Estamos viviendo un momento de nuestra historia que contiene muchas “toma de decisiones”, a nivel colectivo y también individual; y es imprescindible que esas decisiones estén guiadas por una visión del futuro que queremos y también de los futuros alternativos que no queremos.
La ética es
precisamente eso, el compromiso con las consecuencias futuras de nuestras
decisiones, mucho más que con las conveniencias o inconveniencias inmediatas, y
para eso hay que saber siempre identificar lo esencial, y evitar que el
bombardeo de imágenes e informaciones de diferentes colores (que sabemos bien
de dónde vienen), nos lleven a centrar nuestra atención en las corrientes
laterales de la realidad.
En un sermón
pronunciado por Martin Luther King Jr. en la difícil década de los años 60
(Luther King fue asesinado en 1968), él decía: “El progreso
humano no es automático ni inevitable. El futuro ya está aquí y debemos
enfrentar la cruda urgencia del ahora. En este acertijo constante que implica
la vida y la historia, la posibilidad de llegar tarde existe”.
Las tareas de hoy
valen en función de lo que aporten a los objetivos distales, y de la velocidad
que consigamos en alcanzarlos.
El pasado es uno
solo, porque ya ocurrió, y lo que necesitamos es interpretarlo bien. Pero los
futuros posibles son varios y también tenemos que entenderlos bien, ya que cada
una de las posiciones que asumimos ante problemas concretos, nos demos cuenta o
no, añade un pequeño vector de fuerza en la dirección de uno u otro de los
futuros alternativos, y la acumulación de decisiones aparentemente tácticas
ante problemas concretos puede generar lazos de amplificación y crear
bifurcaciones irreversibles.
El capitalismo no
contiene respuestas para los problemas más urgentes de la humanidad: La economía
de mercado necesita el crecimiento constante de la producción y del
consumo, pero no puede seguir creciendo sin amplificar desigualdades sociales
explosivas. Y tampoco puede decrecer o estancarse sin provocar una crisis
económica y social. No hay salida dentro del sistema capitalista, y urge
explorar alternativas.
Cuba construye, a
partir de sus raíces históricas y su cultura, su propia alternativa de
nación soberana, independiente, socialista, democrática, prospera y
sostenible, con una economía orientada a la felicidad material y espiritual de
la gente; y defiende su derecho a seguir construyendo y mejorando su proyecto
social.
Lo defendimos con
éxito en las décadas del despertar revolucionario del Tercer Mundo en los años
60, luego en las décadas de la Guerra Fría, y después en el mundo unipolar de
los años 90 y en el Periodo Especial.
Es una obra
colectiva con logros que son innegables, reconocidos por amigos y enemigos.
Pero es una obra amenazada. Ha estado amenazada siempre durante más de dos siglos,
porque el proyecto social cubano nació en oposición al modelo capitalista,
individualista, competitivo y depredador que surgía casi al mismo tiempo en los
países industriales del norte.
Ahora, en la
coyuntura histórica de los cubanos en estos inicios del siglo XXI se pueden
apreciar tres caminos posibles por los que podría transitar
nuestro futuro, los cuales, aceptando la simplificación necesaria para una
exposición breve y concentrada en lo principal, podemos describir como:
·
El camino de la ingenuidad, que nos llevaría a través de sucesivas concesiones, hacia la república
reconquistada por nuestros adversarios históricos y hacia nuevas dependencias.
·
El camino
del estancamiento, que
sacrificaría objetivos de desarrollo y participación, en aras de la rigidez de
los controles, y nos llevaría a auto-excluirnos del sistema mundial de
relaciones.
·
El camino
de la cultura, que es el único que nos
puede llevar hacia el país posible que queremos los cubanos.
Hay que conocerlos
bien, para decidir nosotros, los cubanos, y no dejar que nadie intente decidir
por nosotros.
El tema tiene
tantas aristas y complejidades que se hace imposible discutirlo en el espacio
necesariamente breve de un “blog”. Intentaremos ampliar la descripción de cada
uno de esos futuros posibles en las notas de los siguientes tres lunes a partir
de hoy.
Luego
podremos discutirlas de conjunto.
En la nota de la semana pasada
(septiembre 6) exponíamos que en la coyuntura histórica de los cubanos en estos
inicios del siglo XXI se pueden apreciar tres caminos posibles por
los que podría transitar nuestro futuro:
● El camino de la
ingenuidad.
● El camino del
estancamiento.
● El camino de la
cultura.
Como prometimos, vamos ahora a
ampliar la explicación sobre el primero de ellos:
El camino de la ingenuidad: hacia la
República reconquistada y la dependencia.
Nuestros adversarios en las batallas
de ideas de hoy (quizás de siempre) están en dos categorías:
1. Los enemigos
conscientes que saben que su accionar conduce a un país fragmentado entre una
minoría de ricos anexionistas y una gran mayoría de pobres, y que presionan
hacia eso de manera perversa presuponiendo que, si triunfan, ellos caerán del
lado de los ricos. Hacia este grupo no van dirigidos nuestros argumentos. Las
actitudes políticas de estas personas serán resistentes a cualquier lógica,
porque no parten de razonamientos, sino de intereses egoístas. Han sido la base
social —ínfima pero real y peligrosa— del terrorismo contra Cuba. Con ese grupo
no es posible dar “batalla de ideas”, sino simplemente “batalla”, sin
apellidos.
2. Los ingenuos, que
son inducidos a confundir iniciativa económica con propiedad privada, a
confundir derechos humanos con tolerancia para actuar contra los intereses del
país y al servicio de otro, a confundir debate abierto de ideas con puertas
abiertas para la influencia masiva de la industria de la desinformación, y a
ignorar el impacto del diferendo histórico con Estados Unidos y el bloqueo en
el análisis de los asuntos de Cuba. Con esos podemos razonar y explicarles
hacia dónde nos pueden llevar las ingenuidades. Esta categoría es más numerosa,
y tiene raíces diferentes pero similares consecuencias.
La Constitución de la República de
Cuba establece en su Artículo 27 que “La empresa estatal socialista es el
sujeto principal de la economía nacional”, aunque reconoce la
propiedad privada “que se ejerce sobre determinados medios de producción por
personas naturales o jurídicas cubanas o extranjeras, con un papel
complementario en la economía”. Y aclara en el Artículo 30 que “La
concentración de la propiedad en personas naturales o jurídicas no estatales es
regulada por el Estado, el que garantiza, además, una cada vez más justa
redistribución de la riqueza, con el fin de preservar los límites compatibles
con los valores socialistas de equidad y justicia social”.
¿Cómo sería nuestro futuro si
permitimos que decisiones aparentemente eficientes y racionales a corto plazo y
en contextos locales, vayan expandiendo poco a poco el espacio de la propiedad
privada hasta erosionar el papel central de la propiedad social? Obviamente,
habría concentración de la riqueza en pocas manos. Nadie se sorprenda: eso es
lo que han producido siempre, y en cualquier parte, las leyes del mercado y la
apropiación privada de la riqueza socialmente construida. Más aún, se
reinstauraría en el pensamiento colectivo una especie de “cultura de la
desigualdad” que la legitime como algo permanente y la perpetúe a través de la
desigualdad educativa.
El 8° Congreso del Partido Comunista
de Cuba, reforzó esta idea al expresar en el Informe Central que: “La
ampliación de las actividades de las formas no-estatales de gestión no debe
conducir a un proceso de privatización, que barrería los cimientos y las
esencias de la sociedad socialista construida a lo largo de más de seis décadas
[...] no puede olvidarse jamás que la propiedad de todo el pueblo sobre los
medios fundamentales de producción constituye la base del poder real de los
trabajadores”.
¿Cómo sería el futuro si una clase de
propietarios privados tuviera en sus manos el poder económico? ¿Acaso no
reclamaría en algún momento cuotas crecientes de poder político? ¿No actuaría
un eventual poder político vinculado a la riqueza, en contra de la soberanía
nacional? Es lo que nos enseña la historia: Cuba en el capitalismo dependiente
nunca tuvo una gran burguesía realmente nacional. Fue siempre mayoritariamente
una burguesía anexionista. Volvería a serlo si le damos la ocasión.
Tenemos y tendremos una economía
abierta, porque somos un país pequeño que debe valorizar la riqueza creada en
transacciones económicas internacionales; pero los actores económicos
principales en el mundo capitalista exterior son empresas privadas. ¿Acaso no
privilegiarían esos actores sus relaciones con un sector privado interno?. Eso
fue lo que dijo, alto y claro, el presidente estadounidense Barak Obama durante
su visita a Cuba en 2016.
Esa opción equivale a transitar hacia
una economía privada, concentradora de la riqueza, que sobrepase y margine la
economía estatal socialista, que es la que distribuye riqueza.
Un componente importante de las
presiones externas que recibe la economía cubana consiste en inducirnos a que
permitamos la ampliación de las desigualdades. ¿No fue eso exactamente lo que
ocurrió en Rusia en 1992, cuando el abandono del socialismo y la avalancha de
privatizaciones pusieron la economía en manos de oligarcas y mafiosos?
Como explica el compañero José Luis
Rodríguez en su libro El Derrumbe del Socialismo en Europa (Editorial
de Ciencias Sociales, La Habana, 2014), se estima que en Rusia el 30 % del
capital inicial del sector privado tuvo un origen de naturaleza criminal. Se
privatizaron 122 mil empresas en 2 años; se fugaron al exterior entre 50 mil y
100 mil millones de dólares. El peso del sector privado en el PIB pasó de 5 %
en 1990, a 70 % en 1998. El PIB decreció 23 %. El salario real bajó 68,3 %. La
producción industrial descendió 54 %. La esperanza de vida en los hombres
descendió de 65,5 a 57,3 años. La tasa de homicidios se triplicó.
Ese proceso tuvo raíces en la
historia económica y política de la URSS, pero no fue un
proceso completamente endógeno. Incluyó la labor de asesores estadounidenses y
europeos, y de organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional
y el Banco Mundial. En la transición, como era de esperar, surgieron unos pocos
nuevos ricos y supermillonarios, y también obviamente, muchos “nuevos pobres”.
Los primeros pasos hacia la
privatización y la economía de mercado se dieron en países de Europa del Este a
nombre de la racionalidad económica y la eficiencia; pero esa es una racionalidad
orientada a la maximización de las ganancias de los propietarios y limitada al
incremento de la productividad de la población “efectivamente empleada”, no de
toda la población. Los excluidos (desempleados o en trabajo precario) no están
en el denominador con el que se calcula la productividad de las empresas. No
puede haber garantía del derecho al trabajo y mucho menos de la equidad social,
sin una intervención sistemática del Estado en las relaciones económicas.
Los peligros de la ingenuidad están
también en la esfera ideológica, la educación, la cultura y los medios de
comunicación.
¿Cómo sería nuestro futuro si, en el
marco de la imprescindible (y deseable) diversidad de opiniones y críticas en
los medios de comunicación, se abriese una grieta para desvalorizar nuestra
historia, deslegitimar nuestra soberanía, justificar desigualdades sociales, y
promover la banalidad y el individualismo? ¿Sería este un debate de ideas al
interior de nuestro país o sería influido y financiado de manera sesgada por el
inmenso poder de la industria de la información estadounidense? ¿Cómo
moldearían esos poderes la conciencia social de las futuras generaciones de
cubanos? ¿Sería un debate de ideas que apela a la razón o una guerra de
imágenes que apela a los reflejos primitivos del ser humano?
Todo esto podría ocurrir en Cuba si
una inmensa ingenuidad colectiva nos indujese a movernos en esa dirección. Por
este camino conseguiríamos quizás algo de prosperidad para algunos, pero no
podríamos mantener la equidad social, ni la soberanía nacional. Es uno de los
futuros posibles y los cubanos, mayoritariamente, no queremos ese futuro.
Tampoco lo vamos a permitir.
Por supuesto, y lo sabemos, que también hay ingenuidades y grandes peligros en el otro extremo de las actitudes, que conducen al estancamiento y al aislamiento de nuestra economía. Pero esos los vamos a exponer en la nota de la semana próxima.
(Tomado del blog personal de este reconocido científico cubano)
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