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sábado, 25 de julio de 2020

Por qué los EE UU de Trump no pueden ser Italia

A pesar de las desventajas, el país alpino ha gestionado mejor la pandemia porque no tuvo un liderazgo desastroso


Un grupo de turistas admira la bóveda de la Capilla Sixtina de Roma.MONDADORI PORTFOLIO / MONDADORI PORTFOLIO VIA GETTY IM

Hace unos días, The New York Times publicaba un artículo largo y muy crítico sobre cómo había podido fracasar tan estrepitosamente el Gobierno de Trump a la hora de responder al coronavirus. Buena parte del contenido confirmaba lo que cualquiera que hubiera ido siguiendo la debacle sospechaba. Sin embargo, una cosa que no había visto venir era el papel aparentemente esencial que ha desempeñado la experiencia italiana.

Como sabrán, Italia fue el primer país occidental en padecer una gran oleada de contagios. Los hospitales se saturaron y, en parte como consecuencia de ello, el número de fallecimientos inicial fue terrible. Pero los casos alcanzaron el pico al cabo de unas semanas e iniciaron un descenso. Y por lo visto, en de la Casa Blanca confiaban en que Estados Unidos seguiría una senda similar.

Pero no fue así. En Estados Unidos, el número de casos se estabilizó durante un par de meses, y después empezó a aumentar con rapidez. Los fallecimientos llegaron con efecto retardado. A estas alturas no podemos sino contemplar con añoranza el éxito de Italia a la hora de contener el coronavirus: a pesar de que se han reabierto restaurantes y cafeterías, aunque con restricciones, y se ha reanudado buena parte de la vida normal, la tasa de mortalidad es 10 veces inferior a la de Estados Unidos. En cualquiera de estos últimos días, por ejemplo, fallecían de covid-19 más de 800 estadounidenses y solo unos 12 italianos.

Aunque Donald Trump sigue jactándose de que hemos tenido la mejor respuesta del mundo al coronavirus, y algunos seguidores ingenuos le creen, me parece que mucha gente es consciente de que nuestra gestión de la pandemia se ha quedado trágicamente corta en comparación, por ejemplo, con la de Alemania. Puede que no sorprenda que la disciplina y la competencia alemana hayan dado sus frutos (a pesar de que nosotros creíamos estar mejor preparados que cualquier otro para afrontar una pandemia). ¿Pero cómo puede ser que lo estemos haciendo mucho peor que Italia?

No pretendo difundir estereotipos nacionales facilones. A pesar de todos sus problemas, Italia es un país serio y avanzado, no un escenario de ópera bufa. Aun así, Italia inició esta pandemia con grandes desventajas respecto a Estados Unidos. Después de todo, la burocracia italiana no tiene fama de eficaz, y los ciudadanos no son conocidos por su tendencia a cumplir las normas. El Gobierno de la nación está endeudado, y esta deuda importa, porque Italia no tiene moneda propia; eso significa que no puede hacer lo que hacemos nosotros, y acuñar montones de dinero en una crisis.

Su demografía desfavorable y los problemas económicos suponen también grandes desventajas para Italia. La ratio entre jubilados y adultos en edad de trabajar es la más alta del mundo occidental. Y la tasa de crecimiento italiana es profundamente decepcionante: el PIB per cápita lleva dos décadas estancado. Sin embargo, a la hora de responder a la covid-19, todas estas desventajas se vieron compensadas por una enorme ventaja: Italia no tuvo que soportar la carga del desastroso liderazgo estadounidense.

Después de un comienzo horrible, Italia empezó a hacer lo necesario para enfrentarse al virus. Impuso un confinamiento muy estricto, y lo mantuvo. La ayuda estatal sirvió para sostener a trabajadores y empresas durante el confinamiento. La red de seguridad tenía agujeros, pero las autoridades intentaron hacer que funcionara; en un caso supremo de antitrumpismo, el primer ministro hasta pidió disculpas por los retrasos que experimentaron las ayudas. Y lo más crucial, Italia aplanó la curva: mantuvo el confinamiento hasta tener relativamente pocos casos, y su desescalada fue cauta.

Estados Unidos podría haber seguido el mismo camino. De hecho, la trayectoria de la covid-19 en el noreste del país, que al principio se vio duramente golpeado, pero se tomó la pandemia en serio, se parece mucho a la de Italia. Pero el Gobierno de Trump y sus aliados ejercieron presión para que se reabriera rápidamente la economía, haciendo caso omiso de las advertencias de los epidemiólogos. Como no hicimos lo que hizo Italia, no aplanamos la curva, sino todo lo contrario. Las cosas empeoraron por la oposición patológica a cosas como el uso de mascarillas, de igual forma que hasta las precauciones más obvias se convertían en campos de batalla en las guerras culturales.

Y de ese modo los casos y las muertes se dispararon. Hasta la prometida compensación económica que traería consigo la desescalada rápida poniéndose al mundo por montera era un espejismo: muchos Estados están volviendo a imponer confinamientos parciales, y cada vez hay más pruebas de que la recuperación del empleo se está estancando, o retrocediendo.

Por increíble que parezca, Trump y sus aliados parecen no haberse planteado siquiera cómo reaccionar si la abrumadora opinión de los expertos se confirmaba y su apuesta por hacer caso omiso del coronavirus no salía bien. El Plan A era un crecimiento milagroso; pero no había Plan B.

En concreto, decenas de millones de trabajadores están a punto de perder unas prestaciones por desempleo cruciales, y los republicanos ni siquiera han acordado una respuesta mala. El pasado miércoles, los republicanos del Senado propusieron la idea de reducir las prestaciones complementarias de 600 a solo 100 dólares, lo cual supondría un desastre para muchas familias.

Para alguien como Trump, todo esto debe de ser humillante, o lo sería si alguien se atreviera a contárselo. Después de tres años de “devolver a Estados Unidos su grandeza”, nos hemos convertido en una figura patética en el escenario mundial, una fábula sobre aquello de que después del orgullo viene la caída. En los tiempos que corren, los estadounidenses no pueden sino envidiar el éxito de Italia a la hora de capear el coronavirus, y su rápido retorno a una especie de normalidad que parece un sueño distante en un país que se congratulaba de su cultura de puedo con todo. A Italia se la conoce comúnmente como “el enfermo de Europa”; ¿en qué nos convierte eso a nosotros?

Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times, 2020. Traducción de News Clips

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