La gigantesca expansión de China es el mayor ejemplo contemporáneo del desarrollo desigual y combinado. Una economía retrasada convenientemente enlazada con
el mercado mundial escaló en el ranking global, dejando atrás su status
subdesarrollado. Capturó tecnologías e inversiones de las potencias más
avanzadas y utilizó la baratura de sus recursos, para motorizar un inédito
crecimiento con rentabilidades superiores al promedio global.
Con ese asombroso
despegue se ubicó en el podio de las economías centrales, luego de aunar
transformaciones internas con ventajosas inserciones en la globalización. Copió
innovaciones, lucró con los costos inferiores que imperan en los países
relegados y consumó una expansión sin parangón. Otras economías asiáticas
también crecieron, pero sin esa intensidad y con poblaciones o territorios
incomparablemente menores.
El principio del
desarrollo desigual y combinado operó en un nuevo contexto de globalización.
Ningún precedente histórico de la expansión china actual -Estados Unidos,
Japón, Alemania o la Unión Soviética- presentó una conexión tan peculiar con el
capitalismo mundial.
China retomó el
lugar preeminente que ya tuvo en su milenaria trayectoria. Pero los vínculos de
ese remoto pasado con el renacimiento actual no son nítidos. El despunte de la
nueva potencia asiática obedece a varias especificidades contemporáneas.
PILARES, ETAPAS Y SINGULARIDADES
La expansión
china fue posible por la existencia de un pilar socialista previo, que permitió
articular los modelos planificados y mercantiles en una sorprendente dinámica
de crecimiento. Ese cimiento facilitó el salto productivo desde un piso muy
bajo de subdesarrollo.
La conformación
socialista inicial explica la acelerada industrialización de un país devastado
por la guerra, que en 1949 tenía un PBI per cápita inferior a muchos países
africanos. En tres décadas remontó ese atraso con espectaculares avances en
materia sanitaria (erradicación de las epidemias y aumento de la esperanza de
vida de 44 a 68 años entre 1950 y 1980). Lo
mismo ocurrió en el plano educativo (reducción del analfabetismo del 80
% al 16% entre 1950 y 1980) o familiar (eliminación del patriarcado ancestral)
(Guigue, 2018). Las grandes mejoras en la agricultura apuntalaron el despegue posterior.
La reversión del
subdesarrollo con políticas económicas no capitalistas emparenta a China con la
Unión Soviética y distingue su trayectoria del curso seguido por las grandes
potencias de Occidente. Las estrategias socialistas demostraron una
incuestionable efectividad, frente a un retraso extremo que tiene correlatos
hasta la actualidad. La segunda potencia del mundo todavía ostenta la posición
90 en el índice de Desarrollo Humano (Ríos, 2017). Es el principal proveedor
comercial y acreedor financiero de Estados Unidos, pero tiene un PIB per cápita
inferior a la séptima parte de su competidor (Watkins, 2019).
El pilar socialista
aportó un gran sostén a los dos períodos de desenvolvimiento posterior. Entre
1978 y 1992 predominó una etapa de generalización de las relaciones
mercantiles, con estrictos límites a la privatización y a la acumulación
privada de capital. El agro fue protagonista de un modelo centrado en el
mercado interno. Los dirigentes chinos comprendieron con anticipación el
suicidio que implicaba socializar la pobreza. Captaron que la renuncia abrupta
y total al mercado conducía al dramático rumbo transitado por Camboya (Prashad,
2020). Por eso retomaron las políticas de introducción del mercado en la
gestión planificada, que primero experimentaron Hungría y Yugoslavia.
A mitad de los 90 se
optó por otro curso de signo pro-capitalista. Se incentivó la privatización de
las grandes empresas, la gestación de una clase burguesa y la integración a la
globalización. Ese giro introdujo un cambio cualitativo en la economía, que
comenzó a registrar los típicos desequilibrios del capitalismo (Lin Chun,
2009a).
El correlato social
de esa segunda fase se verifica en los índices de inequidad. El coeficiente
Gini retrata un aumento de la desigualdad superior al registrado en cualquier
otra economía asiática (Roberts, 2017). Una nueva elite de millonarios ostenta
su riqueza, exalta el lujo y estrecha vínculos con sus pares del exterior. Son
los protagonistas de todos los escándalos de corrupción de los últimos años.
Los grupos enriquecidos propagan la cultura de la mercantilización y del consumismo
que asimila gran parte de la ascendente clase media. En el polo opuesto un
enorme segmento de emigrantes rurales nutre la masa de trabajadores
precarizados, que sostiene el crecimiento industrial.
El principal
secreto de la altísima expansión china ha sido la retención local del
excedente. Esa captura explica la ininterrumpida continuidad del proceso de
acumulación. Una economía con niveles de apertura externa muy bajos forjó
sólidos mecanismos para asegurar la reinversión local de las ganancias.
En el debut de
esa capitalización la diáspora china fue cooptada para facilitar el
desenvolvimiento interno. Por esa razón entre 1985 y 2005 fue artífice de las
inversiones llegadas al país (Guigue, 2018). Su gravitación inicial perdió
incidencia frente al despunte posterior de una clase capitalista en el propio
país, que preservó la norma de reciclar los excedentes en el ámbito local.
El despegue
chino obedeció, además, a una compleja mixtura de ingredientes internos y
externos. La intensa acumulación local quedó enlazada con la mundialización, en
circuitos de reinversión facilitados por el gran control a la salida de
capitales. Los sucesivos modelos de transición socialista, expansión mercantil
y parámetros capitalistas mantuvieron una elevada tasa de crecimiento. La
diáspora brindó el puntapié inicial a un modelo productivo posteriormente
enlazado con la globalización.
Ese esquema incluyó
el pasaje de la fabricación inicial de manufacturas básicas a la elaboración de
mercancías de nivel medio en la cadena de valor. Este avance se asentó en una
absorción de tecnologías muy diferente a la pauta prevaleciente en el mundo.
DESEQUILIBRIOS SIN NEOLIBERALISMO,
NI FINANCIARIZACIÓN
China introdujo
un modelo con regulaciones estatales muy alejadas del patrón neoliberal. Se
integró a la globalización con una elevada presencia del sector público y con
gran incidencia gubernamental en las normas de inversión. Impuso limitaciones
al nivel de las ganancias, a la distribución de los dividendos y a la
transferencia de los beneficios
al exterior (Andreani; Herrera, 2013). La nueva potencia se asoció al
capitalismo mundializado con reglas muy distintas a las imperantes en ese
sistema.
La gravitación de
las empresas estatales es ilustrativa de esa estrategia. Luego de un intenso
proceso de privatizaciones, las compañías del sector público conforman un
núcleo minoritario, pero con dimensiones 14 veces mayores al promedio de la
economía. Están localizadas, además, en las ramas estratégicas del petróleo, el
gas, el acero, los seguros, las telecomunicaciones y la banca (Treacy, 2020).
China tiene un
stock de activos del sector público equivalente al 150% del PIB anual, lo que
triplica el acervo del sector privado. Sólo Japón cuenta con un stock
semejante, mientras que en las principales economías ese porcentual no supera
el 50%. Las mismas diferencias se observan en la gravitación de la inversión
pública y en el peso de las empresas estatales con activos gigantescos (Roberts,
2020, 2018, 2017).
Es importante
registrar, además, el elevado grado de centralización de esas compañías, que
operan bajo la supervisión directa del Partido Comunista. Esas empresas
garantizan el suministro de insumos baratos a toda la estructura productiva.
El grado de
privatización actual de la economía china es muy controvertido. Algunas
estimaciones destacan la nítida preeminencia de ese sector (Hart-Landsberg,
2011) y otras restringen su incidencia dominante al 30% de PBI (Merino, 2020).
Pero todos los analistas coinciden en resaltar el continuado papel protagónico
de las firmas estatales.
Otro rasgo
distintivo del modelo ha sido la conservación de la tierra como propiedad
pública. Esa condición está determinada por las exigencias de soberanía alimentaria,
en un país que concentra el 22% de la población mundial con tan sólo el 6% de
la tierra cultivable. La relación per cápita de utilización del suelo para la
nutrición es 10 veces inferior al nivel imperante en Francia (Andreani,
Herrera, 2013).
Las modalidades
de la propiedad agraria común han sido muy diversas. La pequeña producción ha
persistido, las formas comunales perdieron peso frente al ámbito privado y el
despegue de los años 80 se basó en el crecimiento exponencial de todo el
sector. Allí se generaron los primeros excedentes para la industrialización
posterior.
Como
el volumen de la población urbana saltó del 20 al 50% del total, la expansión
del agro fue indispensable para asegurar el abastecimiento alimentario de las
ciudades. La propiedad pública garantizó ese equilibrio (Amin, 2013).
El derecho a
utilizar pequeños terrenos cumple, además, una función protectora de los
trabajadores migrantes, cuando el incremento del desempleo los expulsa de las
ciudades. Cuentan con una especie de seguro social agrario frente a los
vaivenes del mercado laboral (Au Loong, 2016). Las tensiones que generaría la
implementación en el agro de las privatizaciones introducidas en el suelo
urbano han disuadido esa extensión. El patrón del agrobusiness que el neoliberalismo impuso en el grueso del planeta
no rige en China.
En ese país tampoco
prevalece la financiarización vigente en el grueso de las economías
occidentales. Las regulaciones acotan especialmente el ingreso y egreso de los
capitales. Ese flujo está controlado por distintos mecanismos cambiarios, que
protegen a la economía de los temblores financieros internacionales (Amin,
2018).
Ese control de
las divisas no sólo otorga a China grandes ventajas en la gestión de cualquier
crisis. Ha permitido la conversión de los ingresos de la exportación en
créditos bancarios orientados a la industrialización. Con esos mismos
dispositivos se limita también la fuga de capital y la expatriación de las
ganancias. La nueva clase adinerada ha sido inducida a reciclar internamente
sus beneficios y a tolerar la intermediación del Banco Central en la gestión de
sus fondos.
El principal
instrumento de esa regulación financiera son los bancos de propiedad estatal.
Una veintena de entidades controlan el 98% de las operaciones y manejan los
monumentales depósitos que orientan el crédito. Un corolario de esa supervisión
es la ausencia de financiarización en los tres terrenos de ese dispositivo. El
auto-financiamiento de empresas, la titularización de los bancos y el
endeudamiento de los hogares son muy secundarios en comparación a cualquier
economía occidental (Lapavitsas, 2016: 227).
Con su prescindencia
del neoliberalismo y la financiarización, China se ahorró muchos desequilibrios
que afectan a sus competidores. Pero no ha podido soslayar las contradicciones
que introduce el capitalismo. Esas tensiones irrumpieron con la sustitución de
modelo mercantil-planificado por el esquema de privatización de las grandes
empresas.
China es el
principal epicentro mundial de la superproducción y esos sobrantes empujan a
redoblar la búsqueda de mercados externos. Esa compulsión deriva en picos de
sobre-inversión interna, que su vez alimentan la especulación inmobiliaria, el
endeudamiento creciente y las operaciones financieras en las sombras.
NEOLIBERALES Y HETERODOXOS
La impresionante
irrupción de China suscita admiración, temor e incomprensión. La elite
occidental no logra hilvanar una interpretación coherente de lo ocurrido.
Oscila entre el reproche a la continuidad del comunismo y la alegría por el
giro pro-capitalista. Algunos sospechan que la nueva potencia mantiene con
disfraces su viejo régimen y otros celebran su conversión al ideario de
mercado.
Estas
incoherencias repiten las reacciones de la guerra fría frente al apogeo
económico de la URSS. Esa expansión generaba en 1950-60 tanto odio como
envidia, entre los intelectuales orgánicos del imperialismo occidental. Pero la
tónica finalmente dominante frente a China es la confrontación, con todo tipo
de fábulas sobre el peligro rojo o amarillo.
Lo neoliberales
suelen explicar el crecimiento chino por su meritoria adopción del capitalismo.
Omiten el antecedente socialista y presuponen una falsa identidad entre la
vigencia del mercado y la preeminencia de las privatizaciones. La primera norma
operó durante un largo tiempo en estrecha combinación con la planificación y la
segunda ha quedado acotada por los límites al neoliberalismo y la
financiarización.
El desarrollo
chino refuta todos los mitos del capitalismo desregulado. Ese modelo no
prevaleció en ninguna de las tres fases del desenvolvimiento económico del
país. El impulso inicial se consumó bajo estrictas reglas de planificación
centralizada, el período siguiente incorporó mecanismos de gestión mercantil y
el curso actual contiene formas capitalistas acotadas por la regulación
estatal. La simplificada creencia que las reglas del beneficio rescataron a esa
economía de su “estancamiento socialista” es una fantasía de los derechistas,
que no logran digerir la extraordinaria expansión de un modelo ajeno a sus
recetas.
Ese
desconcierto se traduce en esquizofrénicas loas y repudios al “orden”, la“jerarquía”
o la “disciplina”, que observan en el funcionamiento del sistema económico
chino. Esas características son elogiadas como sinónimo de “progreso
capitalista” o denigradas como evidencias de la “dictadura comunista”. La
coherencia brilla por su ausencia entre los neoliberales, a la hora de evaluar
la irrupción de la nueva potencia asiática.
La heterodoxia convencional presenta a China
como el principal ejemplo del capitalismo regulado. En general rehúye el debate
conceptual sobre el significado de esa categoría.
Simplemente refuta las ensoñaciones neoliberales de un crecimiento, guiado por
la mágica presencia de la mano invisible del mercado. Esa crítica subraya la
constante preeminencia de la regulación estatal en cada avance consumado por el
país. Describe correctamente la decisiva ausencia del neoliberalismo y la
financiarización, pero supone que la simple continuidad de esa estrategia
garantiza el sendero del progreso.
Esa mirada reduce
todos los secretos del desarrollo a la presencia dominante del estado. Omite
que muchos países contaron con largos períodos de primacía estatal, sin superar
el atraso ante la continuada primacía del capitalismo dependiente. Al
desconocer que el logro de China se cimentó inicialmente, en mayúsculas
transformaciones de tono anticapitalista, se transmite un diagnóstico
incompleto y sesgado.
Los teóricos
del capitalismo regulado olvidan que sus principios estuvieron totalmente
ausentes en el debut de proceso y no cumplieron ningún rol importante durante
la combinación del plan con el mercado. Han aparecido finalmente con formas muy
singulares en la actualidad. La historia de los últimos dos siglos contiene
incontables ensayos de regulación capitalista fallida que China no imitó.
JUSTIFICACIONES MILENARISTAS
Otra
explicación de la expansión del país relativiza los determinantes económicos y
subraya la preeminencia de condicionamientos histórico-sociológicos. Observa el
despegue como un retorno al antiguo equilibrio destruido por la primacía de
Occidente. Recuerda que China es una civilización milenaria, con derecho a
ocupar un lugar hegemónico en el concierto de las naciones. Por eso interpreta
su protagonismo actual, como una compensación a los desvíos creados por la
dominación occidental en los últimos dos siglos. Concluido ese paréntesis, la
historia tendería a recuperar una trayectoria previa asentada en la centralidad
de China.
Esta teoría de la
venganza milenaria supone que el país recobra su legítimo predominio. Recuerda
que en el año 1800, las economías localizadas en los territorios asiáticos
proveían el 49% de la producción mundial (Fornillo, 2018). Estima que China
actualmente reequilibra la historia y recupera el lugar de una vieja economía
de mercado, que siempre superó a otras formaciones asentadas en la preeminencia
militar (Nolan, 2019). Estas miradas recuerdan que en el pasado, la
distribución del poder económico era proporcional a un patrón de peso
demográfico que tiende a reaparecer (Ríos, 2017).
Pero de su interpretación de la historia,
algunos enfoques deducen la validez de una resurrección hegemónica de China en
el escenario actual. Aportan importantes observaciones que mejoran nuestro
conocimiento de una sociedad milenaria, pero deducen de ese pasado un
controvertido derecho de China a recuperar centralidad en el mundo.
Esa nación no es
portadora de ningún destino (a la dominación o a la subordinación) por la
simple inexistencia de ese atributo. China no encarna ningún devenir superior
al resto de la humanidad, por la misma razón Estados Unidos carece de un
“destino manifiesto” como custodio de la seguridad mundial. Ese mismo faltante
se extiende a Europa, que no es transmisora de ninguna “civilización” de excelencia
a los pueblos de la periferia.
Las
justificaciones milenaristas retoman las mitologías de la excepcionalidad
nacional, como una virtud de ciertas poblaciones frente a otras. En el caso de
China, las tesis sinocéntricas han irrumpido como reacción al eurocentrismo
previo. Luego de un siglo
de humillación occidental suponen la validez de una retribución. Pero ese
razonamiento participa de todos los mitos gestados en torno a la “invención de
las naciones”, para enaltecer ciertos territorios, destinos, culturas o
idiomas.
La tradición marxista
siempre ha confrontado con ese tipo de creencias, que agudizan las rivalidades
nacionales y afectan los intereses compartidos de todos los pueblos del mundo.
El comunismo chino propagó activamente un ideario nítidamente internacionalista
durante décadas. Enarboló especialmente una variante antiimperialista de ese
proyecto asentado en el protagonismo revolucionario del Tercer Mundo.
Ese legado ha
quedado ahora erosionado por el nuevo patriotismo sinocéntrico, que presenta el
desarrollo de China, como una revancha frente a la opresión impuesta por
Occidente (Guigue, 2018). El mismo argumento patriótico es utilizado para
interpretar el enriquecimiento de los capitalistas locales, como una
retribución al empobrecimiento sufrido en el pasado. La incorporación de
potentados al Partido Comunista es presentada con ese fundamento como una
expresión de ponderables comportamientos nacionales (Ding, 2009). Pero en los
hechos ocurre todo lo contrario. Los sectores adinerados de la nueva elite
china son afines a Occidente, propician el estrechamiento de la asociación
transnacional y propagan el credo neoliberal.
Algunas
justificaciones nacionalistas del renacimiento de China se sustentan en la
revalorización del confucionismo, como fundamento del estado, la sociedad, la
ética y la armonía familiar. Otras reemplazan el análisis concreto del
desarrollo desigual y combinado contemporáneo por vagos preceptos de auge y
declive secular de sistemas sociales indiferenciados. Con ese enfoque, el
devenir de China es despegado de su cimiento en modos de producción
tributarios, capitalistas o socialistas, para ser evaluado con el dudoso patrón
valorativo de las civilizaciones.
Esa mirada diluye
las singularidades de las últimas décadas en nebulosas tramas meta-históricas.
El propio pasado de China se pierde en esas vaguedades. Olvida que la oleada
nacionalista que sucedió a la guerra de Opio (1840) alimentó la moderna
identidad china y apuntaló la conciencia nacional de la revolución republicana
(1911). El posterior triunfo socialista (1949) combinó proyectos agrarios,
democráticos y antiimperialistas que definieron el curso posterior del país.
Los críticos del milenarismo subrayan la centralidad de estas trasformaciones
(Lin Chun, 2013:197-211).
El mismo debate
se extiende a la evaluación del papel internacional de China. Algunos análisis
dan cuenta de la frecuente identificación de ese rol, como el cimiento de una
nueva civilización, forjada con criterios de comunidad, destino compartido,
desarrollo pacífico y armonía global (Margueliche, 2020). Esa imagen idealizada
de universalismo es propagada con un lenguaje despolitizado de consenso
universal, que simplemente omite las tendencias destructivas del capitalismo
(Lin Chun, 2019). Para superar esa evasión conviene aplicar al análisis de
China, los mismos parámetros de materialismo histórico, que se utilizan para
indagar la trayectoria de cualquier otra nación.
CAPITALISMO, SOCIALISMO, FORMAS
INTERMEDIAS
Los principales
interrogantes sobre China no radican en las peculiaridades de su modelo, sino
en la naturaleza social de su sistema ¿Es capitalista, socialista o intermedio?
Para dilucidar
ese problema hay que reconocer primero la validez de esos conceptos, en
contraposición a los pensadores que los omiten o impugnan.
Habitualmente
descartan la relevancia actual del socialismo, considerando que el capitalismo
es el único sistema válido. Esa visión convalida implícitamente la óptica neoliberal,
que asoció el derrumbe de la Unión Soviética con el “fin de la historia” y la
consiguiente eternidad del capitalismo. Con esa postura resulta imposible
comprender la trayectoria seguida por China y caracterizar a un régimen que
proclama su identidad con la perspectiva socialista.
Si se considera que
esa definición es intrascendente o constituye un simple disfraz habría que
extender la misma objeción a otras evaluaciones. ¿Por qué aceptar por ejemplo
la consistencia de los conceptos capitalismo regulado y desregulado? ¿O de
liberales y antiliberales? ¿No ocultan otra realidad subyacente que invalida
esas caracterizaciones?
El análisis se
torna más sensato si se reconoce que capitalismo y socialismo son las dos
nociones organizadoras de la interpretación de China. Aportan reglas
antagónicas de funcionamiento de la sociedad y el estado, que permiten indagar
dónde se ubica ese país.
Ciertamente son
conceptos insuficientes para caracterizar el modelo vigente en un país, pero
aportan un punto de partida insoslayable. Antes de dilucidar las
especificidades del capitalismo o del socialismo chino hay que esclarecer el
significado básico de ambos términos.
La vigencia de
capitalismo está dada en el terreno económico por la propiedad privada de los
medios de producción y la preeminencia de normas de beneficio, competencia y
explotación, junto al desequilibrio de la sobreproducción. Ninguna variedad de
capitalismo se desenvuelve sin la presencia de estas condiciones.
Esos tres
pilares no sólo distinguen al capitalismo de su antónimo socialista. También lo
diferencian de formas incompletas o primitivas de gestión mercantil. El mercado
precedió y sucederá al capitalismo. Es un dispositivo complementario de
distintos sistemas y su presencia no define la naturaleza social de un país. La
presentación de China como “una economía de mercado” -que conceptualizó un influyente
estudioso de esa sociedad (Arrighi, 2007: cap 3 y 8)- evade la caracterización
efectiva del régimen.
El pasaje de
normas mercantiles acotadas y compatibles con la planificación a los tres
pilares de la economía capitalista, marcó el debut potencial en China de ese
sistema a principios de los años 90. La pequeña y mediana propiedad privada en
el agro dio paso a grandes empresas industriales pertenecientes a la nueva
burguesía. La fijación de precios por normas competitivas se amplió al grueso
de las cotizaciones, se extendieron las modalidades de explotación y la
acumulación de beneficios enriqueció a
una influyente minoría. Además, los viejos cuellos de botella generados por la
sub- producción fueron sustituidos por tensiones de sobre-inversión. Estos
cambios retratan la gravitación de modalidades capitalistas en la economía china.
De esa canasta de
elementos lo más significativo es el surgimiento de una clase propietarias de
los medios de producción que busca transmitir privilegios a sus herederos.
¿Pero la indiscutible incidencia de este sector define la vigencia del
capitalismo en China?
La
respuesta sería probablemente afirmativa en otras circunstancias históricas.
El
país comenzó a incorporarse a ese sistema en un escenario global de
neoliberalismo y financiarización, sin adoptar esas dos características. Esa
limitación tornó muy incompleta desde el inicio la restauración del
capitalismo. Las modalidades de alta regulación, restricción de ganancias,
propiedad pública de la tierra y manejo estatal de los bancos, la moneda y el comercio
exterior obstruyen la vigencia plena de ese sistema.
A diferencia de
otras experiencias -como el neo-desarrollismo o el distribucionismo
latinoamericano de la última década- el distanciamiento chino del neoliberalismo
y la financiarización no ha sido un episodio de pocos años. Impera en un país,
que forjó su economía contemporánea con pilares de socialismo.
El carácter acotado
del predominio capitalista en China se verifica más nítidamente en el plano
político. Esa esfera es decisiva puesto que la preeminencia de ese sistema no
se define exclusivamente en el ámbito de la economía o la sociedad.
Presupone
también el manejo del estado por parte de la gran burguesía. La simple
existencia de este sector o su elevada gravitación en el control de los
recursos no determina el status capitalista de un país. Los principales
resortes del poder estatal deben quedar sometidos al manejo directo o delegado
de los apropiadores. Y ese control no se verifica en la actualidad en China.
El estado funciona
con las normas e instituciones forjadas a partir de la revolución socialista de
1949. La continuada preeminencia del Partido Comunista -y de toda la estructura
de organismos nacionales y regionales conectados a esa primacía- ilustra una
modalidad de gobierno muy distinta a las formas habituales del poder político
burgués.
En China no se
produjo la implosión que desintegró a la URSS, ni el abrupto colapso de los
regímenes del Este Europeo. La repetición de esa trayectoria que esperaban los
líderes de Occidente no se verificó. La ruptura del sistema que impuso Yeltsin
contrastó con la continuidad que reafirma Xi Jinping. Esa diferencia indica que
la clase capitalista ya forjada en China actúa bajo un sistema político que no
domina.
Esa estructura
institucional mantiene, además, ideologías, símbolos y próceres muy chocantes
para los preceptos básicos del capitalismo. Reivindica el heroísmo en lugar el
lucro y las metas colectivas en vez del enriquecimiento personal. Ciertamente
esos principios divergen de una realidad económica sujeta en gran medida a la
lógica del beneficio. Pero esa tensión también expresa los límites que afronta
el reingreso pleno del capitalismo.
El legado
socialista no sólo aflora lateralmente en los formalismos de los funcionarios,
sino que conserva vigencia en el gran espectro de la izquierda y recobra importancia
en las coyunturas de crítica a la desigualdad. ¿Pero esos límites a la
restauración capitalista indican, entonces, la continuidad de su contracara
socialista?
En los términos
concebidos por los clásicos del marxismo, China siempre se ubicó a una gran
distancia de esa meta. Nunca alcanzo el bienestar colectivo, la abundancia
material o la democracia genuina, que permitirían inaugurar la disolución de
las formas opresivas del estado. Mucho más alejado de ese ideal estuvo siempre
la utopía positiva del comunismo.
Durante las
primeras décadas que sucedieron a la revolución rigió una transición al
socialismo asentada en dos principios de esa evolución: la expansión de la
propiedad pública y la intervención popular en la transformación de la
sociedad. Posteriormente se incluyeron en la misma plataforma numerosos
mecanismos comerciales para renovar el crecimiento. Esa etapa quedó cerrada con la conformación de una nueva
clase propietaria de grandes
empresas. El avance inicial al socialismo se transformó en un proceso opuesto
de involución hacia el capitalismo. Esa regresión no se ha consumado, pero
revirtió la tendencia precedente.
En China no rige el
capitalismo, ni el socialismo. Prevalece una modalidad histórica intermedia e
irresuelta de sociedad, junto a una formación burocrática en el manejo del
estado. El funcionariado que controla el poder estatal no actúa por simple
delegación de la nueva clase propietaria. Busca sostener -mediante un elevado
ritmo de crecimiento- un equilibrio de todos los sectores sociales del país.
ANTECEDENTES, MODELOS Y AFINIDADES
Nuestra interpretación retoma ideas expuestas en un libro sobre el socialismo.
Transcurridos
16 años desde la edición de ese texto, las principales definiciones
conceptuales sobre China propuesto por nuestro análisis mantienen su validez
(Katz, 2004:77-83). Esa continuidad ilustra cómo puede prolongarse en el
tiempo, la indefinición del carácter capitalista o socialista de un sistema. Lo
que parecía coyunturalmente irresuelto persiste como un proceso que será
zanjado en períodos más extensos.
El principal
señalamiento de ese análisis -la restauración capitalista no ha concluido-
persiste hasta la actualidad. También la mencionada existencia de tres períodos
diferenciados (debut socialista, gestión mercantil, introducción del
capitalismo) se mantiene como eje clarificador del problema.
Nuestro enfoque
actualizado en otro texto (Katz, 2016) fue bien recibido por algunos
comentaristas, que lo contrapusieron a las miradas simplistas de la realidad
china (Restivo, 2020). Pero han interpretado erróneamente que postulamos el
carácter irreversible de un viraje hacia el capitalismo, que a nuestro entender
permanece inconcluso.
Para dirimir el
grado de reintroducción del capitalismo utilizamos los criterios aportados por
un analista de los “procesos pos-comunistas” de Europa Oriental. Esos
parámetros son el alcance de la propiedad privada, las normas de funcionamiento
de la economía y el modelo político imperante (Kornai, 1999: 317-348).
Con esos
indicadores destacamos que China avanzó hacia el capitalismo en el primer
terreno, no definió un perfil definitivo en el segundo y afrontó un severo
dique en el tercero. Su estadio intermedio es muy visible en comparación a lo
ocurrido en Rusia o Europa Oriental.
Nuestra mirada
sintoniza con muchas caracterizaciones de la Nueva Izquierda de China. Esta
afinidad se verifica ante todo en la distinción cualitativa entre el período de
las reformas mercantiles (1978) y la etapa de las privatizaciones (1992). Lejos
de constituir dos momentos de una misma trayectoria, involucraron rumbos
contrapuestos de compatibilidad con el socialismo y alineamiento con el
capitalismo (Lin Chun, 2009a).
También
compartimos la crítica frontal a un proceso de restauración, que socava las
conquistas sociales logradas con la revolución, ampliando en forma dramática la
desigualdad (Lin Chun, 2019). Resaltamos por igual que el tránsito de China
hacia el capitalismo no es un devenir conveniente, ni inexorable para
desarrollar las fuerzas productivas y que ese desenvolvimiento no exige la
integración a la globalización (Lin Chun, 2009b).
La coincidencia se
extiende, además, al diagnóstico de un proceso de restauración sólo parcial del
capitalismo. Ese curso puede ser revertido en la lucha por igualdad, en una
sociedad con principios muy arraigados de justicia. La recuperación de la
trayectoria socialista dependerá de una acción emprendida por los sujetos
populares (Lin Chun, 2013:197-211).
TRES VARIANTES DE RESTAURACIÓN
El carácter limitado
de la reintroducción capitalista en China ha sido recientemente evaluado por un
importante estudio, que traza comparaciones conceptuales con lo ocurrido en
Europa del Este y Rusia. Diferencia los tres procesos distinguiendo la
incorporación del capitalismo desde abajo, desde el exterior o desde arriba
(Szelényi, 2016).
Señala que la
conformación del capitalismo en Europa del Este se procesó con gran antelación
y monitoreo externo, mediante un intenso estrechamiento de lazos entre los
grupos dominantes locales y sus socios de Occidente. La intelectualidad asimiló
con gran fanatismo el credo neoliberal y cumplió un rol determinante en la
creación del clima de entusiasmo que rodeo a la recepción del capitalismo.
Las privatizaciones
quedaron en manos de los sectores que ya habían acumulado en las sombras los
acervos requeridos para capturar el botín. La terapia de shock en Polonia, el
transito gradual en Eslovenia, las reparaciones a los antiguos propietarios en
la República Checa y la subastas de Hungría constituyeron modalidades
peculiares de un curso compartido de vertiginosa restauración del capitalismo.
Las clases
dominantes ya prefiguradas en la etapa previa se consolidaron con la misma
velocidad, que se desmoronó la vieja conducción de los regímenes precedentes.
La preeminencia de consejeros externos y la instalación de formas brutales de
neoliberalismo fueron los datos más significativos de esa transformación.
En China no se ha
verificado ninguno de esos procesos. La acumulación de capital comenzó en el
campo y se desenvolvió con gran lentitud hasta el inicio de las privatizaciones
en las ciudades. Ese proceso se mantuvo a lo largo de varias décadas, sin
extenderse a las actividades estratégicas que permanecen en manos del estado.
Tampoco hubo dirección externa de la reconversión. Las empresas transnacionales
fueron asociadas a un programa de crecimiento elaborado localmente y los
gobiernos occidentales tuvieron poca influencia en el rumbo seguido. Las
propias elites seleccionaron a la diáspora china como su contraparte
privilegiada y establecieron severas limitaciones al papel del capital foráneo.
Ciertamente la
ideología neoliberal penetró en el país, pero en permanente disputa con otras
concepciones y nunca logró primacía. El viejo sistema político estructurado en
torno al Partido Comunista persistió y afianzó su predominio de la gestión
económica. Los contrastes con lo ocurrido en Europa del Este son tan categóricos,
que el autor de la comparación pone seriamente en duda la vigencia actual del
capitalismo en China.
También en
Rusia la restauración fue un fenómeno fulminante y alejado de las ambigüedades
que se verifican en el escenario asiático. La introducción del capitalismo se
consumó a la misma velocidad que en Europa del Este por medio de virulentas
privatizaciones. Yeltsin decidió construir el nuevo sistema en 500 días y
repartió el grueso de propiedad pública entre sus allegados.
La nueva
burguesía se gestó de la noche a la mañana y cinco años después del colapso de
la URSS, los siete mayores empresarios rusos poseían la mitad de los activos
del país. Los desequilibrios precipitados por la codicia se hicieron tan
presentes como las turbulencias financieras.
En esa reconversión
fue visible la enorme influencia occidental, pero a diferencia de Europa
Oriental el comando final quedó en manos de la nueva plutocracia moscovita. El
capitalismo no reingresó desde afuera, sino desde arriba. Los protagonistas del
viraje fueron los mismos actores de la cúpula política precedente. La alta
burocracia de la URSS se transformó en la nueva oligarquía de Rusia. El mismo
personal cambió de vestimenta y mantuvo la conducción del estado para otros
fines. Esa mutación de abanderados
del comunismo a exaltadores del capitalismo se verificó también en Ucrania,
Bielorrusia, las antiguas repúblicas de Asia Central y algunos países de los Balcanes.
China no
atravesó por esos senderos. La reimplantación del capitalismo ha sido es un
proceso tortuoso e inacabado, ante la ausencia de un mandatario dispuesto a
emular a Yeltsin. El desmoronamiento de la URSS acentuó el conservadurismo de
los dirigentes
chinos. En lugar de sepultar la estructura política del Partido Comunista
decidieron consolidarla y en vez de fusionar a la nueva clase capitalista con
el poder político, sólo aceptaron su existencia como una fuerza paralela a su
propia dirección.
Por esa razón en
China no ha imperado el modelo de reparto patrimonial de propiedades que
introdujo Yeltsin, al rematar los activos del país entre la nueva elite.
Tampoco se verificó el esquema prebendario de retribuciones en función de la
lealtad que instauró Putin. Con ese mecanismo el presidente ruso acotó el poder
de los codiciosos oligarcas. Expropió, criminalizó y disciplinó a esos
acaudalados, con la misma virulencia que utilizaban los zares contra los
boyardos. Pero ninguna de sus acciones modificó el status capitalista del país.
También en China
hay tensiones de gran porte y el férreo comando que ejerce Xi Jinping apunta a
impedir el desmadre de esas disputas. Algunos analistas estiman que gobierna
utilizando un conjunto de reglas ocultas y no escritas, que reproducen la
antigua autoridad del emperador sobre las capas subordinadas. Equilibra
especialmente los choques entre el funcionariado que asciende con las reglas de
la meritocracia y los ahijados del viejo liderazgo comunista (Au Loong, 2016).
Pero incluso con
esas modalidades de gestión, el poder político mantiene las denominaciones,
estatutos e ideologías del proceso inaugurado en 1949. Aquí radica la gran
diferencia con Rusia que sepultó todos los vínculos con la revolución de 1917.
La disímil penetración del capitalismo en ambos países está muy conectada con
esa divergencia de actitudes hacia el pasado.
COMPARACIONES CON EL ORIGEN DEL
CAPITALISMO
Una revisión de
los debates sobre el origen del capitalismo contribuye a clarificar la
naturaleza actual de China. Al indagar cómo nació ese sistema se puede
discernir de qué forma ha resurgido dónde había sido erradicado.
La controversia
entre los historiadores marxistas sobre el nacimiento del capitalismo
contrapuso a los intérpretes de su debut en el agro (Dobb, 1974), con los
teóricos de su consolidación primigenia en el comercio (Sweezy, 1974). La
primera visión atribuía la transición a la erosión en Europa de las estructuras
feudales, como consecuencia de las rebeliones campesinas. La segunda resaltaba
el auge urbano que deterioró a la nobleza, acentuó la huida de los siervos y
transformó la renta de productos en dinero.
Esa discusión
buscaba dirimir si el capitalismo emergió en un largo proceso de acumulación
primitiva en el agro y generalización del trabajo asalariado en las ciudades, o
si por el contrario despuntó cuando se afianzaron las relaciones comerciales.
La ventaja del
primer enfoque radicó en su acertada identificación del capitalismo con un
sistema de competencia por beneficios surgidos de la explotación. Esa
generación de ganancias requiere propiedad privada de los medios de producción
y normas de lucro asentadas en la extracción de plusvalía. El simple predominio
de los parámetros mercantiles no consagra el predominio del capitalismo.
Retomando esa
diferenciación, China debería reunir actualmente las condiciones señaladas por
la tesis del origen agrario para presentar un status capitalista. No alcanza
con la universalización de las reglas comerciales para constatar esa vigencia.
Justamente en la trayectoria contemporánea del país, la etapa de expansión del
mercado sin privatizaciones no implicó el inicio del capitalismo. Sólo en el
periodo posterior emergió la restauración. La acumulación por abajo en el agro
constituyó, a lo sumo, un presupuesto de ese cambio y no un indicio de su consumación.
Otra discusión sobre
el nacimiento del capitalismo opuso a los historiadores que subrayaban su
origen nacional (Wood, 2002:103-121), con los estudiosos que remarcaban su
génesis internacional (Wallerstein, 1988: 33-35). Esa controversia contraponía
la existencia de múltiples trayectorias de un sistema forjado en el siglo XIX,
con visiones de un régimen que irrumpió como totalidad mundial en el siglo XVI.
En este caso, el
acierto de la primera mirada radica en los criterios que aportó para estudiar
cada capitalismo nacional, en función de sus diferencias con los sistemas
previos. El inconveniente de la segunda óptica estriba en la disolución de esas
singularidades. Remonta la existencia del capitalismo a un lejano pasado y
supone que ya operaba como entramado global.
Esa divergencia
de criterios internos o externos para definir la presencia del capitalismo
cobra actualidad, para evaluar las trayectorias nacionales divergentes seguidas
por Rusia o Europa del Este frente a China. Esos procesos se desenvolvieron en
un mismo escenario de globalización neoliberal, pero transitaron por cursos
nacionales muy distintos.
La expansión mundial
del capitalismo que sucedió al fin de la guerra fría, no implicó la
implantación del mismo sistema en todos los rincones del planeta. China (o Cuba
y Vietnam) ha seguido un rumbo distinto en un contexto común. Por las mismas
razones que la existencia de un sistema-mundo no equivalía a la automática
adscripción de la URSS a esa totalidad, la preeminencia actual de la
globalización no presupone el capitalismo en China.
Este
señalamiento es importante para evitar los equívocos inversos, que asignan a la
nueva potencia asiática una misión civilizatoria mundial. Si la globalización
no define el status capitalista de China, la expansión internacional de ese
país tampoco alumbra otro funcionamiento del resto del mundo.
REVOLUCIÓN
Y CONTRARREVOLUCIÓN BURGUESA
Las discusiones
sobre el origen del capitalismo afianzaron la percepción de una larga
transición de varios siglos, con diversas modalidades de coexistencia de clases
dominantes (Vitale, 1984). Esta misma conclusión podría aplicarse en la actualidad
a China, Su eventual pasaje al capitalismo, no debería necesariamente presentar
el abrupto desenlace que imperó en Rusia o Europa del Este. Podría
efectivizarse a la largo de varias
décadas y en ese caso correspondería caracterizar al régimen vigente durante
ese período intermedio.
En los debates
historiográficos de esa transición surgió la noción de formación
económico-social, para conceptualizar la existencia de variadas articulaciones
entre modos de producción, con predominio desigual del capitalismo (Cueva,
1988). Esa noción fue utilizada para caracterizar, por ejemplo, las mixturas
imperantes en América Latina entre los siglos XV y XIX. Hubo diversas
combinaciones del capitalismo con el esclavismo (plantaciones) o con el
feudalismo (haciendas). La misma mirada podría aplicarse en la actualidad a
China, para considerar su formación económico-social en términos
de un eventual “social-capitalismo”.
Pero estas
categorías económicas no alcanzan para definir cuando rige el capitalismo. En
las mixturas de la transición la burguesía conquistó su dominio de la sociedad,
pero sólo ejerció efectivamente esa primacía cuando capturó el poder del
estado. El imperio de la competencia, la ganancia y la explotación no consagró
el status capitalista, mientras el estado permaneció en manos de otros grupos
dominantes. Fue lo ocurrido por ejemplo con el estado absolutista durante la
era feudal. Sólo cuando la burguesía
controló ese resorte quedaron despejados todos los escollos para la
acumulación.
Esta conclusión del
debate historiográfico tiene especial aplicación para el escenario actual de
China. Tal como ocurrió en el pasado, una nueva clase dominante ya monitorea
gran parte de la economía sin manejar el poder político, lo que a su vez impide
el pleno despegue del capitalismo.
El punto de giro
en el pasado fue clarificado en la evaluación de las revoluciones burguesas,
que constituyeron la modalidad clásica de conquista del poder por parte de la
clase capitalista. La caída de monarquía (Francia) o la guerra de secesión
(Estados Unidos) fueron ejemplos típicos de ese viraje (Piqueras, 2000).
Pero estas
contundentes mutaciones no fueron el único curso de la historia y esa
indefinición reaparece en la actualidad. Las fechas exactas del cambio de régimen
que se observaron en Rusia, Polonia, Alemania del Este o Hungría, no se han
extendido a China.
En la comparación
corresponde igualmente subrayar que las revoluciones burguesas del pasado no
constituyeron el simple antecedente de las contrarrevoluciones del presente. Un
monumental abismo separa al surgimiento del capitalismo de su retorno. La
principal diferencia estriba en la total carencia de complementos progresistas
en el plano democrático, nacional o agrario (Anderson, 1983). El resurgimiento
actual más bien profundiza los ingredientes regresivos de la instauración del
capitalismo, que predominó en los países centrales desde la segunda mitad del
siglo XIX (Callinicos, 1989). Esa misma tónica ha prevalecido en la
restauración del sistema al cabo de una centuria en Rusia y Europa del Este.
Conviene
recordar también que en numerosos lugares del mundo el capitalismo emergió sin
revolución burguesa, mediante transformaciones pasivas o auto- conversiones de
los estados. El paulatino aburguesamiento de la antigua nobleza en Japón y
Alemania fueron los típicos modelos de esa gestación por arriba (Takahashi,
1974). Se podría argumentar que China está transitando por una reconversión
semejante, mediante el pausado padrinazgo del capitalismo por los mismos
sectores que dominaron el sistema precedente.
Pero
esa transición de largo plazo sería muy distinta a los precedentes del sigloXIX.
Implicaría en China el triunfo del proyecto neoliberal y el estrechamiento de
lazos con los socios occidentales. Esa eventualidad constituye por ahora sólo
una de las opciones en juego. Las alternativas en disputa requieren un análisis
más específico que abordaremos en el tercer artículo de esta serie.
18-9-2020
RESUMEN
La irrupción de
China ilustra la dinámica contemporánea del desarrollo desigual y combinado. El
cimiento socialista, el complemento mercantil y los parámetros capitalistas
apuntalaron un modelo enlazado a la globalización, pero centrado en la
retención local del excedente. La ausencia de neoliberalismo y financiarización
ahorraron al país los desequilibrios afrontados por sus competidores. Pero la
penetración del capitalismo genera sobreinversión y excedentes a descargar en
el exterior.
La ortodoxia explica la expansión china por
un imaginario predominio de la desregulación y la heterodoxia por la simple
aplicación de controles que han fallado en otros
lugares. Ambos omiten el cimiento socialista. La óptica milenarista enaltece un
destino imaginario y supone raíces remotas para procesos muy recientes.
El capitalismo está
presente pero no domina aún en la economía. La nueva clase burguesa tampoco
logró el control del estado, pero la transición socialista se revirtió y
prevalece un status intermedio. La acotada restauración contrasta con las
trayectorias de Europa Oriental y Rusia. Una comparación con el origen del
capitalismo sugiere la posibilidad de largas transiciones y mixturas de
sistemas.
REFERENCIAS
-Amin, Samir (2013).
China 2013 https://monthlyreview.org/2013/03/01/china
-Amin,
Samir (2018). China and global financiarization, 11 jun samiramin1931
blogspot.com
-Anderson,
Perry (1983). La noción de revolución burguesa en Marx, San Marino, www.buenastareas.com/
-Andreani, Tony; Herrera Rémy (2013). ¿Un modelo socialdemócrata para
China? Comentarios críticos sobre el libro La Vía China, https://www.jaimelago.org/node/91,
-Arrighi Giovanni (2007). Adam Smith en Pekín, Akal, Madrid.
-Au
Loong Yu China (2016). ¿Final de un modelo o nacimiento? Adónde va China, Editorial Metrópolis, Buenos Aires.
-Callinicos Alex
(1989), Bourgeois revolutions and Historical Materialism, summer,
International
Socialism.
-Cueva, Agustín (1988). Prólogo a la edición
ecuatoriana, Teoría social y procesos
políticos en América Latina, Línea Crítica.
-Ding, Xiaoqin,
(2009), The socialist market world economy, china and the world,
Science and Society, vol 73, April.
-Dobb, Maurice (1974). Prefacio, Respuesta,
Nuevo Comentario, La transición del
feudalismo al capitalismo, Ediciones La Cruz del Sur, Buenos Aires.
-Fornillo, Bruno (2018). La China de Xi
Jinping y el EEUU de Trump: Revista de la
Red de Intercátedras de Historia de América Latina Contemporánea, Año 4, N°
7. Córdoba, Diciembre 2017-Mayo.
-Guigue,
Bruno (2018). El socialismo chino y el mito del fin de la historia, 29-11, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=249582
-Hart-Landsberg,
Martin, (2011), The Chinese Reform experience: A critical assessment,
Review
of Radical Political Economics, vol 43, n 1.
-Katz, Claudio (2016). China, un socio para no imitar, Adónde va China, Editorial Metrópolis,
Buenos Aires.
-Katz Claudio. (2004). El porvenir del socialismo, Herramienta, Buenos Aires.
-Kornai, Janos (1999). Du socialism au
capitalism. La signification du changement de systeme. Capitalisme et socialisme en perspective. Editiones La decouverte,
Paris.
-Lapavitsas, Costas (2016). Beneficios sin producción. Cómo nos explotan
las finanzas, Traficantes de Sueños, Madrid.
-Lin Chun (2009a), The socialist market economy, Step forward or
bakward, Science and Society, vol 73,
April.
-Lin
Chun (2009b) Lecciones de China: reflexiones tentativas sobre los treinta años
de reformas económicas, octubre, http://www.herramienta.com.ar/herramienta-web-2
-Lin Chun (2013). China and Global Capitalism Reflections on Marxism, History, and
Contemporary Politics, Palgrave Macmillan.
-Lin
Chun (2019). China’s new globalization, Vol 55, Socialist Register A World turned upside down? https:
/socialistregister.com/index.php/srv/article/view/30939
-Margueliche,
Juan Cruz (2020). La irrupción del Covid-19, los medios de comunicación y un
nuevo escenario geopolítico 30 jun https /
/dangdai.com.ar//06/30/boletin-de-clacso/
-Merino,
Gabriel E (2020). China y el nuevo momento geopolítico mundial. Boletín del
Grupo de Trabajo China y el mapa del poder mundial, CLACSO, n 1, mayo,
-Nolan, Peter
(2019). El PCCH y el ancien régime, New
Left Review, 115 marzo- abril.
-Piqueras, José
(200). “¿Hubo una revolución burguesa?”, Historia Social n 6, otoño.
-Prashad,
Vijay (2020). Entrevista sobre el socialismo chino y el internacionalismo hoy,
21-5, https://observatoriodetrabajadores.wordpress.com/2020/05/25/
-Restivo,
Néstor (2020). China: cómo entender si diagnosticamos mal https://adsina.wordpress.com//05/10/
/
-Ríos, Xulio (2017). China en la nueva coyuntura mundial, Viento Sur, 12 mayo,
https://vientosur.info/china-en-la-nueva-coyuntura-mundial/
-Roberts,
Michael (2017). Xi toma el control total del futuro de China
05/11.sinpermiso.info
-Roberts
Michael (2018). Trading economics the Chinese way, 2 feb. https://thenextrecession.wordpress.com
-Roberts
Michael (2020). China: la encrucijada tras la pandemia, 27/05 https://www.sinpermiso.info/texto
-Sweezy, Paul (1974). Comentario crítico,
Contra-réplica. La transición del
feudalismo al capitalismo. Ediciones La Cruz del Sur, Buenos Aires.
-Szelényi,
Iván (2016). Capitalismos después del comunismo. New Left Review, 96, enero.
-Takahashi H, K (1974), Contribución al
debate, La transición del feudalismo al
capitalismo. Ediciones La Cruz del Sur, Buenos Aires.
-Treacy, Mariano (2020). El pasado puede ser discutido en el futuro: de
la modernización de Deng Xiaoping a las tensiones que despierta China como
potencia mundial, Izquierdas, 49,
enero.
-Vitale
Luis (1984), Modos de producción y formaciones sociales en América Latina, www.mazinger.sisib.uchile.cl/repositorio
-Wallerstein, Immanuel (1988). El capitalismo histórico, Siglo XXI,
México.
-Watkins, Susan
(2019). Estados Unidos vs. China New Left
Review 115 marzo-abril.
-Wood, Ellen Meiksins (2002). The origin of capitalism, Verso, London.
1 Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz