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martes, 15 de septiembre de 2020

Adam Smith no quería multimillonarios.


A Adam Smith se le recuerda como el santo patrón del comercio no regulado, como el mayor profeta planetario de las ganancias monetarias. Un sinnúmero de economistas y políticos se han servido de su idea de la "mano invisible" para mantener que el capitalismo funciona, pese a sus excesos y desigualdades.
Pero esta fantástica interpretación de su pensamiento es incorrecta. De hecho, en sus escritos, Smith sueña con una sociedad más igualitaria, y criticó a los ricos por servir a sus propios intereses a expensas del público en general.
Como escribió en La riqueza de las naciones, "El establecimiento de una perfecta justicia, una perfecta libertad y una perfecta igualdad es el sencillísimo secreto que asegura de la manera más efectiva el mayor grado de prosperidad para las tres clases".
Hoy, el llamado de Smith a favor de una "perfecta igualdad" o se pasa por alto o se tergiversa deliberadamente. Sus más fervientes defensores echan mano de su obra para respaldar la idea de que los ricos son "creadores de riqueza" y, por tanto, irreprochables.
Pero ahora que el 1% de la población mundial posee la mitad de la riqueza del planeta, esta idea está siendo cuestionada de manera enérgica. Hay cada vez más llamados para que ya no haya multimillonarios y para eliminar los privilegios de estos, incluyendo los regímenes fiscales que los favorecen, subvenciones para las grandes empresas y exagerados salarios para los ejecutivos que a menudo son subsidiados por los contribuyentes.
Si viviera hoy, ¿qué pensaría Adam Smith de la presión política ejercida por Jeff Bezos a fin de recibir cada vez más subvenciones del gobierno, o de los rescates de la Gran Recesión en que el gobierno de los Estados Unidos salvó a los ricos al tiempo que millones de personas perdieron sus casas, o del reconocimiento de Peter Thiel de que "los monopolistas mienten para protegerse"?
Creo que Smith diría: se veía venir.
Smith criticaba mordazmente el poder desproporcionado de los ricos sobre la formulación de políticas gubernamentales. Se quejó de la tendencia de los ricos a eludir sus obligaciones fiscales, pasando injustamente las cargas fiscales a los trabajadores pobres. Criticó duramente los rescates de su gobierno a favor de la Compañía de las Indias Orientales. Pensaba que el dinero sucio en la política era similar al soborno, y que era contrario al deber de gobernar con imparcialidad. Y no era el único.
La realidad es que el argumento histórico a favor de abolir los privilegios de los multimillonarios se remonta al menos a los filósofos de la Ilustración y a los revolucionarios que estos inspiraron, incluyendo incontables esclavos y trabajadores cuyos nombres e historias ignoramos.
Thomas Paine, el radical británico del siglo XVIII cuyos escritos impulsaron la Revolución norteamericana, abogó por la creación de un fondo de riqueza, que fuera financiado por unos impuestos sobre la propiedad, y que permitiera pagar una determinada cantidad de dinero a toda persona tanto durante su juventud como en la vejez. Hoy, las propuestas a favor de una renta básica recuperan esta idea.
La pionera feminista Mary Wollstonecraft, una compañera de Smith y Paine, condenó las leyes británicas que favorecían a los ricos sobre los pobres. Smith estuvo de acuerdo, y señaló específicamente aquellas leyes que beneficiaban a los patrones a costa de los trabajadores al tiempo que estos estaban formando incipientes organizaciones sindicales.
En sus escritos, Wollstonecraft se enfrentó a su contemporáneo Edmund Burke, criticando la afirmación de este de que a fines del siglo XVIII se vivía "mejor" que nunca, y su insistencia en que los trabajadores en apuros respetaran la jerarquía de la era feudal. El razonamiento de Burke es "sólido", escribió Wollestonecraft con ironía, "en boca de los ricos y de quienes carecen de visión de futuro".
Desde entonces, muchísimos activistas y trabajadores han reiterado las preocupaciones de Smith, Wollstonecraft y Paine, entre ellos Maria Stewart, una oradora e intelectual pública afroamericana.
Treinta años antes de que Marx escribiera El Capital, Stewart sostuvo que la riqueza de los Estados Unidos provenía de la mano de obra no remunerada de los negros. “Como el rey Salomón, que no colaboró en la construcción del templo, pero recibió alabanzas por él, así también los estadounidenses blancos reciben toda clase de beneficios", dijo en un discurso en 1833. "Nosotros hemos hecho el trabajo; ellos se han hecho con las ganancias".
Stewart dijo algo muy importante. Los trabajadores son quienes de verdad crean riqueza; generan ganancias con las que sus patrones se quedan de manera justa.
Adam Smith ofreció consejos sobre lo que deberían hacer las sociedades con los ricos: pide a los legisladores que no antepongan los intereses de ricos monopolistas al bienestar público. Cada vez que los empresarios proponen una nueva ley, Smith recomienda que el gobierno estudie la propuesta "no solo de la manera más escrupulosa, sino con suma sospecha".
Las ayudas legales para los ricos de las que se queja Smith en La riqueza de las naciones nunca han desaparecido por completo. En años más recientes, el concepto de "libre comercio" ha vuelto menos evidente lo que hacen los gobiernos para favorecer a los ricos. Basta con observar lo sucedido durante los últimos 30 años, una época que ha visto subsidios cada vez mayores para altos ejecutivos de empresas farmacéuticas que se aprovechan del consumidor cobrándole precios desmesurados; ventajas fiscales para empresas de informática que presionan a los gobiernos para hacer más débiles las protecciones laborales y del consumidor; el sempiterno "árbol del dinero" que constituyen las políticas de expansión cuantitativa, que llueven sobre los ricos mientras que los pobres hacen jornadas cada vez más largas.
Es cierto que Smith habló de la mano invisible, pero también lo hizo de las "cadenas invisibles" que condicionan las vidas de las personas. Él y sus amigos revolucionarios entendieron que la desigualdad económica podría llegar a ser una suerte de jaula invisible. A su público Smith le quiso transmitir una sencilla máxima: hay que controlar el poder de los ricos.
Es profesora de sociología en la Universidad de Essex. Es autora del libro contra la filantropía No Such Thing as a Free Gift (Verso, 2015).


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