaron, a partir de entonces, un intento por cambiar el mundo bipolar desde el verdadero Socialismo. Es por ello que la propuesta cubana, representó —definitivamente— para los revolucionarios del siglo XX, superar desde posiciones de izquierda y no de derecha, la bipolaridad que ya estaba establecida, tal y como ocurrió más tarde, a partir de los años 80 del pasado siglo.
El examen de algunos de los más importantes acontecimientos de la década de los años 60 del siglo XX muestra que, con independencia de sus diversos matices políticos, estos se caracterizan por la necesidad de superar el mundo bipolar: el triunfo de la Revolución Cubana en 1959; la Crisis de Octubre de 1962; la trágica escisión del movimiento comunista internacional que desencadenó la ruptura entre China y la URSS; el desplome del sistema colonial en Asia y África; el surgimiento y desarrollo de la guerra de liberación de Vietnam; la guerra de liberación de Angola; el nacimiento y auge del Movimiento de Países No Alineados; el crecimiento de los movimientos de liberación en América Latina; el movimiento revolucionario sandinista; los movimientos militares progresistas de América Latina, en especial en el Perú y Panamá; el Mayo francés; la crisis checoslovaca y, previamente, las situaciones creadas en Hungría y Polonia.
Se acusó a quienes deseaban cambiar el mundo bipolar desde el Socialismo —como lo hicieron Fidel y el Che en América Latina— de violar las leyes económicas. En realidad, los que no las tuvieron en cuenta fueron quienes ignoraron el desarrollo de las fuerzas productivas y el progreso científico que llevaba a rebasar la bipolaridad. El curso posterior de los acontecimientos vino a subrayar dramáticamente que, por el contrario, los que desconocieron esas leyes económicas o trataron de acomodarlas a su posición conservadora fueron —precisamente— los que, con las supuestas banderas del Socialismo, rechazaron las tesis revolucionarias cubanas. La singular enseñanza de la Revolución Cubana hasta la actualidad, consiste: en haber planteado y enriquecido la estrecha relación que debe existir entre la política revolucionaria, la subjetividad y la cultura —precisamente—, en ello está la singularidad de Martí y de Fidel.
En Cuba, tuvimos la inmensa suerte de contar con la sabiduría del más grande político revolucionario e intelectual del siglo XIX: José Martí. La radicalidad del pensamiento revolucionario del Apóstol cubano fue hija de una inconmensurable cultura y de un intenso y consecuente humanismo en el tratamiento a los hombres y los pueblos, incluso de las metrópolis opresoras: España y Estados Unidos. Sobre este fundamento, Martí hizo una contribución singular al convocar a una «guerra necesaria, humanitaria y breve» contra el dominio español y, a la vez, no generar odio contra los que se oponían a ese propósito.
Este aporte martiano debiera estudiarse en el mundo, por aquellos que lanzan calumnias contra quienes aspiran a transformaciones radicales. No olvidemos que promover la cooperación entre los seres humanos y garantizar su plena libertad y dignidad es una forma de ser consecuentemente radical y armonioso. De igual modo, en Cuba se entendió la idea marxista sobre la violencia, en la forma en que la concibió José Martí y la mejor tradición revolucionaria de nuestro país, porque los cubanos superamos radicalmente la idea del «divide y vencerás» y establecimos el principio de unir para vencer; claro que se trata de una política mucho más radical y consecuente que la que enarbolan los extremistas.
Se debe subrayar que en las actuales y futuras circunstancias históricas, para llevar a cabo una legítima y genuina práctica política socialista, no se deberá olvidar jamás la experiencia vivida y, asimismo, se requiere contar no solo con cultura e información, sino también con sabiduría y clara comprensión del papel de los factores subjetivos en la historia de las civilizaciones.
Quienes sienten la necesidad de la justicia humana y para lograrla han de luchar por ello, han de reconocer no solo —como subrayó Martí— que Marx merece honor porque se puso del lado de los débiles, sino que han de tomar, cada vez más, conciencia de los aportes a las ideas y a la historia de estos gigantes del pensamiento y, asimismo, han de considerar que el propio Marx y Federico Engels constituyen la expresión más elevada del pensamiento social y filosófico de Europa en el siglo XIX, que aún tanto nos tiene que decir para enriquecerlo desde nuestra genuina práctica política en Latinoamérica.
1 Carlos Marx y Federico Engels, Obras escogidas, Editorial Progreso, Moscú, T.3, p. 523.

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