Otras Paginas WEB

lunes, 28 de junio de 2021

¿PERSUADIR A QUIENES DUDAN O PREDICAR A LOS CONVERSOS?

Por Jorge Gómez Barata

Después de la toma del poder político mediante la lucha armada y de la resiliencia frente al imperialismo, el mayor éxito de la Revolución Cubana es de naturaleza ideológica. Gracias a una temprana, y exitosa labor pedagógica y propagandística se divulgaron entre las masas las ideas socialistas y marxistas-leninistas que, unidas al proyecto de construir el socialismo se instalaron en la conciencia social cubana.

Tales esfuerzos coincidieron con la incesante y eficaz prédica de Fidel Castro  cerca de la defensa de las conquistas populares y la confrontación con el imperialismo, a lo cual contribuyeron la prensa, los medios de difusión masiva y el sistema escolar. Debido a ello, en breve tiempo las ideas socialistas y antiimperialistas prevalecieron sobre el anticomunismo, incluso sobre el liberalismo sustentado por los sectores intelectuales y profesionales y sobre la fe cristiana relegada por el ateísmo.

El éxito se debió a que no se trató de un esfuerzo abstracto para divulgar ideas, sino que formó parte de la obra social, económica y cultural, acompañada por la promesa de un futuro socialista que entonces parecía alcanzable. Entre los componentes más atractivos de aquella labor estuvo la creencia de que los obreros y campesinos como clases, habían llegado al poder.

Al proceso contribuyó el vacío creado por el éxodo de la intelectualidad liberal que redujo prácticamente a cero la oposición de carácter ideológico y cultural y a que estuvo acompañado por la crítica constante e integral, a veces exagerada, al sistema derrotado en Cuba, a los fundamentos económicos, filosóficos e históricos, así como al desempeño del sistema capitalista, con justificado énfasis en el modelo vigente en Estados Unidos.

Mediante aquel proceso que dio lugar a la instalación de ideas justas, valores trascendentales, preceptos correctos y principios válidos, también se afincaron conceptos erróneos, objetivos desmesurados y dogmas. Obviamente si bien algunos de esos elementos forman un legado asumible, otros son un lastre que debe ser desembarcado.

La implosión que llevó al colapso al sistema mundial del socialismo, incluida la Unión Soviética, impactó los fundamentos del discurso ideológico socialista que no solo fue abandonado por más de 30 países, veinte de ellos antiguas repúblicas exsoviéticas, sino por todos los partidos que integraron el movimiento comunista internacional, automáticamente disuelto.

Cuba que contaba con el liderazgo de Fidel Castro, en lugar de perecer por el efecto dominó que arrasó con el “socialismo real”, acudió a la resistencia, y, junto con la certeza de que, dado sus justas esencias, el sistema podía ser salvado, conservó también prácticamente intacto el discurso y las prácticas ideológicas tradicionales.

El hecho de que en la Unión Soviética y los países del socialismo real no se reconociera la oposición, no se acreditara el pensamiento y la opinión política diferente y ni siquiera se considerara pertinente la duda, repudiándose el disenso, determinó que el discurso político estuviera encaminado casi exclusivamente a reforzar la lealtad de los partidarios y los militantes. Con los años y las décadas, los líderes políticos emergentes, se habituaron a asumir que todos pensaban como ellos, practicando una especie de sectarismo que omite a los “otros”.

Los líderes moldeados en la artesa de la “política de cuadros”, no eran dotados de herramientas para auscultar la opinión pública, ni para persuadir o debatir, ni tan siquiera con los que, dentro de las filas sustentan puntos de vista o refieren matices levemente diferentes.

En 70 años de construcción socialista en la Unión Soviética no surgió ni un solo líder político, no sobresalió ningún dirigente obrero o estudiantil, ni un solo tribuno, poblándose la nomenclatura con “aparachits” sin carisma, sin dotes de expresión oral, incapaces de “hacer política “, es decir, de ganar adeptos. De poder leer a Marx, se asombrarían al descubrir que el creyó que “...La lucha interna da al partido fuerzas y vitalidad; la prueba más grande de la debilidad de un partido es la amorfía…; el partido se fortalece depurándose...”. (carta a Lasalle, 1852)

Ante el Partido Comunista de Cuba y su renovada dirección, motivada para la urgencia de la renovación, se plantea la tarea no solo de adecuar el discurso a las nuevas realidades, sino de replantearse las bases, las metas y los modos de alcanzarlas. No se trata de la táctica y la estrategia sino de ambas, no de alguna parte, sino del todo. No de negar lo hecho ni de retroceder, sino de ratificar y avanzar. Allá nos vemos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario