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martes, 18 de agosto de 2020

Mercado y transición socialista en Cuba. Apuntes para un debate.


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Aug 17 · 13 min read

Por Carlos Lage Codorniu



De la serie: «Transición socialista, planificación y mercados»

El debate sobre el lugar del mercado, la propiedad privada y la planificación en los procesos de transición socialista dista de estar acabado. Sin embargo, en no pocas ocasiones el discurso político y el debate público transcurren como si todo estuviera dicho o como si fueran suficientes el sentido común, el pragmatismo o la teoría económica convencional para desandar estos enrevesados caminos.

Si lo que se trata es de construir una alternativa socialista, todos los análisis son necesarios, pero el marxista es determinante. ¿Por qué es necesario el mercado y la convivencia con otras formas de propiedad? ¿Cómo tributa todo ello al objetivo estratégico de transcender la lógica del capital? ¿Construir el capitalismo o una economía mercantil?

El proyecto soviético de construcción socialista no es «el Socialismo». Fue una experiencia específica y diversa, que condensó el asalto al poder por los bolcheviques y las primeras transformaciones revolucionarias, la desviación estalinista y los sucesivos tambaleos y experimentos de las generaciones posteriores.

Esta experiencia defendió y llevó a muchos a sostener el divorcio entre socialismo y mercado, motivando no pocos debates sobre el papel de la ley del valor en la nueva sociedad, ¿cómo era posible que existiera el mercado en una economía donde no es predominante la propiedad privada?

La interpretación de que Marx y Engels abogaban por la eliminación de las relaciones monetario-mercantiles fue uno de los orígenes del debate. Pero la práctica de la construcción socialista distó de los planteamientos de «los clásicos» del marxismo: 1) no se inició en los países más desarrollados, 2) tampoco se dio en forma de «revolución mundial» y 3) el periodo de tránsito no fue — no ha sido — un periodo relativamente corto.

El debate entre economistas marxistas ha aceptado la necesidad de las relaciones monetario–mercantiles en los procesos de transición socialista. Dada la permanencia de la división social del trabajo y el aislamiento económico de los productores, durante la construcción socialista el producto del trabajo sigue teniendo forma mercantil con el despliegue de todas sus contradicciones.

Incluso en los sectores donde no existe propiedad privada, el trabajo no puede medirse de manera directa en unidades de tiempo ni en la cantidad de unidades producidas. La comparación entre sí de estos trabajos diferentes hace necesario acudir a un denominador común. Este factor común es el valor, que se expresa en el precio a través de las relaciones monetario–mercantiles.

La humanidad no conoce otro método para la medición del trabajo aportado en la producción que el que permite el intercambio. En una economía mercantil, a través del dinero y los precios, se señaliza el valor social del trabajo, permitiendo que las relaciones de producción, cambio, distribución y consumo se establezcan y coordinen sobre la base de criterios objetivos.

No obstante, la existencia del mercado no supone una garantía automática del funcionamiento de la ley del valor. Para que se cumpla, es preciso alcanzar la mayor correspondencia posible entre valores y precios.

Los mercados no se autorregulan. Una vez que opera una sociedad mercantil, es necesario garantizar un andamiaje regulatorio e institucional que explicite los sectores y actividades no sujetas a ella por interés social y, en el entorno mercantil, reduzca barreras de entrada, cuellos de botella, asimetrías de información y formaciones monopólicas u oligopólicas.

Por otro lado, la transición socialista ha tenido que compartir la edificación de la alternativa con la superación de un subdesarrollo dependiente. Es un imperativo crecer económicamente — con dinamismo — para generar recursos que permitan la recapitalización industrial y modernización de la infraestructura del país, la modificación de un patrón de acumulación subordinado en los marcos de la división internacional del trabajo y la generación de realizaciones sociales concretas en el corto plazo. Desarrollo no es sinónimo de crecimiento, pero sin crecimiento económico no hay desarrollo posible, ni construcción de alternativa.

Por último, la gran interconexión de los flujos comerciales y financieros trasnacionales producto de la globalización neoliberal, deja muy pocas opciones a un solo país para participar en la economía mundial «desconectado» de los mecanismos que impone el sistema capitalista.

En el caso de economías pequeñas, subdesarrolladas y con una gran dependencia externa, como es el caso de Cuba, las opciones son muy reducidas.

Al decir de Valdés Paz:

«Habrá que esperar de nuevo por las condiciones de una revolución mundial; mientras tanto, el mundo en el que nos insertamos es de reglas privadas, capitalistas, para la ganancia (…) abrirnos al mundo significa que nos caemos en un terreno donde rigen las reglas de otros. El socialismo cubano — en los términos de su consigna — para ser sostenible tiene que ser capaz de producir una economía viable en las condiciones de la economía mundial y ese es un desafío abierto».[1]

Ello no significa que se renuncie al objetivo de construir una alternativa a la lógica del capital, sino que la transición socialista «en un solo país» necesita sopesar en cada momento lo «necesario» y lo «posible», sin renunciar a la esencia del proyecto. El giro de Lenin al asumir la NEP ponderaba esta contradicción: «el paso directo a formas puramente socialistas, a la distribución puramente socialista, era superior a las fuerzas que teníamos y (…) si no estábamos en condiciones de replegarnos, para limitarnos a tareas más fáciles, nos amenazaría la bancarrota».[2]

Por tanto, la transición socialista requiere el reconocimiento de una economía mercantil, no solo en lo referente a ampliar la participación de formas de propiedad privada y cooperativa, sino en la dirección de que el sector estatal funcione también mediante mecanismos de mercado que permitan dar contenido a la ley del valor y el desarrollo de un andamiaje institucional estatal para la regulación económica de todas las formas de propiedad y gestión a través de esta ley.

No se trata de una economía mercantil capitalista, sino de una economía mercantil en los marcos de la transición socialista. La alternativa no se define por el mercado — este es solo la plataforma, «el terreno de juego» — , sino por el énfasis en el bienestar humano, el predominio de las formas de propiedad social sobre los medios de producción fundamentales y el desarrollo de la planificación.

No es el resultado de una evaluación «pragmática» del asunto o la asimilación acrítica de los postulados del mainstream convencional, sino de la necesidad de jerarquizar el trabajo, desarrollar las fuerzas productivas e insertarse en la economía mundial. Es el escenario «posible» para la construcción de una alternativa en las condiciones objetivas del siglo XXI, para un «solo país», subdesarrollado y pequeño.
Cuba: ¿ni mercado ni planificación?

El modelo cubano, heredero del soviético, adolece de un insuficiente y desvirtuado desarrollo de las relaciones monetario–mercantiles, escasa planificación y generalización de las formas de propiedad estatal.

Las empresas estatales realizan transacciones mercantiles, pero en ellas el dinero solo persigue fines de contabilidad y control. Opera como unidad de cuenta, pero no como medida de valor. Permite tener métricas, pero asociadas a criterios administrativos. Si las entidades estatales realizan actos de compra y venta pero, en última instancia, son las regulaciones administrativas las que determinan las decisiones empresariales; si las categorías mercantiles carecen de contenido, no es posible regular la producción social en base a la ley del valor.

No basta con que existan relaciones monetario–mercantiles, es preciso que sean reales y no formales, lo que significa que los precios expresen relaciones objetivas y las empresas tengan autonomía para interactuar entre ellas y con otros sectores, en base a estas señales de precios.

En este contexto, la planificación ha consistido, con frecuencia, en la administración agregada de todas las empresas de propiedad estatal, sobre la base de medidas escasas y confusas, sin tener en cuenta otras formas de propiedad y con una limitada proyección de mediano plazo.

Predominan los controles sobre las variables precio — mayoristas, minoristas, salarios, tipo de cambio, tasa de interés — , sobre las decisiones básicas de las empresas — proveedores, inversiones, exportaciones, créditos, precios, salarios — y una gestión muy administrativa de los desequilibrios macroeconómicos.

Por último, aunque se ha dado espacio al sector privado, la empresa estatal es predominante, incluso en sectores de bajo valor agregado, con dificultad calificables como medios de producción fundamentales. El problema no es que el sector privado sea pequeño, sino que la estatalización — en especial desde finales de los sesenta — fue superior a las posibilidades que ofrecía el desarrollo de nuestras fuerzas productivas.

La empresa estatal opera en un ambiente sumamente adverso. Por un lado, los precios no cumplen funciones de señalización y coordinación. Por otro, se acumulan dimensiones y niveles de descapitalización que no permiten su reproducción ampliada, no solo en términos económicos, sino simbólicos — la empresa estatal da la impresión de ser ineficiente «por definición» — .

Hay un elemento común a estas singularidades del modelo económico: la subvaloración de las relaciones monetario–mercantiles y la escasa capacidad que, en consecuencia, tiene el dinero para cumplir sus funciones, en especial la de medida de valor. Una economía mercantil, como la que es necesario edificar en la Cuba de inicios del siglo XXI, necesita de medidas del valor para dar al trabajo la centralidad que merece en un proceso de transición socialista.

Sin medidas del valor no es posible planificar sobre la base de criterios científicos, ni regular el mercado de forma coherente. Tampoco es posible hacer comparaciones objetivas de los niveles de productividad de la economía, identificar las empresas eficientes, evaluar con rigor la situación patrimonial del sector presupuestado y público en general. Sin medidas del valor no se puede dar cumplimiento a la distribución con arreglo al trabajo, a la vez que se pierde la noción de las metas a alcanzar para los salarios o el nivel óptimo de la cuantía y modalidades de los fondos sociales de consumo.

Sin medidas del valor se distorsiona el diseño y cumplimiento de las leyes; se vuelven formales los mecanismos de rendición de cuentas; se generan vacíos alrededor de los discursos, debates y consensos políticos; se fortalece la discrecionalidad administrativa; se trastocan los valores éticos, en función de patrones de subsistencia que surgen al margen de todo.

Se generan, en fin, «otras medidas» que no responden al valor y que, en su ausencia, son el caldo de cultivo para el ascenso «natural» y descontrolado de la lógica del capital en las prácticas y aspiraciones de la gente.

El funcionamiento de la ley del valor no va en contra de la transición socialista. Todo lo contrario, le es imprescindible.

Provocaciones para un debate inconcluso

Este rápido esbozo de ideas no deja de ser una simplificación de un debate amplio, complejo e inconcluso. Intenta, no obstante, advertir que no hay camino a una alternativa anticapitalista sin un análisis desde la economía política marxista. En ese espíritu, concluyo con un grupo de ideas derivadas, a modo de titulares y como provocación al debate:

a. En momentos en que se hacen evidentes las limitaciones y contradicciones del capitalismo — no solo del neoliberalismo — , el proyecto cubano debe persistir en el planteo de una alternativa a la lógica del capital — continuidad — , pero también a la herencia del fallido modelo soviético — ruptura — .

b. El ordenamiento monetario, el incremento salarial, la promoción de la inversión extranjera, la entrega de tierras en usufructo, la separación de funciones estatales y empresariales, son medidas necesarias, pero no suficientes.

Preciso es el reconocimiento de una economía mercantil: empresas estatales con autonomía real, promoción de cooperativas y otras formas de propiedad social, reconocimiento de empresas privadas; en un entorno de mercados regulados, moneda convertible y de calidad, flexibilización de las variables precio, modernización y sofisticación de las estrategias y herramientas de planificación.

c. Ni el Socialismo es Estado centralizador, ni el capitalismo es el único modo de producción que reconoce el mercado.

La planificación, la regulación del mercado y el establecimiento de instituciones que garanticen, a grandes rasgos, el funcionamiento de la ley del valor, permitirían tener más mercado y mejor Estado. Las discusiones Estado–mercado, plan–mercado, centralización–descentralización desvían la atención del debate esencial.

d. La contradicción propiedad social–propiedad privada expresa los verdaderos conflictos de la construcción socialista.

En este periodo, capitalismo y socialismo compiten entre sí, a nivel económico y simbólico. La irreversibilidad del socialismo no está garantizada; depende de este desenlace.

e. El reto del sector socialista es garantizar su reproducción ampliada y demostrar sus posibilidades frente al sector capitalista.

En condiciones de subdesarrollo — material, tecnológico, financiero y cultural — asumir con propiedad estatal la gestión de una parte desproporcionada de los recursos de la economía puede redundar en el demérito de este tipo socioeconómico. No ceder en lo táctico puede convertirse en un error estratégico.

Lo «posible» en las condiciones actuales es concentrar los mejores recursos y esfuerzos del Estado en la tarea trascendental de gestionar los medios de producción fundamentales. Dicha gestión no descansa únicamente en el control de recursos estratégicos, sino en el desarrollo de nuevas y superiores relaciones sociales de producción.

f. Redimensionar el sector estatal o dar espacio al sector privado, no necesariamente implica ceder a visiones neoliberales o renunciar a la construcción de una alternativa.

En tanto se preserve el control de los medios de producción fundamentales, así como herramientas eficientes para regular el funcionamiento y los límites de «lo mercantil», una reconfiguración de las múltiples formas de propiedad que conviven en la transición socialista puede servir para potenciar el crecimiento económico en el corto plazo y preparar condiciones técnicas, culturales y de infraestructura para lanzar el proceso hacia estadios superiores.

g. El sector capitalista será parte de la diversidad de tipos socioeconómicos por largo rato.

Es necesario dado el atraso de las fuerzas productivas y el sistema mundo en el que se inserta la economía cubana. En qué medida se podrá ir ampliando o reduciendo no depende de una decisión política, sino de un hecho objetivo: el incremento de productividad que generan las formas alternativas de propiedad, cuyos beneficios se miran en términos de realización económica, social y cultural.

h. La convivencia con el sector capitalista implica que:

1) la discusión no es limitar al sector privado, sino promover las formas de propiedad social, 2) se debe diferenciar el sector capitalista de la pequeña producción mercantil — a este último sector hay que ganarlo — , y 3) se precisa mitigar las inevitables contradicciones con el sector capitalista: sumar y no restar; regular, promover y conciliar, más que limitar, prohibir o sancionar.

i. La ventaja de partida del sector socialista es que tiene el poder político y, por tanto, la posibilidad de utilizar la regulación consciente de la sociedad para:

1) gestionar desequilibrios de corto plazo — donde las herramientas macroeconómicas convencionales pueden ser muy útiles — , 2) regular el funcionamiento de los mercados — dictar y hacer cumplir las «reglas de juego» — , 3) planificar el desarrollo — superar el subdesarrollo — y, 4) planificar la transición — promover e impulsar todas las formas y fórmulas de propiedad social, comunal, comunitaria — .

j. Planificar no es administrar crisis o corregir problemas aislados, por complejos que sean.

Como mismo la propiedad estatal no es de manera automática propiedad social, la declaración de un Estado planificador no da garantías de que se planifique en forma eficiente y que, con ello, se realice la propiedad social. La planificación no debe diseñarse e implementarse a espaldas de la ley del valor, sino a partir de ella, teniendo en cuenta todos los sectores y tipos de propiedad.

k. La reproducción ampliada del socialismo no se da solo en términos económicos.

El «hombre nuevo» no es utopía; está aquí, en los «valientes» que salvan vidas y aplaudimos a diario, en todos los que entre miles de adversidades no renuncian a una Cuba y un mundo mejor. Pero hay que ir más allá.

La propiedad estatal no será social únicamente por su beneficio económico, ni por el efecto de la propaganda o la educación — por más sofisticadas que sean — , sino por la politización de nuestro día a día, también como alternativa a la lógica del capital. La construcción de hegemonía en el campo cultural no tiene otro camino que la participación política activa en la vida económica y social del país, a través de formas renovadas de hacer política para y desde el siglo XXI.

l. Lo que debería diferenciarnos de otros proyectos socialistas y de toda izquierda utópica es el carácter científico de la crítica de la economía política.

Para Marx la ciencia era una herramienta para la transformación social. La experiencia práctica ha demostrado que la ausencia de sólidas bases teóricas es el caldo de cultivo para el voluntarismo económico, el pragmatismo facilista y la vulgarización.

La transformación social, por tanto, requiere: 1) claridad teórica sobre el proyecto de construcción socialista — qué queremos transformar y cómo — , 2) intelectuales nucleados, escuchados y preparados para hacer las preguntas correctas, y 3) una ciencia económica que, sin renunciar al rigor, sea popular — ceda al control popular — , como mismo pasa hoy con la meteorología y la epidemiología.

De momento, los científicos sociales no podemos detener la búsqueda. Hay muchas cosas dichas, pero hay mucho más que estudiar, de todo y de todos. Más vale que lo hagamos sin renunciar a tener a Marx como cabecera.

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