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sábado, 6 de febrero de 2021

Libro "Economía para no dejarse engañar por los Economistas" (XIII)

 Por Juan Torres

¿Qué es el sistema financiero, qué funciones tiene y qué problemas genera si no actúa adecuadamente?


Como ya sabemos, los sujetos económicos tienen ingresos y gastos, y pueden ahorrar o necesitar endeudarse. Cuando gastan menos de lo que ingresan y ahorran, decimos que tienen capacidad de financiación. Cuando gastan más de lo que ingresan, han de endeudarse, y decimos entonces que tienen necesidad de financiación.

El sistema financiero es el conjunto de medios e instituciones que, por un lado, absorben el ahorro y, por otro, lo canalizan hacia los sujetos que necesitan financiación ajena. Es un ámbito económico fundamental e incluso imprescindible. Ninguna economía puede funcionar sin mecanismos que aseguren la financiación a los sujetos económicos, pues lo habitual es que éstos no siempre puedan financiar con recursos propios todos los bienes o servicios que necesitan, bien porque sean muy costosos o porque se vayan a utilizar durante un plazo de tiempo y no resulte eficiente pagarlos en el primer momento. Podría decirse que la financiación es como la savia o la sangre  de  la  economía,  y  por  eso  es  esencial  que  el  sistema  financiero funcione lo mejor posible.

En cualquier sistema financiero hay cuatro componentes fundamentales que garantizan que la financiación fluya entre los sujetos económicos: los sujetos que generan o demandan financiación, los productos financieros, el mercado financiero y las instituciones de control.

Los sujetos son tanto los ahorradores que disponen de recursos para financiar y los ofertan como los prestatarios que necesitan financiación y la demandan.

Los productos financieros son los títulos en los que se transforma el ahorro y con los que se satisface la demanda de financiación. Pueden ser activos o pasivos. Un activo es un título que refleja un bien o un derecho sobre otra persona en posesión de su titular. Un pasivo es un título que refleja una obligación para quien lo posee. De alguien que da un préstamo a otra persona o que es titular de una vivienda decimos que tiene esos activos. Si, por el contrario, esa persona debe un préstamo, decimos que tiene un pasivo.


Lógicamente, un mismo título (un contrato de préstamo) puede ser al mismo tiempo un pasivo para un sujeto (para el prestatario que lo recibe) y un activo para otro (el prestamista que lo concede).

Los  principales  productos  financieros,  entre  otros  muchos  que  la inmensa mayoría de la gente o incluso de las empresas no tendrá nunca en sus manos, son, por ejemplo:

• el dinero en efectivo, que es un pasivo para el banco que lo emite y un activo para quien lo posee;

• los depósitos bancarios: pasivo para el banco y activo para sus clientes;

los préstamos y créditos, que pueden ser de distintas modalidades, como al consumo, hipotecarios, etc.: son activos para el banco y pasivos para quien los recibe;

las acciones, las obligaciones y los fondos públicos: pasivos para quien las emite y activos para el inversor que las adquiere;

• y una gran variedad de los llamados derivados financieros, que, como veremos, son títulos que nacen de transformar otros activos o pasivos anteriores en uno nuevo.

Cualquiera de esos productos cumple dos funciones muy importantes en la economía. Por un lado, transfiere recursos de quien los tiene a quien los necesita. Y, por otro, traslada también el riesgo de un sujeto a otro, aunque, lógicamente, no de forma gratuita, sino a cambio de un determinado interés.

Y todos los productos financieros (los activos y pasivos) tienen tres características de las que pueden gozar en grado diferente: liquidez, riesgo y rentabilidad.

En el sistema financiero actual hay una gran variedad de activos financieros, es decir, de productos en donde colocar el ahorro o con los que encontrar la financiación que se necesita. Según su naturaleza, se suelen distinguir en diferentes categorías.

Los  activos  primarios  son  los  que  adquieren  los  prestatarios directamente de los ahorradores y sin que se hayan modificado. Los secundarios son los que alguien (un mediador o intermediario) ha modificado y transformado en otro producto financiero para que resulte más atractivo o rentable a los prestatarios.


También se suele distinguir entre activos ya negociados o activos abiertos.   Los   primeros   son   los   que   tienen   condiciones   fijadas   con anterioridad, como los depósitos, los créditos y los préstamos. Los abiertos, por el contrario, son los que tienen condiciones menos estrictas, como las acciones u obligaciones que emiten algunas empresas.

Los activos de renta fija son los que reciben un interés previamente pactado con independencia de la situación de quien los haya emitido, y los de renta variable (típicamente, las acciones de las sociedades anónimas) son los que reciben una remuneración que cambia en función de la situación del emisor.

Pues bien, el mercado financiero es el ámbito en el que interactúan los oferentes de financiación (ahorradores) y los demandantes (prestatarios) y en donde se determina el precio de todos esos productos financieros.

Pero la variedad de productos financieros es hoy día tan grande que sería mejor hablar de mercados financieros en plural, pues en cada uno de ellos se pueden encontrar condiciones y formas de actuación muy diferentes. En general, se pueden destacar algunos como:

• Los mercados monetarios o de capitales, que son aquellos en los que se mueven los activos de alta liquidez y con un vencimiento no superior a las veinticuatro horas. Entre ellos se encuentran los interbancarios (en los que unos bancos financian rápidamente a otros), los de deuda pública (gestionado directamente por los bancos centrales) o el de los pagarés de empresa (títulos que las empresas emiten para financiarse lo más rápidamente posible sin recurrir a préstamos bancarios).

• Los mercados financieros primarios, que son aquellos en los que se compran y venden los activos financieros directamente entre emisores y compradores. Y los mercados secundarios, en donde los poseedores de activos que no desean esperar a su vencimiento los venden a terceros, que los adquieren a mejor precio porque pueden esperar a que venzan.

• Los mercados financieros regulados u oficiales tienen un funcionamiento que está perfectamente controlado y protocolizado, mientras que en los llamados mercados OTC (over the counter) los participantes pueden establecer las condiciones de compra y venta con plena libertad y sin necesidad de someterse a ningún tipo de cláusula general.


Posiblemente, las bolsas de valores sean los mercados financieros por antonomasia, o al menos los más conocidos, pues en ellos se llevan a cabo las grandes operaciones de compra y venta de títulos de todo tipo. Pero no son los únicos. Además de los no oficiales y OTC, funcionan otros, como el Mercado Oficial de Opciones y Futuros Financieros de España (MEFF), en el que básicamente se compran y venden los llamados «derivados financieros», que son, como hemos dicho, los productos que nacen de uno anterior que se transforma para hacerlo más atractivo o rentable (aunque, generalmente, más inseguro o arriesgado).

La magnitud de todos estos mercados financieros es hoy día ingente. A inicios de 2016, según el Banco de Pagos Internacionales (BPI), sólo el mercado de divisas (conocido como Forex, abreviatura de Foreign Exchange) movía 5,08 billones68 de dólares diarios. Y la totalidad de las transacciones que se llevan a cabo en los mercados financieros alcanzaron en 2015 la impresionante cantidad de 9.765 billones de dólares, también según los datos de ese mismo banco.

En definitiva, los mercados financieros son muy variados, complejos e incluso, últimamente, opacos. Manejan cantidades estratosféricas de dinero, y en ellos operan millones de personas (aunque lógicamente no todas con igual capacidad para influir en su funcionamiento), con intereses y actitudes hacia el riesgo muy diferente. Los productos que movilizan son muy arriesgados en la mayoría de los casos, y eso hace que estos mercados sean muy volátiles y peligrosos, y no sólo para quienes intervienen en ellos, sino para el conjunto de  la  economía,  cuya  financiación  depende  de  los  recursos  que  allí  se mueven.

Por eso ha sido siempre esencial que haya instituciones que tutelen y controlen su funcionamiento y que impongan normas de responsabilidad y transparencia. La historia ha demostrado en numerosas ocasiones que, cuando eso no ocurre o cuando los vigilantes no desempeñan bien su función, se producen gravísimos problemas que terminan por afectar al conjunto de la economía.

La  interrelación  que  se  da  entre  todos  estos  componentes  de  los mercados financieros es igualmente complicada.


Como ya hemos señalado, es posible que los ahorradores ofrezcan directamente sus recursos a los prestatarios que necesitan financiación, pero eso no es lo normal. Lo que habitualmente ocurre es que el ahorro llegue a quien lo necesita a través de sujetos que interactúan entre unos y otros. Pueden hacerlo a través de diferentes tipos de intermediarios entre los que cabe destacar como más importantes a los siguientes:

Comisionistas, o brókeres, que intervienen en las operaciones asesorando o proporcionando información para facilitar el acuerdo y comprando y vendiendo para sus clientes, a cambio de una comisión.

• Mediadores, o dealers, que compran por cuenta propia y luego venden a sus clientes.

• Intermediarios financieros en sentido estricto que se distinguen de estos dos anteriores porque en el proceso de mediación modifican el recurso que ofrece el ahorrador para ofrecerlo a los prestatarios que necesitan financiación bajo formas más atractivas o rentables y también para retribuir en mejores condiciones a los ahorradores. Es decir, que crean nuevos productos, de diferente tipo y naturaleza, de los que obtienen beneficio al cobrar a los prestatarios un interés mayor que el que remunera a los ahorradores por proporcionar sus recursos y gracias a las comisiones que aplican a las operaciones que realizan.

En el caso de los intermediarios financieros, también se pueden distinguir varios tipos, aunque la diferencia más importante desde todos los puntos de vista es la que se da entre los que crean dinero cuando operan (intermediarios financieros monetarios) y los que no lo crean (intermediarios financieros no monetarios).  Los  primeros  son  los  que  emiten  activos  (para  quien  los adquiere) que son tan líquidos que se utilizan como medios de pago generalizados en la economía. Como veremos enseguida, estos intermediarios son los bancos comerciales y el banco central. Los intermediarios financieros no monetarios son los que toman los recursos de los ahorradores y los transforman en otros productos financieros de diverso tipo, pero sin crear dinero en esas operaciones. Actúan así, entre otros intermediarios menos conocidos, las compañías de seguros, los fondos de pensiones o los fondos de inversión colectiva. Y en este segundo tipo de intermediarios habría que incluir  a  los  bancos  de  inversión,  que  se  diferencian  de  los  bancos comerciales porque, en lugar de limitarse a trasladar los fondos desde los ahorradores a los prestatarios para que éstos inviertan, son los propios bancos los que invierten por sí mismos los recursos de sus clientes. Pero, hoy día, y salvo casos singulares, prácticamente todos los bancos son al mismo tiempo comerciales y de inversión. Y esta mezcla de funciones es precisamente una de las causas de que se multipliquen las crisis originadas en el sistema financiero.

Los bancos comerciales son intermediarios muy conservadores, en el sentido de que simplemente tratan de obtener el mayor volumen posible de ahorro para prestarlo y esperar a que sus clientes devuelvan sus deudas. Sin embargo, los bancos de inversión asumen mucho más riesgo con el dinero de sus clientes. Y el problema que eso provoca es que esas operaciones de inversión arriesgadas (a veces extraordinariamente arriesgadas, porque entonces pueden ser mucho más rentables) se hacen con el ahorro de clientes que ni desean ni saben que su dinero está siendo expuesto a semejante riesgo. Si las cosas salen mal, como tantas veces ha ocurrido cuando la inversión financiera se coloca en el filo de la navaja, lo que se viene abajo es el ahorro de la economía y, detrás de él, la actividad productiva; máxime, cuando la inversión financiera puramente especulativa que se puede llevar a cabo hoy día gracias a los modernos medios informáticos es mucho más rentable y rápida que la que se realiza produciendo bienes y servicios reales.

Es cierto que la intermediación financiera es costosa, pero hay que tener en cuenta que cuando se lleva a cabo correctamente desempeña una función que es muy útil para todos los sujetos económicos y para la economía en general.  Los  ahorradores  no  suelen  disponer  de  perfecta  información, mientras que los intermediarios, gracias a su conocimiento del mercado y a su mayor escala o dimensión, están en condiciones de proporcionarles oportunidades de colocación de sus recursos ahorrados mejor remuneradas y más  seguras.  E  igualmente,  los  prestatarios  pueden  disminuir  mucho  sus costes de búsqueda de financiación si recurren a intermediarios como los agentes especializados, que no sólo pueden informar sobre dónde encontrar la que necesitan, sino, en el caso de los intermediarios financieros, incluso crear para ellos los productos financieros que específicamente puedan resolverle los problemas de financiación que tengan en cada caso. Así, la economía en general se beneficia también cuando la intermediación funciona bien, porque puede aliviar el riesgo, al repartirlo entre más agentes, y porque filtra a los demandantes de financiación seleccionando a los más solventes y capaces de llevar a cabo con éxito la inversión para la que se solicita financiación; y también porque los intermediarios, gracias a su mayor dimensión y a que disponen de un gran volumen de recursos, pueden modificar los plazos temporales de financiación, lo que puede hacer más llevadera la carga financiera que han que soportar los prestatarios.

Naturalmente, todas esas ventajas y virtudes de un buen sistema de intermediación financiera se pueden convertir en defectos muy gravosos e incluso en peligros muy grandes para la economía cuando los intermediarios se desentienden de su auténtica función económica y se dedican a la especulación, a financiar irresponsablemente y a dedicar el ahorro a actividades no productivas o que suponen despilfarro de recursos, tal y como ha sucedido en gran medida en los últimos decenios en todo el mundo, incrementándose por esa razón el número de crisis y de problemas de todo tipo originados en el sistema financiero. De hecho, una de las grandes utopías liberales que ha saltado por los aires después de esta última gran crisis es la que afirma que lo adecuado es dejar que los mercados financieros funcionen con la mayor libertad posible, sin someterlos a ningún tipo de intervención o control ajeno o externo, porque ellos mismos encuentran siempre el equilibrio por sí solos. Nunca habían gozado de mayor libertad que en los últimos decenios, y las consecuencias han sido realmente catastróficas para toda la economía mundial.


( Continuará)

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