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jueves, 14 de enero de 2021

Cómo puede Biden restaurar el multilateralismo unilateralmente


NUEVA YORK – Hay mucho para celebrar en este inicio de un nuevo año. El arribo de vacunas seguras y eficaces contra la COVID‑19 nos permite ver una luz al final del túnel de la pandemia (aunque los próximos meses serán terribles). Y sobre todo, el mentiroso, incompetente y mezquino presidente estadounidense será reemplazado por su total opuesto: un hombre de decencia, honestidad y profesionalismo.

Pero no hay que hacerse ilusiones respecto de la situación que hallará el presidente electo Joe Biden tras asumir el cargo. Habrá profundas cicatrices de la presidencia de Trump, y de una pandemia que la administración saliente no se esforzó en combatir. El trauma económico no sanará de un día para el otro, y si en este momento crítico de necesidad no se implementan medidas de apoyo integrales (que incluyan entre los destinatarios a los agobiados gobiernos de estados y municipales) el sufrimiento será prolongado.

Por supuesto, los viejos aliados aplaudirán el regreso de un mundo en el que Estados Unidos defienda la democracia y los derechos humanos y coopere con otros países en la solución de problemas globales como las pandemias y el cambio climático. Pero también en esto, sería tonto fingir que el mundo no cambió en forma radical. Al fin y al cabo, Estados Unidos mostró que no es un aliado digno de confianza.

Es verdad que la Constitución de los Estados Unidos y las de sus cincuenta estados sobrevivieron y protegieron la democracia estadounidense de lo peor de los impulsos malignos de Trump. Pero el hecho de que 74 millones de estadounidenses hayan votado por otros cuatro años de este desgobierno grotesco provoca escalofríos. ¿Qué pasará con la próxima elección? ¿Por qué ha de confiar el mundo en un país que de aquí a cuatro años podría repudiar todo aquello que ahora defiende?

El mundo (y Estados Unidos) necesitan trascender el estrecho transaccionalismo de Trump. La única salida posible es un multilateralismo auténtico, donde el excepcionalismo estadounidense esté realmente subordinado a los valores e intereses comunes, a las instituciones internacionales y a una forma de legalidad internacional de la que Estados Unidos no esté exento. Esto supone para Estados Unidos un importante cambio, desde la vieja posición hegemónica a otra basada en la colaboración.

No sería la primera vez que suceda. Después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se dio cuenta de que ceder una parte de su influencia a organismos internacionales (como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional) en realidad lo beneficiaba. El problema es que no hizo lo suficiente. John Maynard Keynes formuló la sabia propuesta de que se creara una moneda internacional (una idea que después se manifestó en los derechos especiales de giro –DEG– del FMI) pero Estados Unidos exigió poder de veto en esta institución y no le confirió todo el poder que necesitaba.

En cualquier caso, las posibilidades de Biden dependerán en buena medida del resultado de las segundas vueltas por dos escaños en el Senado que se celebrarán en Georgia el 5 de enero. Pero incluso sin un Senado dispuesto a colaborar, el presidente de los Estados Unidos tiene un enorme margen de acción en política exterior, de modo que hay muchas iniciativas que Biden puede emprender por cuenta propia desde el día de la asunción.

Una prioridad obvia es la recuperación después de la pandemia, que no será firme en ninguna parte hasta que sea firme en todas. Esta vez no podemos contar con que China motorice la demanda global tanto como lo hizo después de la crisis financiera de 2008. Además, las economías emergentes y en desarrollo carecen de recursos para implementar programas de estímulo a gran escala como los que Estados Unidos y Europa han provisto a sus economías. Lo que se necesita, como señaló la directora gerente del FMI Kristalina Georgieva, es una emisión masiva de DEG. Para emitir de inmediato unos 500 000 millones de dólares en esta «moneda» mundial, sólo haría falta la aprobación de la secretaria del Tesoro de los Estados Unidos.

La administración Trump se opuso a una emisión de DEG, pero Biden puede darle luz verde y al mismo tiempo acompañar las propuestas de congresistas que quieren ampliar considerablemente el volumen de la emisión. A continuación, Estados Unidos puede hacer lo mismo que los otros países ricos que ya acordaron donar o prestar su dotación de DEG a los países que la necesiten.

La administración Biden también puede impulsar la reestructuración de deudas soberanas. Varias economías emergentes y en desarrollo ya enfrentan crisis de deuda, y es posible que pronto se sumen muchas más. Hoy, una reestructuración global de deudas interesa a Estados Unidos mucho más que nunca.

Durante los últimos cuatro años, la administración Trump ignoró la ciencia básica y el Estado de Derecho. De modo que también es prioritario restaurar el marco normativo de la Ilustración. La legalidad internacional, no menos que la ciencia, es tan importante para la prosperidad de Estados Unidos como para el funcionamiento de la economía mundial.

En lo referido al comercio internacional, la Organización Mundial del Comercio ofrece una base para la reconstrucción. Ahora mismo, la política del poder y la ideología neoliberal tienen excesiva influencia sobre el orden supervisado por la OMC, pero eso puede cambiar. Hay cada vez más apoyo a la candidatura de Ngozi Okonjo‑Iweala (prestigiosa ex ministra de finanzas de Nigeria y ex vicepresidenta del Banco Mundial) para el puesto de directora general de la OMC. Lo único que impidió su designación hasta ahora fue la administración Trump.

Ningún sistema de comercio puede funcionar sin un método para resolver disputas. Al negarse a aprobar la designación de nuevos jueces para el mecanismo de resolución de la OMC en reemplazo de los retirados, la administración Trump dejó a la institución sin quorum y paralizada. Pero aunque Trump se empeñó en debilitar las instituciones internacionales y el Estado de Derecho, también posibilitó sin querer una mejora de la política comercial de Estados Unidos.

Por ejemplo, la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte con México y Canadá eliminó la mayoría de las cláusulas sobre inversiones que se habían vuelto uno de los aspectos más nocivos de las relaciones económicas internacionales. Y ahora, el representante de comercio del gobierno de Trump, Robert Lighthizer, está usando el tiempo que le queda en el cargo para pedir sanciones «antidumping» contra países que favorezcan a sus empresas mediante el incumplimiento de normas mundiales sobre medioambiente. Considerando que yo hice una propuesta similar en mi libro de 2006 Cómo hacer que funcione la globalización, parece que ahora hay amplia base para un nuevo consenso bipartidario en materia de comercio.

La mayoría de las acciones que he descrito no dependen del Congreso, y pueden implementarse desde los primeros días de la presidencia de Biden. Ponerlas en práctica es un buen modo de reafirmar el compromiso de Estados Unidos con el multilateralismo y dejar atrás el desastre de los últimos cuatro años.

Traducción: Esteban Flamini

JOSEPH E. STIGLITZ, a Nobel laureate in economics and University Professor at Columbia University, is Chief Economist at the Roosevelt Institute and a former senior vice president and chief economist of the World Bank. His most recent book is People, Power, and Profits: Progressive Capitalism for an Age of Discontent.

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