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viernes, 30 de octubre de 2020

¿Cómo cambiará la pandemia nuestro porvenir inmediato?

CATEGORÍA DE NIVEL PRINCIPAL O RAÍZ: ENTREVISTAS

¿Cómo cambiará  la pandemia nuestro porvenir inmediato?
 
 
 

Hace cinco años, pronunció una frase que, quizá por sus tintes cuasi apocalípticos, apenas acaparó titulares: “El mayor riesgo de catástrofe global vendrá en forma de virus; no serán misiles, sino microbios”. Aquella afirmación, hecha en un TED Talk, no sólo se ha hecho realidad, sino que además ha desatado teorías “conspiranoicas” que le señalan como uno de los presuntos (y oscuros) responsables de la pandemia.

En 2015 advertía también sobre la insuficiente inversión en los productos y herramientas necesarios para contener dicha amenaza vírica. Hoy, enfrentados a lo que clarividentemente vaticinó, Gates nos habla sobre las investigaciones para hallar una vacuna y ofrece sus recomendaciones para superar la emergencia sanitaria global. 

CHRIS ANDERSON: Las previsiones señalan que, si no tenemos cuidado, Estados Unidos puede acabar el año con más de 250.000 fallecidos. ¿Hay evidencias de que el incremento de temperaturas haya ayudado a mermar la expansión del virus? 

BILL GATES: Muchos indicadores apuntan a la estacionalidad. En el hemisferio sur están pasando los peores momentos, y en Sudáfrica el incremento ha sido muy rápido. Afortunadamente, Australia y Nueva Zelanda con pocos casos, aunque con rebrotes, tienen la situación bajo control. Estos dos países son ejemplos de cómo las tareas de trazabilidad, cuarentena y control consiguen acercarlos a la línea de los cero casos. 

C.A.: Sus cifras se han visto beneficiadas por la baja densidad de población y el aislamiento demográfico, aunque es evidente que estos países utilizan políticas inteligentes y razonables. 

B.G.: En esta situación, todo es tan exponencial que pequeños pasos positivos tienen un gran efecto. Por ejemplo, el rastreo de infectados demuestra ser fundamental para reducir los contagios y aplanar la curva.

C.A.: Ahora pasa más tiempo entre el contagio y el fallecimiento. ¿Es porque el conocimiento del virus permite ofrecer un tratamiento más contundente? 

B.G.: Las tasas de mortalidad son menores en sistemas sanitarios no saturados. Por eso, en Italia o España e incluso Nueva York, hubo momentos donde no se podía proveer de los servicios básicos sanitarios a los pacientes. 

El estudio Recovery (Randomised Evaluation of COVID-19 therapy), realizado por expertos de Oxford, apunta que la Dexametasona reduce un 30% las muertes en pacientes conectados a un respirador. Otros fármacos, como el Remdesivir, consiguen reducir significativamente el tiempo de hospitalización cuando se aplica a infecciones tempranas. Con otros medicamentos que parecían prometedores, como la Hidroxicloroquina, no se han constatado fehacientemente resultados positivos. La lista de productos que se están probando (incluyendo los anticuerpos monoclonales) nos permitirá contar con nuevas herramientas en otoño. La buena noticia es que ya vamos teniendo respuestas y estoy seguro de que aparecerán todavía más en los próximos meses. El tratamiento en el que deposito más expectativas es el de los anticuerpos monoclonales.

C.A.: ¿Cuál es el porcentaje real de complicaciones en relación al de infectados? 

B.G.: El índice de mortalidad se encuentra entre el 0,4 o 0,5% si se incluyen los pacientes asintomáticos, lo que supone una muy buena noticia, porque este virus podría haber tenido una mortalidad del 5%. 

En cambio, conocer y controlar las dinámicas de transmisión está siendo más difícil de lo que los expertos habían vaticinado. El ratio de difusión por personas asintomáticas y el hecho de que la tos no sea el síntoma principal para reconocer la enfermedad lo complica todo. Además, el hecho de que muchas personas sean súper-contagiadores (es decir, tienen cargas virales elevadísimas) son factores novedosos que tienen a los expertos bastante despistados. Todo esto nos lleva a afirmar que se trata de una enfermedad muy diferente a otras. 

C.A.: ¿Cómo es la transmisión de los pacientes asintomáticos y de los pre-sintomáticos? 

B.G.: La mayoría de los estudios demuestran que el 40% de los contagiados transmite la enfermedad. En las vías respiratoria superiores suele haber una carga viral superior a la que hay en los pulmones, y cuando esta permanece allí las personas son asintomáticas y transmisoras.  El verdadero peligro aparece cuando se ven afectados los órganos respiratorios. Los pacientes que más transmiten el virus son aquellos que tienen una elevada presencia del virus en los tractos superiores, y muy baja en los pulmones, ya que no precisan ni hospitalización ni asistencia médica y continúan infectando hasta que están curados. 

Aún no somos capaces de determinar quiénes son los súper-contagiadores, y quizá nunca seamos capaces de hacerlo. Si los encontrásemos podríamos también, dado que son los mayores responsables de la transmisión, mejorar muchísimo la situación. 

C.A.: Al principio de la pandemia, la Organización Mundial de la Salud no recomendaba expresamente el uso de mascarillas. ¿Ha supuesto esto un terrible error? 

B.G.: Conociendo el valor de las mascarillas, y teniendo en cuenta el papel de los asintomáticos, ahora sabemos que fue un error lamentable. Si los síntomas hubiesen sido claros, como en el caso del Ébola, habríamos aislado a los contagiados sin necesidad de usar mascarillas. Además hemos tenido problemas de suministro. Las mascarillas médicas tienen un canal de suministro diferente al de las mascarillas normales. Si la producción de las normales se hubiese escalado, la transmisión provocada por los asintomáticos y los pre-sintomáticos se habría contenido mucho más. Ha sido un error… pero no una conspiración. Ahora tenemos mucha más información sobre el virus, y sabemos que llevar mascarilla es muy beneficioso.

C.A.: ¿Cree usted que la reapertura de los países ha sido prematura? Si es así, ¿cuál sería la actitud responsable para enfrentarse a la pandemia? 

B.G.: Si nos fijamos únicamente en la preservación de la salud, considero que se han llevado a cabo reaperturas con un criterio demasiado liberal. Por ejemplo, la reapertura de bares y restaurantes creo que entraña más peligros que beneficios. Ahora bien, si tenemos en cuenta aspectos como la salud mental, los beneficios son significativos. 

Respecto a la educación es difícil mantener una postura contundente. Si estuviésemos en una ciudad con baja incidencia, probablemente diría que el beneficio es superior, aunque también podríamos estar aumentando los casos y tener que dar marcha atrás. 

Lo cierto es que el COVID ha incrementado la desigualdad en todas las áreas: trabajo, conexión de Internet, capacidad del sistema educativo para diseñar programas adecuados… Curiosamente, los trabajadores de “cuello blanco”, aquellos que pueden trabajar desde casa, han aumentado su productividad y disfrutan de los beneficios del teletrabajo. En cambio no pueden evitar sentirse mal por aquellos que tienen que salir a la calle a trabajar, o por aquellos cuyos hijos no pueden desarrollar una actividad normal. 

C.A.: En muchos países la decisión de intervenir de forma temprana ha marcado la diferencia. ¿Qué iniciativas se pueden aplicar en Estados Unidos? 

B.G.: Es probable que gran parte de las decisiones de des-confinamiento hayan sido demasiado generosas. Necesitamos que nuestros líderes admitan que seguimos teniendo un tremendo problema y no transformen esta situación en una cuestión política. 

La Fundación Bill & Melinda Gates tiene gran experiencia en herramientas de innovación (anticuerpos, vacunas, medicamentos…) y es además capaz de trabajar no sólo en el sector privado, sino también en entornos gubernamentales. Podemos aportar en cualquier escenario. 

Decidir qué anticuerpo merece la pena ser fabricado o por qué vacuna apostar resulta complicado, pero dada nuestra posición, tenemos una visión más global. Las capacidades existentes son limitadas, por lo que la producción de estos nuevos recursos se tiene que realizar de forma cruzada entre diferentes compañías, algo jamás realizado anteriormente. 

Si a esto añadimos que nuestra capacidad de producción es reducida, tenemos que apostar por coordinar la producción entre varias compañías, algo inédito en el mundo “pre-COVID”. Es necesario utilizar las capacidades de muchas empresas para maximizar la producción de la alternativa que se estime óptima.

Si yo fuese el responsable de gestionar la pandemia a nivel mundial, mi primer objetivo sería ocuparme de coordinar estos asuntos. Necesitamos líderes realistas, que nos muestren cuáles son las conductas adecuadas y que sean también capaces de estimular la innovación. 

C.A.: ¿Qué proyectos piensa que tienen más posibilidades de desarrollar una vacuna? Y cuando esta llegue al mercado, ¿cómo decidir qué países deben ser los primeros en tenerla? 

B.G.: Hay tres proyectos muy avanzados. El de Moderna que, desgraciadamente, no podrá ser escalable de una forma sencilla y se focalizaría sobre todo en Estados Unidos; el que desarrollan en Oxford, y el de Johnson & Johnson. Los datos que arrojan las pruebas de estas tres vacunas son potencialmente buenos, aunque no definitivos, sobre todo para las personas mayores. En los próximos meses deben pasar las pruebas de eficacia y no podrán ser fabricadas antes de final de año. También hay otros proyectos como Sanofi, Merck y Novavax, con estrategias diferentes y más retrasados. 

Desde la Fundación estamos llevando a cabo complejas negociaciones para contar con fábricas que produzcan estas vacunas en países pobres. 

C.A.: Sin fundaciones como la suya, involucradas en este proceso, ¿podría un país rico absorber toda la producción inicial de una vacuna, dejando sin posibilidades a los estados más pobres? 

B.G.: Precisamente por ello hemos creado un grupo cuyo objetivo no sólo es prepararnos para futuras epidemias, sino también decidir dónde emplazar los centros de producción. Algunos líderes europeos están de acuerdo con nuestro proyecto y nos apoyan. Tenemos experiencia a la hora de gestionar procesos de fabricación. Sería lógico pensar que los EE.UU. pusiesen en marcha un programa global que impulsase esta iniciativa pero, a día de hoy, no ha demostrado tener ningún interés. 

Estoy en contacto constante con representantes del Congreso y la Administración, para solicitarles que el 1% de las ayudas públicas del Gobierno destinadas a este problema se dediquen al mundo entero. Si bien es posible que esto ocurra, actualmente estamos en un limbo desconocido. Hay muchos que trabajamos a favor de una estrategia inclusiva con los países más pobres. A pesar de las brutales cifras que hemos visto en Europa y EE.UU., la gran mayoría de los fallecimientos se van a producir en países en vías de desarrollo. 

C.A.: Se puede perdonar el hecho de desaconsejar las mascarillas, pero no el desentenderse de ayudar al mundo cuando este se enfrenta a un enemigo común. Estoy convencido de que la historia juzgará esas actitudes de forma muy dura… 

B.G.: No veo las cosas en blanco o negro. Pienso que habría que aportar más fondos a la investigación básica que desarrolle las vacunas, haciendo que esa investigación sea abierta y que se pueda compartir; algo no restringido por royalties. Que el dinero aportado por un país no le dé derecho a exigir un retorno a cambio; que los países únicamente financien para que la producción se realice.

Históricamente, Estados Unidos ha liderado las soluciones a los grandes problemas de salud global. Fueron los primeros en erradicar la viruela o la polio, y frente al VIH consiguieron salvar decenas de millones de vidas. Hoy, sin embargo, existe una gran incertidumbre sobre quién está al mando de esta crisis. 

C.A.: ¿Hay algún mecanismo particularmente exitoso para gestionar esta pandemia? 

B.G.: Hay iniciativas que monitorizan la concentración de oxígeno en la sangre de los contagiados. Cuando la concentración baja del 92% se recomienda a los pacientes acudir al hospital. Aplicado en Alemania, este método ha conseguido que el nivel de muertes sea bastante bajo. 

Ahora los médicos están mucho mejor preparados para tratar a los enfermos. Por ejemplo, han aprendido que los ventiladores a veces pueden ser sobre utilizados o utilizados de forma equivocada. Se han mejorado los tratamientos y los protocolos. Se han descubierto fármacos útiles como la Dexametasona, y otras combinaciones que mejoran al paciente. 

C.A.: Personalmente, ¿cómo gestiona que hayan aparecido teorías conspiratorias que le relacionan con el origen de la pandemia o que dicen que su objetivo es producir una vacuna que incluya un microchip para geolocalizar a la población? De hecho, una encuesta realizada por Yahoo News asegura que el 40 por ciento de los republicanos de Estados Unidos creen que los rumores sobre el chip son ciertos… 

B.G.: Me parecen afirmaciones tremendamente inapropiadas. No sólo son acusaciones muy serias, sino que harán que algunas personas no se vacunen. Si la vacuna será lo que bloquee la transmisión del COVID, el efecto que tienen estas teorías puede ser realmente importante. 

No sé cómo reaccionar, estoy realmente sorprendido y con las manos atadas. Solamente el hecho de responder puede ayudar a consolidar estos rumores. Vivimos en un mundo donde muchas personas intentan buscar explicaciones más sencillas que aquellas que aporta la virología.

C.A.: ¿Qué recomienda para reducir el riesgo de contaminación en un entorno donde está creciendo el número de contagiados? 

B.G. En primer lugar, evitar en la medida de lo posible el contacto personal: trabajar desde casa, celebrar reuniones por videoconferencia e, incluso, realizar actividades sociales de forma digital. 

Si uno se mantiene relativamente aislado, no se corren demasiados riesgos. El peligro aumenta cuando nos reunimos con mucha gente, cuando socializamos o cuando trabajamos de forma presencial.

Además, está claro que donde crecen los casos hay que reducir la movilidad y minimizar los contactos fuera de casa. 

C.A.: Hace 10 años, y junto a Warren Buffett, impulsó The Giving Pledge, una campaña que invitaba a los más ricos a un compromiso de donación de la mayor parte de su fortuna para proyectos filantrópicos. En agosto de 2010, 40 multimillonarios estadounidenses se adhirieron al proyecto, comprometiéndose a ceder (en vida o en el momento de su fallecimiento) el 50% o más de su capital a iniciativas benéficas. ¿No sería mejor comprometerse a un calendario más próximo? 

B.G.: Creo que sería maravilloso incrementar lo que se dona. Nuestro objetivo consiste en ayudar a encontrar causas con las que uno pueda sentirse comprometido; la pasión es el impulsor de las donaciones. 

Aunque algunas donaciones no funcionen, tenemos que intentar elevar el nivel de la filantropía y el número de filántropos; no sólo es beneficioso para la sociedad, sino que quienes inician este camino lo pasan bien, se sienten mejor y pueden crear vínculos familiares. 

Pensar en mantener el nivel de gasto personal es normal, pero lo importante es hacer crecer el concepto de dar. Si no lo haces tú lo hará tu testamento, y entonces no tendrás la oportunidad de dar forma y objetivos a la donación. No queremos convertir la filantropía en algo obligatorio, pero sí inspirar a los donantes para que puedan conocer esta actividad y descubrir las oportunidades que brinda. 

La innovación que puede poner en marcha la filantropía y lo rápido que puede hacerse es llamativo. Además se pueden solventar problemas realmente complejos. 

C.A.: Muchos filántropos donan un porcentaje de su riqueza al año, pero al final del ejercicio acaban siendo aún mas ricos. Algunos donan el 5% mientras su fortuna crece el 10%. ¿Debería establecerse un plan para que donasen un porcentaje de su valor de forma anual? 

B.G.: Hay personas como Chuck Feeney, creador de la fundación de The Atlantic Philanthropies, que dio un excelente ejemplo entregando toda su fortuna. Melinda y yo estamos pensando en incrementar el ritmo de donación porque las inversiones realizadas en tecnología han tenido buenos resultados, a pesar de la coyuntura.

Son muchas las razones para acelerar el ritmo de donación. Los gobiernos no pueden cubrir todas las necesidades. Si bien hay que intentar que el dinero público se gaste de forma correcta, hay muchos sitios donde este no puede llegar por muy correcto que vaya a ser el gasto. Un ejemplo son los países en vías de desarrollo. 

Estos países han recibido un frenazo equivalente a cinco años a causa de la pandemia y sólo con ayudarles económicamente ya se puede hacer mucho. Además es algo importante, porque en algunos casos está en juego incluso la estabilidad de sus gobiernos. 


Bill Gates, líder empresarial y filántropo, entrevistado por Chris Anderson, fundador de TED

Entrevista publicada en Executive Excellence nº169, sept.2020

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