El marxismo negro adaptó, complejizó y descolonizó los postulados marxistas, haciendo partir sus análisis críticos desde la experiencia histórico-social de la población negra frente al capitalismo: sus aportes son hoy por hoy insoslayables
Por Daniel Montañez Pico, Alainet
En 1983 el intelectual afroamericano Cedric Robinson publicó una obra titulada “Black Marxism: The Making of the Black Radical Tradition”, traducida al castellano recientemente por la editorial Traficantes de Sueños como “Marxismo negro: la formación de la tradición radical negra” (2021). Esta obra tuvo un impacto considerable sobre el debate de la intelectualidad crítica y las luchas sociales en Estados Unidos y en el mundo angloparlante, llegando en nuestros días a empezar a incidir en los debates de contextos hispanoparlantes. La hipótesis central de la obra plantea que las versiones más conocidas y dogmáticas del marxismo se han construido sobre el análisis del capitalismo desde la experiencia histórico-social de la población del norte de Europa, es decir, son versiones eurocéntricas. Frente a ello, el texto pone en valor la experiencia histórico-social de la población categorizada como “negra” durante el capitalismo como importante fuente de conocimiento para el desarrollo de una economía política crítica más compleja y atinada.
Aunque no lo desarrolló de forma amplia, ya el propio Marx se había interesado por el tema, especialmente en el tramo más maduro de su trayectoria, cuando percibió con claridad que extender de forma mecánica su análisis del capitalismo europeo a otras realidades era un error de método. Pese a no lo estudiarlo sistemáticamente, Marx ya concebía al capitalismo como un sistema mundial en el que el colonialismo y el imperialismo contribuyeron de forma decisiva al desarrollo de las fuerzas productivas de las potencias capitalistas: aludió al expolio de los metales de América, a las materias primas provenientes de Asia y el Caribe, a los mercados que allí se abrían para las manufacturas inglesas y al comercio esclavista atlántico basado en la trata masiva de población africana. También se interesó ampliamente por la Guerra de Secesión y la lucha por la abolición de la esclavitud en Estados Unidos, dejando claro que el racismo era ante todo una ideología burguesa que servía para justificar la esclavitud y explotación salvaje de la población negra.
Pero lo interesante del libro de Cedric Robinson no fue sólo profundizar en esta conocida cuestión de la importancia que tuvo la esclavitud, la explotación y el racismo hacia la población negra para el desarrollo del capitalismo. Su aporte más significativo fue poner sobre la mesa la importancia que tienen para el pensamiento crítico mundial los aportes teóricos de quienes plantearon una crítica al capitalismo desde las coordenadas de la experiencia histórico-social de la población negra. De esta forma, planteó que existía una “tradición radical negra” que había adaptado, complejizado y descolonizado los postulados marxistas haciendo partir sus análisis críticos desde las luchas históricas de la población negra frente al capitalismo: las rebeliones antiesclavistas, anticoloniales y antirracistas, las experiencias de autonomía y socialismo cimarrón en palenques y quilombos, las luchas por la liberación en África y el Caribe, etc. Así, Robinson dejaba de tomar a la población negra sólo como un objeto de estudio, postulándole como sujeto productor de un conocimiento social crítico de alto valor para la comprensión del sistema capitalista en su conjunto.
En este punto es interesante cruzar los aportes teóricos de Robinson con los de investigaciones contemporáneas más empíricas acerca de los procesos en los que las luchas de la población negra se acercaron a dialogar y participar con la tradición marxista. Entre otrxs, Hakim Adi ha mostrado en su obra de 2013 “Pan-Africanism and Communism” (con traducción al castellano en la Editorial Ciencias Sociales de La Habana como “Panafricanismo y comunismo”, 2018) la importancia que tuvieron muchxs militantes negrxs en las organizaciones marxistas y comunistas. Activistas como el trinitense George Padmore o el afroamericano Harry Haywood jugaron un importante papel en la Comintern, teorizando y organizando al proletariado negro en varias regiones del mundo. Sin embargo, el cruce entre la militancia panafricanista y antirracista con las agendas de los movimientos marxistas y comunistas no estuvo exento de polémicas y dificultades. La traducción política del debate sobre la articulación raza-clase no era sencilla en muchos contextos donde el proletariado blanco gozaba de privilegios frente al negro, desplegando actitudes racistas en el seno de la propia clase obrera.
Además, muchas veces se privilegiaron las agendas políticas de potencias como la URSS frente a la de territorios periféricos de África y el Caribe, como sucedió cuando a partir del VII Congreso de la Comintern en 1935 la Internacional Comunista adoptó la postura de los frentes populares frente al fascismo. A la mayoría de lxs militantes negrxs esta decisión les afectó profundamente. Suponía aliarse contra el fascismo con potencias capitalistas como Inglaterra, Francia o Estados Unidos que históricamente les habían superexplotado y colonizado en sus territorios. Ante esta situación, muchos activistas como el propio George Padmore abandonaron la Internacional Comunista. Padmore advirtió en varios textos desde los años 30 que aquello que llamaban “fascismo” ya lo sufría la población negra desde hacía siglos en territorios colonizados por potencias “democráticas” capitalistas imperialistas como Inglaterra. Entre sus escritos de esta época destaca sin lugar a duda “British Imperialists Treat the Negro Masses Like Nazis Treat the Jews” (“Los imperialistas británicos tratan a las masas negras cómo los nazis tratan a los judíos”). Dos décadas más tarde, por razones similares, el militante comunista martiniqués y poeta de la negritud Aimé Césaire abandonó el Partido Comunista Francés, publicando su conocido “Discurso sobre el colonialismo” (1950) en donde hizo famosa la conexión existente entre fascismo e imperialismo.
Aunque muchxs militantes negrxs como Harry Haywood o Claudia Jones se mantuvieron pese a todo en organizaciones marxistas y comunistas tradicionales tratando de abrir espacios de comprensión y desarrollo de las luchas del proletariado negro en esos contextos, otrxs tantos se movieron hacia otros movimientos o emprendieron la construcción de sus agendas políticas desde sus propias coordenadas de opresión y existencia. Fue el caso de los trinitenses George Padmore y C.L.R. James, quienes impulsaron y radicalizaron desde los años 30 al movimiento panafricanista desde Inglaterra; el caso del martiniqués Frantz Fanon colaborando en el liderazgo de los procesos de liberación nacional en África, o de Walter Rodney liderando el movimiento del Poder Negro en el Caribe. En estos espacios de lucha el entrenamiento teórico marxista tuvo que dialogar con otras líneas ideológicas y experiencias de lucha, radicalizando los movimientos de lucha de la población negra y enriqueciendo y descolonizando así mismo la propia tradición marxista.
Desde estos procesos tan diversos, muchos de estxs militantes teorizaron desde sus luchas concretas aspectos del capitalismo que desde otras coordenadas geohistóricas no habían sido tan sistematizados y profundizados. Su razonamiento era sencillo: si el marxismo era la teoría de los pueblos explotados, seguro que sería un aporte interesante para la población negra, una de las más explotadas del mundo. Este binomio de marxismo y antirracismo produjo algunas de las más potentes reflexiones del pensamiento crítico a nivel mundial, anticipando elementos fundamentales de teorías contemporáneas en boga como las perspectivas del sistema-mundo, el colonialismo interno, las teorías de la dependencia o los enfoques poscoloniales y decoloniales. Sin embargo, debido a un intenso racismo intelectual y académico, estas contribuciones son aún muy desconocidas y no forman parte de la oferta curricular de casi ninguna universidad ni de los debates en muchos círculos militantes y de movimientos sociales.
Los aportes de los marxismos negros se proyectan desde una perspectiva materialista y dialéctica de la articulación raza-clase. Las perspectivas marxistas eurocéntricas suelen presentar al racismo como una cuestión secundaria, superestructural, o incluso como un problema, ya que podría debilitar el énfasis sobre el antagonismo fundamental de clase. Pero desde los marxismos negros diferentes figuras señalaron la íntima relación que existe entre ambas categorías, pues el racismo es una dimensión fundamental a través de la cual el Capital justifica y estructura la división internacional del trabajo. Es el caso del trinitense Oliver Cox, que ofreció una contundente demostración en su obra “Caste, Class & Race” (1948) de que las categorías raciales surgen en el momento de expansión mundial del capitalismo y no antes, diferenciando así entre racialización estructural y los prejuicios e intolerancias sociales. De hecho, en sus orígenes, la inferiorización racial sistemática no estaba asociada al color de la piel, pero siempre estuvo relacionada con una determinada posición en la división del trabajo. Es el caso de los irlandeses inferiorizados que trabajaron como siervos por contrato bajo el yugo británico en las colonias americanas. Sería el rápido aumento de demanda de mano de obra y la disponibilidad coyuntural de trabajadores africanos lo que vincularía definitivamente la inferiorización racial al color de piel, como muestra, entre otros, el también trinitense Eric Williams en su obra “Capitalismo y Esclavitud”. De esta forma, el racismo se presenta como un producto histórico específico que es inherente al capitalismo y que funciona como elemento estructurante de la división del trabajo y de la conformación de centros y periferias en el sistema capitalista mundial. Otro aporte a la cuestión fue el del afroamericano Harry Haywood, quien definió en su obra “Negro Liberation” (1948) la situación de la población negra del sur de Estados Unidos como una forma de “colonialismo interno” al explorar la íntima relación existente entre el racismo, la dependencia, la superexplotación del trabajo negro y la falta de acceso a la tierra. Como miembro del Comintern Haywood promovió el derecho a la autodeterminación del “Cinturón Negro”, aquellos estados donde había mayoría de población negra y que habían estado asociados históricamente a la economía esclavista. Sus ideas influenciaron movimientos como la Liga de Trabajadores Negros Revolucionarios o el Partido de las Panteras Negras. Muchos intelectuales y activistas como Fred Hampton o Huey P. Newton reconocían los fundamentos materiales del racismo y los pioneros del eslogan del Poder Negro, Stokely Carmichael y Charles V. Hamilton impulsaron la idea de “racismo institucional” para dar cuenta de las prácticas, políticas e instituciones que fijan y perpetúan las condiciones para la superexplotación de la población negra.
Por último, hay que remarcar los aportes de los feminismos negros marxistas de intelectuales y activistas como Claudia Jones, Angela Davis o Rhoda Reddock, quienes criticaron los feminismos marxistas occidentales basados en el análisis del trabajo doméstico y reproductivo, evidenciando cómo las mujeres racializadas negativamente, además de ello, continúan inmersas en labores productivas bajo una lógica de superexplotación capitalista. Estas autoras critican las perspectivas liberales de la interseccionalidad, basadas en el impacto de múltiples ideologías de raza y género sobre un mismo sujeto, y en su lugar estudian la división racial y sexual del trabajo que define la posición estructural que ocupan las mujeres racializadas negativamente en el proceso de acumulación de capital, planteando una articulación respetuosa, coherente y diferenciada de las luchas anticapitalistas más que una “olimpiada de opresiones”.
En definitiva, dado que la relación centro-periferia y la superexplotación son fundamentales para explicar las trayectorias globales de acumulación, los análisis de los marxismos negros no son sólo aportaciones a la comprensión de problemáticas meramente locales; muy al contrario, son aportes universales necesarios para una comprensión totalizante del capitalismo a nivel mundial. Es decir, no es posible comprender el capitalismo, y por tanto no se pueden articular resistencias y alternativas netamente revolucionarias, sin los aportes de los marxismos negros. Sus ideas son imprescindibles para pensar problemáticas actuales como las relacionadas con las formas específicas de explotación de la fuerza de trabajo migrante y racializada negativamente, el papel imperialista de las empresas occidentales en el Sur o las divisiones existentes entre los trabajadores por su color de piel en el campo y la ciudad. Porque, como dijo Aimé Césaire: “el único universalismo posible es el depositario de todo lo particular, aquel que profundiza el diálogo y la coexistencia de todos los particulares”.
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