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jueves, 24 de diciembre de 2020

Joe Biden, Barack Obama, los demócratas y Cuba

Por Carlos Alzugaray, ex diplomático, profesor universitario, ensayista y analista político.

Joe Biden será el sexto presidente demócrata que tendrá que lidiar con el tema de Cuba desde que triunfó la Revolución en nuestro país en 1959. Y lo enfrentará a partir de una peculiaridad común a los mandatarios de su partido que le antecedieron: Heredará del republicano que lo precedió una política de “cambio de régimen” y tendrá que decidir si la continúa o le introduce cambios y hasta qué punto. En el fondo se trata de un problema viejo pero esencial: cómo Washington lidiará con una pequeña nación vecina que llegó a dominar entre 1898 y 1958, pero que desde el Primero de Enero de aquel año desafía su hegemonía.

Cuba ha estado y está dispuesta a buscar una relación normal con Estados Unidos, basada en lo que se pudiera calificar como un imperativo categórico sobre la no injerencia en sus asuntos internos. Sin embargo, distintos gobiernos norteamericanos han seguido una política que de una forma u otra desconoce y viola ese principio cardinal del Derecho Internacional Público. Han sido muchas las transgresiones del comportamiento civilizado entre naciones vecinas que Washington ha violado o ignorado en su relación con Cuba, incluido entre ellos, pero no limitado al bloqueo económico, comercial y financiero, que desde 1992 la Asamblea General de Naciones Unidas ha declarado anualmente como ilegal y demandado su levantamiento incondicional.

A pesar de esa generalización que abarca administraciones de ambos signos políticos, puede afirmarse que entre los presidentes demócratas han coexistido algunos intentos de búsqueda de cierto “modus vivendi” con la Cuba fundada por la Revolución. No es ese el caso entre los republicanos, quienes por lo general han promovido políticas duras de “cambio de régimen”, como lo ha hecho de manera extrema el predecesor de Joe Biden, el actual presidente Donald Trump.

Por añadidura, desde 1980, en que Jimmy Carter perdió su reelección frente a Ronald Reagan, los demócratas han enfrentado un obstáculo adicional: Sean las razones que sean, a diferencia de otros de origen latino, los emigrantes cubanos asentados preferentemente en un estado péndulo como Florida, han mantenido la tendencia a apoyar mayoritariamente a los candidatos del partido republicano a la presidencia y una política de “cambio de régimen” pura y dura.

Estos dilemas no son de fácil resolución. Pero la historia demuestra que las salidas buscadas a los mismos por mandatarios demócratas anteriores han conducido muchas veces a sonados reveses cuando sólo han tenido en mente intereses electoralistas relacionados con la política doméstica. 

John F. Kennedy (1961-1963), por ejemplo, aceptó y ejecutó el plan de la administración de Dwight Eisenhower de financiar, organizar y desencadenar una invasión a la Isla por una brigada de exilados y ello resultó en el perfecto fracaso de Bahía de Cochinos. Después no cejó en sus intentos de derrocar a Fidel Castro acelerando el acercamiento de Cuba a la Unión Soviética y provocando la Crisis de los Misiles de Octubre de 1962 que por poco desemboca en un holocausto nuclear. Fue además el presidente que instituyó el bloqueo, al cual no pareció inclinado a renunciar ni siquiera cuando consideró un acercamiento diplomático a Cuba. También está documentada su anuencia con los planes de asesinar a Fidel Castro y otros dirigentes cubanos.

No obstante, poco antes de ser asesinado, estuvo a punto de iniciar negociaciones secretas con Fidel Castro.[1]

Lyndon Johnson (1963-1969) también tuvo la oportunidad de mejorar las relaciones con Cuba y de buscar una avenencia basada en lo que ya había avanzado Kennedy. Sin embargo se negó a hacerlo como han demostrado distintas fuentes, entre ellas el excelente libro de Peter Kornbluh y William Leogrande, Diplomacia encubierta con Cuba: Historia de las negociaciones secretas entre Washington y La Habana.

Eventualmente, Johnson podría vanagloriarse que bajo su administración se contuvo el ejemplo cubano en América Latina y el Caribe mediante la invasión de República Dominicana en 1965 y el asesinato del Ché Guevara en Bolivia en 1967, después de varios años de persecución implacable.

Sin embargo, uno de sus más sonados fracasos estuvo en no haber logrado el apoyo de los aliados europeos y de Canadá a las sanciones económicas contra Cuba, como han demostrado Alistair Hennessy y George Lambie en su obra The Fractured Blockade: West European-Cuban Relations During the Revolution.

Aunque a causa de la prioridad que tuvo en esos años (1964-1969) la Guerra de Vietnam se redujeron algunas de las operaciones encubiertas más crudas contra Cuba, Johnson mantuvo y fortaleció el bloqueo, fomentó directa e indirectamente actos de terrorismo, estimuló acciones de sabotaje y levantamientos armados, y logró aislar a Cuba diplomáticamente de sus vecinos en el hemisferio. Todo con la intención de derrocar al gobierno de Fidel Castro, pero como dijo en 1964 el Jefe de la todopoderosa Estación de la CIA en Miami, Ted Shackley, en su libro de memorias Spymaster: My Life in the CIA (página 76): “El diablo barbudo (Fidel) había ganado la guerra. Era el momento por tanto para reconocer esta realidad antes de que algún sabio en Washington dijera: ‘Vamos a intentarlo una vez más’.” [2]

Pero tan pronto el republicano Richard Nixon ascendió a la presidencia, sucedió exactamente como el maestro de espías había presagiado. Su administración y la de Gerald Ford continuaron con las políticas de cambio de régimen. Ello no impidió que en 1972-1973, la administración Nixon negociara y firmara el primer acuerdo entre ambos países desde 1959, el Memorándum sobre Secuestros de Naves Aéreas, una imperiosa necesidad para Estados Unidos en ese momento. Como se sabe, el acuerdo fue suspendido por Cuba a raíz del atentado terrorista de Barbados en 1976, provocado sin duda por la promoción o tolerancia que las administraciones anteriores, incluyendo las de Kennedy y Johnson, habían tenido con las acciones terroristas contra Cuba, como ha demostrado Lars Schoultz en su masiva historia de la política norteamericana hacia la Revolución Cubana That Infernal Little Cuban Republic: The United States and the Cuban Revolution

El siguiente presidente demócrata, Jimmy Carter (1977-1981), entró en la Casa Blanca con la firme intención de buscar una “normalización” de relaciones con Cuba, pero optó por hacerlo de manera gradual. Esa historia está muy bien ilustrada en la obra de los autores cubanos Elier Ramírez y Esteban Morales, De la confrontación a los intentos de ''normalización''. La política de los Estados Unidos hacia Cuba.

El proceso normalizador iniciado en 1977 tuvo indudables resultados positivos: el establecimiento de relaciones cuasi diplomáticas a través de Secciones de Intereses de ambos países en las capitales del otro; la apertura dentro de ellas de oficinas consulares para atender todo lo relacionado con visados y otros documentos oficiales; la delimitación de fronteras marítimas; y la firma de un convenio pesquero. Sin embargo, la política del presidente recibió un fuego graneado desde fuera y desde dentro de la administración y concluyó en 1980 con una crisis migratoria de grandes proporciones, el “éxodo de Mariel”, provocada en gran medida porque Estados Unidos no aceptó la propuesta cubana de establecer un acuerdo que garantizara la emigración ordenada y legal de al menos 20,000 ciudadanos cubanos al año. Se mantuvo y agudizó un viejo problema, la emigración ilegal, que databa precisamente de los años de Lyndon Johnson, cuando se aprobó la Ley de Ajuste Cubano de 1966.

Carter no pudo reelegirse en 1980 con lo cual se canceló el proceso de normalización iniciado pues le sucedieron 12 años de administraciones republicanas (Ronald Reagan y George W.H Bush) en que la agresividad norteamericana y las políticas de “cambio de régimen” se recrudecieron. Las relaciones se congelaron con lo logrado con Carter. No se pudo revertir el establecimiento de las Secciones de Intereses como exigieron algunos tanques pensantes conservadores. Hubo, sin embargo, todo tipo de amenazas, incluso la de una invasión militar en 1991-1992.

En los dos períodos del siguiente presidente demócrata, Bill Clinton (1993-2001), se alcanzaron progresos en dos importantes terrenos para la seguridad de Estados Unidos: el referido a la lucha contra el narcotráfico y los acuerdos migratorios de 1994-1995. Si el período de Clinton no produjo más resultados, no se debió a que faltaran condiciones para ello, sino a ciertos errores políticos que cometió su administración en el manejo de las relaciones con Cuba. Esos errores debieron haber sido perfectamente predecibles si el presidente hubiera seguido sus propios instintos. Sin embargo, cometió un desacierto que más tarde lamentaría: pactar con el lobby del “exilio histórico” que llegó a exigir una influencia excesiva e innecesaria en su política hacia Cuba.

En el 2009, el historiador Taylor Branch publicó un libro basado en 8 años de conversaciones privadas que sostuvo con su amigo, el presidente Clinton, cuando éste ocupaba la Casa Blanca. En uno de los pasajes de esa obra, titulada The Clinton Tapes: Wrestling History with the President, Branch cita al presidente diciendo: “Cualquiera con media neurona podía ver que el embargo (bloqueo) era contraproducente. Iba en contra de políticas más acertadas de compromiso que habíamos seguido con otros países comunistas, incluso en el apogeo de la Guerra Fría.” Añadió que desde 1980 “los republicanos habían cosechado el voto de los exiliados gruñéndole a Castro, pero nadie se molestó en pensar en las consecuencias”. Por cierto, en esas conversaciones se quejó de las presiones que le hacía Bob Menéndez, de origen cubanoamericano, por aquellos años Representante a la Cámara por el estado de Nueva Jersey.

Para una valoración más completa de los errores de Clinton se puede consultar mi texto Cuba: La nación, la emigración y las campañas presidenciales en EE UU (1980-2008) (Segunda parte).

El siguiente presidente en este recuento es Barack Obama (2009-2017). No es necesario volver sobre el tema del acuerdo alcanzado el 17 de diciembre de 2014, hace 6 años, con Raúl Castro, cuyo aniversario se celebra por estos días. Lo que conviene destacar es que el cuadragésimo cuarto primer mandatario de Estados Unidos tuvo una posición favorable a una nueva política hacia Cuba mucho antes de aspirar a la presidencia. Desde el 2004, cuando era senador por Illinois, hizo pública su oposición al bloqueo.

Ya en medio de la campaña para la nominación del partido demócrata a la presidencia en el 2008, sorprendió cuando afirmó que hablaría con los líderes de países adversarios, entre ellos Raúl Castro y Hugo Chávez. A pesar de que fue criticado incluso por su entonces contrincante, Hillary Clinton, persistió en su posición. La mejor explicación de los fundamentos de esa política se puede encontrar en el primer tomo de sus memorias, A Promised Land. Al referirse a su equipo de seguridad nacional explicó que combinó a viejos partidarios de la guerra fría, con una nueva generación de cuadros demócratas, entre los cuales había ideas nuevas, similares a las suyas, en cuanto a la forma en que Estados Unidos debía manejar sus relaciones exteriores, incluyendo el caso de Cuba.

Obama combinó inteligentemente estas posiciones de partida con requisitos domésticos, al buscar intencionadamente el apoyo de votantes cubano americanos residentes en la Florida. Un estudio del electorado cubano americano publicado entonces por la Institución Brookings, basado en la bien conocida encuesta del Cuban Research Center de la Florida International University del 2008, indicó que la mayor parte de los cubano americanos más jóvenes, tanto nuevos inmigrantes como nacidos en Estados Unidos, apoyaban el levantamiento del bloqueo, el aumento de las remesas, la autorización ilimitada de viajes a Cuba, el restablecimiento de relaciones diplomáticas y la conducción de conversaciones con el gobierno de La Habana. Así Obama combinó tanto la dimensión internacional como la doméstica de su proyectada política hacia Cuba lo que le dejó las manos libres para poder llevar hacia la Isla una política de acercamiento, como era su propósito, abandonando así la tradicional política de “cambio de régimen”.

Analizar toda la política de Obama hacia Cuba extendería demasiado este texto así que me limitaré a aquellos aspectos que Joe Biden y sus asesores debieran tener en cuenta. Sin organizarlos necesariamente en orden de importancia ellos son:

·         Tanto antes de convertirse en presidente como después, el mandatario evitó hacer los pronunciamientos usualmente ideologizados hacia Cuba marcados por frases como “la dictadura” o “el régimen” cubano. Esta retórica más moderada fue observada y reconocida desde la Habana y facilitó el diálogo con Cuba.

·         Obama no subordinó el cambio de política a acciones del gobierno de Cuba. Esa fue una de las fortalezas importantes de su manera de pensar y del consenso que logró establecer en su equipo de gobierno, del cual, vale recordar, formaba parte Joe Biden como vicepresidente. Fue la creación de un nuevo enfoque sobre Cuba.

·         La política hacia Cuba tuvo en cuenta no sólo los estrechos intereses del lobby cubano americano de derecha centrado en el sur de la Florida, sino los intereses más amplios de la sociedad norteamericana en su conjunto. Ted Piccone, de la Institución Brookings, ha listado al menos 9 grupos de interés o constituencies partidarias de relaciones normales, a saber: grupos de negocios principales en terrenos que van desde la agricultura hasta el turismo; medios de comunicaciones que ambicionan estar presentes en el escenario cubano; tanques pensantes de élite que llevan años propugnando un cambio de política; académicos interesados en intercambios con universidades y centros de estudios cubanos; ambientalistas interesados en interactuar con sus contrapartes cubanas e investigar el relativamente virgen medio ambiente cubano, especialmente el marino; grupos religiosos, en particular católicos, respondiendo al llamado de los tres papas que han visitado Cuba en los últimos 25 años; militares y funcionarios de instituciones encargadas del cumplimiento de la ley interesados en colaborar con las contrapartes cubanas en temas de seguridad; diplomáticos interesados en coordinar con Cuba en lo que fuera posible; y artistas, músicos, cineastas y museos interesados en la rica cultura cubana.

·         En sus memorias, Tough Love: My Story of the Things Worth Fighting For, Susan Rice, la Asesora Nacional de Seguridad del presidente Obama desde el 2012 hasta el final de su mandato, ha resaltado que las negociaciones que condujeron al acuerdo del 17 de diciembre de 2014 y su ejecución fue uno de los puntos culminantes de la administración, y el éxito que marcó un antes y un después en la revitalización de la diplomacia como instrumento de política exterior. Recuenta, además, que cuándo el presidente le preguntó si en las negociaciones con Cuba se debían limitar al intercambio de personas en prisión o buscar una solución general como el restablecimiento de relaciones diplomáticas, le respondió con un “bidenismo”, frases típicas del entonces vicepresidente: Si nos van a crucificar por qué dejarlos que lo hagan en una cruz pequeña. Marcó así, con el apoyo del actual presidente-electo, su posición de que normalizar las relaciones con Cuba era importante para el interés nacional de los Estados Unidos. Resulta inevitable recordar esta experiencia cuando ya se sabe que la embajadora Rice ocupará uno de los cargos clave de la futura administración, precisamente el de Directora del Consejo de Política Doméstica, lo que significará que se moverá en el círculo de poder más íntimo del nuevo presidente y le dará la oportunidad de influir sobre la dimensión interna o doméstica de la política hacia Cuba.

·         Aunque la política hacia Cuba del presidente Obama llevaba el sello distintivo de su filosofía y manera de actuar, al final de su mandato emitió la Directiva del 14 de octubre del 2016, documento articulado después de un largo proceso de deliberación al interior de la burocracia federal y teniendo en cuenta los intereses de distintos grupos. Derogada por Donald Trump en junio del 2017 al emitirse una nueva Directiva, Biden tendría sólo que esta última para restablecer la que emitió su predecesor demócrata.

·         Según indican todas las encuestas de entonces (2012 y 2016), una mayoría importante de cubano americanos apoyaron las políticas de Obama, particularmente aquéllas que fomentaron las relaciones con su país de origen y sus familiares.

La eventual política de Biden hacia Cuba ya está siendo objeto de un creciente escrutinio público en Estados Unidos. Un buen resumen fue el que publicaron Anthony Faiola y Karen de Young en The Washington Post el 27 de noviembre, bajo el título Biden wants to re-thaw relations with Cuba. He’ll have to navigate Florida politics. Por otra parte ya el senador Marco Rubio se apresuró publicar sus puntos de vista en El Nuevo Herald de Miami el 10 de noviembre, artículo cuya versión en español puede leerse en su sitio web oficial. Su mensaje a Joe Biden no puede ser más claro y constituye la esencia de la posición republicana: Una Administración Biden No Debe Repetir Las Concesiones de Obama a Cuba. Repite los mismos argumentos mendaces con los cuales ya enfrentó y criticó a Roberta Jacobson, la Secretaria de Estado para América Latina y el Caribe de Barack Obama que negoció la reapertura de las Embajadas de cada país en la capital del otro. Como dijo la Embajadora entonces, esa no es una concesión al gobierno cubano, es un instrumento mejor para proteger y defender los intereses de Estados Unidos en Cuba.

Si se resumieran las lecciones que se derivan para Joe Biden de lo aprendido por anteriores presidentes demócratas, pudieran enunciarse de la siguiente manera:

·         Las políticas de buscar un “cambio de régimen” en Cuba son inútiles por imposibles. Así lo dijo el presidente Barack Obama en su discurso en La Habana el 22 de marzo del 2016: “He dejado claro que Estados Unidos no tiene ni la capacidad ni la intención de imponer cambios en Cuba. Lo que cambie dependerá del pueblo cubano. No vamos a imponerles nuestro sistema político ni económico. Reconocemos que cada país, cada pueblo, debe trazar su propio camino, y darle forma a su propio modelo.”

·         El bloqueo debe ser levantado incondicionalmente no sólo porque es criminal e ilegal, sino porque ha fracasado y perjudica intereses norteamericanos legítimos.

·         Las políticas de “cambio de régimen” por coacción o coerción son propias del partido republicano y han fracasado. El partido demócrata pierde más que lo que gana con replicarlas, aún en variantes más “suaves”.

·         Estados Unidos tiene un amplio arco de intereses en Cuba que son alcanzables sólo mediante la cooperación y el diálogo con el gobierno cubano. Pretender el diálogo y la subversión al mismo tiempo no es viable. Los cubanos no son estúpidos.

·         La mejor manera de avanzar es actuar con rapidez y decisión. Hay al menos cuatro años por delante para progresar en la normalización, pero los obstáculos objetivos y subjetivos a vencer son tales que probablemente nunca se llegue a un estado normal perfecto.

·         Una política como la diseñada por el presidente Obama estaría no sólo en el interés de ambos gobiernos sino de ambos pueblos.

·         Son numerosos los grupos de interés que le darán la bienvenida a un retorno a la política de Obama, incluyendo sectores importantes de la emigración cubana. Por tanto, hay potencial para el crecimiento del apoyo a candidatos demócratas entre esta última.

·         Joe Biden tiene ya parte del camino recorrido con la existencia de relaciones diplomáticas y la firma de 22 acuerdos entre ambos gobiernos. Sólo hay que volver a ponerlas a funcionar.

 



[1] Las relaciones cubano-norteamericanas bajo la administración Kennedy, el fracaso de la invasión de Playa Girón, la Crisis de Octubre, el intento de iniciar conversaciones y el asesinato del presidente norteamericano constituyen probablemente de los temas más estudiados desde distintos puntos de vista. He tratado de condensarlo en unos párrafos, pero remito a los lectores a la amplia bibliografía que se puede consultar en Google.

[2] He descrito estas actividades en “La administración Johnson y Cuba”, Francisco López Segrera (compilador), De Eisenhower a Reagan: La política de Estados Unidos contra la Revolución Cubana, Instituto Superior de Relaciones Internacionales (ISRI), Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1987, págs. 141-190


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