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lunes, 26 de julio de 2021

CUBA: 26 DE JULIO: “UNA CARGA PARA MATAR BRIBONES”

Por Jorge Gómez Barata

Aunque sorprendente, el asalto al cuartel Moncada fue parte orgánica de la historia nacional y, aunque inspirado en paradigmas del pasado, el suceso y sus protagonistas fueron contemporáneos con su presente. Los hombres son hombres de su tiempo; los revolucionarios también.

Las luchas por la independencia de Cuba que comenzaron en 1868, concluyeron treinta años después en la frustración que significó la intervención militar norteamericana en 1898, cuando Estados Unidos obtuvo la Isla como parte del botín ganado a España.

En aquella guerrita Estados Unidos debutó como imperialismo y Cuba como neocolonia. Una factoría azucarera con bandera, aunque también con historia, tradiciones y vergüenza.

Si bien la nación cubana no pudo ser independiente, tampoco el dominio ideológico norteamericano fue absoluto. Cuba prevaleció como entidad histórica, promovida por una elite ilustrada, que a partir de los años veinte protagonizó un renacer de las luchas patrióticas, con un enfoque que partiendo del ideario independentista y antiimperialista y el liberalismo de José Martí, entroncó con otras corrientes avanzadas del pensamiento social como fueron el marxismo y el antifascismo y con procesos históricos como la revolución bolchevique y la Guerra Civil Española.

Aquella generación, encabezada por figuras de la talla de Rubén Martínez Villena, Julio Antonio Mella y Antonio Guiteras, confrontó resueltamente a la oligarquía nativa, cómplice del imperialismo y en resuelta lucha, mediante acciones de masas, en la década de los años treinta, se anotó un tanto histórico al derrotar a la tiranía de Gerardo Machado.

Aquel proceso significó un notable avance en la madurez política del pueblo cubano que dejó atrás, antes que ningún otro país latinoamericano, el esquema tradicional basado en el dominio de una oligarquía sustentada por los terratenientes, el clero y el ejército y reducía la política a la alternancia de liberales conservadores.

La revolución del treinta promovió el protagonismo del pueblo, auspició la creación de grandes partidos de masas, organizaciones obreras, prensa liberal y se abrió a las doctrinas y teorías políticas avanzadas.

Bebiendo en aquellas fuentes y sometidas a esas influencias, aquella generación, aunque fue consecuente, tampoco logró consumar la victoria, entre otras cosas por la nueva intervención norteamericana, que esta vez mantuvo fuera a los Marines, asumiendo la forma de una mediación entre las fuerzas nacionales que contendían en la batalla de clases.

No obstante, la llamada revolución del treinta no fue un fracaso total, en primer lugar porque liquidó la tiranía de Gerardo Machado, un asno con garras, amanuense del imperio y abrió un brillante proceso político que condujo a la convocatoria de la Asamblea Constituyente, a la proclamación de la Constitución de 1940 y a la celebración de elecciones democráticas que si bien no eran una solución, significaban un paso adelante respecto a la dictadura.

Por una paradoja histórica, el primer presidente electo bajo la constitución de 1940, la más avanzada de su tiempo en América Latina, resultó ser Fulgencio Batista, una figura entonces emergente que capitalizó a su favor las confusiones del movimiento revolucionario de 1933, convirtiéndose rápidamente en Jefe del Ejército y hombre fuerte, una figura política entre populista y autoritaria, preferida por los norteamericanos que aman tanto la democracia que la quieren sólo para ellos

Aquella etapa del proceso político cubano que no obstante todos los avatares fue fecunda, coincidió con una coyuntura internacional excepcional extraordinariamente peculiar: el auge del fascismo, la II Guerra Mundial y la alianza antinazi, cuyo núcleo estuvo integrado por los entonces llamados los Tres Grandes: Estados Unidos, la Unión Soviética y Gran Bretaña, dirigidas respectivamente por Franklin D. Roosevelt, Stalin y Winston Churchill.

Aquella peculiar alianza dio lugar a una coyuntura histórica en la que las fuerzas progresistas pudieron, al mismo tiempo ser amigas de los Estados Unidos y de la Unión Soviética, produciendo una química que mezcló elementos de las democracias burguesas con las luchas populares, lo que explica el avance que en América Latina tuvieron las fuerzas populares, especialmente las organizaciones obreras y los partidos comunistas que, orientados por la Unión Soviética, participaron en alianzas con otras fuerzas de la oligarquía que no fueron siempre totalmente negativas.

Aunque para muchos las alianzas los desmentían, la participación en frentes amplios, permitió a los comunistas salir de su aislamiento, los insertó en la modernidad política y, en parte los curó de sus contumaces pretensiones sectarias.

Concluida la guerra, derrotado el eje fascista, terminó la luna de miel. La alianza forjada para la guerra, no sobrevivió o a la victoria. El imperio retomó sus viejas prácticas y políticas.

En Cuba donde en 1940 había sido electo Batista, el comodín democrático funcionó. En 1944, mediante elecciones llegó al poder el partido Autentico encabezado por Ramón Grau San Martín que con enormes defectos, pero con inspiración nacionalista y la virtud de cierta participación popular, gobernó hasta 1944 cuando fue electo una figura menor de la política nacional, Carlos Prio Socarrás con la cual el entreguismo y la corrupción alcanzaron cotas nunca imaginadas.

En aquella época irrumpió en Cuba la mafia norteamericana, que limitada por las leyes de Estados Unidos y la persecución del crimen organizado, encontró en la paradisíaca Isla, una alternativa, un país de repuesto y se dio a la tarea de construir un Montecarlo en el Tercer Mundo.

El dinero sucio corrió a raudales y promovió el nacimiento del gansterismo subdesarrollado que sirvieron para promover el consenso de que aquella república era indefendible.

En tales circunstancias, aunque el pueblo no se resignó y sus vanguardias se movilizaron, el pasado político y sobre todo las recientes victorias de masas, crearon la ilusión de que la democracia funcionaria, apostando a que en las elecciones previstas para 1952 podrían sacar a aquella camarilla del poder.

En aquel proceso el candidato popular era un político emergido de las luchas del treinta con un programa basado en la honestidad pública: “Vergüenza contra Dinero. La victoria que aquellas fuerzas creían segura en las urnas no pudo consumarse.

Estados Unidos no lo permitió y llamó a su hombre de confianza, un duro de la política: Fulgencio Batista que el 10 de marzo de 1952, a escasos meses de las elecciones, protagonizó un golpe de Estado que dio al traste con el gobierno corrupto de Prio, pero también con las esperanzas de un cambio por vía electoral.

El país quedó perplejo, entre otras cosas por el apoyo yanqui, que por entonces, usufructuaban el enorme prestigio que a la democracia norteamericana había aportado Franklin D. Roosevelt, aliado de Stalin, creador de la ONU y firme combatiente antifascista.

Las fuerzas vivas de la Nación, los partidos tradicionales, los combativos sectores liberales, la intelectualidad y las organizaciones estudiantiles, quedaron perplejos y la inacción se apoderó de ellos y quienes quisieron confrontar la naciente tiranía se encontraron que carecían de armas, organizaciones apropiadas y líderes esclarecidos y resueltos.

De los más profundo del ser nacional, de las entrañas del pueblo donde siempre se encuentran las mayores reservas, emergió una voz y una figura que otra vez alentó a la Nación al declarar: “El 10 de marzo no es una revolución, es una farsa… El momento no es político es revolucionario”. Era Fidel Castro que cambió las reglas del juego. El resto de la historia es conocida.

Cerradas las vía democráticas, Fidel identificó la lucha armada como el camino, en la más absoluta clandestinidad, sin contar para nada con las fuerzas políticas tradicionales, sin pedir un centavo ni publicar una sola línea, creó una organización que operando en la clandestinidad, allegó fondos, consiguió armas y se entrenó, constituyéndose en la vanguardia que, con Fidel y Raúl Castro en las primeras avanzadas, el 26 de Julio de 1953 asaltó al cuartel Moncada.

La revolución cubana había comenzado. Rubén Martínez Villena, la figura más romántica de la revolución del 30 y el más lúcido de todos los poetas cubanos desde José Martí, en encendidos versos había escrito:

“Hace falta una carga para matar bribones / Para acabar la obra de las revoluciones / Para lavar la costra tenaz del coloniaje / Para que nuestros hijos no mendiguen de hinojos / La patria que sus padres le ganaron de pie…”

En sentido homenaje e ilustrativa afirmación, años después Fidel proclamó que: El 26 de julio fue esa carga.

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