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lunes, 27 de julio de 2020

OBSESIÓN LATINOAMERICANA

Por Jorge Gómez Barata

No existe ningún país latinoamericano cuya soberanía no haya sido quebrantada por alguna de las potencias imperialistas o por algún vecino. México perdió inmensos territorios, Bolivia la salida al mar, Puerto Rico la identidad, Cuba fue convertida en factoría, República Dominicana y Panamá resultaron humilladas y a Guatemala se le privó de su mejor oportunidad histórica. La relatoría sería extensa y dolorosa.

Ello explica porque la defensa de la soberanía que, en América Latina, dio lugar a manifestaciones ideológicas avanzadas, incluso revolucionarias, se ha convertido en una evidencia del atraso político de la región que, prisionera de estructuras y conceptos arcaicos, no logra la concertación política necesaria para avanzar hacia la integración económica y política continental en lo cual influye
decisivamente la miopía política de los Estados Unidos.

Soberanía nacional, monetaria, alimentaria, nutricional, energética, y otras, son manifestaciones, de una parte, de la confrontación con el imperialismo estadounidense que obliga a países con visiones alternativas a subrayar el derecho al ejercicio de tales prerrogativas, a lo cual se suma el localismo y la mentalidad aldeana, refractaria a la globalización que prevalece en la región.

La Unión Europa, integrada por 27 países es el más avanzado, exitoso y consolidado esquema de integración económica y política, suficientemente madura y con la plasticidad como para constituir una unión estatal, capaz de obviar lamentables antecedentes históricos como los gestados alrededor de Alemania y de su papel en las dos guerras mundiales, desencuentros circunstanciales emanados de las posiciones de los respectivos gobiernos y eventos como el Brexit.

Bajo la bandera de la Unión Europea cohabitan países ricos y otros que no lo son, administraciones de izquierda, centro y derecha, así como líderes con tan poca empatía como Angela Merkel y Silvio Berlusconi. Al interior de la entidad se reproducen las contradicciones y las pugnas derivadas de la pluralidad de partidos y otras tensiones propias de cada país.

El bloque, sus estructuras económicas y comerciales, la unidad monetaria, las políticas comunes y la libre circulación de las personas, los bienes y los capitales y las instituciones legislativas y jurídicas supranacionales que comienzan a configurar la nacionalidad y la ciudadanía europea, no solo resisten todos, sino que, al integrarse al mundo global, contribuyen a la toma de conciencia, atraen a otros países y ayudan a consolidar su experiencia como solución.

En la medida en que, como en algunos momentos, estuvo a punto de ocurrir, Rusia, Turquía y Ucrania se sumen al bloque e ingresen Islandia, Noruega, Suiza y Liechtenstein la cohesión del continente no solo será ejemplar sino sumamente eficaz.

No obstante, aunque atenuada por los avances intraeuropeos, la idea de la soberanía se reivindica en las relaciones con Estados Unidos cuya ambigüedad política, que en ocasiones celebra y en otras impugna el europeísmo, probablemente las tensiones nunca alcancen un rango que indique peligro de colisión. Europa ha asimilado y neutralizado el “desafío americano”.

América Latina está muy lejos de la cohesión que explica los avances europeos. La OEA, nacida del panamericanismo que pudo ser un catalizador, es un triste referente de las incapacidades americanas, mientras esfuerzos como el MERCOSUR, que 30 años después de fundado está más atrás que el primer día y avances recientes como UNASUR, CELAC, ALBA, PETROCARIBE, alcanzados por una izquierda que, en materia de integración y otros asuntos, intentó correr antes que caminar, se han debilitado, existen de modo precario o están en trance de desaparecer.

En cualquier caso, la reflexión vale para apuntar que la integración latinoamericana, rehén de querellas, desencuentros ideológicos y actitudes imperiales es el “Santo Grial” del desarrollo latinoamericano. Ningún país lo conseguirá solo y ni ninguno es más fuerte que todos juntos. La idea de avanzar mediante exclusiones desmiente el carácter necesariamente global de los esfuerzos. Tal vez en un futuro no lejano haya nuevas oportunidades. Trump no es América.Allá nos vemos.

27/07/2020
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