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domingo, 31 de enero de 2021

El bucle maldito y excéntrico del Partido Republicano

Hasta yo tenía alguna fe en que pusieran fin al trumpismo, pero esa esperanza se ha desvanecido esta semana



El líder del partido republicano en el senado, Mitch McConnell, el pasado 26 de enero.JONATHAN ERNST / REUTERS

He aquí lo que sabemos de la política estadounidense: el Partido Republicano está atascado, probablemente de manera irreversible, en un bucle maldito de excentricidad. Si el asalto al Capitolio impulsado por Trump no devolvió de golpe la cordura al partido —y no lo hizo—, nada lo logrará.

Lo que aún no está claro es quién exactamente acabará afrontando la maldición. ¿Será el Partido Republicano como fuerza política significativa? ¿O el Estados Unidos que conocemos? Por desgracia, no sabemos la respuesta. Depende del éxito que tengan los republicanos a la hora de suprimir votos. Respecto a la excentricidad, hasta yo conservaba alguna esperanza de que la cúpula republicana intentara poner fin al trumpismo. Pero esa esperanza ha muerto esta semana.

El martes, Mitch McConnell, líder de la minoría en el Senado, que declaró que el papel de Trump a la hora de fomentar la insurrección podía ser objeto de un proceso de destitución, votaba a favor de una medida que habría considerado inconstitucional juzgar a Trump porque ya no ocupa el cargo. (La mayoría de los expertos constitucionalistas disienten). El jueves, Kevin McCarthy, líder de la minoría en la Cámara de Representantes —que todavía no ha reconocido que Joe Biden ha ganado legítimamente la presidencia, pero sí ha declarado que Trump “tiene cierta responsabilidad” por el ataque al Congreso—, visitó Mar-a-Lago, presumiblemente para hacer las paces. En otras palabras, los líderes nacionales del Partido Republicano, después de coquetear con la sensatez, se han rendido a las fantasías de los márgenes. La cobardía se impone.

Y los márgenes están consolidando su control en el ámbito estatal. En el Estado de Arizona, el partido censuró al gobernador republicano por el pecado de intentar tardíamente contener el coronavirus. El Partido Republicano de Texas ha adoptado el lema “Nosotros somos la tormenta”, que se asocia con QAnon, aunque el partido niega que exista una relación intencionada. Los republicanos de Oregón han respaldado la afirmación completamente infundada, y refutada por los propios alborotadores, de que el ataque al Capitolio fue una operación encubierta de la izquierda. ¿Cómo le ha ocurrido esto al que en otro tiempo fuera el partido de Dwight Eisenhower? Los expertos en ciencias políticas sostienen que las fuerzas de moderación tradicionales se han visto debilitadas por factores como la nacionalización de la política y el ascenso de los medios de comunicación partidistas, en especial Fox News.

Esto abre la puerta a un proceso de extremismo que se refuerza a sí mismo. Cuando los defensores de la línea dura ganan poder en un grupo, expulsan a los moderados; lo que queda del grupo es aún más extremista, y eso aleja todavía a más moderados, y así sucesivamente. Un partido empieza quejándose de que los impuestos son demasiado elevados, poco después comienza a afirmar que el cambio climático es una gigantesca mentira, y acaba creyendo que todos los demócratas son pedófilos satánicos.

Este proceso de radicalización empezó mucho antes de Donald Trump; se remonta a 1994, cuando Newt Gingrich se hizo con la presidencia del Congreso. Pero el reinado de corrupción y mentiras de Trump, seguido por su negativa a admitir los resultados electorales y su intento de revertirlos, lo ha agudizado. Y la cobardía de los dirigentes republicanos ha sellado el trato. Uno de los dos grandes partidos políticos de Estados Unidos ha roto la relación con los datos, la lógica y la democracia, y no va a retomarla.

¿Y qué pasará a continuación? Podría pensarse que un partido que se hunde moral e intelectualmente se hundirá también políticamente. Y eso ha ocurrido de hecho en algunos Estados. Esos soñadores republicanos de Oregón, que se han quedado fuera del poder desde 2013, parecen seguir el camino de sus homólogos en California, un partido en otro tiempo poderoso y reducido ahora a la impotencia frente a una supermayoría demócrata.

Pero no está en absoluto claro que esto vaya a ocurrir a escala nacional. Sin duda, a medida que los republicanos se han ido volviendo más extremistas, han perdido apoyo en general; desde 1988, el Partido Republicano solo ha ganado una vez la votación popular en las elecciones presidenciales, y la victoria de 2004 fue un caso atípico influido por el efecto bandera del 11-S.

Sin embargo, dada la naturaleza no representativa del sistema electoral estado­unidense, los republicanos pueden obtener el poder a pesar de perder la votación popular. La mayoría de los votantes rechazaron a Trump en 2016, pero aun así fue presidente, y ha estado muy cerca de serlo en 2020, a pesar de perder por siete millones de votos. El Senado está dividido a partes iguales, aunque los senadores demócratas representan a 41 millones más de personas que los republicanos.

Y la respuesta republicana a la derrota electoral no es cambiar de política para atraer votantes, sino intentar amañar las próximas elecciones. Desde hace tiempo se sabe que Georgia suprime sistemáticamente la participación de los votantes negros; hizo falta un notable esfuerzo organizador por parte de los demócratas, liderados por Stacey Abrams, para superar esa supresión y hacerse con los votos electorales del Estado y con sus escaños en el Senado. Por eso los republicanos que controlan el Estado están redoblando las dificultades para acceder al voto, y han propuesto nuevas exigencias de identificación de los votantes y otras medidas para limitar la votación.

En resumidas cuentas, no sabemos si hemos obtenido algo más que un alivio temporal. Los planes de un presidente que intentaba retener el poder a pesar de haber perdido las elecciones se han visto frustrados. Pero un partido que se deja convencer por excéntricas teorías de la conspiración y niega la legitimidad de su oposición no está volviéndose más cuerdo, y tiene todavía muchas posibilidades de hacerse con todo el poder dentro de cuatro años.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía.

© The New York Times, 2021.

Traducción de News Clips.

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