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jueves, 17 de junio de 2021

¿Qué hacer con los dólares de la bóveda?

Muchas cosas se podrían hacer con esos dólares que el sector bancario no puede trasladar al exterior, que está renunciando a captar y que no sobran en ninguna circunstancia del contexto actual. Algunas propuestas.




Comencemos por aclarar algo: la persecución financiera implementada por el gobierno de EE. UU. contra Cuba, aunque no es un fenómeno nuevo, ha desatado su máxima ferocidad durante los últimos dos años. Nadie en su sano juicio desconocería el impacto de las infames acciones contra la Isla, aprobadas por la administración de Trump y mantenidas hasta la fecha por el gobierno de Biden. Las consecuencias saltan por todos lados.

En ese contexto, el pasado 10 de junio el Banco Central de Cuba (BCC) decretó la interrupción temporal de la entrada de efectivo en dólares (USD) a las entidades bancarias del país, al declarar la inviabilidad de trasladar ese efectivo y depositarlo en el exterior. La drástica decisión ha sido presentada públicamente como única opción ante el incremento del cerco que se extiende sobre la economía cubana. No obstante, varias cuestiones saltan a la vista.

Primero, la medida plantea una contradicción con la necesidad de captar y capitalizar todas las divisas circulantes en territorio nacional, objetivo esencial del proceso de dolarización iniciado en 2019 con la apertura de la primera ola de tiendas en Moneda Libremente Convertible (MLC). De paso, el mecanismo también sería utilizado para intentar un relanzamiento de la industria nacional al potenciar las llamadas “exportaciones en frontera”, lo que ha derivado en una expansión de estas tiendas. Cada día son más los bienes y servicios, finales e intermedios, que las empresas domésticas ofertan en MLC.

Ahora, ante la suspensión de la aceptación de dólares físicos, aunque puede que una parte de las remesas líquidas se cambie a otra moneda antes de entrar [al país], o intenten llegar por vía bancaria —mucho más cara e igualmente sujeta a persecución por la Office of Foreign Assets Control (OFAC)— también es probable que una parte no menos significativa de los actuales flujos en efectivo continúe arribando en dólares. El Estado está renunciando así a la bancarización de dichos flujos.

No obstante, el público cubano tiene aún poderosas razones para conservar USD en efectivo. Entre ellas, la remisión de utilidades de negocios privados, la disponibilidad como capital de trabajo para los actores privados que se dedican a la importación (mulas), así como su preservación como medio de atesoramiento.

Sí es probable que la demanda de billetes de USD en la Isla disminuya a corto plazo; pero a mediano podría no ser una disminución tan significativa. Aunque desaparece la posibilidad de depositarlos en las cuentas en MLC —restricción anunciada como temporal—, el resto de los componentes de esta demanda permanecen relativamente inalterables. Ante el primer incremento de vuelos, los operadores privados de importaciones surcarán los cielos nuevamente con la misión de rellenar las innumerables brechas de oferta que el mecanismo estatal no puede cubrir. Estos, a la vez, necesitarán vender su mercancía en dólares para garantizar el siguiente ciclo.

La decisión anunciada de suspender la bancarización del efectivo en dólares no evita la propagación de su uso en las transacciones que acontecen en los mercados informales cubanos, que en última instancia responden a dos elementos: la pérdida de confianza en el peso cubano (CUP), debido a la súbita inflación y el quebranto de los referentes, y la existencia de otra moneda que puede asumir rápidamente sus funciones. Así, el terreno es fértil para la dolarización en estos mercados.

Si la causa que se atribuye a esta medida es una restricción impuesta por un gobierno extranjero sobre el que no tenemos control, y por lo tanto puede perdurar por mucho tiempo, entonces no basta con formular la denuncia. Hay que buscar nuevas y creativas soluciones.

Muchas cosas se podrían hacer con esos dólares que el sector bancario no puede trasladar al exterior, que está renunciando a captar y que no sobran en ninguna circunstancia del contexto actual. Pero, una vez más, los perversos efectos del bloqueo podrían ser potencialmente atenuados y nuestra economía puesta a rodar adelante, siempre que logremos vencer la barricada del dogma que aprisiona y ralentiza la reforma que la dirección del gobierno ha enunciado en demasiadas ocasiones que quiere implementar.

Por ejemplo, considerando que en Cuba hay un mercado cambiario informal muy naturalizado y que las tasas de cambio han llegado casi a triplicar la oficial, el Estado pudiera intervenir como comprador/vendedor de dólares, así como lo hizo en el año 1994 cuando lanzó las Casas de Cambio (CADECA). Ello implicaría, eso sí, la aceptación nuevamente de una segunda tasa de cambio para el segmento de las personas naturales, pero ayudaría mucho a controlar y revertir la espiral especulativa, y sería una excelente contribución para preservar el poder de compra de los nuevos salarios fijados por el ordenamiento.

Algunas ideas podrían surgir del imaginario colectivo, si es convocado a pensar de conjunto, como país. Por citar solo algunas de esas ideas, se podría, por ejemplo, otorgar créditos en USD a los emprendimientos privados y cooperativos —que hace meses esperan por expandirse y formalizarse— para que salgan al exterior a completar sus inversiones iniciales, y de paso perforen la muralla del bloqueo, para beneficio de la oferta. Aquí hay una magnífica oportunidad de enviar esos dólares al exterior a cambio de importaciones comerciales que, con elevada certeza, se convertirán en producciones, e incluso exportaciones que, para mayor beneficio, desplazarían todo el riesgo hacia el prestatario.

O el Estado podría —con la osadía que requiere el momento histórico— suspender el culto al monopolio sobre el comercio exterior, y articular asociaciones con esos actores privados que llevan años suministrando los mercados informales domésticos, evadiendo con creatividad las más variadas restricciones internas y externas. De ese modo, los encadenaría con las empresas estatales, les encomendaría misiones de compras, obstaculizadas por el bloqueo, apropiadas para su escala, y establecería así verdaderas alianzas que contribuyan a paliar la situación.

Además el Estado cubano podría, a los efectos de paliar la precariedad de la oferta de la economía, implementar medidas que favorezcan que una parte mayor de las remesas se conduzca en forma de productos, por ejemplo, aplicando exenciones de aduana que permitan la libre entrada de alimentos, medicamentos, tecnología de energía renovable, insumos para la producción agropecuaria, entre otros; si el Estado no lo puede garantizar desde sus empresas e instituciones, debido a la persecución estadounidense, aún es su responsabilidad hallar una solución, y cuestiones como estas no dependen en absoluto de otro gobierno que no sea el nuestro.

Está comprobado que 60 años de bloqueo no han logrado subvertir el orden político en Cuba. Pero 60 años de denuncia tampoco han logrado eliminar el bloqueo. Mientras se continúe asumiendo que el deber número uno de todo cubano es dedicarse a denunciar el bloqueo, continuaremos malgastando recursos y tiempo irrecuperables y vitales para encontrar colectivamente las soluciones que el país necesita ante cada nueva afectación.

El modelo económico que tenemos no es solamente el que el bloqueo nos ha permitido. Es el que, bajo las circunstancias del bloqueo, hemos decidido o permitido que se implante. Lo que subyace en la base de todas las dificultades son las deformaciones estructurales latentes en el modelo de desarrollo, que no han podido ser superadas a lo largo de varios siglos.

Este país no puede continuar viviendo de remesas y turismo, ni de ningún sector individual. Hay que desatar con urgencia una revolución en la producción, venga de donde venga y, para ello, impulsar la reforma es esencial.

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