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miércoles, 1 de julio de 2020

Bajo la punta del iceberg

Tener tierras sin cultivar cuando no hay suficientes alimentos, no es un problema surgido con la COVID-19, llevamos arrastrándolo muchos años.




Los estertores del mercado concentrador “El trigal”, fueron a la vez los dolores de parto del relanzamiento de la empresa estatal Acopio, una especie de Ave Fénix que ha sido el intento de solución recurrente del MINAGRI (Ministerio de la Agricultura), o de quien dirige la agricultura en Cuba, a los problemas de la comercialización (contratación, beneficio y distribución) de los productos agrícolas desde que mi amigo Goyo y yo, hace muchísimo tiempo, nos dedicáramos a “robar mangos” en la Finca de Morejón, famosa por aquella época en mi pueblo. Lo hacíamos menos para comer y mucho más por la aventura. Acopio nos acompaña para nuestro bien o para mal desde aquella época remota.

Parto de la presunción de que todas y todos, los trabajadores de Acopio son buenas personas, conscientes de su trabajo e imbuidos del valor social del mismo y lo hago extensivo a todas y todos los trabajadores de la agricultura, incluyendo al Ministerio. No es un problema de mujeres y hombres, aunque los involucre. Es un problema de conceptos.

Acopio ha sido la fórmula, el mecanismo, la organización que se ha dado el MINAGRI y los decisores para “garantizar”, entre otras cosas, control sobre la producción y los productores, sobre la distribución y los consumidores y porque quizás no encuentran una alternativa mejor. Acopio es el monopolio de la contratación, del acopio y distribución de los productos agropecuarios a lo largo, ancho y profundo del país.

Tiene en su haber infinidad de artículos en periódicos nacionales y provinciales, una buena parte de ellos poniendo de manifiesto su dificultad para “servir” bien a sus clientes, ya sea, porque deja “colgados” a los campesinos y los productos se pudren en el campo, o porque luego de recoger sus productos los deja en los camiones por días (recuerdo aquel reportaje de hace muchos años de los plátanos echados a perder por toneladas) o porque paga precios al productor que nada tienen que ver con los costos de producción en una época en que un jornalero que trabaja media sesión puede cobrar más de cincuenta pesos diarios, más el almuerzo, más una jaba de productos a la semana. O porque sencillamente demora el pago al campesino, quien no recibe tampoco compensación por esa demora. Acopio hoy es una OSDE (Organización Superior de Dirección Empresarial), un grupo empresarial subordinado al Consejo de Ministros y “atendido” por el Ministerio de la Agricultura. Pero Acopio es solo la punta del iceberg.

Una serie de tres artículos bajo el título: ¿Producir todos los alimentos que necesitamos con la misma economía, con las mismas estructuras y haciendo lo mismo? publicados los días 18, 22 y 26 de junio, de la autoría de dos colegas, nos ponen a pensar en los que hay debajo de la superficie. Claro que quizás lo que más avivó nuestras neuronas fue la mesa redonda donde comparecieron tres de las organizaciones protagonistas en la producción de alimentos en Cuba: MINAGRI, AZCUBA y el MINAL. Luego vendría un reportaje esperanzador sobre la reunión de los más altos dirigentes del país con los compañeros que trabajan /dirigen los centros de investigación asociados a la producción de alimentos.


Foto: Roby Gallego
Buscando debajo del iceberg

Es cierto que nos apura que se llenen las tarimas, pero es conveniente entender lo esencial: la economía política de la agricultura en Cuba, la relación entre los que participan en el entramado que es la producción agropecuaria e industrial de alimentos en Cuba. El Estado (representando al dueño, que es el pueblo) usufructúa a través de sus empresas la mayor cantidad de tierra en Cuba, y aun tiene sin cultivar una buena parte de ellas, cultiva con niveles de productividad muy bajos otra parte, prioriza en la asignación de recursos a sus empresas y produce una parte minoritaria de los alimentos. Los campesinos privados que, con una parte minoritaria de la tierra, soportando precios de compra de sus productos que muchas veces no compensan los costos, produce la parte mayoritaria de los alimentos. ¿Queremos acaso mayor contradicción que esta? Quien maneja y, de hecho, posee la mayor cantidad de tierras es quien menos la hace producir y quien menos rendimiento obtiene y además mantiene una buena cantidad de ella sin cultivar y demora la entrega de tierra a quien quiere y necesita trabajarla. Tampoco hay una política pública adecuada que incentive a aquellos que ya la recibieron y ocupan unos dos millones de hectáreas, muchas veces sin los recursos que necesitan. 


Si calculamos diez hectáreas por persona de las solicitudes que faltan por procesar serían 102 150 hectáreas de tierra que ahora no producen nada. ¡Cuánto producto dejado de producir en un año! Pongámosle números:


¡Tener tierras sin cultivar cuando no hay suficientes alimentos! No es un problema surgido con la COVID-19, llevamos arrastrándolo muchos años. Multipliquemos esas cantidades de productos no producidos por los últimos cinco años. En 1959, en apenas unos meses se entregaron miles y miles de hectáreas de tierra a más de 100 000 campesinos.

En 2018 Cuba importó 812 333 toneladas de maíz, con un costo de 273 247 000 dólares; 496 120 toneladas de arroz y pagó 198 843 000 dólares y 329 529 toneladas de torta de soya gastando en ello 152 385 000 dólares. También se puede sacar la cuenta de cuanto se hubiera podido ahorrar en cualquiera de esos productos, digamos maíz, si las hectáreas solicitadas y aún no entregadas hubiesen sido cultivadas. Entonces se habrían importado solo 568 194 toneladas de maíz y se habría podido ahorrar 191 125 000 dólares ¡solo en un año! Tener tierras ociosas no es para reír.

Las estructuras que tienen que ver con la producción de alimentos en Cuba y que, en mi opinión no es únicamente el MINAGRI1, concentran y centralizan la comercialización de los productos en un monopolio estatal, centralizan y monopolizan también la comercialización de los insumos, administran los precios, muchas veces divorciados de los costos, demoran la entrega de tierras no cultivadas, han convertido a las cooperativas de crédito y servicios en intermediarios, intermedia con empresas de poca eficiencia y también monopólicas entre los productores y los mercados externos y no logran cambiar radicalmente esa situación, manteniendo estructuras que reproducen modos de hacer arcaicos y divorciados de la realidad.

Esas estructuras, además, disponen de uno de los más poderosos sistemas de ciencia y tecnología con propósito agropecuarios de América Latina, de la fuerza de trabajo mejor calificada probablemente de la región, capaz de colocar sistemas de producción, tecnologías y servicios en otros países del mundo que lamentablemente no son aprovechadas plenamente en el nuestro. No es por falta de ciencia y de investigadores que seguimos empantanados intentando producir alimentos.

Vayamos por pasos; quitemos los burós de encima de los campesinos, entreguémosle toda la tierra que necesiten, apalanquémoslos con créditos blandos, dejémosles usar su sabiduría, ganada día a día en el surco. Juntémoslos con los científicos, permitamos que se acerquen a los consumidores finales, cubanos y extranjeros, mejoremos y actualicemos los incentivos. Hagamos menos dependientes a los territorios, impulsemos la creación de cadenas cortas de suministros y promovamos alianzas entre el sector público y el sector privado que reduzcan los costos de transacción de esos procesos.


Foto: Roby Gallego

En nuestro país hubo una Revolución que empezó por la agricultura, que se fajó con los americanos por haber nacionalizado la tierra, que le entregó parte de la tierra a los campesinos, que les enseñó a leer y escribir y posibilitó que sus hijos e hijas fueran médicos e ingenieros, que les permitió acceder a hospitales y para aquella época modernizó el campo cubano, llegando a tener más tractores por hectárea que muchos países de Europa, que ha formado miles de ingenieros en especialidades agropecuarias. Utilicemos las fortalezas no le pongamos más obstáculos.

***

A finales de 1987, mi hijo tenía pocos meses de nacido, yo montaba mi bicicleta china, una Flying Pigeon a prueba de sacos y me iba hasta el casi cercano poblado de Alquízar (a más de 25 km de mi pueblo) y sus fincas colindantes a buscar malanga para la criatura. En el recorrido me acompañaba la idea de que cuando nacieran los hijos de él (mis nietos), mi hijo no tendría ya que hacer ese trayecto. Camila, su hija, nació hace una semana, el detalle es que parece que la malanga sigue arisca, pero también que cuesta trabajo encontrarla, incluso en Alquízar, que ya no tengo bicicleta y que ha transcurrido la friolera de 32 años. Ah, y está más cara también.

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1 Tampoco aquí es un problema de los hombres y las mujeres que trabajan en esta organización

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