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miércoles, 8 de julio de 2020

Crisis sistémica, pandemia y resiliencia: prospectiva e ¿ingenuidad?

Coincidimos todos, o casi todos, en que el futuro nos depara otro mundo, muy diferente al que hemos conocido hasta ahora


7 de julio de 2020 23:07:37

Lamentablemente, habitamos un mundo que pone en duda la globalización, pero no el hiperconsumismo en su parte «rica» y el subconsumo en su parte «pobre». Foto: Martirena

No existen diferencias esenciales en la visualización del mundo en que vivimos entre los que nos dedicamos hoy al prospectivismo, es decir, entre los que a partir del estudio de las macrotendencias y tendencias principales percibidas y manifiestas tratamos de anticipar, de prever, para crear futuro. Coincidimos todos, o casi todos, en que el futuro nos depara otro mundo, muy diferente al que hemos conocido hasta ahora y que el que se nos viene se caracteriza, desde ya, por la incertidumbre y la aporía, tanta, que nos deja sin certeza de si será mejor o peor, por muy difícil que resulte a la mayoría de la humanidad concebir uno peor al que ha vivido.

Por supuesto, no todo son coincidencias por paradójicas que ellas resulten, y terminan cuando de determinar las causas de la crisis actual y aun de su evolución se trata. De cómo se concibe el carácter necesario (o no) de estas leyes (tendencias) depende –y a la vez condiciona– su interpretación, su conceptualización y, consiguientemente, la capacidad de diseñar el futuro y hasta la posibilidad de crearlo.

¿Y cuál es el presente y el futuro que prevemos todos, o casi todos, para el muy corto plazo en un mundo que ya desde antes del inicio de la pandemia se estremecía por las exigencias de los pueblos para el cambio del «orden» establecido?

Un mundo:
  • sumido en el caos por el fracaso a escala global del capitalismo egoísta y depredador (que todavía se sigue identificando con el neoliberalismo) y de una mayoría de estados funcionales a ese capitalismo y, por tanto, incapaz de enfrentar la crisis que desde 2018-19 se anunciaba, y una pandemia que la ciencia ya desde mucho antes preveía.
  • en el que el cambio climático producido por el calentamiento global transforma aceleradamente nuestro hábitat sin que los responsables de evitarlo encuentren cómo revertirlo.
  • en el que es imposible determinar cuánto durará la actual crisis cíclica, ni la forma que tendrá la recuperación, si en forma de v, en forma de u, o en forma de w.
  • en el que coincide una crisis de oferta, consecuencia de la paralización de la producción, con una crisis de demanda, consecuencia de esa misma paralización, que genera desempleo.
  • en el que para evitar disturbios (y generar demanda) los estados nacionales inyectan dinero a la circulación, lo que solo se puede hacer aumentando la deuda soberana que enturbia el papel de las finanzas y hace imposible gestionar la multibillonaria deuda que se sigue incrementando sin que nadie sepa con qué se pagará, cómo se pagará, ni cuándo ni quiénes la pagarán.
  • en el que no hay siquiera consenso respecto al efecto de las referidas inyecciones de dinero sobre la circulación monetaria.
  • en el que nadie puede calcular cómo y cuándo pagarán sus deudas, incluidas las comerciales y las incrementadas por la crisis, los países («pobres», «subdesarrollados», «menos adelantados») que las contraen en monedas que no son las que emiten.
  • en el que se siguen manteniendo irracionales gastos militares y al propio tiempo, se pretende relocalizar la industria, reindustrializar, alcanzar la soberanía farmacéutica, sanitaria, alimentaria… y construir muros.
  • que pone en duda la globalización, pero no el hiperconsumismo en su parte «rica» y el subconsumo en su parte «pobre».
  • en el que no se puede calcular con precisión la magnitud del desempleo, que a escala global la crisis ya ha provocado y seguirá provocando.
  • en el que tampoco se puede calcular cuánto empleo precario generará la crisis, cómo esto incidirá sobre el desarrollo de «la internet de las cosas» y cómo sobre la robotización.
  • en el que siguen «funcionando» inoperantes instituciones como el fmi, el bm, la omc y aun grupos como el g7 y el g20.
  • en el que sigue existiendo, gracias a (o a pesar de) la crisis, la insolidaridad de los milmillonarios (¿el 1 %, el 0,1 %, el 0,01 %...?) que siguen aumentando sus fortunas en cientos de miles de millones cada mes.
  • en el que las «hambrunas» se hacen inminentes.
  • en el que el manejo del «big data» y la geolocalización se convierte en amenaza para las libertades del individuo y en general para la democracia.
  • que permite que un país adopte medidas genocidas contra otros, incluso en periodo de pandemia.
  • en el que se hace evidente la pérdida de liderazgo de ee. uu. a la vez que la afirmación del papel de China.
  • en el que se incrementan las tensiones por el liderazgo y la batalla por influencias entre ee. uu. y China-Rusia.
Y también en el que se debate si:

  • los estados nacionales continuarán siendo garantes del funcionamiento del «libre mercado» y continuarán garantizando a ultranza la obtención de las ganancias de los capitalistas… o serán garantes del bienestar, la salud y la seguridad de todos sus ciudadanos.
  • prevalecerán los populismos de derecha, guiados por los supremacismos y el afán de lucro de los Trump, Netanyahu, Bolsonaro, Orban y Salvini, que promueven el odio y la desconfianza en la ciencia, la medicina, los médicos y hasta hacia la oms, igual que desde antes lo hacían con el calentamiento global y el cambio climático… o habrá un mundo con más globalización solidaria, consciente de que ningún país será seguro mientras uno no lo sea.
  • seguirá imperando la globalización desmedida, donde alrededor del 50 % de las exportaciones mundiales constituyen simples transacciones para completar las cadenas de producción global… o se instaurará una globalización racional que garantice en países y regiones la producción de bienes esenciales.
  • imperarán el egoísmo y el aislacionismo de unos, los más poderosos… o la solidaridad, el multilateralismo y la vigencia de organizaciones como unas Naciones Unidas reformadas para beneficio de todos y con la conciencia de que los problemas globales (ambientales, sanitarios, terrorismo, seguridad…) solo pueden ser resueltos globalmente, por todos los países.
El referido es el mundo en que nos encontramos, al que, para completar su impacto sobre Cuba, debe añadirse el bloqueo que durante casi 60 años ha causado cientos de miles de millones de dólares de pérdidas materiales e inconmensurables daños espirituales a su pueblo, agravados por el recrudecimiento durante la inmoral y perversa administración Trump.

Llegados aquí, se hace necesaria un breve referencia a una de las «lecciones» que, sorprendiendo a muchos, ha dejado la pandemia: el economista jefe del fmi, Gita Gopinathen, en un reciente informe de perspectivas reconoció que «El paisaje económico se verá alterado (…) con una mayor implicación de los Gobiernos y bancos centrales en la economía»; otros expertos, como Julius Baer, también han hecho referencias a que: «Los gobiernos no tienen alternativa: tienen que intervenir de forma masiva no solo en los mercados, sino en toda la economía real para evitar un desastre similar al de la Gran Depresión de los años 30».

De manera que las medidas que inicialmente fueron denominadas poco ortodoxas, han dominado la doxa y ratificado la episteme de la necesidad de la intervención estatal en la economía (mucho más eficiente cuando es sujeta a plan, planificada), por mucho que moleste a nuestros enemigos y adversarios, estén ellos donde estén.

Lo hasta aquí reseñado hace evidente la legitimidad y necesidad de las medidas adoptadas por nuestro Gobierno, encaminadas no solo a acoplarnos al mundo en cambio, sino que principalmente a aprovechar nuestras fortalezas, entre las que se incluyen, además de la prioridad del Estado y la planificación sobre el mercado, a contrario sensu de la doxa predominante en el entorno empresarial del mundo antes de la pandemia, la de la propiedad social sobre la privada y nuestra capacidad de resiliencia desarrollada en el enfrentamiento al bloqueo.

Como más significativas para quien esto escribe se encuentran: implementar –todo lo que sea posible y a la mayor brevedad que la realidad permita– lo ya aprobado en los documentos programáticos del Modelo Económico y Social y el Plan de Desarrollo Económico y Social hasta 2030; incrementar nuestras exportaciones, fundamentalmente aquellas con elevado componente tecnológico, incluyendo los servicios; disminuir las importaciones sustituyéndolas dondequiera que sea racionalmente posible (el cálculo de la racionalidad dependerá de la posibilidad de realizar las modificaciones monetarias y cambiarias previstas), en particular incrementando la producción de alimentos y disminuyendo el gasto de combustibles fósiles; incrementar las producciones locales, en especial para la construcción de viviendas, y emplear los escasos recursos disponibles o negociables allí donde garanticen su más rápido retorno.

Antes de terminar, una breve referencia a la ingenuidad anunciada en el título. Mientras consultaba materiales para este y otros trabajos relacionados, y cuando incluso era ya inminente la actual crisis que ha generado la covid-19 en el mundo, comenzaron a aparecer en las redes «sabios» dedicados a analizar la inminente crisis económica… en Cuba. Primero los consideré ingenuos por su incapacidad para ver lo inminente de la globalidad de la crisis, pero no tardé en desechar la idea de la ingenuidad; era demasiada la coincidencia con el corifeo que desde lejos declaraba la inminente crisis motivada por el «continuismo» en nuestro país y hasta la rara coincidencia con la cartilla de lo que ha sido bautizado como «golpe blando» dirigido por el imperio contra Cuba. Estas reflexiones, entonces, no van dirigidas a ellos, las dirijo a los que «aman y fundan».

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