Por Dr.C Juan Triana Cordoví, OnCuba
noviembre 30, 2020
Contrapesos
Ferry Río Júcaro, uno de los catamaranes que transportan pasajeros entre los puertos de Nueva Gerona, Isla de la Juventud y Batabanó. Foto: Periódico Victoria.
Llegué a la Isla de la Juventud por primera vez en un avión, con mi madre. Nos fueron a buscar en un “yipi” verde olivo y nos llevaron para la Escuela Secundaria Básica en el Campo “Vanguardia de la Habana”. En aquella época, lo común era que una secundaria básica en el campo tuviera ciento por ciento de promoción.
Íbamos a ver a mi padre, que cuando aquello fungía como subdirector de la escuela Vanguardia de La Habana y que ya hacía un tiempo no venía a la capital por razones de trabajo. Para mí, fue fantástico llegar a Isla de Pinos, luego bautizada como Isla de la Juventud, por varios años merecedora de ser Isla de los Cítricos, y siempre Isla del Tesoro. Llegué pensando en ese último nombre. Mucho después aprendí que la Isla de la Juventud no era en realidad La Isla del Tesoro, sino la Isla de los Muchos Tesoros.
Nueva Gerona, Isla de la Juventud
Colonizada por los españoles, recolonizada por los norteamericanos desde 1898 hasta 1925, recuperada por Cuba, territorio de emigrantes caimaneros y japoneses y también de muchos cubanos de tantos lugares de la isla grande, fue tomada por asalto por miles de jóvenes décadas atrás.
Que un municipio tenga la condición de especial dice mucho. Pero en realidad, la Isla de la Juventud es más especial que esa condición.
Actualmente, constituye el quinto territorio en extensión entre todas las islas del Caribe. Por tanto, es más extensa que todos las islas-Estados del mar Caribe, menos cuatro, una de ellas Cuba. Sin embargo, no es el tamaño su principal distintivo. A diferencia de otras islas del Caribe que igual que ella están rodeadas de agua salada por todas partes, esta, la nuestra, tiene agua dulce, suficiente no solo por sus 14 presas (si aún son 14), sino porque posee yacimientos subterráneos de agua, algunos de ellos de muy buena calidad, tanta como para embotellarla y hacerla llegar a otros lugares del Caribe, que de seguro la importan de otros lugares del mundo.
La Isla de los Tesoros tiene más de 20 playas que pueden ser utilizadas en proyectos turísticos, riqueza en minerales, algunos relativamente valiosos, yacimientos de mármoles, flora y fauna diversa y un mar que, aun ahora, produce uno de los frutos más codiciados, la langosta.
Tiene un río navegable en buena parte de su extensión, una zona donde se pudiera incluso construir un puerto de aguas relativamente profundas y dos aeropuertos que un día fueron tres: uno en el norte y otro, quizás ya en desuso, en el sur.
La Isla de los Tesoros fue el primer territorio de Cuba en tener una “zona franca” y un importante receptor de turismo (algunos afirman que el segundo destino turístico de Cuba). Fue un territorio exportador de cítricos desde bien temprano en el siglo XX y también de pepinos, berenjenas y melones, casi todo gracias a japoneses inmigrantes.
Sin embargo, la Isla de la Juventud hoy no parece ser aquella de los Tesoros, si atendemos a la reciente visita de gobierno que recibió. Para exportar, depende de una empresa que está en la capital, se dice en el reportaje de la visita publicado en el periódico Granma. Quizás ahí está la raíz principal de todos sus males, en una excesiva dependencia de la isla grande.
Sin dudas, el presidente Díaz Canel tiene razón cuando afirma que “en el municipio están las principales potencialidades para el desarrollo de la nación y en ese espacio vital hay que buscar cada idea y recurso que se pueda aprovechar. Si hay un territorio que puede convertirse en espejo para la nación en este sentido es justamente la Isla de la Juventud”.
Pero la Isla de la Juventud constituye, de hecho, un espejo de la isla grande. Concentra e intensifica sus rasgos: alta dependencia económica y financiera de un gran mercado; dependencia energética casi total (en proceso de reducirse); atraso tecnológico de su sistema productivo (el cual, además, no es suficientemente complementario); padece por carácter transitivo del mismo bloqueo que la isla grande, pero lo sufre doblemente; su población se reduce y avejenta (el 19 % es mayor de 50 años), y aquel enorme país que tiene a solo 60 millas se convierte en un polo de atracción para sus jóvenes mejor preparados y la población es eminentemente urbana (82 %), con el 35 % fuera de edad laboral, lo que le plantea un enorme reto social y productivo.
Así de grandes son los retos para los pineros. Así de grande también debería ser la atención al quinto territorio más grande del Mar Caribe.
¿Podría la Isla de la Juventud construir su propia estrategia de desarrollo turístico sin tener que someterse a los permisos de las organizaciones que manejan el turismo? ¿Acaso el Polo Turístico Isla de la Juventud es algo muy descabellado?
Parque Nacional Marino Punta Francés, de gran valor natural y extraordinaria belleza. Foto: CubaConecta
¿Podría la isla tener su propia estrategia de desarrollo de la industria pesquera, sin tener que depender de decisiones que están en la isla grande, a veces en manos de personas que ni siquiera han pisado una vez aquel territorio? ¿Cuánta riqueza pesquera queda en la Isla? Cuando ese joven que se empeña en recuperar la tradición y la cultura citrícola comience a cosechar, ¿podría exportar sin tener que depender de alguna empresa de algún grupo agroX radicado en una oficina en la capital?
¿Y sus mármoles? ¿Acaso podrá la Isla comercializarlos y exportarlos sin tener que sentarse a la puerta de alguna empresa X, que ya decidió qué hacer con ellos?
¿Podrá exportar al Polo Turístico de Cayo Largo del Sur sus vegetales y frutas cuando los consiga producir con la calidad adecuada, sin tener que pedir permiso? ¿Su agua podrá ser envasada y ocupará un lugar en la mesa de los restaurantes del “Polo”? ¿Podrá exportarla hacia Gran Caimán, sediento siempre? ¿O alguien en algún lugar pensará que es un peligro para los que ya envasan agua?
¿Por qué no es posible pensar en la Isla de la Juventud como una Zona Especial de Desarrollo, concederle incentivos fiscales, arancelarios y salariales? Tiene todo lo que hace falta: territorio, puerto, aeropuerto, cercanía a un gran mercado como lo es México, está en el lugar de las rutas de barcos, y de los yates, posee suficiente tierra para poder abastecer a esa ZED. Entonces, ¿podrían los pineros lanzar su proyecto propio, aprendiendo de lo bueno y de lo malo del Mariel y acortando así los tiempos?
El desarrollo territorial, sin dudas importante para cada territorio del país, resulta decisivo para la Isla de la Juventud. Si los espacios que debe abrir esa política son decisivos para todos, lo son más para la isla chiquita. En ella, por su especial situación, se puede apreciar mejor el daño de la excesiva centralización, del verticalismo, de la concepción “sectorialista” del desarrollo, que no ha permitido que uno de los territorios más ricos del Caribe pueda explotar sus ventajas, que le permitan comparar ganancias con otros estados caribeños.
Tiene razón el primer ministro cuando en su intervención afirmó que el gobierno central tenía una alta responsabilidad en la situación de la Isla. Hay que atenderla, pero sobre todo, hay que dejarla ser ella misma.
No hay que ir muy lejos para saber que fue la Isla de la Juventud, en la década del 80 yo hacía turismo allá y era una experiencia muy buena. Salía de la Ciudad de la Habana en un ómnibus hasta el puerto de Batabano allí abordaba el famoso Cometa y en 2 horas estaba en la isla pequeña.
ResponderEliminarSe disfruta de un paseo formidable, villas turísticas en medio de un paisaje campestre, buen servicio, buena gastronomía. Y se regresaba a La Habana en el tiempo, todo en un mismo día. Otra variante eran los barcos que demoraban mucho pero si el viaje era de día el paseo valía la pena por la belleza de las aguas poco profundas.
En fin como bien se comenta la Isla era un tesoro.
Algún ente se ha dedicado a tocas con una varita mágica las cosas y destruir todo en todo el país. En qué lugar tendrá tan escondida esa varita que nadie a logrado romper para terminar con las maldiciones.
Rogelio Castro Muñiz