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jueves, 4 de noviembre de 2021

El valor de El capital : respuesta a David Harvey


TRADUCCIÓN: JOSÉ MIGUEL AHUMADA Y FRANCISCO LARRABE

El capital no solo nos muestra cómo funciona la producción capitalista. También nos muestra por qué el capitalismo es un insulto a la libertad.

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David Harvey me ha concedido el gran honor de reseñar mi libro Marx’s Inferno: The Political Theory of Capital. Su amplia respuesta destaca una serie de discrepancias bastante importantes, no sólo para la «marxología» académica, sino también para la izquierda política.

Afirma que mi libro «destaca, como si fuera una primera bala en la batalla por redefinir el legado de Marx». Espero que no se equivoque.

Hasta el momento la izquierda está cargada de energía pero es aún débil. La juventud está muy desencantada con el capitalismo y el orden posterior a la Guerra fría, y está abierta al socialismo. Al mismo tiempo, las organizaciones políticas y económicas de izquierda son un desastre, y no tienen un centro de gravedad teórico o táctico. Por eso creo que es el momento preciso para releer la historia del socialismo teórico con el fin revisar y reelaborar sus principios básicos.

Nadie es más importante, en este aspecto, que el propio Marx. La pregunta es, ¿cuál Marx?

Mi libro defiende la dignidad del libro primero de El capital y sostiene que éste contiene a un Marx que necesitamos recuperar hoy. Harvey no está de acuerdo y sostiene que «considerar el tomo I como si fuera un tratado independiente plantea grandes problemas».

Esta desavenencia, su «objeción más importante» a mi libro, se refleja en tres diferencias sustantivas entre nuestros acercamientos a Marx. La primera concierne al tipo de teoría que plantea El capital. La segunda concierne al contenido de la argumentación de Marx en el tomo I. Y la tercera concierne a la relación de Marx con el socialismo de su época y el actual.

Quiero traer cada una de estas discrepancias a la palestra, ya que el amplio debate de estas materias es de suma importancia.

¿Qué tipo de libro es El capital?

La interrogante que mi libro plantea e intenta responder, es la vieja pregunta por el «método de presentación» que usa Marx en El capital. ¿Por qué el libro primero tiene la forma que tiene?

Dado que el propio Marx plantea esta pregunta —de manera elíptica— cuando refuta la afirmación de que estaría aplicando un método hegeliano al estudio de la economía política, las investigaciones académicas sobre el tema tienden buscar en el libro primero un método de presentación hegeliano o cuasi hegeliano. Esa pretensión ha tenido varios resultados.

Todos advierten que hay partes del texto que parecen más bien hegelianas. Pero una buena parte del libro no parece serlo: las secciones tercera, cuarta y séptima representan en conjunto cerca del 40% del libro. Son las partes «históricas».

Los marxistas hegelianos tienden a estar desconcertados por estas partes, ya que no aportan mucho al desarrollo de los conceptos. En cambio, los historiadores sociales, como Gareth Stedman Jones, piensan que esas son las únicas partes valiosas de El capital. Sin embargo, las dos mitades nunca se entrelazan.

Mi respuesta a este problema es que Marx estructuró el tomo I siguiendo el modelo de El infierno de Dante. Mi tesis no es tan descabellada como suena.

El descenso metafórico hacia el infierno estaba bastante difundido en la literatura socialista del siglo diecinueve. Pierre-Joseph Proudhon, la bête noir de Marx, fue el que más recurrió al tema. Más aún, las categorías morales que estructuran el Infierno de Dante —incontinencia, fuerza, fraude y traición— fueron dominantes en la economía moral del socialismo incipiente por la sencilla razón de que la herencia cristiana-aristotélica permeó la moralidad popular.

Yo sostengo que Marx escribió El capital como un descenso hacia el infierno social del capitalismo moderno. Quiso informar a sus lectores del funcionamiento interno del modo de producción capitalista, al tiempo que desplazaba las categorías de juicio moral socialista sobre «el conjunto de relaciones sociales».

Mi libro muestra leer el tomo I de esa forma nos permite darle sentido a sus argumentos de una manera conectada y holística, y los hace aparecer como una intervención cuidadosamente construida dentro del movimiento socialista de aquellos días, sin eliminar grandes partes del libro, ya sean como «digresiones» o «ilustraciones», o como desatinados estorbos metafísicos.

David Harvey objeta, sin embargo, que elaboro una «lectura única y excluyente», y que juzgo y descarto a las otras «como si fuesen completamente erróneas» bajo el supuesto, «superficial pero conveniente», de que Marx solo publicó en vida el libro primero.

Lo que plantea Harvey es que «si leemos solo el tomo I de El capital […] perdemos la clave del libro», pues el «supuesto a lo largo de todo el libro primero es que las mercancías se intercambian a su valor». Esto le permite a Marx construir «un modelo de la actividad capitalista que refleja “el infierno” del trabajador», pero no le permite considerar la «alienación» de esos «“trabajadores ricos” que cuentan con un sindicato, viven en barrios residenciales, tienen auto, televisor en el living y computadora portátil en la cocina y pasan las vacaciones en España o en el Caribe».

Tampoco le permite a Marx explicar cómo es que «la acumulación de capital […] depende del “consumo racional”» de los trabajadores, cuya posibilidad debe garantizar la clase capitalista. Harvey sostiene que estos problemas pueden plantearse y explicarse adecuadamente solo cuando Marx abandona la premisa de que los precios y los valores son lo mismo: esto sucede en los tomos II y III.

Por lo tanto, el libro primero, por sí sólo, nos da una imagen parcial y falsa del capitalismo. Y mi libro, al sostener que aquel puede leerse con independencia de los otros tomos, le hace un daño a Marx y a mis lectores.

La presuposición básica de la interpretación de Harvey es que, cuando Marx escribió y publicó el tomo I, estaba interesado en «presentar sus descubrimientos» de manera «persuasiva» y «agradable» para un público de «artesanos y obreros autodidactas», motivo por el que muchas veces «simplificó su teoría al punto de falsearla». Por tanto, solamente los trabajos no publicados por Marx —Grundrisse, tomos II y III de El capital y varios borradores preparatorios— pueden darnos una imagen real de sus «descubrimientos».

En resumen, el Marx de Harvey es un explicador: posee una gran teoría unificada, pero sabe que es muy difícil comunicársela a «artesanos y obreros autodidactas», así que la simplifica y la viste con «referencias literarias y culturales», y así garantiza que «su audiencia será capaz de comprenderlo».

Mi Marx, por el contrario, es un argumentador que no tiene una teoría completamente desarrollada bajo la manga. En cambio, está orientado por una serie de desacuerdos con los economistas políticos clásicos y con sus compañeros socialistas, y está desarrollando, en El capital, una respuesta enérgica a aquellos desacuerdos.

La forma literaria de su intervención no es un adorno con el que reviste su teoría; es la forma misma de su teoría. Su audiencia sabe perfectamente de qué está hablando, porque no se presenta ante ella como un mesías, sino que responde a discusiones y polémicas que existen dentro de los movimientos de obreros y socialistas.

Pienso que mi imagen de Marx y de El capital es más exacta que la de Harvey. Después de todo es extraño decir que se pierde la clave del tomo I cuando se lo lee de forma aislada. Después de todo, Marx publicó el libro primero de forma aislada. De hecho lo hizo tres veces —dos en Alemania y una en Francia—, y estaba preparando una nueva publicación —de forma aislada— cuando falleció. Además, aprobó una traducción al ruso —de forma aislada— en 1872. Sea cual fuese la aspiración que tenía para los tomos II y III, claramente pensaba que el tomo I podía ser leído y entendido de forma aislada.

Desafortunadamente, pareciera que estamos más cómodos con Marx si lo imaginamos como un erudito capaz de comunicar la complejidad de su verdad en apenas novecientas páginas, en vez de como un pensador político comprometido, que está desarrollando sus ideas en medio del caos de los debates.

Esta propensión hacia un Marx explicador por sobre un Marx argumentador, es sintomática de una tendencia antipolítica que existe en la izquierda. Confiada en que sabe que sus ideas son correctas, y lamentándose de la necesidad de simplificar las cosas por el bien de la persuasión, esa izquierda se ahorra el problema de reconstruir su teoría en función del compromiso político.

¿Cuál es la teoría de Marx en El capital?

Sin embargo, se podría decir que estoy malinterpretando la verdadera preocupación de Harvey. Mientras que yo argumento que el tomo I de El capital puede leerse y entenderse por sí solo, ¿acaso Harvey no está sosteniendo que el tomo I no basta para comprender el capitalismo?

Sospecho que mi presunción es correcta, y en ese punto estoy de acuerdo con Harvey. Los tomos II y III definitivamente pueden perfeccionar nuestro entendimiento de cómo opera el capitalismo según Marx.

Sin embargo, la reseña de Harvey no hace distinción entre entender El capital y entender el capitalismo. Simplemente procede como si la incapacidad de comprender el fordismo o la sociedad de consumo en función del tomo I invalidara mi afirmación acerca de que el libro puede leerse y entenderse por sí solo.

Estoy convencido de que Marx nunca escribió con la finalidad de entender las extravagancias y variedades del capitalismo del siglo veinte y contemporáneo. Sin embargo, también comparto la idea de que, en el tomo I, Marx hace un mejor trabajo en comparación a quienes intentaron, antes y después de él, detectar qué está mal con el capitalismo.

Primero, tenía un mejor conocimiento de las dinámicas fundamentales del mercado, del lugar de trabajo, del patrón de desarrollo capitalista y del rol del Estado capitalista, que sus competidores. Pero además, evidenció cómo todas esas realidades agravian el deseo de todo ser humano de liberarse del poder dominador.

La innovación de Marx es lograr unir esta preocupación por la libertad con una disección sistemática del capital. El capital muestra cómo y por qué el mercado domina a los productores, el capitalista y la fábrica dominan al trabajador asalariado, y el capital llega a dominar al Estado.

Por consiguiente, El capital no sólo nos muestra cómo opera la producción capitalista; nos muestra por qué deberíamos desear, por amor a la libertad, abandonar el régimen de producción capitalista.

Esto da pie para que Harvey afirme que, si bien estoy en lo correcto al interesarme por la «política» de Marx, he dejado de lado la «economía». No comparto esa idea. Lo que he intentado hacer, por el contrario, es demostrar que Marx tenía un mejor entendimiento de lo económico que Proudhon, los owenistas o los saint-simonianos, precisamente porque él vio el aspecto político que hay en la economía y en los debates que la atraviesan.

Tomemos, por ejemplo, la afirmación que hace Harvey respecto a que, en el tomo I, Marx asumió, contrario a su posición, que las mercancías se intercambian a su valor, o que el precio es igual al valor. Según Harvey, Marx lo hizo con el fin de que «su teoría del valor fuese más digerible para su audiencia».

Esto tergiversa la intención política y la apuesta que hay en el argumento de Marx. La postura aceptada entre los socialistas coetáneos a Marx, era que el sufrimiento y la explotación de los trabajadores debían atribuirse al hecho de que su trabajo y sus bienes eran incapaces de alcanzar su valor justo en el mercado.

La insistencia de Marx en tratar los precios como si reflejaran el valor, habría hecho a su teoría del valor más polémica, no más agradable. Marx estaba yendo contra la corriente, estaba buscando pelea. ¿Por qué?

El diagnóstico predominante, que insiste en la divergencia entre precio y valor, deja de lado la dinámica del mercado (en función de la que los precios convergen con el valor) y la particularidad del capital —su capacidad de acumular sin depender de la renta— que lo define como una forma específica de poder económico.

Lejos de minimizar las complejidades de su teoría, Marx está interesado en confrontar directamente los puntos débiles de la teoría socialista existente.

Otro ejemplo: Harvey afirma que al asumir que todas las mercancías se intercambian a su valor, Marx pretende evadir el problema de la demanda efectiva y construir «un modelo de la actividad capitalista que refleje el “infierno” del trabajador».

Pero, como sostengo en Marx’s Inferno, Marx no evade por completo este problema en el tomo I. Al contrario, asume el problema y lo incorpora a sus reflexiones sobre la mercancía, el intercambio y el dinero.

El dicho «nunca es sereno el curso del verdadero amor» es crucial para la tesis de Marx según la cual recurrir al mercado para mediar la división social del trabajo produce ansiedad, incertidumbre y vigilancia servil entre aquellos que dependen de aquel para poder subsistir. Si fuese de otra manera, cada mercancía se podría convertir en dinero contante, y el programa de Proudhon de «republicanizar» el dinero sería realizable.

Como último ejemplo, está el asunto de la acumulación primitiva, que Harvey vincula al mismo argumento sobre las hipótesis simplificadas de Marx. De acuerdo con Harvey, al comienzo de la sección séptima nos topamos con una «modificación radical de los supuestos iniciales» y entonces «se reintegran al relato el usurero, el banquero, el comerciante, el terrateniente y el Estado (junto a sus deudas), al igual que el poder de la demanda efectiva en el mercado».

Estoy de acuerdo con que el terrateniente y el Estado tienen una importancia central para las reflexiones que Marx hace respecto a la acumulación primitiva, y lo digo en el capítulo 6 de mi libro. Nuestra verdadera desavenencia remite a la importancia del capital de los usureros y comerciantes.

Según Harvey, es la expansión autónoma de esas formas «antediluvianas» del capital —la «mercantilización y la generalización del dinero»— la que impulsa la acumulación primitiva.

En esto hay al menos dos problemas. Primero, Harvey no puede señalar ningún lugar de la sección séptima donde Marx realmente destaque el rol de los comerciantes o usureros. Entonces, cita el Manifiesto del Partido Comunista, el tomo III, los Grundrisse, y se queja de que Roberts «ignora todo esto», pero no logra demostrar cómo es que el argumento de Marx en el tomo I depende de, o reproduce, las afirmaciones que hace Marx en estos otros lugares.

De hecho, existen sólo dos lugares en la sección séptima donde las formas antediluvianas del capital juegan un rol en la presentación de Marx. El primero es la parte 1 del capítulo XXIV, donde Marx dice que la demanda de lana en Flandes motivó a los nobles a limpiar sus fincas y transformarlas en pastizales para ovejas. Este episodio es esencial para mi propia reflexión, por lo que no entiendo cuál es la queja de Harvey respecto a este punto.

El segundo es la parte 6 del mismo capítulo, donde Marx sostiene que «El régimen feudal en el campo y la constitución corporativa en la ciudad, le impedían al capital dinerario —formado por medio de la usura y el comercio— transformarse en capital industrial. Esas barreras cayeron al disolverse las mesnadas feudales y al ser expropiada, y en parte desalojada, la población rural. La nueva manufactura se asentó en puertos marítimos exportadores o en puntos de la campaña no sujetos al control del viejo régimen urbano y de su constitución corporativa. De ahí que en Inglaterra las incorporated towns lucharan encarnizadamente contra esos nuevos semilleros industriales» (El capital, Ed. S. XXI, Tomo I, Vol. 3, pp. 938-939).

En otras palabras, la acumulación primitiva empodera al capital dinerario para que comience a funcionar como capital industrial. El capital dinerario no disuelve, por su propia acción, la constitución feudal de la sociedad. El argumento de Marx aquí es justamente el opuesto del que sugiere Harvey. Si estamos hablando de lo que Marx dice en el tomo I, entonces no veo que las críticas de Harvey sean justas.

Más importante aún, creo que la lectura de Harvey de la acumulación primitiva borra uno de los aspectos políticos más importantes del argumento de Marx: el profundo quiebre epocal que existe entre la constitución feudal y el modo capitalista de producción.

La mercantilización y la generalización del dinero no son, según Marx, procesos autónomos. No se esparcen por contagio. Se plantea la necesidad de una revolución en las relaciones de producción.

Sí, Marx afirma que «la circulación de mercancías es el punto de partida del capital». Pero, como sostengo, también abre cada gran sección del tomo I con una nueva historia sobre el origen del capital: la circulación de mercancías, la explotación del trabajo, la producción a gran escala y la acumulación originaria de los medios de producción.

Al enfatizar solo el primer origen, la lectura de Harvey corre el riesgo de transformar al mercado en la raíz de todos los males y a Marx en otro socialista moralizante, que arremete contra el dinero y las mercancías, los comerciantes y los usureros, el engaño y la especulación.

Admito sin problema alguno que mi lectura de los argumentos económicos que Marx presenta en el tomo I no es la lectura estándar. Tampoco es, sin embargo, una lectura sui generis: converge, por ejemplo, con algunas de las tesis sostenidas por los teóricos de la forma-valor, como Michael Heinrich. Los préstamos que tomo de este enfoque sobre Marx lo sitúan como una especie de precursor de la escuela austríaca más que como un posricardiano (¡sí, sé que es una idea polémica!) y transforma la lectura, tanto de la teoría del valor, como de los análisis de la explotación.

Estas son cuestiones económicas fundamentales. Pero lo que mi libro tiene de novedoso es la afirmación de que el contexto político y la intención de la argumentación de Marx son cruciales para entender el contenido verdadero de su posición.

Cuando uno aprecia la oposición de Marx a todos los esquemas de trabajo-dinero, y se observa lo que motivaba esos esquemas, conquista una mejor posición para entender la argumentación de Marx en la sección primera. Cuando uno reconoce el contraste entre el enfoque de Marx sobre la explotación y la perspectiva de explotación-como-extorsión de todos los enfoques inspirados en el saint-simonianismo, uno aprecia la fuerza del argumento de Marx en la sección tercera. Cuando uno entiende el rampante separatismo antipolítico reinante en el campo socialista de los años 1800, se aclara el argumento de la sección séptima.

Al menos, esa es mi apuesta: la oposición de Marx frente a otras perspectivas socialistas, tanto teóricas como políticas, anima la argumentación económica del tomo I.

El socialismo de ayer y de hoy

Este interés en «la relación de Marx con Proudhon, Fourier, Saint-Simon y Robert Owen» es lo que Harvey más aprecia de mi libro.

En particular, está convencido de mi argumento contra G. A. Cohen, quien —junto a tantos otros— enfatizó la continuidad entre Marx y dicha tradición socialista, y la importancia que otorgaba a la «igualdad y la justicia social». Yo insisto, por el contrario, que Marx estaba completamente en contra de gran parte de esta tradición, a la que consideraba tanto moralista como equivocada en lo que respecta a las dinámicas sociales de la economía capitalista.

A pesar de que Harvey celebra esta parte de mi argumentación, estoy un poco perplejo por la respuesta que elabora, y eso por tres motivos.

Primero, Harvey parece omitir justo el núcleo de mi argumentación. En sus palabras, yo argumento que Marx «remontó la historia hasta alcanzar la antigua tradición aristocrática del gobierno republicano como ausencia de dominación» y que dicha tradición, «transformada por la experiencia de la industria capitalista, […] produjo una perspectiva política singular que muestra los contornos posibles de una alternativa anticapitalista». Entonces, Harvey pregunta: «Si la igualdad y la justicia social no bastan para definir una alternativa socialista, ¿qué políticas deberían ocupar su lugar?».

Después, Harvey continúa escribiendo sobre la gestión industrial de Owen y Saint-Simon, sin siquiera detenerse a considerar la respuesta que propone mi libro (y que considero que es la propuesta por Marx): la libertad.

La «antigua tradición aristocrática del gobierno republicano» no era únicamente antigua ni exclusivamente aristocrática. La preocupación republicana por liberarse de la servidumbre y la dominación recorrió gran parte de las políticas radicales, populares y plebeyas, del siglo XIX.

Acompañó la preocupación rousseauniana por la soberanía popular y la perspectiva utilitarista de la administración racional, aunque finalmente se enfrentó a ambas. Predicó la resistencia a la concentración del poder y afirmó la asociación cooperativa y deliberativa. Mi libro sostiene que todo el argumento de Marx en El capital está orientado por ese deseo republicano de liberarse de la dominación.

De esta forma, encuentro desconcertante que Harvey solo mencione la libertad una vez en su análisis, y que lo haga exclusivamente para preguntarse por qué no hablé más sobre la tradición jacobina del republicanismo.

Volveré sobre los jacobinos. Pero antes déjenme señalar que mi reconstrucción del republicanismo de Marx resuena en algunos de los análisis de la izquierda contemporánea. Alex Gourevitch argumenta a la vez por las credenciales históricas y por la importancia contemporánea de «una perspectiva social basada en la libertad igualitaria». Keeanga-Yamahtta Taylor nos ofrece una argumentación poderosa para revivir el movimiento de la liberación negra. Corey Robin viene exigiendo hace muchos años que la izquierda estadounidense vuelva a apropiarse de la política de la libertad, hoy en manos de la derecha. Según mi lectura, Marx estaría de acuerdo con todas estas propuestas.

Dado que esa es la orientación de mi libro, también me dejó perplejo el llamado de Harvey a reivindicar a los saint-simonianos.

Harvey afirma justamente que «Marx se negaba a renunciar al progreso evidente que representa el aumento de la productividad del trabajo del capitalismo industrial». También está en lo cierto cuando dice que eso era parte del aprecio que Marx tenía por Robert Owen. Sin embargo, Harvey utiliza después una de las notas al pie escritas por Engels en el tomo III para mostrar a Saint-Simon como un heraldo de las sociedades por acciones, que tendrían el potencial —«en caso de ser democratizadas para incluir a los ouvriers»— de proporcionar «modos de gobierno y administración colectivos» provechosos para un futuro socialista.

Yo soy extremadamente escéptico en cuanto a la idea de que el pensamiento de Saint-Simon tiene algún valor para la izquierda. Y, a pesar de la nota al pie de Engels, no hay tampoco evidencia creíble que muestre que Marx reflexionaba mucho sobre los esquemas de Saint-Simon. Como señalo en mi libro, Engels siempre tuvo una debilidad por Saint-Simon, pero Marx no nos dejó ninguna evidencia de haber compartido la estima de su amigo. Que Engels nos asegure, después de la muerte de Marx, que su amigo había llegado a compartir su opinión, no es una evidencia muy creíble de que Marx se haya sentido atraído por la forma de pensar de Saint-Simon.

En primer lugar, Saint-Simon era un racionalista autoritario que soñaba únicamente con una jerarquía benevolente y un progreso social organizado. En ese sentido, era completamente alérgico a cualquier tipo de acción desordenada como la de los movimientos políticos populares, la democracia mayoritaria o los gobiernos desde abajo.

Cuando Harvey parece identificar la pregunta sobre la alternativa socialista con la pregunta sobre cómo «encontrar una forma de gobierno consistente con el objetivo de la libre asociación y con la necesidad de organizar la macroeconomía en términos productivos y constructivos», enfoca la cuestión de manera favorable a la perspectiva de Saint-Simon. Sin embargo, no logro ver cómo congenia esa idea con el proyecto de construir un movimiento político por la emancipación universal.

Por último, está el tema de los jacobinos. Harvey señala que mi libro «ignora totalmente el elemento jacobino» típico del socialismo de la época de Marx. Debo decir que básicamente está en lo cierto, aunque advierto también que el jacobinismo inglés de Bronterre O’Brien sí aparece en mi relato.

Es verdad que Auguste Blanqui y sus discípulos no jugaron ningún rol en mi análisis del argumento de El capital. La relación de Marx con el blanquismo ha sido analizada exhaustiva y fehacientemente en el libro de Richard N. Hunt, The Political Ideas of Marx and Engels (un clásico, por desgracia, poco apreciado y difícil de encontrar). Por eso pensé que fuera importante volver sobre el tema.

Además, Blanqui no produjo prácticamente nada que se parezca a una teoría específica y el blanquismo no fue una fuerza importante en la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT). Marx estaba preocupado por desmantelar el proudhonismo y el saint-simonismo porque eran dos cuerpos teóricos sustanciales e influyentes. En cambio, el jacobinismo conspirativo de Blanqui era relativamente inconsecuente y poco interesante.

Sin embargo, más importante es que la tradición republicana francesa, de la que proviene Blanqui, es, como Harvey señala, «muy distinta» de la tradición republicana que creo influenció a Marx. Rousseau tuvo una inmensa influencia en la tradición francesa, pero casi ninguna en Marx (como demostró David Leopold). Yo simplemente no veo signos de jacobinismo o blanquismo en El capital, y Harvey tampoco. En la ausencia de cualquier indicación de ese tipo, estoy un poco desconcertado por la sugerencia de que no puedo seguir la evidencia efectivamente presente en el texto «sin antes plantear la cuestión del republicanismo jacobino, que es muy distinta».

Entonces, parece que hemos cerrado el círculo. La gran objeción de Harvey a mi libro es que se trata de una lectura del tomo I. Él no cree que yo pueda anclar mi interpretación del tomo I en la lectura del tomo I. Por lo tanto, argumenta contra mi interpretación, pero una buena parte de su crítica no está fundada en el tomo I. El resultado me sugiere que estoy en buen camino. Como escribí en la introducción de Marx’ Inferno,

Marx sin duda veía en El capital su chef d’oeuvre. A lo largo del siglo veinte, el sufrió un relativo olvido, pues se suponía que era la sede del Marx que conocíamos en virtud de las proclamas de los Partidos Marxistas. De esta forma, quienes se sentían atraídos por Marx, pero que eran repelidos por los partidos, empezaron a buscar a un «Marx desconocido» en los nuevos manuscritos disponibles. Evidentemente, el proceso enriqueció nuestro conocimiento del pensamiento de Marx, pero también produjo una situación más bien adversa, en el sentido de que Marx terminó siendo más conocido por sus notas no publicadas que por su principal intervención pública. Irónicamente, nunca conocimos bien al Marx de El capital. Es un libro largo y difícil, sin la claridad programática y la generalidad de los escritos tardíos de Engels […]. El tomo I de El capital —única obra teórica publicada y elaborada íntegramente por Marx— terminó siendo en gran medida olvidado. Por eso considero que es importante volver a ese libro y leerlo cuidadosamente de principio a fin sin pretender que sabemos lo que encontraremos.

Mi esperanza es que mi libro provoque exactamente este tipo de lecturas. Si lo hace, estoy seguro que se encontrarán elementos que contrarían mi interpretación, que sugieren otras nuevas y que abren paso a otros interlocutores. Por lo pronto, agradezco que el profesor Harvey se haya tomado el tiempo de leer y comentar mi libro, pero me mantengo impasible frente a sus objeciones.

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