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domingo, 14 de marzo de 2021

PIÑEIRO SIEMPRE TUVO UNA ENORME CONFIANZA EN LOS JOVENES QUE TRABAJAMOS BAJO SU DIRECCIÓN: UN TESTIMONIO SEGURAMENTE INCOMPLETO

 Por: Luis Suarez Salazar[1]¨

Cada vez que, desde las primeras horas de su desaparición física,[2] me he propuesto escribir sobre mi jefe, compañero, amigo y, en no pocas ocasiones, mi segundo padre, sin paternalismo,[3] se me agolpan tantas emociones y recuerdos que no siempre consigo sintetizarlos, ni encontrar las palabras más adecuadas para calificar la eminente importancia que él tuvo en mi formación política, profesional e intelectual desde que, sin haber cumplido 18 años, comencé a trabajar bajo su dirección.  

Lo dicho ocurrió en los primeros días de abril de 1967 cuando formé parte de un nutrido grupo de estudiantes universitarios y preuniversitarios (como era mi caso) de diferentes provincias del país que, luego de un riguroso proceso de selección, nos incorporamos a las diversas Secciones del entonces llamado Vice Ministerio Técnico (VMT) del Ministerio del Interior (MININT); incluidas aquellas directamente vinculadas a la multifacética solidaridad de nuestro liderazgo político-estatal y de nuestro pueblo con los movimientos revolucionarios de diversos países del mundo.

Nunca supe por qué, a pesar de mis protestas iniciales, me ubicaron en su Sección de Información (SI), dirigida por Ramón Sánchez Parodi; cuyas oficinas estaban ubicadas en el mismo piso del Edificio Central de ese ministerio en el que Piñeiro tenía su principal (aunque nunca único) puesto de mando; ya que, como pude conocer pocos años más tarde, en uno de los espacios de su casa-vivienda, él continuaba trabajando y realizando importantes reuniones hasta altas horas de la noche y en la madrugada, tanto con sus subordinados como con algunos visitantes extranjeros que, por razones de seguridad o de compartimentación, no consideraba prudente atenderlos en su antes referida oficina.

Por consiguiente, a diferencia de otros de mis compañeros que laboraban fuera de esa histórica edificación (en ella previamente habían estado instaladas las oficinas del Che durante el tiempo que encabezó el Ministerio de Industrias), ello me posibilitó conocer personalmente, pocos días después de iniciada mi vida laboral, al que apodaban Barba Roja al menos los que, desde 1958, habían combatido en el Segundo Frente Oriental “Frank País,” comandado por Raúl Castro. 

Fueron las tropas de ese frente las que el 2 de enero de 1959 habían entrado triunfantes en mi ciudad natal: Guantánamo. Y, como parte de ellas, Piñeiro, quien ya había sido ascendido como el décimo segundo comandante del Ejército Rebelde. De ahí, otro de los seudónimos con que lo identificábamos (“Doce”) para encubrir al destinatario de los mensajes confidenciales que teníamos que enviarle cuando estábamos fuera de Cuba.

No habían pasado muchos días de comenzar nuestro trabajo en el SI y siguiendo sus orientaciones, cuando comenzamos nuestra intensa y heterodoxa preparación teórico-práctica para el desempeño las tareas como Analistas que cada uno de nosotros teníamos asignadas.[4] Al par, todos los fines de semana nos incorporábamos a los entrenamientos en la lucha guerrillera rural que entonces recibían casi todos los jefes, oficiales y demás trabajadores (incluidos los choferes y las secretarias) del VMT, en las cercanías de las serranías (entonces, pinareñas) donde, apenas unos meses antes, se habían estado entrenando la mayor parte de los combatientes internacionalistas cubanos que acompañaron al Che en el último trayecto de su viaje a la inmortalidad.

Aún no habíamos terminado nuestra preparación cuando, a fines de julio, algunos de los jóvenes integrantes de la SI comenzamos a cumplir la que viví como mi primera “gran tarea”: integrar el pequeño Grupo de Información encargado de evaluar y sintetizar las informaciones que recibíamos de diferentes fuentes (incluidas las que nos entregaban los demás compañeros del VMT) sobre las deliberaciones e intríngulis de la Primera (y a la postre única) Conferencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) realizada en La Habana en los primeros días de agosto de 1967.

Creo que los jóvenes que integramos ese grupo sentíamos el peso de que nuestros informes iban a ser rigurosamente revisados por Parodi y por Piñeiro antes de enviarlos, con los arreglos que fueran necesarios, a la máxima dirección política del país; incluida la delegación oficial cubana acreditada en esa conferencia. Y, cuando ello ocurría, recibíamos con alegría sus breves, pero peculiares palabras de estímulo por el adecuado cumplimiento de esa tarea, al igual que las que seguimos cumpliendo en los meses y años posteriores: “¡La partieron!” o “¡La partiste!”, en caso que esta se hubiera realizado de manera individual.

Por eso, sin desmeritar a los demás que se mantuvieron trabajando en la que comenzó a llamarse Dirección General de Inteligencia (DGI), algunos de los jóvenes que hasta entonces habíamos trabajado en el ya extinto VMT nos sentimos muy gozosos cuando, en 1970, Piñeiro nos seleccionó para que continuáramos trabajando, bajo su dirección, en la recién fundada Dirección General de Liberación Nacional (DGLN) del MININT. Y, cuatro años más tarde, en el naciente Departamento América (DA) del Comité Central (CC) del Partido Comunista de Cuba (PCC); al que, poco a poco, comenzaron a incorporarse nuevos jóvenes que, en los años posteriores, cumplieron importantes tareas, en Cuba o en el exterior, vinculadas a las múltiples misiones de esa estructura del denominado “aparato auxiliar del Secretariado del CC del PCC”.  

Estoy seguro que varios de ellos pueden aportar sus propios relatos (casi seguramente tan o más ilustrativos que los míos) acerca de cómo Piñeiro siempre mantuvo una atención personalizada hacia cada uno de nosotros y con su ejemplo y sabiduría, así como con sus oportunas críticas y consejos (incluso algunos, vinculados a nuestras correspondientes vidas personales o familiares), fue contribuyendo a nuestra formación integral. Y, como parte de ella, encomendándonos importantes tareas que no pocas veces pensábamos que estaban por encima de nuestras correspondientes trayectorias políticas y preparación profesional.   

En ese contexto, y a causa del limitado espacio destinado a la publicación de este incompleto testimonio, solo voy a relatar dos experiencias personales demostrativas de la enorme confianza que Piñeiro siempre depositó en los jóvenes que trabajamos bajo su dirección. Ambas las viví antes de haber cumplido 21 años.

La primera de ellas ocurrió en los primeros días de abril de 1969 cuando él tomó la decisión de incorporarme a la experimentada delegación oficial cubana que –presidida por el integrante de la máxima dirección del PCC, Carlos Rafael Rodríguez— asistió al Tercer Periodo de Sesiones de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) que se efectuó en Lima, Perú, en la segunda semana de ese mes.

Aunque ese era mi primer viaje al exterior y, a su vez, la única visita que hasta ese momento hacia realizado a ese país suramericano, Piñeiro me encomendó la tarea de buscar las informaciones necesarias para que, a mi regreso, elaborara un informe sobre los antecedentes, la situación y las perspectivas del gobierno militar peruano que, encabezado por el general Juan Velasco Alvarado, había tomado el poder el 3 de octubre de 1968 y que, como una de sus primeras decisiones, había nacionalizado los yacimientos de la poderosa empresa estadounidense International Petroleum Company (IPC), ubicados en Talara: una ciudad-puerto ubicada en el noroccidente de ese país.     

En los días inmediatamente posteriores a ese acontecimiento todos los que, de una forma u otra, estábamos implicados en tareas vinculadas a ese país, incluido mi jefe inmediato (César Zamora; quien, recién graduado en la Universidad de Oriente, también había formado parte del grupo de jóvenes provincianos antes mencionado) ya conocíamos las orientaciones del Comandante en Jefe, Fidel Castro, acerca de la importancia de que realizamos una valoración desprejuiciada de las diferencias que existían entre ese movimiento político-militar y los brutales golpes de Estado que, apoyados por los Estados Unidos, se habían producido en los años previos en otros países de América Latina y/o del llamado “Caribe insular”.[5]

Sería injusto dejar de reconocer el trato respetuoso y el apoyo que, por el hecho de ser un subordinado de Piñeiro, me ofreció en todo momento Carlos Rafael; quien había estado exiliado en Perú creo que antes de que mis padres me trajeran al mundo. Por tanto, conocía a muchos intelectuales, periodistas y dirigentes políticos peruanos; en particular los vinculados al Partido Comunista de ese país. En todas las reuniones organizadas con ellos, él me orientó que lo acompañara, a la vez que tomó la decisión de asistir a algunas de las entrevistas discretas que previamente yo había concertado con ciertos dirigentes de las pocas organizaciones político-militares que entonces estaban activas en ese país. 

Con esos insumos, luego de conocer los criterios de todos los integrantes de la delegación cubana (incluyéndome) y casi seguramente cumpliendo instrucciones de Fidel, Carlos Rafael hizo público por primera vez el respaldo del liderazgo político-estatal de nuestro país hacia las primeras medidas nacionalistas que, en los meses previos,  había adoptado el gobierno militar peruano e inmediatamente después afirmó que “frente a las presiones y chantajes de Estados Unidos contra Perú y en la lucha del pueblo peruano por su dignidad, su riqueza y soberanía, la Cuba revolucionaria está a su lado”.[6]

Aunque no me lo dijeron explícitamente creo que tanto él como Piñeiro realizaron una positiva evaluación de mi desempeño durante ese viaje y del informe que elaboré a mi regreso a La Habana; en tanto que –con pocas modificaciones de contenido y forma—inmediatamente se lo remitieron a Fidel; quien, con su acostumbrada mirada estratégica y también tomando en cuenta las sistemáticamente recibía de otras fuentes, así como sus análisis del movimiento militar panameño, encabezado, desde el 9 de octubre de 1968, por Omar Torrijos, en algunos de sus discursos posteriores comenzó a resaltar la emergencia de sectores nacionalistas en las Fuerzas Armadas de algunos países latinoamericanos.

Retomando los enunciados al respecto que estaban incluidos en la Segunda Declaración de La Habana (proclamada por el pueblo cubano el 4 de febrero de 1962),[7] así lo expresó en la disertación que pronunció el 22 de abril de 1970 en la Velada Solemne en conmemoración del centenario del natalicio de Vladimir Ilich Lenin.[8]  Entre otras ideas medulares planteadas en esa ocasión, afirmó que esos militares nacionalistas, al igual que los cristianos identificados con la Teología de la Liberación, debían ser incluidos en el amplio frente de las multiformes luchas populares, democrática, antiimperialistas e incluso por el socialismo que entonces se estaban desplegando en diversos países del ahora denominado “sur político del continente americano”.

Poco más de un mes después y casi seguramente por los conocimientos adquiridos durante mi primera visita a Perú, así como en mis estudios e indagaciones posteriores, el 2 de junio de 1970, a través de Sánchez Parodi, “Doce” me orientó que me incorporara como el tercer integrante de la delegación oficial cubana que, integrada por nuestro compañero Jorge Luis Joa y encabezada por el entonces Ministro de Salud Pública, Eleodoro Martínez Junco, viajó a Perú llevando las dos primeras cargas de la ayuda solidaria de nuestro país a su pueblo y a su gobierno con el fin de contribuir a mitigar el insólito impacto social y humano que había provocado el destructivo terremoto que se había producido dos días antes.  Entre ellas, la muerte de decenas de miles de personas.

Después de recorrer las zonas afectadas por ese sismo y de entrevistarme con varios de los amigos y compañeros peruanos que había conocido personalmente en mi viaje anterior, al igual que con algunos altos funcionarios del gobierno militar, así como de intercambiar criterios con Joa y de consultar otra fuentes públicas, elaboré un informe sintético sobre la complicada situación económica, social y política que se había creado en Perú; incluidas las contradicciones que se estaban presentando en el que –siguiendo lo planteado por Fidel en el discurso antes mencionado— ya había comenzado a denominar Gobierno Militar Revolucionario Peruano.

Para mi sorpresa, en el próximo vuelo de Cubana de Aviación portador de otra carga de ayuda, recibí la orden de Piñeiro de que regresara a La Habana tres días después. Aunque ni el portador de ese mensaje, ni Joa (que ya estaba al frente de todas nuestras tareas) pudieron explicarme las causas de esa decisión, retorné en la fecha indicada.

Cuando la tripulación del Il-18 en que viajé abrió la puerta de salida, pude ver que Piñeiro estaba en la parte baja de la escalerilla. Como en ese vuelo únicamente habíamos viajado el prestigioso cineasta y documentalista cubano Santiago Álvarez y su camarógrafo Iván Nápoles,[9] y mi persona, supuse que él había acudido a recibirlos. Mucho más porque inmediatamente les indicó que se dirigieran al pequeño salón de protocolo que entonces existía en el Aeropuerto Internacional Jose Martí.

Lo mismo me dijo cuando lo saludé; pero, antes de que emprendiéramos el trayecto, me señaló que fuera ordenando mis ideas porque Fidel me estaba esperando para que le explicara y ampliara los fundamentos del informe que había enviado una semana antes. Ese fue el inolvidable momento de mi vida en que, por primera vez, tuve privilegio de estrechar sus manos y de conversar durante más de una hora con el líder histórico de la Revolución Cubana; quien, en mucha mayor medida que a Santiago Álvarez,  me realizó incontables y detalladas preguntas sobre mis observaciones y conocimientos de la situación peruana y, luego, nos dio diversas instrucciones de las tareas que debíamos cumplir lo más rápidamente que nos resultara posible.            

Cuando nos despidió con su acostumbrada sencillez y afectuosidad, fue que el todavía jefe de la Sección de América Latina del VMT, Juan Carretero, me orientó que, en cuanto viera a mi entonces esposa y dejara mi equipaje en el departamento que compartíamos  varios de los jóvenes que trabajábamos en la SI y, sin decirle nada a ninguno de ellos, me trasladara inmediatamente hacia los locales del que Fidel había denominado “Centro Operativo Ayacucho”, ubicado en algunas habitaciones contiguas del Hotel Nacional.  

En cuanto llegué y cumplimos las principales tareas que él nos había encomendado en el aeropuerto, Piñeiro me informó que, en lo adelante y sin descartar totalmente que nuevamente viajara a Perú, debía comenzar a organizar y a fungir como jefe del Grupo de Información que –con los análisis e informaciones que remitiera Joa u obtenidas por otras fuentes, incluidas las periodísticas y académicas— tendría la misión de mantener sistemáticamente informado a Fidel de la evolución de la compleja situación peruana.

Durante el cumplimiento de esa tarea varias veces tuve el honor de participar en las reuniones a las que él convocó a Piñeiro con vistas a analizar la situación y adoptar nuevas decisiones con relación a las ascendentes relaciones entre nuestro liderazgo político-estatal y las máximas autoridades peruanas; particularmente, con los principales representantes de los que denominábamos “sectores radicales y nacionalistas de sus Fuerzas Armadas”.

Estas registraron un salto de calidad luego de que el gobierno peruano aceptó la propuesta que le había realizado Fidel, a través de Joa, de donarles y construir con una selecta brigada de trabajadores cubanos 6 hospitales debidamente equipados en las zonas andinas más afectadas por el evento telúrico antes referido. Al frente de esa misión, viajó nuestro compañero, el capitán Fernando Ravelo Renedo; quien, después de haber cumplido importantes tareas en la máxima dirección nacional de la Asociación de Jóvenes Rebeldes (AJR), en 1963, se había incorporado a una de las Secciones Operativas del VMT.[10]   

Esa práctica de que los encargados directos de cada tarea, con independencia de nuestras correspondientes edades y experiencias profesionales, con o sin la presencia de nuestros jefes inmediatos, participáramos en las reuniones para evaluarlas a las que Fidel lo convocara y/o que acompañáramos a los integrantes de las delegaciones extranjeras que se entrevistaran con él o con otros altos dirigentes de la nuestra Revolución, formó parte intrínseca de los desburocratizados métodos de dirección y de trabajo empleados por Piñeiro mientras dirigió el VMT, la DGLN y, desde 1974,  hasta 1992, el Departamento o el Área de América del CC del PCC.

En mi concepto, esos métodos él los había aprendido de Fidel; quien, en razón de lo antes dicho, se convirtió en el gran maestro de todos los jóvenes y no tan jóvenes subordinados a Piñeiro que tuvimos la oportunidad de cumplir las tareas que, en cada momento histórico-concreto, el Comandante en Jefe considerara más importantes para la implementación de la multifacética proyección externa de la Revolución Cubana, tanto hacia América Latina y el Caribe, como hacia los Estados Unidos.

La Habana, 10 de marzo de 2021



¨ Luis Suárez Salazar (Guantánamo, Cuba, 14 de mayo de 1950) Bajo la dirección del comandante Manuel Piñeiro Losada, cumplió diversas tareas entre abril de 1968 y los primeros meses de 1992; pero, hasta el accidente automovilístico en que perdió la vida, mantuvo con él y con su familia, una estrecha relación personal, familiar, política y profesional. Fue el compilador y prologuista del libro Barbarroja: Selección de testimonios y discursos del comandante Manuel Piñeiro Losada, publicado, en 1999, por Ediciones Tricontinental y SIMAR S.A., ambas de La Habana, Cuba.

[2] Luis Suárez Salazar: “Un hombre que derrotó a la mediocridad”, en Suplemento Especial: Nuestro modesto homenaje a Manuel Piñeiro”, Tricontinental, No 139, Año 32, La Habana, Cuba, 1998, pp. 5-8.

[3] Desde que tuve uso de razón, mi padre, Luis Armando Suárez Fuentes (que, a sus casi 96 años, aún tiene una buena salud), sentó las bases de mi formación educacional, ética y política.  Aunque desde la segunda mitad de la década de 1940 era militante activo del Partido Auténtico, con el acervo de su participación en las luchas políticas y sindicales de los trabajadores ferroviarios, en la primera mitad del decenio de 1950 se incorporó a una de las células clandestinas del Movimiento Revolucionario 26 de Julio que funcionaban en nuestra ciudad natal: Guantánamo. Por consiguiente, a partir de los primeros meses de 1958, le prestó ayuda logística al Segundo Frente Oriental “Frank País, comandado por Raúl Castro. En ese frente combatieron cuatro de mis tíos paternos. Cuando entraron triunfantes a la ciudad en los primeros días de enero de 1959 fue que los escuché hablar de manera encomiástica de “Barba Roja”, para referirse al comandante Manuel Piñeiro Losada. Con el estímulo y apoyo de mi padre, a fines de 1960 me incorporé a la entonces naciente Asociación de Jóvenes Rebeldes (AJR) y, desde esa organización, así como desde la Unión de Jóvenes Comunistas (fundada el 4 de abril de 1962) a las diferentes tareas en las que participamos los jóvenes cubanos (incluida la defensa de la Patria) en ese año y en los inmediatamente posteriores.  

[4] Como parte de nuestra preparación, en vez de textos de factura soviética o de otros países socialistas europeos, comenzamos a estudiar los libros sobre la llamada “inteligencia estratégica” publicados por los exjefes de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA), Sherman Kent y Washington Platt. Este último resaltaba la enorme importancia de las fuentes públicas, incluidas las investigaciones académicas, para los análisis y estudios prospectivos que realizaba esa agencia –calificada por algunos tratadistas como “el gobierno invisible”— con vistas a la adopción de decisiones por parte de diferentes “gobiernos temporales” de ese país; fueran demócratas o republicanos. 

[5] Tan tempranamente, como el 5 de octubre, Fidel le había orientado de la dirección de periódico Granma y al oficial del VMT que atendía los asuntos  de Perú, Jorge Luis Joa, que preparan y publicara un artículo rectificando el que se había publicado un día antes en el que había calificado al ocurrido en Perú como uno de los tantos “cuartelazos” proimperialistas que, en los años previos, se habían producido en varios países de ese continente. . 

[6] Carlos Rafael Rodríguez: “Discurso pronunciado el 10 de abril de 1969 en el Décimo Tercer Período de sesiones de la CEPAL”, en Carlos Rafael Rodríguez: Letra con filo, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1983, Tomo 2, p. 281.

[7] “Fragmentos del discurso pronunciado por Fidel Castro en la Plaza de la Revolución “José Martí” el 4 de febrero de 1962, en Luis Suárez Salazar (compilación, prólogo y notas) Fidel Castro: Latinoamericanismo vs. Imperialismo, Ocean Sur, 2009, p 84.

[8] Fidel Castro: “Discurso pronunciado el 22 de abril de 1970 en la Velada Solemne en conmemoración del centenario del natalicio de Vladimir Ilich Lenin”, en http://www.cuba.cu/gobierno/discursos. Consultado el 15 de septiembre de 2019.

[9] Con nuestro apoyo logístico, ambos habían estado haciendo filmaciones en las zonas afectadas por el terremoto y en otros lugares de ese país para el documental sobre la realidad peruana que, con el título Piedra sobre piedra, se exhibió en los cines cubanos país pocas semanas después de su regreso a La Habana.

[10] Fernando Ravelo Renedo: “La política internacionalista de la Revolución Cubana ha evolucionado acorde con los cambios que se han producido en América Latina y el Caribe”, en Luis Suárez Salazar y Dirk Kruijt: La Revolución Cubana en Nuestra América: el internacionalismo anónimo, RUTH Casa Editorial, La Habana, 2015, Tomo 1, pp. 131-146.

 

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