¿Cuánto de lo que las FGNE importan podría producirse en Cuba? ¿Cuántas oportunidades desaprovechadas para el sistema empresarial cubano descubriríamos?
Por Dr.C Juan Triana Cordoví, OnCuba
en Contrapesos
El 18 de julio Cubadebate publicaba la noticia de que se habían realizado ya más de 3500 contratos de importación de las formas de gestión no estatales (FGNE) y que a la vez esas formas de gestión habían logrado exportar mediante esa vía unos 10 millones de dólares, fundamentalmente en carbón vegetal, productos agrícolas y otros. Si lo comparamos con los datos ofrecidos unos meses atrás constatamos que, sin dudas, el fenómeno viene creciendo: ya en mayo se informaba que existían 1470 contratos firmados de importación y 77 de exportación.
Sin dudas la medida ha tenido éxito, ha llenado una necesidad.
Lo más importante de esta información es la oportunidad que ofrece para examinar y corroborar características de nuestra economía; así como las tendencias, fallas y oportunidades que rebasan el estrecho margen de las formas de propiedad, las cifras frías de las operaciones e incluso los ingresos por exportaciones. En realidad 3500 operaciones en 10 meses alcanzan a 350 operaciones mensuales y si las dividimos por 40 empresas estatales de importación- exportación, entonces estamos hablando de poco menos de nueve operaciones mensuales por empresas. Claro que tampoco es para poner metas, importar y exportar es siempre un ejercicio complejo y por las razones de hacerlo desde Cuba lo es aun más, bloqueo incluido.
Lamentablemente esos datos no nos dicen cuántas operaciones de comercio exterior se realizaron para exportar esos 10 millones de dólares. Una información anterior hablaba de 77 operaciones de exportación. También en algún momento se construyó una Cartera de Productos Potencialmente Exportables; creo que a nivel de provincia o de municipios. Sería un buen ejercicio saber hoy cuántas de esas potencialidades se han hecho realidad.
No obstante, primero es lo primero. Lamentablemente los datos públicos no muestran el valor de lo importado, ni su estructura por tipos de bienes de acuerdo al clasificador general, o sea, ¿son bienes de capital, bienes intermedios o bienes de consumo, lo que las FGNE han importado?
Esta pregunta no se hace por gusto ni por ganas de molestar. Tiene que ver en lo fundamental con saber hasta dónde esas importaciones favorecen a aquellos ejes estratégicos que están asociados a la estrategia cubana de desarrollo. Una información más completa permitiría tomar decisiones para “incentivar” aquellas importaciones que más se acerquen a esos propósitos. Por ejemplo, ¿debemos aplicar incentivos positivos específicos a la importación de implementos y suministros agropecuarios versus hebillas para cintos de cuero? Una información más completa permitiría, por ejemplo, estimular aquellas importaciones con mayor efecto sobre asuntos estratégicos y/o urgentes.
Independientemente de lo anterior, esas importaciones —sean cuales sean—, contribuyen a incrementar la oferta, uno de los mayores dolores de cabeza que hoy padecemos. Por ahí ya ganamos algo.
Lo segundo, aunque también primordial, es la evidente asimetría entre la importación y la exportación. Lamentablemente aquí tampoco la información es completa. Se habla de operaciones de importación (3500) y de valor de las exportaciones (10 millones de dólares).
Usemos algún recurso para establecer la comparación. Es posible presumir que las importaciones de las FGNE alcanzan varias decenas de millones si usamos como proxi una fracción de lo que los “fenicios del Caribe” cargaban en los aviones todos los días —que algunos estimaban en mas de 1000 millones anuales— digamos que, siendo muy conservadores, hoy podría aceptarse que esas formas no estatales importen, por el mecanismo establecido, cuando menos 50 millones anuales desde que les fuera permitido hacerlo, o sea, cinco veces más que lo que se ha exportado.
También es cierto que puede existir una subvaloración de las exportaciones totales. Me explico: todavía hay FGNE que producen y venden sus productos a empresas estatales, las cuales exportan. Pasa con el carbón, por ejemplo: empresas agrícolas compran el carbón a productores privados o cooperativas y son ellas las que lo “exportan”, por ahí quizás se escapan algunos millones. También hay una cuantía de potencial exportador que no se contabiliza en el sector del software, porque lamentablemente nuestros arreglos institucionales estimulan a hacerlo “by the left” con lo cual no solo se pierde la contabilidad de esos ingresos por exportaciones, sino también la posibilidad de facilitar/estimular/promover ese tipo de negocios privados que, a pesar de todo, se hacen. Puede ocurrir con otros tipos de servicios todavía incluidos en ese listado negativo, desde las agencias privadas de turismo hasta los servicios de arquitectura. ¿Gana el país algo con ello? ¿Quién pierde? La respuesta es evidente, pierde Cuba, pierde el pueblo cubano y pierde ese propósito de alcanzar aquella visión que de alguna manera todos asumimos.
Pero más allá de esa contabilidad no completa, la asimetría entre lo que se importa y lo que se exporta corrobora una característica casi genética de nuestra economía: su dependencia importadora, que a la vez obedece a causas más profundas, bien conocidas, asociadas a las profundas debilidades y falta de complementariedad de nuestro sistema productivo. ¿Cuánto de lo que las FGNE importan podría producirse en Cuba? ¿Cuántas oportunidades desaprovechadas para el sistema empresarial cubano —todo él, no sólo el estatal— descubriríamos?
No es fácil. Lo cierto es que exportar es un fenómeno complejo; requiere de muchos poquitos y de un marco regulatorio que incentive esa actividad, que sea proactivo, muy proactivo. Durante mucho tiempo las empresas estatales no lo tuvieron y solo ahora se intenta construirlo. No es posible comparar, sin embargo, el esfuerzo que debe hacer una FGNE (algunas de ellas futuras PyMES) con el que tiene que hacer una empresa estatal.
Insertarse en el comercio exterior es mucho más complejo que simplemente poner en marcha la estrategia de exportar. Se trata de un desafío y a la vez un riesgo, pues este proceso requiere continuidad de largo plazo pero implica oportunidades de crecimiento y lograr estructurar una empresa competitiva también en el mercado doméstico. Pensar en exportar es una alternativa que no es inmediata, demanda tiempo, conocimiento, planeamiento, inversiones (acceso a recursos), estructura y capacidades humanas especializadas para su realización. No se trata simplemente de captar ventajas emanadas de una crisis de demanda interna que venga acompañada por devaluación de la moneda doméstica.
Crearles un ecosistema adecuado es importante, de la misma forma que los es lograr “un entramado de empresas e instituciones que interactúen virtuosamente”. Esta es una asignatura pendiente aun en nuestro país, para las PyMES y para las que no lo son.
Acceso automático a crédito para la exportación contra presentación de contrato para exportar, seguro a la exportación por default y bonificaciones fiscales en dependencia del tipo de productos y del valor de las exportaciones es algo que aun no se logra, ni siquiera para las grandes empresas estatales. Es cierto que con el crédito a la exportación pasa lo mismo que con el anunciado Banco de Fomento Agropecuario: faltan recursos y capacidad financiera doméstica para poder concretarlo; sin embargo, es hora de innovar. Existen incluso en Cuba hoy, entidades financieras que han propuesto programas para el apoyo a las empresas exportadoras y que no se aprovechan plenamente, o por desconocimiento de las empresas o por regulaciones hace ya mucho tiempo arcaicas.
Faltaría además —en especial para cuando las PyMES por fin vean la luz— un servicio de asesoría / consultoría que, a escala de sus territorios, las ayude a elaborar sus estrategias de exportaciones y a concretarlas, a vencer cada obstáculo, a saltar cada una de esas “piedras” con las que hemos chocado ya tantas veces. Creo que será más una tarea de los gobiernos locales armar esos equipos en forma de alianzas público-privadas.
No obstante, lo que a mi juicio resulta relevante es que se ha abierto un camino. Se ha iniciado un proceso de aprendizaje que no debería durar mucho y que en algún momento debería encontrarse algún indicador para medir la eficiencia de la gestión de esas empresas estatales cuya razón de ser es facilitar y promover estas operaciones. Por ejemplo: el tiempo promedio que le demora a un empresario concretar sus importaciones desde que llena sus documentos hasta que recibe el producto.
En resumen, en el ámbito de las FGNE se repiten características, fallas, trabas, piedras, obstáculos que ya se padecían en el sistema empresarial estatal:
- Estructura ampliamente favorable a las importaciones.
- Incentivos fiscales débiles y homogéneos.
- Ausencia de instrumentos tales como crédito a la exportación y seguro a la exportación, que reducirían el riesgo y la incertidumbre.
- Ausencia de competencias adecuadas y de personas competentes para conducirlas con éxito.
- Poco conocimiento de los mercados externos por tipo de productos o servicios.
- Alta segmentación del aparato productivo.
- Permanencia de prejuicios y trabas burocráticas.
- Débil cultura de riesgo.
- Débiles servicios de asesoría/consultoría.
- Ausencia de información pública adecuada y sistemática que permita tomar / anticipar medidas correctoras y promotoras que sean eficaces.
- Tratamiento indiscriminado a las operaciones import- export.
- Escasa propaganda/promoción/publicidad.
Acortar esos aprendizajes, evitar los experimentos perpetuos, eliminar el corporativismo organizacional, reducir los tiempos. De eso se trata, porque el tiempo cuesta, la demora se paga y la oportunidad se pierde.
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