Por Jorge Gómez Barata
El poder político es una adicción que en las sociedades preindustriales se disfrutaba de por vida. Con la soberanía popular y las elecciones, la democracia encontró un paliativo que los contaminados mediatizaron con la reelección que, en algunos lugares, es indefinida.
Con los comicios, la separación de los poderes y el control social al poder, se puso fin a la monotonía característica de las sociedades preindustriales y la política se convirtió en un pasatiempo, divertido a veces, trágico en ocasiones, pero siempre vigente.
En Estados Unidos donde la Constitución no se pronunció acerca de la reiteración de los mandatos presidenciales, el primer presidente George Washington estableció la norma, no escrita, de ejercer la presidencia por dos períodos consecutivos, práctica alterada por dos mandatarios, aunque sin consecuencias negativas.
El primero fue Grover Cleveland, electo en 1885, cesado cuatro años después y vuelto a elegir en 1893. Cleveland es responsable de que Estados Unidos haya tenido 45 presidentes y aparezcan sólo 44 nombres.
Años después, Franklin D. Roosevelt elegido en 1932 se reeligió en 1936, 1940 y 1944. La primera vez derrotó a Herbert Hoover, en la segunda a Alfred M. Landon, en la tercera a Wendell Wilkie y en la cuarta a Thomas E. Dewey, todos republicanos.
Las sucesivas relecciones de Roosevelt alteraron la aritmética presidencial sumando cuatro administraciones con el mismo nombre y cuatro vicepresidentes con un solo mandatario. Por considerarlo una mala práctica que podía convertir al presidente en una especie de “rey sin corona”, en 1951 el establishment adoptó la Vigesimosegunda Enmienda que limitó la presidencia a dos períodos consecutivos. En toda la historia electoral, 23 presidentes han sido reelectos y 21 no.
El presidente que más tiempo ejerció el cargo fue Franklin D. Roosevelt con 12 años, y el que menos William E. Harrison que solo pudo hacerlo durante 32 días. James Garfield y John F. Kennedy, no pudieron buscar la reelección porque fueron asesinados antes de concluir su primer mandato y tampoco pudieron hacerlo William Harrison, Zachary Taylor ni Warren Harding, fallecidos de modo natural en su primer período presidencial.
En la continuidad electoral de los Estados Unidos existe el extraño caso de Gerald Ford, que fue vicepresidente y presidente sin haber sido electo para ninguno de los dos cargos. Llegó a la vicepresidencia en 1973 cuando ante la dimisión del vicepresidente electo, Spiro Agnew, fue seleccionado por Nixon para el cargo y en 1974 ante la renuncia del presidente, lo relevó.
En América Latina, donde la democracia electoral es sumamente defectuosa, junto con los golpes de estado y los fraudes electorales, las reelecciones son ejes de las mayores turbulencias políticas y muchas veces de grandes tragedias.
En cinco países (Colombia, Guatemala, Honduras, México y Paraguay) la relección no es permitida, en otros cinco (Chile, Costa Rica, El Salvador, Panamá, Uruguay se permite en periodos no consecutivos), mientras que en Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Nicaragua, República Dominicana y Cuba la reelección se puede realizar en periodos consecutivos, mientras que en Venezuela y Nicaragua es prácticamente indefinida.
En cualquier caso, en América Latina, con la excepción de México donde la Carta Magna ha estado vigente por más de un siglo, de modo más o menos festinado, se introducen reformas constitucionales y cambios en los procesos electorales, por lo cual no es posible confiar en que en lo adelante las cosas se harán del mismo modo, como ocurrían en la víspera.
En definitiva, la reelección o su ausencia no hace más sólido el sistema político ni más perfecta la democracia, lo cual depende de la fortaleza de las instituciones que no deberían estar sometidas a los vaivenes de las coyunturas políticas. Allá nos vemos.
28/8/2020
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