OPINIÓN
No está claro que la mentira del presidente respecto a la oleada de violencia le sirva para ganar las elecciones
Un operario limpia una mesa de una terraza casi vacía en Times Square a finales de junio.CARLO ALLEGRI / REUTERS
El jueves me recorrí a pie buena parte de Manhattan, ida y vuelta. (¿Por qué están todas las consultas de médicos en el East Side?). Hacía un día precioso, y la ciudad se veía animada: las tiendas estaban abiertas, había gente tomando café en las terrazas que han proliferado durante la pandemia, y Central Park estaba lleno de corredores y ciclistas. Pero debo de habérmelo imaginado, porque Donald Trump me asegura que Nueva York está plagada de “anarquía, violencia y destrucción”.
Solo quedan dos meses de campaña presidencial, y evidentemente, Trump ha decidido que no puede presentarse con su propio currículo ni atacar eficazmente a Joe Biden. De modo que arremete contra los anarquistas que, insiste, dominan en secreto el Partido Demócrata y arruinan las ciudades estadounidenses.
No hay mucho que decir acerca de la afirmación de Trump sobre que hay personas “en las oscuras sombras” que controlan a Biden, y que esa misteriosa gente vestida de negro amenaza a los republicanos, excepto que hasta hace poco habría sido inconcebible que un político de un partido importante se embarcase en este tipo de teorías de la conspiración. Sí se puede decir algo más acerca de sus afirmaciones sobre la violencia y la destrucción descontroladas en las “jurisdicciones anarquistas”, y es que guardan poca semejanza con una realidad mayormente pacífica.
Pero los anarquistas invisibles son lo único que le queda a Trump. Para entender por qué, hablemos de los verdaderos problemas: la pandemia y la economía. Hace unos meses, la campaña de Trump esperaba haber dejado atrás el coronavirus. Pero el virus se ha negado a cooperar. Y no solo porque la desescalada prematura provocó una segunda oleada enorme de contagios y fallecimientos. Igual de importante, desde un punto de vista político, ha sido la expansión geográfica de la covid-19.
Al principio de la pandemia, se podía describir la covid-19 como un problema de las grandes ciudades y los Estados demócratas; a los votantes de las zonas rurales y de los Estados republicanos les resultaba más fácil negar la amenaza, en parte porque tenían menos probabilidades de conocer a personas que hubieran contraído la enfermedad. Pero la segunda oleada de contagios y fallecimientos se ha concentrado en los Estados del Cinturón del Sol.
Y aunque la epidemia remite lentamente en esta zona ahora que las Administraciones estatales y locales han hecho lo que Trump no quería que hicieran —cerrar bares, prohibir las reuniones de muchas personas e imponer la obligatoriedad de las mascarillas— parece que ahora se está extendiendo por el Medio Oeste. Lo que significa es que el día de las elecciones casi todos los estadounidenses conocerán a alguien que ha padecido el virus, y sabrán también que las repetidas promesas de Trump de que desaparecería sin más eran falsas.
En lo que respecta a la economía, todo indica que el rápido repunte de mayo y junio se ha aplanado, y el desempleo sigue en niveles muy altos. Es probable que el próximo informe sobre el empleo muestre que la economía sigue creando puestos de trabajo [se conoció el pasado viernes que el paro bajó al 8,4%], pero nada parecido a la “superrecuperación en V” de la que Trump sigue jactándose. Y solo habrá un informe más sobre el mercado de trabajo antes de las elecciones.
Es más, la política de la economía no depende tanto de lo que dicen las cifras oficiales como de lo que siente la población. La confianza de los consumidores sigue siendo baja. Las valoraciones de las empresas que han respondido a la encuesta de la Reserva Federal varían de poco entusiastas a sombrías. Trump no va a poder subirse al carro de la expansión económica para ganar las elecciones.
Por eso necesita atacar a esos anarquistas invisibles. Es cierto que ha habido saqueos, daños a inmuebles y violencia durante las manifestaciones del movimiento Black Lives Matter. Pero los daños materiales han sido insignificantes comparados con las revueltas urbanas del pasado —no, Portland no está “todo el tiempo en llamas— y buena parte de la violencia no procede de la izquierda sino de la extrema derecha.
Y también es cierto que recientemente ha habido un aumento de los homicidios, y nadie sabe con seguridad por qué. Pero el número de asesinatos el año pasado fue muy bajo, e incluso si se mantuviera la tasa de lo que va de año, la ciudad de Nueva York registrará muchos menos homicidios en 2020 que cuando Rudy Giuliani era alcalde.
En resumen, la única oleada de anarquía y violencia es la que ha desatado el propio Trump. Pero, ¿es posible que los votantes se dejen convencer por las excéntricas fantasías del presidente? El hecho es que sí es una posibilidad. Por la razón que sea, existe una larga historia de desconexión entre la realidad de la delincuencia y las percepciones de los ciudadanos. Según el Pew Research Center, la cifra de delitos violentos en EE UU se desplomó entre 1993 y 2018; los homicidios en Nueva York cayeron más del 80%. Así y todo, durante ese periodo los estadounidenses respondían sistemáticamente a los entrevistadores que la criminalidad estaba aumentando. Y con una bajada tan pronunciada de los viajes y el turismo, que impide a los ciudadanos ver la realidad de otros lugares con sus propios ojos, a Trump podría resultarle especialmente fácil pretender que las grandes ciudades se han convertido en distópicos paisajes infernales.
Lo que no está tan claro es si esa mentira le ayudará, aunque la población la crea. “EE UU se ha ido al infierno durante mi mandato, por eso debéis reelegirme” no es el mejor lema de campaña que se me ocurre.
Y las encuestas dan a entender que, efectivamente, el miedo no es amigo del presidente. Por ejemplo, en un nuevo sondeo de la Universidad de Quinnipiac, los entrevistados declaraban por un amplio margen que tener a Trump de presidente les hacía sentirse menos seguros. Las reacciones a Biden eran mucho más favorables. Con eso y todo, cuenten con que Trump seguirá despotricando contra esos anarquistas invisibles. Son lo único que le queda.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times, 2020. Traducción de News Clips
Ya puedo enlazar las publicaciones de este Blogspot en Facebook
ResponderEliminarGracias Rolando, varios compañeros hicieron reclamaciones a Facebook y al parecer dio resultado. Esta es la 3ra vez que lo hacen. Te doy las gracias por el interés. Saludos
ResponderEliminar