Por Pelle Dragsted
11/11/2021
Las elecciones noruegas del mes pasado supusieron un cambio arrollador hacia la izquierda, incluyendo un avance parlamentario para el Partido Rojo socialista (Rødt). Ahora, los cinco países nórdicos cuentan con gobiernos socialdemócratas y con crecientes formaciones a su izquierda que se resisten a un mayor desmantelamiento de los Estados de bienestar de la región. Tras años de retroceso y derrotas de la izquierda en Estados Unidos y Europa, la experiencia nórdica parece mostrar de nuevo un camino a seguir.
Los primeros indicios de esta ola de la izquierda nórdica vinieron de la mano de la Alianza Rojo-Verde (Enhedslisten) en Dinamarca, que ha ocupado al menos una docena de escaños en el parlamento desde su irrupción en la campaña electoral general de hace diez años. Uno de sus diputados en este periodo fue Pelle Dragsted, que es también el principal estratega del partido. Su reciente libro, Nordic Socialism (Socialismo Nórdico), ha sido un sorprendente éxito de ventas en su país, reavivando debates sobre el socialismo que llevaban mucho tiempo dormidos. El libro aborda la naturaleza del capitalismo y cómo transformarlo basándose en el legado de los movimientos obreros nórdicos del siglo XX.
En la siguiente entrevista, Rune Møller Stahl y Andreas Møller Mulvad conversaron con Dragsted acerca del estado actual de la socialdemocracia nórdica y sobre cómo las nuevas fuerzas de izquierda pueden aprovechar sus logros históricos.
RMS: El punto de partida de tu libro es un informe que la administración Trump publicó en 2018 sobre el supuesto socialismo de los países nórdicos. En contraste con lo que normalmente leeríamos en Jacobin y en otras publicaciones de izquierda, argumentas que Trump tiene razón en que los países nórdicos son socialistas (o, al menos, más socialistas de lo que normalmente reconocemos los izquierdistas, que los hemos definido como países capitalistas con generosos Estados de bienestar). ¿Puedes explicar con más detalle por qué crees que Trump tiene razón?
PD: Un mensaje clave de mi libro es que nosotros, en la izquierda, no hemos sido lo suficientemente buenos a la hora de reconocer nuestras victorias y los elementos socialistas que pueden encontrarse dentro de los sistemas económicos existentes. Cuando Trump y Fox News —pero también Bernie Sanders— llaman «socialistas» a los países nórdicos, tienen algo de razón. En los países nórdicos disfrutamos de una cantidad significativa de propiedad democrática, así como de una amplia desmercantilización de nuestras economías. Esto es producto de la fuerza histórica de la clase obrera para conquistar el poder del Estado, pero también del fortísimo sector cooperativo que existía en la región.
Es difícil reconocer este sector no capitalista, porque en la izquierda hemos sido entrenados para pensar en términos de formas societarias como totalidades, como si fueran la sociedad o la economía en su totalidad. Esta forma de pensar supone que el capitalismo es omnipresente y que no hay lugar para ningún tipo de socialismo mientras exista el capitalismo.
Así que, inspirado por gente como Erik Olin Wright y Matt Bruenig, del People’s Policy Project, rechazo esta concepción del socialismo como un absoluto. En su lugar, deberíamos pensar en un continuo en el que las sociedades pueden ser más o menos socialistas.
Esta perspectiva es especialmente relevante para los países nórdicos, donde tenemos un mayor nivel de propiedad común. Definamos el capitalismo como un sistema en el que los propietarios del capital controlan los medios de producción e intercambian sus mercancías en un mercado en el que también compran fuerza de trabajo. De este proceso obtienen un beneficio. Pero si observamos los países nórdicos, encontramos que gran parte de estas economías simplemente no se ajustan a esta definición: en Dinamarca, el sector público representa entre el 20% y el 25% del total de la economía. Una de cada tres personas en el mercado laboral son empleados públicos. Y en este sector no hay propiedad privada.
Las escuelas, los hospitales, las guarderías, etc. no son propiedad de los capitalistas, sino de la ciudadanía en común. Nadie obtiene beneficios, y los bienes y servicios que se producen no se intercambian en un mercado, sino según un sistema solidario de capacidades y necesidades. Este sector se creó extrayendo partes de la economía del ámbito del mercado. Los productos básicos se transformaron en bienes accesibles para todos los ciudadanos. A esto se le puede llamar desmercantilización.
Pero, además del sector público, también tenemos un considerable segmento democratizado del sector privado. El sector cooperativo sigue representando una buena parte de nuestra economía y solía ser incluso más extenso hace algunas décadas. En Dinamarca, el sector cooperativo surgió de una agitación en la sociedad agrícola a finales del siglo XIX mediante una lucha simultánea por la democracia y contra la propiedad privada de los tambos, las carnicerías y toda la cadena de producción agrícola, incluidos los mercados de productos de fertilizantes y pesticidas. Al mismo tiempo, se desarrollaron las cooperativas de consumo y, un poco más tarde, el movimiento obrero comenzó a establecer sus propias cooperativas.
Hoy en día, la propiedad cooperativa sigue teniendo vitalidad. La segunda cadena de supermercados de Dinamarca es propiedad de sus miembros y está gobernada por ellos. Los servicios públicos, como la electricidad, el agua y la calefacción, están dominados por cooperativas, y el 20% de las viviendas se gestionan de forma cooperativa. Incluso el sector financiero conserva elementos significativos de propiedad común.
Esto no significa que esas empresas representen el «socialismo puro». Funcionan dentro de un mercado y tienen que competir en términos capitalistas. En muchos casos, los miembros de las cooperativas han perdido influencia con el tiempo. Y el sector público no está gobernado por sus trabajadores ni mucho menos en la medida que desearíamos. Aun así, sigo pensando que hay algo cualitativamente diferente en estas empresas, porque hay un potencial democrático. Sus directivos no tienen que rendir cuentas a los capitalistas, sino a grupos de interés mucho más amplios: consumidores en el sector privado, ciudadanos en el sector público. Lógicas completamente diferentes pueden llegar a ser dominantes en estas empresas, y podemos explotar eso si las tratamos como un terreno de lucha.
RMS: ¿Pero de qué sirve la propiedad cooperativa si se sigue compitiendo en un mercado capitalista? Los países nórdicos siempre han tenido economías muy dependientes de la exportación, por lo que han sido vulnerables en ese sentido. ¿Cómo ha triunfado este proyecto?
PD: Mientras el sector capitalista sea dominante, habrá presión sobre el sector democrático. Pero nuestra historia demuestra que el capital no siempre gana. La experiencia nórdica muestra que el sector democrático puede expandirse durante décadas a costa del capitalista. Recientemente, en el periodo neoliberal, hemos visto el movimiento contrario, en el que la propiedad capitalista se ha expandido, y nuestra sociedad se ha vuelto menos socialista. Pero mi punto es que este desarrollo puede ser revertido, y que podemos expandir el sector democrático a través de la democratización de la propiedad corporativa, expandiendo el sector público a nuevas áreas o haciendo retroceder la privatización.
Incluso en una sociedad con plena propiedad cooperativa, la competencia en el mercado limitará la democracia dentro de las empresas, especialmente si se está en un mercado global dominado por empresas capitalistas.
Podemos ver esto en el sector agrícola cooperativo de Dinamarca. Aquí, las cooperativas de propiedad de los agricultores siguen dominando, especialmente en el sector de los productos lácteos y los mataderos. Pero las operaciones de estas empresas no muestran consideraciones sociales muy impresionantes. No tratan muy bien a los empleados, tienen altas emisiones de CO2 y otros problemas medioambientales. Cuando estas empresas se comportan así, es por la presión competitiva internacional. Si estas empresas quieren tener éxito en los mercados internacionales, se ven obligadas a tomar todas estas decisiones socialmente perjudiciales.
Por tanto, la forma de propiedad no es suficiente. También tenemos que examinar la relación entre el mercado y la planificación. Y aquí necesitamos mucha más planificación en la economía. Esto significa establecer un marco político que garantice que la competencia entre empresas no conduzca a acciones socialmente perjudiciales.
AMM: ¿Puedes dar un ejemplo concreto de cómo podría ser esa intervención económica planificada?
PD: La Ley del Clima danesa, de 2019, es un ejemplo bastante claro de un enfoque económico planificado. Se ha decidido que las emisiones deben reducirse en un 70% para 2030 y se ha creado un consejo independiente para supervisar si el gobierno —independientemente de su color político— cumple con los objetivos. Así, se fija un objetivo y después todos los sectores deberán ajustarse mediante políticas concretas.
Este modelo podría copiarse para hacer una ley de desigualdad, una ley de biodiversidad o una ley de igualdad de género. La idea sería establecer unos objetivos democráticos basados en procesos de deliberación amplios e inclusivos, y luego encontrar las mejores herramientas —ya sean planificadas o de mercado— para alcanzarlos.
Mi idea del socialismo camina sobre dos patas: la propiedad y la planificación global. Mientras tengamos una propiedad capitalista, encontraremos un poder oligárquico en manos de los capitalistas, un poder que pueden utilizar para resistir la planificación democrática. Pero cuando la propiedad se amplía y se democratiza gradualmente, este poder oligárquico se reduce. Por lo tanto, se hace gradualmente más fácil tomar decisiones democráticas sobre cómo estructurar la economía.
RMS: Entonces, ¿por qué no un modelo basado puramente en la planificación? ¿Por qué mantener elementos de mercado en la construcción del socialismo?
PD: El problema de una economía de planificación centralizada, como demuestra la experiencia histórica, es que cuando las economías se volvieron más complejas, tuvieron problemas en términos de innovación y eficiencia. Una economía de planificación centralizada también supone una centralización del poder, que socava la autonomía de la clase trabajadora. El socialismo consiste precisamente en permitir que las personas tomen decisiones sobre las cuestiones que son pertinentes para sus vidas. Por lo tanto, soy escéptico respecto a un modelo como el Gosplan soviético, que planifica todo de forma centralizada hasta el más mínimo detalle. Creo que hay que desplegar mecanismos de mercado para garantizar la apropiación local. Pero debe estar circunscrito por una estricta planificación democrática.
RMS: En Dinamarca, luego de la publicación de su libro, se le ha acusado de ser una especie de socialdemócrata. ¿Qué le dice a la gente que dice que lo que usted describe no es realmente socialismo?
PD: Me fascina el concepto de «socialismo funcional» desarrollado por los socialdemócratas suecos, y especialmente por Gunnar Adler Karlsson. La idea es que, al tiempo que se preserva la propiedad capitalista formal, se vacían sus funciones limitando el uso que los capitalistas pueden hacer de esa propiedad. Por ejemplo, si tenías una propiedad de alquiler en los años 70, eras formalmente dueño del edificio, pero se decidía políticamente cuánto podías cobrar de alquiler y cómo debían acondicionarse los apartamentos. Si tenías que derribar tu propiedad estaba determinado por una ley de planificación, y si la vendías estabas fuertemente gravado.
Por tanto, puede que tengas la propiedad, pero el poder práctico que esto conlleva está muy restringido. Karlsson lo comparó con la monarquía de los países nórdicos. Formalmente, los monarcas siguen siendo jefes de Estado, pero en la práctica no tienen ningún poder real. La idea era hacer lo mismo con los capitalistas.
Esta era la idea del proyecto socialdemócrata. Y tuvo bastante éxito durante muchas décadas. Pero cuando llegó la crisis en los años 70 y el sistema keynesiano entró en crisis, el hecho de que se hubiera permitido a los capitalistas conservar la propiedad de los medios de producción centrales resultó ser un problema existencial para la socialdemocracia. Esto significaba que podían lanzar rápidamente una ofensiva para hacer retroceder todas estas mejoras. Y esta es la situación en la que nos encontramos desde hace treinta años. Por eso soy escéptico respecto a la estrategia socialdemócrata. Como dijo el economista sueco Rudolf Meidner, mientras el capital conserve la propiedad, tiene una pistola en la cabeza de la clase obrera.
Esa es mi conclusión en el libro, por lo que rechazo enérgicamente la idea de que lo que estoy presentando es un plan reformista. Pero sí se trata de una estrategia gradualista, más que una estrategia revolucionaria clásica. Esto no significa que no haya rupturas y enfrentamientos durante ese proceso. No se trata de una evolución lenta hacia una nueva sociedad, como imaginó Eduard Bernstein, pues hay enormes privilegios en juego y el capital contraatacará. Pero es ilusorio pensar que la transición al socialismo tendrá lugar a través de una ruptura rápida. No creo que la experiencia que tenemos de la historia indique que ese sea un buen modelo. Los lugares donde se ha aplicado no han logrado realizar las sociedades igualitarias que los revolucionarios soñaban crear.
En las sociedades bien desarrolladas, como los países nórdicos, simplemente no hay un apoyo apreciable para saltar al terreno desconocido de un levantamiento revolucionario. Y, al mismo tiempo, una ruptura revolucionaria significará también una recesión económica, por lo que si queremos mantener la democracia —y eso es innegociable para mí— la cuestión es si seríamos capaces de mantener el poder en absoluto durante los diez o veinte años que duraría una transformación social.
RMS: Usted es crítico con el enfoque tradicional de la izquierda sobre la nacionalización de la economía. ¿Cuál es su opinión al respecto?
PD: El problema es que la propiedad estatal es una forma distante e indirecta de organizar la propiedad. Hemos visto los resultados de esto en el antiguo bloque del Este. Cuando se reintrodujo el capitalismo, hubo relativamente pocas protestas en los países de Europa del Este. Si los trabajadores se hubieran sentido realmente dueños de sus empresas, no habría sido tan fácil privatizarlas todas.
Al mismo tiempo, la propiedad estatal en los países democráticos es vulnerable de diferentes maneras. Bajo el neoliberalismo, hemos visto que todo lo que se necesita es una derrota electoral y entonces un gobierno de derecha entrante puede vender todo lo construido durante décadas. Lo vimos con Margaret Thatcher en Gran Bretaña, donde había un sector empresarial de propiedad pública bastante amplio, que se vendió a los capitalistas en pocos años.
Si lo comparamos con Dinamarca, no es que no hayamos tenido gobiernos de derechas que hubieran querido ampliar la propiedad capitalista. Simplemente les ha costado más, debido a un modelo de propiedad más descentralizado. Ha habido intentos de privatizar infraestructuras, pero son propiedad de cooperativas, por lo que los políticos no pueden venderlas sin más.
Thatcher también vendió las viviendas públicas a través del programa de «derecho de compra»; también lo intentaron en Dinamarca, pero no pudieron hacerlo porque nuestras viviendas cooperativas son propiedad de los inquilinos a través de organizaciones sin fines de lucro. Así que, paradójicamente, fue la propiedad privada la que impidió que la vivienda y las infraestructuras se vendieran a las fuerzas del capital. Esto no significa que esté en contra de la propiedad pública. Básicamente creo que la propiedad pública debería ser mayor. Un sector como el financiero o el energético debería tener mucha más propiedad pública.
AMM: En estos momentos, Dinamarca es conocida internacionalmente por su estricta política de inmigración, adoptada por los socialdemócratas en el poder. ¿Cómo se siente al formar parte de la mayoría parlamentaria que los mantiene en el poder?
PD: Es difícil y deprimente. Aunque Dinamarca tiene un fuerte legado de solidaridad, a una parte importante de la población le resulta muy difícil extender esta solidaridad a los refugiados e inmigrantes. Y las opiniones racistas son bastante comunes en parte de la ciudadanía. En esta situación, tenemos un partido socialdemócrata que se ha decidido firmemente por una línea dura e implacable sobre los refugiados y un discurso fuertemente polarizador sobre los inmigrantes que viven en Dinamarca.
No damos votos a esta política, y tratamos de combatirla y movilizarnos contra ella lo mejor que podemos. Pero hay una mayoría bastante grande detrás de ella en el parlamento, formada por los socialdemócratas junto con la derecha, y desgraciadamente también una mayoría bastante grande de la población.
Mi esperanza de solución pasa por un esfuerzo conjunto de organización política a largo plazo que demuestre que lo que importa son los antagonismos de clase y no la nacionalidad. La mejor manera de luchar contra el racismo es organizarse por encima de las divisiones étnicas. En el momento en que estás en el piquete con tus compañeros de Pakistán o Somalia, estás creando solidaridad. Solo si nos organizamos y luchamos en torno a las divisiones de clase podremos superar la división basada en la etnia y la raza.
RMS: Mirando a otros países, los últimos años han traído la derrota de Sanders, [Jeremy] Corbyn, Podemos y ahora Die Linke. Si la izquierda está perdiendo en otros lugares, ¿por qué es diferente en los países nórdicos?
PD: La izquierda nórdica no está en condiciones de disputar a las socialdemocracias la posición hegemónica dentro de la centroizquierda. No estamos en una situación similar a la que Podemos, por ejemplo, parecía dirigirse hace unos años.
Pero sí tenemos la oportunidad de desafiar al neoliberalismo. Si miramos cómo se manejó la crisis de COVID, vemos un enfoque socialdemócrata clásico. Las pérdidas salariales se cubrieron en su totalidad, pagadas parcialmente por el Estado, siempre que las empresas se comprometieran a no despedir a los trabajadores. Esto representa una ruptura con la lógica neoliberal, y significa que ahora hay un mayor apoyo a las ideas socialistas: que el Estado debe desempeñar un papel directo en la economía, que necesitamos la seguridad social…
Durante la pandemia del COVID-19 ha quedado claro lo interdependientes que somos. Esto ha llevado a un mayor sentido de la solidaridad. Pero las raíces de este cambio se remontan más atrás, al menos a la crisis financiera de 2008, que supuso el fin de la fantasía del capitalismo como sistema libre de crisis.
AMM. ¿Cómo puede entonces la izquierda nórdica evitar las trampas que atraparon a Sanders o a Podemos?
PD: La estrategia de izquierda populista que representó Podemos tiene algunos problemas intrínsecos. Puede llegar a nuevas partes del electorado presentándose como una ruptura con la «vieja política», pero no es una estrategia sostenible a largo plazo. Una vez que llevas diez años y entras en el gobierno local, te has convertido de facto en un partido «ordinario». Y entonces tienes que introducir algo más.
Pero no veo ninguna razón para deprimirse. Los intentos de Sanders, [Jeremy] Corbyn y otros de tomar el poder no tuvieron éxito. Pero creo que la izquierda de esos países debería estar orgullosa de lo que lograron. Tanto en Estados Unidos como en el Reino Unido, una izquierda que estaba completamente marginada —mucho más que todo lo que hemos vivido en los países nórdicos— se abrió camino hacia el centro de la escena política. Cuando esto sucede una vez, puede volver a suceder. Y por ello debemos prepararnos.
Las experiencias de Corbyn, Sanders y Podemos me han servido de inmensa inspiración. Cuando se está tan cerca del poder, hay que pensar de forma práctica. Desde el final de la Guerra Fría, los socialistas han tendido a entablar discusiones abstractas en torno a conceptos esotéricos como Imperio de Michael Hardt y Toni Negri. Pero ahora nos hemos visto obligados a pensar en cómo daríamos los primeros pasos hacia el socialismo.
Esto ha desencadenado un proceso increíblemente creativo con nuevos grupos de reflexión, libros y debates. Hemos producido más programas de reforma en los últimos años que en las décadas anteriores. Por lo tanto, estamos mucho mejor preparados para la próxima vez que la oportunidad llame a la puerta. El socialismo ha pasado de ser una perspectiva lejana a una posibilidad realista.
Rune Møller Stahl es doctor en ciencias políticas por la Universidad de Copenhague y antiguo asesor político del Grupo Parlamentario de la Alianza Rojo-Verde. Andreas Møller Mulvad es doctor en ciencias políticas por la Universidad de Copenhague y actualmente trabaja como funcionario público.
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