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jueves, 9 de septiembre de 2021

La creatividad es una cualidad de la inteligencia humana…

 

CONVERSANDO EN TIEMPOS DE...


En el año 2013, el destacado sociólogo, filósofo y ex diplomático cubano Aurelio Alonso recibió el Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanísticas, reconocimiento que otorga el Instituto Cubano del Libro y los Ministerios de Cultura y de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente. Al recibir esa distinción aseguró que uno no trabaja para ser premiado, sino porque cree en la utilidad de lo que hace”.

Así lo pienso. Mi vida intelectual no ha sido lineal, y eso lo saben quienes me conocen y algunos que no me conocen, pero que mi nombre les suena. Aunque no podía digerir el cambio al cual me vi obligado, poco tiempo después del comienzo de mi vida académica, no interioricé contratiempos e incomprensiones con amargura. Tampoco me cuento entre los que tuvieron más dificultades de reinserción tras la proscripción de Pensamiento crítico y el Departamento de Filosofía, pues pasé ocho años como investigador en el Centro de Estudios sobre Europa Occidental (CEEO) y cinco como diplomático en Francia. Y fueron experiencias valiosas, aunque no encajaban en el trazado que había escogido ya para mi vida. Tuvo que darse una catástrofe mundial: la inesperada y patética disolución del sistema soviético, para que las circunstancias me permitieran retomar aquel ímpetu intelectual desde el Centro de Estudios sobre América (CEA), aunque los que allí estábamos tuviéramos que afrontar una nueva onda de choque, igualmente dura.

Perdona la introducción, pero sin ella no se comprendería lo accidentado de una vida intelectual cuya etapa de madurez creativa comienza prácticamente a los cincuenta años de edad, en un redespegue. Por fortuna el revés de los noventa no me dejó las marcas de la anterior proscripción. Esta vez no me quedaba la duda de la equivocación estratégica, la de pecar de inoportuno. Nos sentíamos en mejores condiciones de enfrentar la crítica y defender consecuentemente nuestros criterios. Por eso el Premio Nacional en 2013 lo percibí como el reconocimiento desde la comunidad académica de que el camino andado tenía un saldo de utilidad social. Ya había descubierto con satisfacción, una década atrás, que no pocos jóvenes formados inevitablemente en los esquemas soviéticos, sabían que existíamos, rescataban nuestros trabajos en Pensamiento crítico y otras publicaciones de la época. Y también nos buscaban, con mucha consideración. Después de aquel galardón me llegaron otros reconocimientos importantes, entre ellos el Premio Félix Varela que otorga la Sociedad Económica de Amigos del País, en 2018. Trato de mantenerme a mi edad reflexionando sobre todo aquello en que creo que es útil que lo haga.

-¿Qué es para usted un pensamiento creador?, ¿cómo lo definiría?

-Pienso que podemos hablar de un pensamiento creador en la medida que consigue transcender lo aprendido en las lecturas, en la empírea de la profesión, y en la investigación misma, y el intercambio, y pone de manifiesto la capacidad de elaborar propuestas novedosas, que ayuden a trascender la realidad conocida. Te añadiría que para mí la creatividad es una cualidad de la inteligencia humana, tal vez la más significativa. Preciso “de la inteligencia”, no de las emociones, del temperamento, del carácter o de la personalidad. Preciso también, “la más significativa” porque la valoro por encima de otras, como la memoria, tan relevante y a la vez tan visible, sobre la cual se remonta para abrir caminos en el mundo de lo irresuelto, lo desconocido y lo hipotético, donde lo reclaman los horizontes del saber y de la praxis.

Corresponde a las instituciones buscar creatividad en todas las direcciones del conocimiento sistemático. Se piensa y se promueve en el campo de la ciencia aplicada (“innovadores y racionalizadores” son un ejemplo), pero avanzar en las tecnologías requiere igualmente de las ciencias básicas. Del mismo modo el avance en las políticas sociales y económicas –que incluye el adecuado aprovechamiento social de los desarrollos en las ciencias naturales básicas y aplicadas– requiere del pensamiento creador en las áreas de las ciencias dedicadas al conocimiento de la sociedad.    

-Trabajó unos seis años en el Centro de Estudios de América, ¿cuál fue la mayor lección aprendida y aprehendida entre 1989 y 1995?  

Al terminar mi misión en Francia el CEEO había necesitado ocupar mi plaza de investigador, pero Luis Suárez, que en una escala en París me había propuesto incorporarme al CEA cuando regresara, me ratificó su oferta, y Manuel Piñeiro, que dirigía el Departamento de América en el Comité Central, lo aprobó. Allí se habían congregado algunos de mis viejos colegas de la Universidad y un grupo de jóvenes brillantes, y se trabajaba con mucho rigor.

Ingresé por la sección que estudiaba El Caribe, pues llamó mi atención que el movimiento popular que derrocó a Baby Doc en Haití en 1986, mantuvo una presión política frente los militares que acabó llevando a la presidencia al carismático sacerdote de Petionville, Jean Betrand Aristide. Así que me inicié allí estudiando la realidad haitiana, tema en el cual he seguido interesándome aunque posteriormente me haya movido a otras prioridades. El contexto mundial lo marcaba el declive del bipolarismo: la “guerra fría” la ganó el imperio y para los cubanos resistir los efectos del bloqueo estadunidense, desconectada de alternativa de inserción económica segura, dominó los noventa. Era la cuestión prioritaria en la práctica y en los estudios sociales, y el CEA se volcó también en el estudio de la inserción cubana en su entorno continental, en todos los aspectos. Valoro mucho el despliegue que logró el CEA con su revista Cuadernos de nuestra América, y para mí significó el retorno más feliz al ejercicio de pensar, visto de manera sistemática. Importante en tal medida, que los ocho años que le siguieron al CEA en el Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS), y los 15 que tengo en la Casa de las Américas llevan el signo inequívoco de la continuidad de la aventura iniciada. Y la asimilación de “los palos que me dio la vida”, como diría el poeta Fayad Jamis.

-Después de lo acontecido el pasado 11 de julio en toda la Isla y analizando en perspectiva, ¿cómo sueña a Cuba?, ¿cómo la ve?

-Este es un punto que no admite rodeos. Trataré de responderlo con brevedad. Creo tener conciencia de la distancia de la Cuba que vivo y la que la revolución me hizo soñar, de cuanto de lo soñado se logró realizar y cuanto no, de la naturaleza de los obstáculos, de la incidencia de nuestros errores, del peso de los lastres que cargamos, de los objetivos y los límites del cambio, de lo complicado del desafío y de lo crítico de la coyuntura. Es –y siempre va a ser, con mayor o menor intensidad– la tragedia de defender soberanía a las puertas del imperio, por lo que no queda otro remedio que asumirla. Nuestra libertad como pueblo, y nuestra ejemplaridad para una América soberana, depende, de nuestra resistencia. La mentira neoliberal, que encumbró a Margaret Thatcher en los ochenta, puede servir para expresar hoy nuestra verdad: “¡No hay alternativa!”. Paradojas del lenguaje.

Cuba vive otra vez su momento más crítico. La coincidencia del estrangulamiento imperial más intenso y la pandemia del SARS‑COV‑2 generaron de nuevo una dramática caída de la economía del país, que en la práctica tiene que centrar los menguados recursos en la subsistencia pura y dura de la población.

Los disturbios del 11 de julio se producen como un reflejo de la contracción de las condiciones de vida en los sectores más vulnerables de la sociedad. Pero sin duda es una situación que aprovecha el enemigo (siempre más activo en tanto más difícil la situación) para traducir la protesta legítima en subversión, bajo la falacia importada del “Estado fallido”. En resumen, que lo sucedido no admite una lectura simplista, y que hay que buscar medidas de amparo más efectivas para los sectores vulnerables, medios más eficaces de facilitar las manifestaciones de descontento y recoger las críticas propuestas, y revitalizar el apoyo a las políticas trazadas y los cambios que corresponda llevar a cabo. Propósitos que de ningún modo se excluyen entre sí.

( Cubaperiodista)

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