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lunes, 21 de septiembre de 2020

Nuestra otra guerra

Existe una asimetría grande entre el comportamiento de la vanguardia y el de la retaguardia, aquel otro sistema que debería proveer los medios para que Cuba pueda enfrentar la pandemia en mejores condiciones.




Una buena amiga me envió hace unas semanas un discurso que ha circulado fundamentalmente en las redes sociales y se le adjudica al presidente de Uganda, sobre el significado de la COVID-19. Es quizás, tal como ella me dijo, el más aleccionador de todos los que he leído. En una de sus partes afirma: “El mundo está en una guerra (…) Una guerra sin armas y balas, una guerra sin soldados humanos. Una guerra si fronteras”. Sin dudas, tiene razón.

Lo que aprendí leyendo y viendo muchas películas de guerra, en especial de la Segunda Guerra Mundial y específicamente de la Gran Guerra Patria, esa que los soviéticos le ganaron al fascismo alemán y que hoy en muchas interpretaciones se pretende olvidar o relegar a un segundo plano, es que la vanguardia, siendo decisiva, solo puede tener éxito real si cuenta con una retaguardia poderosa. Aquellas grandes batallas de tanques, donde el Ejército Rojo literalmente aplastó a las divisiones blindadas alemanas, solo fueron posibles porque la retaguardia producía el acero, el bronce, los motores y finalmente, los tanques. Sin una retaguardia poderosa, le hubiera sido muy difícil al Ejército Rojo tomar Berlín.

Cuba también libra esta guerra nueva. Lo hace todos los días y cada mañana recibimos el parte.

Pero esa no es la única de las guerras que nuestro país pelea. Hay otras, tan viejas como nosotros los cubanos; otras, un poco menos, pero viejas también y otras más recientes. Algunas son libradas contra factores externos, otras, por el contrario, tienen que ver con factores internos; unas son evidentes y palpables, otras no lo son tanto y muchas veces cuesta visibilizarlas.

En esta guerra contra la pandemia, desde mi perspectiva, la vanguardia es nuestro sistema de salud. Todo él: desde las escuelas de medicina y el personal de salud hasta el más simple y alejado de los consultorios del médico de la familia. Nuestra industria farmacéutica, en especial el sistema asociado a la biotecnología y su sistema de investigación, desarrollo e innovación, con todos sus centros de investigación, constituye una de las armas más poderosas de la vanguardia, la de sus médicos y científicos. Su capacidad de respuesta, la agilidad demostrada y sus resultados creo que no dejan lugar a dudas.

Existe, sin embargo, una asimetría grande entre el comportamiento de la vanguardia y el de la retaguardia. Por retaguardia entiendo a aquel otro sistema que debería proveer los medios necesarios para que Cuba pueda enfrentar la pandemia en mejores condiciones. Para ello, la producción y oferta de alimentos es decisiva.

La retaguardia está compuesta por aquellos sectores responsables de producir/ofertar un grupo de bienes y servicios, algunos de ellos imprescindibles y otros quizás relativamente prescindibles, pero que deberían ayudar a enfrentar esta guerra. Hablo del sector que produce alimentos —agricultura e industria transformadora de los alimentos—, y de aquellos otros que garantizan servicios que se han tornado muy necesarios: el comercio, en sus diferentes modalidades (físico y electrónico) y la banca, por ejemplo.

Quizás una de las enseñanzas que esta guerra contra la COVID-19 nos ha dejado es confirmar cuán insuficientes ya eran una buena parte de esos servicios y cuán errada era nuestra percepción al respecto.

Por ejemplo, hoy descubrimos cuán insuficiente es la red de tiendas existente en nuestro país, incluida la capital de la República y, en especial, algunos de sus barrios periféricos. Descubrimos también lo mal que utilizamos la red de comercio más difundida y al alcance de todos, nuestras bodegas (de las cuales creo que hay alrededor de 12 000 en toda Cuba); lo necesario que resulta incrementar la cantidad de oficinas bancarias, para reducir colas y tiempo de trámites; cuánta distancia nos resta para alcanzar estándares de servicios adecuados en el ahora tan popular comercio electrónico (que un año atrás pensábamos que andaba bien); cuánto más se puede avanzar en la informatización de la sociedad y cuánto nos hemos tardado en hacerlo (sin dudas, en los últimos años se ha avanzado en ello, aunque no lo necesario). 

Pero el núcleo duro de la retaguardia es la producción de alimentos. Esta no ha logrado la respuesta necesaria ni en tiempo ni en cantidad ni en calidad. Ha obligado a las autoridades a desgastarse en un ejercicio bíblico diario (el del milagro de los panes y los peces) y, a la vez, ha sometido a nuestra población a rigores inauditos y a estrecheces que era casi imposible imaginar.

Aquí las falencias se han hecho más que evidentes. Son, de alguna manera, una de las causas principales de la insatisfacción y el malestar de la población y probablemente uno de los temas (quizás el segundo) a los que la dirección del país les dedica más tiempo.

De la producción primaria de alimentos queda poco por decir; se ha escrito casi desde todos los ángulos. Anicia García, utilizando series de datos hasta el año 2017, mucho antes de la COVID-19 y todavía sin sufrir los efectos del gobierno de Trump, lo resume con esta afirmación: “Las diferencias de productividad entre el sector agropecuario cubano y el resto de las actividades económicas del país permiten afirmar que el sector, lejos de contribuir al desarrollo económico de Cuba, se ha convertido en una de sus principales dificultades”.

La evolución de los resultados de la pesca evidencia el deterioro productivo.


Fuente: ONEI. AEC.

Siempre llama la atención el argumento de la sobreexplotación de nuestros mares como razón fundamental de la disminución de la captura, algo que contrasta con el hecho de que, desde hace muchos años, la captura de peces de plataforma ha disminuido sustancialmente. En el 2018 era menos de un tercio que en 2007. Un dato curioso es que, en 1960, cuando aún la acuicultura no existía, la captura de peces en Cuba alcanzó la cifra de 31 200 toneladas y casi el 100 % fue capturado en nuestra plataforma. Durante los años que van de 1960 a 1965, la captura nunca bajó de las 30 000 toneladas

Luego, la industria que transforma los alimentos, también deja mucho que desear. En un programa de la Mesa Redonda de octubre de 2018, reproducido en Cubadebate, los funcionarios de esa industria expusieron cuánto se había hecho y se estaba haciendo. Sostuvieron que del 2017 al 31 de octubre del 2018 “se han ejecutado el doble de las inversiones de años anteriores, lo que tendrá un impacto futuro en las producciones y entregas a nuestra población”. Se refirieron a las principales inversiones ejecutadas en los últimos años.


Una débil producción primaria del sector agropecuario y el recorte de las importaciones de suministros externos permiten explicar buena parte de sus magros resultados, aunque sin dudas hay otras causas.

Hace dos años, se explicó también que el programa de desarrollo estaba dirigido a “restituir gradualmente la producción de alimentos (…) la modernización tecnológica, el mantenimiento, el mercado, los requerimientos nutricionales de la población, la diversidad de formatos y surtidos, la preparación del capital humano incluido los cuadros; todo desde una base científica”.

Para aquellos años, el sector tenía “12 empresas mixtas en operaciones, 7 contratos de asociación extranjera, 11 Empresas Mixtas también se negocian, cuatro de ellas encadenadas con la Agricultura para la producción de lácteos y cárnicos y existen más de 40 proyectos en la cartera de oportunidades”. 

Lamentablemente, resulta difícil darle seguimiento a lo informado en el 2018, a partir de la presentación hecha este septiembre. No obstante, se conoció que existen en operaciones 16 negocios con inversión extranjera directa y se han aprobado cuatro nuevas empresas mixtas en el 2020, para la producción de cervezas, aceite y harina de soya, jugo y ramen, y un contrato de administración económica para la comercialización de ron. Se afirma que “para 2030 el Programa de Desarrollo de la Industria Alimentaria, concibe el 58% con la participación de la Inversión Extranjera, y hasta la fecha se ha ejecutado el 45 %”.

No parece poco; sin embargo, seguimos lejos de lo que se necesita.

Si el esfuerzo del Estado, sumado a la inversión extranjera, es insuficiente, ¿no sería bueno también pensar en sumar el esfuerzo del sector privado y cooperativo nacional, como un “complemento”?

La guerra contra la COVID-19 nos deja un largo listado de mejoras posibles, de potenciales puestos de trabajo a crear, de espacios que pueden ser llenados tanto por el esfuerzo del Estado como por las oportunidades que ello pueda significar para el sector privado y cooperativo, que puedan ser explotadas por los territorios, la sociedad y las personas individualmente, con ganancias para todos. Las crisis son siempre una oportunidad de mejora y de innovación.

Es cierto que la retaguardia importa, pero es cierto también que no lo es todo. Ejércitos con tremenda retaguardia han perdido guerras contra otros con apenas una infraestructura elemental. Vietnam, Afganistán y nosotros mismos somos un buen ejemplo.

No obstante, para esta guerra que libramos hoy, necesitamos con urgencia mejorar la retaguardia. Esta debería convertirse después en la punta de la vanguardia de otra guerra mayor: la de todo el pueblo por su bienestar.

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