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lunes, 10 de mayo de 2021

La nueva edad de oro del cobre y la soja da oxígeno a América del Sur

Chile, Perú, Brasil y Argentina se perfilan como los grandes beneficiados de la subida en el precio de minerales y alimentos, pero los expertos descartan un superciclo como el de principios de siglo


Trabajadores cosechan soja en una granja en la ciudad de Tangara da Serra en Cuiaba (Brasil).PAULO WHITAKER


Al fin una buena noticia, algo medianamente sólido a lo que asirse. La pandemia se ha cobrado un peaje especialmente caro en América Latina: en lo sanitario, con uno de los ratios de fallecimientos por población total más altos del mundo; y en lo económico, con una de las recesiones más duras y una de las recuperaciones más lentas. Hoy, sin embargo, el sur de la región tiene ante sí una sorpresa positiva en lontananza: un ramillete cada vez más amplio de materias primas, entre ellos el cobre y la soja, ha superado en las últimas semanas los valores prepandemia, abriendo una inesperada vía de escape a la crisis. Los retos son enormes pero las cosas, en fin, lucen algo mejor que hace unos meses.

El rápido regreso a la vida de la actividad en China y el rebote estadounidense a rebufo de los estímulos desplegados por la Administración Biden han sacudido el pesimismo global. Los mayúsculos planes de infraestructuras han elevado sustancialmente las expectativas de consumo de alimentos y metales. Y los cuellos de botella en las cadenas de suministro de estos productos, asediadas por dos tormentas de envergadura en un corto periodo de tiempo —primero fueron los confinamientos, pero la puntilla ha sido el reciente colapso del canal de Suez— han cuadrado el círculo, desatando una escalada inflacionista en las materias primas inédita en la última década.

“Es un claro elemento de optimismo”, valora la secretaria general Iberoamericana, Rebeca Grynspan, que augura una revisión al alza en las previsiones de crecimiento en toda América Latina y, muy particularmente, en su franja sur. “Sin embargo, el punto de partida es mucho peor que en el superciclo de hace 10 años: la pobreza ha subido, los déficits fiscales son más altos y el endeudamiento, mayor”, advierte. Los datos son nítidos: el coronavirus ha llevado la pobreza en la enorme lengua de tierra entre el río Bravo y Ushuaia a valores de hace 12 años, mientras que la carestía extrema ha retrocedido a niveles de hace dos décadas. Y el Fondo Monetario Internacional (FMI) cree que la renta por habitante no regresará a los niveles precrisis hasta —como pronto— 2024. Con o sin el impulso de las materias primas.

De la dependencia como lastre a capitalizar la subida

El descenso de los precios de los productos básicos a los abismos en lo más duro de la pandemia fue la gota que colmó el vaso de unas economías, las sudamericanas, paralizadas por las restricciones para frenar la expansión del virus. El petróleo, auténtico mascarón de proa, llegó a cotizar en negativo —en corto: los inversores pagaban por deshacerse de los barriles ante la imposibilidad de almacenar más en unos depósitos atestados—; los metales caían a plomo por el frenazo en seco de la demanda; y solo los alimentos aguantaban el tipo por su condición de productos de primera necesidad.

Un año después todo aquello suena lejano, remoto, casi pretérito. Las economías de la región aún sufren las consecuencias del parón, pero el mercado de materias primas —como las Bolsas o los bonos— ha dado un giro de 180 grados. Y, con él, las expectativas de los países sudamericanos más dependientes: Chile, Perú y Bolivia, aupados por el cobre y el litio; y Brasil y Argentina, titanes globales de los agronegocios.
Toda América Latina, pero muy especialmente el Cono Sur, lleva años tratando de sacudirse —sin mucho éxito— su sempiterna supeditación a las commodities y la progresiva reprimarización de sus economías. Sin embargo, cuando como ahora el viento sopla a favor, la maldición se convierte en bendición: la soja, de largo el producto más exportado por las dos mayores economías sudamericanas, casi ha duplicado su precio en los últimos 12 meses al calor de la mayor demanda asiática y de choques puntuales de oferta, como las sequías. El cobre cabalga en zona de máximos históricos. Y el hierro, la segunda mayor fuente de ingresos brasileña, acaba de rebasarlos.
Un empleado trabaja en un horno de fundición de Codelco en Ventanas (Chile). RODRIGO GARRIDO / REUTERS
Los años dorados: sin rastro del superciclo

Ha pasado solo algo más de una década desde aquellos años dorados en los que el petróleo cotizaba a triple dígito, la soja triplicaba su valor en solo un lustro y el cobre lo quintuplicaba en tiempo récord. De ahí que el paralelismo entre el reciente estirón de los materiales básicos y aquel sea tentador. Tanto como poco realista: solo uno de entre la decena de economistas consultados por EL PAÍS se atreve a hablar de un superciclo como el que llevó en volandas a la economía sudamericana y permitió la mayor mejora en los indicadores sociales desde que hay registros. El auge de hoy, apostillan, tiene más visos de transitorio que de estructural.

“No lo esperábamos, y es muy positivo. Pero hay tanta incertidumbre sobre si se va a sostener o no en el tiempo que creo que hay que optar por una mirada prudente. No se puede hablar de superciclo”, sentencia por teléfono Martín Castellano, economista jefe del Instituto de Finanzas Internacionales para Latinoamérica. “Me da la impresión de que pesan, sobre todo, factores coyunturales como la búsqueda de protección frente a la inflación por parte de muchos inversores. Antes compraban oro y ahora han puesto su interés hacia otras materias primas”, completa José Luis Machinea, expresidente del Banco Central de la República y exministro de Economía de Argentina.

Entre el superciclo, el ciclo y el miniciclo, las apuestas apuntan más a lo tercero. “Pasados dos o tres años, va a ser muy difícil que sigan subiendo porque el PIB mundial no crecerá como en los años 2000, cuando China se convirtió en la potencia que es hoy”, dice Marcos Casarin, responsable de análisis para el bloque de la consultora Oxford Economics. Tampoco el jefe del FMI para el Hemisferio Occidental, Alejandro Werner, ve señales de una subida duradera de las commodities. “Sería demasiado optimista pensar lo contrario, y eso impedirá un impacto sobre el crecimiento como el que vimos entre 2003 y 2014”, dice Werner. Según sus cálculos, por cada 10% de mejora en los términos de intercambio, las economías sudamericanas crecerán entre uno y dos puntos más a tres años vista.


Una planta semiindustrial de cloruro de potasio y de carbonato de litio, en Bolivia.EFE

Los minerales ‘verdes’ toman el relevo del crudo

El petróleo fue el factor clave en el último ciclo alcista de las materias primas. Esta vez, en cambio, la historia parece bien distinta: desde el abismo de abril, su recuperación ha sido más rápida de lo esperado pero incomparable con la de aquel entonces. “La gran diferencia entre ambos episodios es el crudo, que no está acompañando el aumento de precios de algunos minerales y alimentos. Y eso impedirá a los países petroleros compartir el impulso”, explica Werner.

Los tiempos han cambiado. Con los coches de combustión lastrados por el giro verde de los Gobiernos para cumplir los objetivos climáticos, el petróleo ha caído en desgracia, apenas sostenido por los recortes de oferta de la OPEP. Aún le quedan unos años más de dominio en la matriz energética global, pero cada día que pasa es uno menos hacia el ansiado mundo pospetrolero.



Ese cambio de era ya está dejando huella en el mapa geoeconómico latinoamericano: los grandes exportadores de crudo —Venezuela, México, Colombia, Ecuador—, que vivieron días de vino y rosas con el barril por encima de los 100 dólares, apenas podrán sacar rédito del regreso a la vida de las commodities.

La otra cara de la moneda son el cobre y el litio. El primero es esencial en la industria de placas solares y para el ensamblaje de automóviles eléctricos, entre otros. El segundo, fundamental para las baterías. Y la oferta mundial de ambos pasa, en gran medida, por cuatro países sudamericanos, que tienen las de ganar en un escenario de subida de precios como el actual: Chile, Perú y, en menor medida, Bolivia y Argentina.

Chile: ¿lección aprendida?

El aumento previsto en el consumo global de cobre supera por mucho la expectativa de aumento de la oferta. Un déficit que va camino de ser estructural y que es miel sobre hojuelas para los intereses chilenos, un país que aporta por sí solo casi una de cada tres toneladas consumidas cada año en todo el mundo.

Pero Chile también es, casi con total seguridad, la nación más consciente de América Latina de lo efímeros que pueden ser estos procesos: tras el último gran estirón en el precio de cobre, 15 años atrás, las decisiones de inversión se tomaron a luz de las proyecciones de precios de corto plazo y la oleada de nuevos proyectos extractivos terminó por matar temporalmente la gallina de los huevos de oro. Cuando la cotización empezó a bajar, en 2014, la industria cuprífera chilena tuvo que lidiar con la peor ecuación posible: proyectos en construcción sobredimensionados, con altos costes aparejados, y precios bajos de venta.

Esa es la enseñanza que dejaron aquellos años en los que, por momentos, la fiesta del sector extractivo aparentó no tener fin. Y parece bien aprendida. Las empresas productoras están apostando por la cautela en sus decisiones de inversión y los nuevos proyectos solo verán la luz si se cumplen dos requisitos: que se demuestren competitivos en costes y que haya claridad sobre la orientación de los precios a largo plazo.

El peligro de la inflación

La escalada de las materias primas permitirá “un aterrizaje menos duro en lo fiscal y en la deuda”, dice Nora Lustig, profesora de la Universidad de Tulane (Nueva Orleans, EE UU) y presidenta emérita de la Asociación de Economía de América Latina y el Caribe (Lacea). “Dará más margen de maniobra para mantener una política fiscal menos restrictiva, y eso es muy importante en plena salida de la pandemia”, explica. Con las arcas públicas bajo enorme presión, los países del bloque se disponen antes que nada a suturar la brecha. “Hay una cosa segura: va a entrar más dinero de lo esperado en las arcas públicas y los Gobiernos van a ganar tiempo antes de tener que hacer ajustes”, completa Casarin, de Oxford Economics.

La contracara es la inflación. El petróleo, el componente que más afecta a los precios, ha subido menos que el resto. Pero ha subido. Y los alimentos, la otra partida clave —muy especialmente en las cestas de consumo de las capas más pobres de la población, las más baqueteadas por la crisis—, se han disparado. La escalada de la tortilla de maíz, el alimento por antonomasia en México y varios países de América Central —que apenas están obteniendo réditos de la mejora en los términos de intercambio—, es el mejor ejemplo de cómo este fenómeno puede lastrar el bolsillo de los más pobres.

Centroamérica y el Caribe, fuera de la fiesta

La línea divisoria de este nuevo bum de los productos básicos es Panamá: buenas noticias al sur, mucho menos buenas al norte. Todos los países sudamericanos —”sin excepción”, enfatiza Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de la Cepal, el brazo de la ONU para el desarrollo de Latinoamérica y el Caribe— son exportadores netos y les viene de perlas que se encarezcan. Lo contrario ocurre en América Central, importadora neta de productos primarios salvo un puñado de excepciones: Costa Rica, Honduras, Nicaragua, Panamá. Para esa subregión, el viento de cola llega de un factor completamente ajeno a las materias primas: la mejora económica en EE UU, que impulsará las remesas.

El encarecimiento de alimentos y minerales también será malo para el Caribe, una de las zonas más afectadas del mundo por el parón del turismo. “Se verá afectado negativamente en sus términos de intercambio”, detalla Bárcena. Las excepciones a esa regla se cuentan con los dedos de una mano: Guyana (protagonista del último milagro petrolero en el mundo), Surinam (rico en oro) y Trinidad y Tobago (que exporta gas y crudo), los tres únicos vendedores netos de bienes primarios.

En México, ya en América del Norte, el rebote económico se verá más sustentado por su conexión industrial con la primera potencia mundial que por el rebote de los productos básicos. Pero la subida del petróleo y de los minerales, lejos de restar, sumará.

Fiesta en la Bolsa de Rosario

Es el producto estrella de Argentina, responsable de uno de cuatro dólares que ingresa por exportaciones. Para el tercer productor mundial de soja, con el 16% del mercado tras Brasil (35%) y EE UU (33%), su encarecimiento es una buena noticia sin paliativos. Al filo de los 590 dólares por tonelada, su mayor valor en ocho años y medio y casi el doble de los 300 dólares que mostraban las pizarras del parqué de Chicago en mayo del año pasado, y con el maíz -en segundo lugar en la tabla de exportaciones argentina-, que también duplicó su cotización, Argentina exportará este año granos por 34.400 millones de dólares, 8.100 millones más que en la campaña anterior, según la Fundación Mediterránea.

La Bolsa de cereales de Rosario, el mayor conglomerado agroexportador del planeta, informó del ingreso de 5.000 millones de dólares entre enero y marzo solo por venta de harina, aceite y porotos de soja. Como cada año, China se hizo con el 90% de la producción nacional y si los ingresos en dólares no acaban siendo aún mayores será únicamente por culpa de la sequía. Un factor que golpea por el lado de volúmenes pero impulsa los precios: parte de la reciente subida tiene que ver con la escasez de lluvias en Buenos Aires, Santa Fe y sur de Córdoba, las regiones que concentran el grueso de los cultivos.

La segunda economía sudamericana necesita imperiosamente la entrada de divisas. Sin crédito internacional, el Gobierno de Alberto Fernández cubre el rojo fiscal, que en 2020 se disparó al 8,5% del PIB, imprimiendo moneda. Esa expansión monetaria han vuelto estériles los esfuerzos por contener la inflación, y la coyuntura deja a las exportaciones como única alternativa posible para enderezar el rumbo.

Una última derivada argentina del alza en los precios de las materias primas: cada subida provoca un recrudecimiento de las tensiones entre el Gobierno y los productores, porque el Estado se queda con el 37% de los ingresos por exportación de soja, una cifra que el campo considera excesiva.

El agronegocio brasileño vuelve a pitar

El repunte de las commodities ha cobrado un protagonismo especial en los análisis de los especialistas financieros que orientan vía YouTube a millones de pequeños inversores que prueban suerte en Bolsa. El analista jefe de Austin Rating, Alexei Agostini, es uno de los pocos que cree que estamos en el inicio de un nuevo superciclo de materias primas a la luz de cómo se han disparado los precios: “Es una locura”.

En Brasil, potencia exportadora y el primer vendedor de soja del mundo, las expectativas son grandes. Con estos nuevos precios (gracias también a un real muy devaluado), los grandes traders del sector están vigilando con abogados y drones a los productores brasileños para asegurarse de que cumplen los contratos sellados un año atrás.

Felippe Serigati, de la Fundación Getúlio Vargas, se inclina —como la mayoría— por que este bum no será tan intenso ni prolongado como el de la primera década de los 2000. “La actual subida se explica porque los stocks mundiales de maíz, soja o trigo están muy bajos, pero no tanto como veíamos en 2007-2008: solo la soja está a aquellos niveles”. Tampoco está presente un factor que entonces contribuyó a decantar la balanza: la entrada de China en la OMC. “Vemos demanda adicional de actores ya instalados, no la entrada de uno nuevo, como entonces, que impactó como un meteorito en el comercio mundial”.

Agostini pronostica que el auge actual beneficiará a sectores como el agronegocio o la minería, muy importantes en el entramado económico brasileño. Pero esa bonanza, explica Serigati, apenas se extenderá a la población general. Los tiempos de superávit, subsidios y créditos a mansalva acabaron. Estos, como en el resto de la región, siguen marcados por las estrecheces fiscales y el desempleo.

Con información de Naiara Galarraga Gortázar (São Paulo), Federico Rivas Molina (Buenos Aires) y Rocío Montes (Santiago de Chile).

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