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domingo, 8 de noviembre de 2020

Libro "Economía para no dejarse engañar por los Economistas" (XII)

 Por Juan Torres

¿Cuándo y por qué es peligroso que la deuda pública sea demasiado alta, como sucede en Europa?


Como  decíamos  en  el  capítulo  anterior,  los  Estados  pueden  incurrir en déficits y acumular deuda pública sin las limitaciones que tiene una familia, pero eso no quiere decir que el incremento de deuda pública esté exento de problemas. Nunca debemos olvidar que la deuda puede terminar siendo la mayor esclavitud de los seres humanos.


Como ya dijimos en su momento, no habrá problemas mientras el crecimiento de la deuda sea sostenible, bien porque esté creciendo el PIB (es decir, los ingresos) para hacerle frente, bien porque bajen los intereses, o bien porque baje la cotización de otras monedas cuando dicha deuda está referida en ellas (como dijimos, si tenemos deuda en dólares y esta divisa baja de cotización respecto al euro, lógicamente nos costará menos amortizarla). Y eso sin olvidar, como ya señalamos antes, que un Estado con soberanía monetaria puede emitir moneda para pagar su deuda cuando está emitida en ella misma. Como sabemos, esto no evita que se puedan generar problemas de precios, pero lo cierto es que un Estado que emita la deuda en su moneda propia no puede quebrar, a diferencia, lógicamente, de lo que le ocurre a los demás sujetos económicos.


El que fuera presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, Alan Greenspan, señaló claramente la ventaja que supone esto último: «Estados Unidos puede pagar cualquier deuda que tenga, porque siempre puede imprimir dinero para hacerlo. Por eso la probabilidad de incumplimiento [default] para Estados Unidos es nula».66


Sin embargo, sí puede darse un problema muy importante, como ocurre en Europa, cuando los gobiernos no disponen de un banco central que les proporcione  la  financiación  adecuada,  y,  por  tanto,  quedan  obligados  a recurrir a los mercados financieros cuando necesitan financiación. Esto es así, sobre todo, porque estos mercados son bastante imperfectos y están dominados  por  grandes  entidades  oligopolistas  que  pueden  imponer  e imponen sus condiciones a los deudores, incluso cuando éstos son los gobiernos que representan los intereses generales.


En esos casos, la financiación es mucho más cara porque los financiadores usan ese poder de mercado, político, mediático y social para manipular el precio de los créditos que conceden. Y, además de cara, es también muy dañina porque los prestamistas suelen poner condiciones imperativas para conseguir que los gobiernos adopten las políticas que más les convengan. Generalmente, las que obligarán a seguir endeudándose para hacerlos esclavos de su financiación. No se olvide que financiar continuamente a los ya endeudados es el negocio más rentable de esas entidades financieras. Un negocio que desaparecería o quedaría bajo mínimos si las finanzas públicas se saneasen o si los gobiernos fueran financiados a los tipos de interés nulos o muy bajos que los bancos centrales aplican a los préstamos que dan a la banca privada.


De hecho, como veremos con detalle más adelante, los datos oficiales y diversos estudios han puesto de manifiesto que el nivel tan elevado que está alcanzando la deuda pública en Europa proviene principalmente (por no decir que  casi  exclusivamente)  de  los  altísimos  tipos  de  interés  que  se  ven obligados a pagar los gobiernos a las entidades privadas desde que éstas consiguieron que en los tratados de la Unión Europea se prohibiese que los bancos centrales financiaran a los Estados.


Pero, con independencia de todas estas consideraciones (en las que los economistas convencionales no suelen reparar), para poder calibrar realmente y con rigor el efecto que la evolución de la deuda tiene sobre una economía hay que tener en cuenta que no basta con valorar el peso que ésta tiene sobre el PIB.


El porcentaje de la deuda sobre el PIB es un dato importante porque nos indica hasta qué punto la economía se ha cargado de deuda y, por tanto, cuánto tiempo irá haciendo falta (con un PIB similar) para reducirla o eliminarla.

Pero ese peso de la deuda no nos dice mucho más, y, sobre todo, no nos permite predecir qué pasará en el futuro a causa de la deuda. Veamos…


El  efecto  que  tiene  la  deuda  (tanto  la  del  Estado  como  la  de  una empresa) es que permite que aumente el producto (el PIB en el caso de una economía en su conjunto) más allá de lo que aumente la renta o el gasto que

el nivel de producto ha generado. En el caso de una empresa, la deuda es lo que permite aumentar la producción con independencia de lo que haya vendido.


Si no hubiera deuda, el incremento del PIB sólo podrá venir del ingreso que ese producto ha generado; y lo mismo ocurre en una empresa: si no se endeuda, sólo puede invertir con los ingresos de sus ventas.


Por tanto, podemos establecer que el producto (el PIB) es igual al gasto total de la economía (o demanda agregada) más la variación en la deuda.


Si la deuda varía aumentando, podrá conseguirse un producto mayor que el que se corresponde con la demanda agregada existente. Por tanto, tener en consideración la variación de la deuda, de un año a otro, por ejemplo, resulta fundamental. De esta forma ya no sólo sabremos su peso en bruto (que es lo que nos indica el porcentaje de deuda sobre el PIB), sino también qué proporción de la demanda agregada viene generada por la deuda y cuál no. Y esto es fundamental por el motivo siguiente: mientras que el incremento de la deuda esté financiando inversión no habrá problemas, porque la inversión genera a su vez producto. Pero si la deuda no sólo financia inversión, sino también gasto, los problemas serán inevitables antes o después, porque el producto se irá consumiendo y en un futuro más o menos inmediato no habrá ingreso para pagarla.


Finalmente,  hay  otra  tercera  perspectiva  para  valorar  el  papel  de  la deuda en la economía y advertir del peligro que puede provocar.


Si hemos dicho que el PIB es igual a la demanda agregada más la variación de la deuda, resulta que la variación del PIB tiene que ser igual a la variación de la demanda agregada más la «variación de la variación» de la deuda, es decir, su «aceleración».


Esto último, lo de la variación de la variación de la deuda, puede parecer un simple juego de palabras, pero no lo es. Por el contrario, es algo muy importante debido a un problema que plantea y que se puede entender fácilmente. Vamos a verlo…


Puesto que el crecimiento de la demanda agregada y del PIB (su variación) dependen de esa aceleración, si se quiere mantener una tasa estable de crecimiento de ambos debe haber también una tasa de aceleración positiva (para que no se vengan abajo) y constante. Pero ¿se imaginan lo que significa una tasa de aceleración positiva y constante? Como dice el economista Steve Keen: «[…] de la misma forma que es imposible mantener una tasa de aceleración constante y positiva conduciendo un coche —pues éste terminaría superando la velocidad de la luz—, no se puede mantener una tasa de aceleración positiva y constante de la deuda, porque esto significaría que la deuda acabaría siendo infinitamente mayor que el PIB».67


Resulta entonces que la «variación de la variación de la deuda» (la aceleración de la deuda) es lo que Keen llama el «impulso crediticio» que recibe la economía. Y es fácil deducir entonces que, cuando disminuye tal impulso, la economía se viene abajo. En cuanto se detecta el cambio en la variación de la variación de la deuda de una economía se puede apostar a que la  crisis  no  tardará.  Eso  es  lo  que  analizó  durante  muchos  años  este economista australiano, y gracias a ello fue uno de los que anticipó con más acierto la última gran crisis financiera. Y este planteamiento sirve también para entender la doble pesadilla que puede producir la deuda: si crece, amenaza a la economía porque puede actuar como una losa que la paralice, pero si deja rápidamente de crecer, la actividad económica disminuirá porque, en la economía capitalista en la que vivimos, la inversión y la acumulación de capitales dependen directa y fuertemente del «impulso crediticio». De ahí que muchos economistas planteen que la solución no puede ser cerrar el grifo de la financiación (porque de éste depende la inversión a largo plazo) sino hacer posible que el crédito esté garantizado (en las condiciones adecuadas de solvencia   y   seguridad)   sin   que   su   provisión   dependa   del   beneficio desorbitado que impone el negocio bancario.


66. Entrevista  para  la  cadena  NBC.  Vídeo  disponible  en:  <https://youtu. be/mj2Wk0Cnjs>. [Consulta: 15/09/2016]


67. S. Keen, La economía desenmascarada,  Capitán Swing, Madrid, 2015, p.

564.


( Continuará)


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