Por Ariel Dacal Díaz, La TIZZA
¿Por qué la perestroika?
Alexis de Tocqueville, historiador y sociólogo francés, señaló que el momento más peligroso para una autocracia es precisamente cuando intenta aflojar las tuercas después de un largo periodo de represión.[1] Como validación de esta idea, la reforma al sistema soviético desatada por Mijail Gorbachov a mediados de la década de los años ochenta levantó parcialmente la tapa de una olla hirviendo de corrupción, crimen y descontento en todas las repúblicas de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), que eran las señales más fuertes del estancamiento que sufría el modelo socioeconómico y político soviético erigido en nombre del socialismo.
Entre los años setenta y comienzo de los ochenta el cuadro sociopolítico de la URSS estaba signado por una situación de estancamiento, la economía sufría las consecuencias del descenso de las actividades laborales y políticas de una buena parte de la población y la estructura productiva estaba atrasada respecto a Occidente. En el aspecto social se extendió de manera antes no vista la corrupción, el alcoholismo, la indisciplina, la actividad delictiva, la caída de los niveles de sanidad e higiene públicas, las malas condiciones de los servicios hospitalarios, el hacinamiento en las viviendas; la mortalidad iba en ascenso y la esperanza de vida de los hombres disminuía. Todo esto trajo desencanto, hipocresía generalizada, un profundo individualismo oportunista y el resquebrajamiento de la ética cívica.
Llegada la última década de existencia de la URSS, se había acumulado una explosiva situación, derivada en lo económico por el cúmulo de errores en la creación — al menos en el intento — de un modelo de producción socialista. El paso de una forma extensiva de producción a una forma intensiva, como logró el capitalismo, desbordó las posibilidades de la sociedad soviética, desde la década de los años sesenta, puesto que su estructura productiva era típicamente la de un país subdesarrollado. Un dato alarmante era que, para 1985, más del 50 por ciento de sus exportaciones eran solo de petróleo y gas. En un aspecto tan determinante como la automatización, por ejemplo, en el que se involucraron principalmente los países desarrollados, en la URSS existían — a la altura de 1987 — solo 100.000 ordenadores personales. En ese propio año, el país contaba con 3.6 veces más ingenieros que los Estados Unidos, pero con una productividad del trabajo comparativamente desfavorable.
La necesidad de repensar las estructuras productivas y políticas de la sociedad soviética no fue una exclusiva del gobierno de Gorbachov. Desde la muerte de Iosef Stalin, acontecida en marzo de 1953, se sucedió un movimiento pendular dentro de la URSS cuyos puntos extremos fueron el reformismo y el conservadurismo. Tomamos la muerte del jefe georgiano como punto de partida de esa alternancia pues bajo su periodo de poder, y condicionado por el entorno material y cultural de Rusia, el contexto internacional en el cual se intentó realizar el proyecto y sus propias características personales, se erigió un modelo sociopolítico que respondía a una relación específica de sectores sociales dentro del país. Fue precisamente este modelo, y las relaciones que lo sustentaban, el que se intentó preservar o reformar en diversas etapas. Más adelante analizaremos brevemente los componentes del mismo.
El descrédito y rechazo que sufría Stalin indicaban que el método stalinista del sacrificio cotidiano, basado en la movilización por el terror, no se mantendría de forma indefinida. Los sucesores del georgiano no pretendieron mantener aquel régimen, sino modificarlo sin alterar de forma profunda la esencia del sistema. El estilo cruento del secretario del PCUS fue sustituido por otras fórmulas que permitieron a los dirigentes soviéticos librarse de la carga de incertidumbre en sus carreras políticas. El ejercicio del poder se vio modificado en el sentido de que las decisiones fueron mucho más colectivas dentro de la cúspide partidista.
Todos estos factores sirven para explicar el reformismo soviético de esta etapa y de las sucesivas. Pero las reformas previas a la perestroika no se refirieron al centro de gravedad del régimen, que siguió siendo una dictadura ideológica fundamentada en el «marxismo — leninismo», salvaguardada por instituciones y mecanismos eficientes bajo el control de la burocracia que no dejaría al descuido los «sagrados principios del socialismo». Las reformas políticas se concretaron en la tolerancia a la aparición de un cierto pensamiento crítico, aunque dedicado principalmente a mejorar la eficiencia del sistema económico, una cierta descentralización de la economía y la búsqueda de una distensión internacional.
Al cúmulo de problemas de la sociedad soviética que se enfrentó la dirección encabezada por Gorbachov, se plantearon las siguientes propuestas:
Aspectos económicos
· Hacer más eficiente la dirección centralizada de la economía.
· Imprimir a la administración estructuras orgánicas modernas.
· Democratizar en todos los aspectos la administración, elevando el papel de las colectividades laborales en las mismas.[2]
Aspectos sociales
· Elevar el nivel de vida del pueblo a un estadio cualitativamente nuevo.
· Llenar el mercado de mercancías y servicios variados.
· Aliviar el problema de la vivienda.
· Transformar profundamente el contenido del trabajo.
· Formar un sistema general de instrucción continua.
· Protección y vigorización de la salud pública.[3]
Aspectos políticos
· Elevar la eficiencia del Soviet Supremo de la URSS.
· Potenciar los soviets locales.
· Aumentar el control de los trabajadores y una mayor defensa de sus intereses por los sindicatos.
· Conjugar el centralismo con la democracia, el mando personal con la elegibilidad en la gestión de la economía.
· Ampliar la publicidad y el papel de los medios de comunicación.
· Ampliación de los derechos sociales, políticos y personales, y libertades del soviético.
Referente al PCUS
· En el partido no debe haber organizaciones ni individuos sin control.
· La palabra no puede estar divorciada de los hechos.
· Combinar personal experimentado y joven en la dirección.[4]
¿Por qué el desenlace?
Varias fueron las causas de que este intento de reformas no se realizara de la manera prevista. Por un lado, las ideas y propuestas sobre problemas económicos surgían unas tras otras y muchas decisiones, que en principio eran necesarias, se adoptaban apresuradamente, en momentos de apasionamiento, sin una suficiente preparación y pronóstico de sus resultados[5]. Por otro lado, la sustitución del centro de gravedad de los cambios de la economía hacia las reformas políticas, fue un hecho determinante. Las reformas políticas eran también necesarias, pero el momento, las circunstancias y el modo de aplicación fueron el error detonante para la desaparición del sistema. El descontrol que devino sobre el curso de las reformas, generado por el debilitamiento del Estado y el partido, tributó en el posterior derrumbe de las estructuras que en un inicio se pretendían enmendar.
En estrecho vínculo con los cambios, e inserto en el descontrol, la glasnots — transparencia informativa — sirvió de instrumento para trasladar el eje de la reforma de la economía a la política y progresivamente se pasó de la revelación y la reflexión respecto al pasado a una arremetida contra el socialismo, y la negación absoluta de este, hecho que se manifestó en que el asalto al poder no empezó atacando sus centros detentadores de violencia, sino cuestionando sus normas y valores, rompiendo con la legitimidad de su existencia, lo que a la postre resultó determinante. Por su parte, el sector procapitalista de la burocracia, apoyado en concepciones de tecnicismo económico y el esquema democrático burgués, así como en el titubeante centrismo de Gorbachov determinaron el rumbo de los acontecimientos.
¿Qué desafío histórico detonó con la perestroika?
Como recurso metodológico se debe separar el inicio de las reformas, sus causas y objetivos y el resultado final con la desaparición del sistema. El grupo gorbachoviano no se planteó como objetivo la sustitución del sistema. Los acontecimientos condujeron, de manera acelerada después de 1988, al corolario conocido.
Aunque no de modo explícito, emergió de manera determinante el dilema de la restauración capitalista versus repensar el socialismo soviético, quizá ni estaba definido con claridad en las cabezas de quienes desataron los cambios, cuando se alegaban demagógicamente consignas socialistas y se evocaban los nombres de los clásicos de marxismo como guía infalible para la efectividad del proyecto presentado, «criterios» que se fueron trasmutando progresivamente hasta convertirse en pluripartidismo, democracia y economía de mercado.
Este dilema se concretó en el rango de opciones siguientes: a) cambios formales para que todo siga igual; b) aprovechar la democratización para corregir el rumbo socialista y; c) estructurar los basamentos de un sistema capitalista con economía de mercado y multipartidismo. Esta emergencia refería que el Estado burocrático-totalitario se agotó históricamente en los ochenta, o al menos, su modelo de dominación.
La historia jalada por la perestroika
Como toda experiencia de la sociedad humana posterior a las comunidades gentilicias, el componente vital que explica la edificación de instituciones, las normas de conducta, los códigos ideológicos y las propias estrategias políticas es la relación dominador versus dominado que emana de la contradicción entre las clases que compiten o cohabitan en una época histórica determinada. Este criterio, como recurso metodológico, nos permite explicar con mayor certeza el proceso soviético, y además constituye un nexo vital con la Rusia postsoviética.
Como parte de las clases contendientes dentro de Rusia antes de las revoluciones de 1917, la burguesía nacional se desarrolló muy tarde y con mucha lentitud. En esa lógica, la revolución de febrero de 1917 propició a la burguesía la posibilidad de disfrutar de una revolución que había sido incapaz de hacer. En realidad, no había en Rusia base social burguesa capaz de asimilar, aprovechar y mantener esa oportunidad, máxime la pujante clase trabajadora y sobre todo su movimiento revolucionario,[6] lo que atribuyó un matiz muy relevante a los dos procesos revolucionarios de 1917.
La clase obrera rusa, minoritaria pero con una vanguardia bien organizada, no se encontraba suficientemente desarrollada, suficientemente madura para el ejercicio del poder y para la ejecución de las medidas que emanaban de este. Los hechos acontecidos durante varias décadas develaron que la dictadura del proletariado, entendida como dominación de clase, explicada cabalmente por Lenin en El Estado y la Revolución, no pudo ser realizada como dictadura por el proletariado y se convirtió en una dictadura de partido que conduce para el proletariado.
Por su parte, los campesinos eran la clase más numerosa dentro de Rusia, lo que impuso una fisonomía contradictoria al Estado obrero e hizo entender a los dirigentes de la emancipación que tenían que contar con ella para mantener la revolución en pie.
En este entramado de clases, la burocracia rompió gradualmente vínculos con la esencia bolchevique y deshizo los endebles mecanismos de participación política de las masas. Stalin fue el rostro visible y representante de la burocracia, y a su vez, el stalinismo fue el modo de la ruptura con el anuncio bolchevique.
Partamos de que el estrato burocrático no es privativo del socialismo. En el caso ruso tuvo sus orígenes — consolidados y tipificados — en el período zarista, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Con la centralización absolutista creció numéricamente el sector de los funcionarios, así como su importancia, en vista de su utilidad para el ejercicio de la dominación.
La copiosa burocracia que se arraigó en la estructura política devino una de las características del Estado zarista y en una herencia para el Estado soviético, el que estuvo forzado a incorporar a individuos del anterior aparato gubernamental para cumplir funciones técnicas y especializadas en las nuevas estructuras. Lenin explicó el fenómeno de la burocracia como una excrecencia parasitaria y capitalista en el organismo del Estado obrero, nacida del aislamiento de la Revolución en un país campesino, atrasado y analfabeto.[7]
El proceso de burocratización tuvo sus orígenes desde el inicio mismo de la Revolución, pero su consagración como sector dominante en la sociedad tuvo lugar en la década del treinta. Las reglas, la jerarquía, la especialización, hacen del grupo burocrático un estamento carente casi en lo absoluto de creatividad. La costumbre de consultar a una instancia superior, convertida casi en norma, destruye toda posibilidad de iniciativa de los funcionarios que solo cumplen misiones técnicas.[8] La dinámica mimética que genera esta tendencia respecto al jefe diseminó por toda la Unión Soviética pequeños dictadores intermedios que gradualmente eliminaron a sus rivales, mediante el halago y adulación a las autoridades superiores y la imitación de sus métodos.
La burocracia soviética, que devino en «clase imprevista» respecto al papel antagónico entre el proletariado y la burguesía, se privilegió del poder estatal y administró la propiedad pública beneficiándose de ella.
Es cierto que los miembros de la burocracia no poseían capital privado; pero sin ningún control por el resto de los sectores sociales, dirigieron la economía, extendieron o restringieron todas las ramas de la producción, fijaron los precios, articularon el reparto, controlaron el excedente, dominaron el conocimiento y su divulgación y controlaron los medios de producción de ideas. De este modo mantuvieron el partido, el ejército, la policía y la propaganda que los sustentaba, lo que permitió su reproducción por décadas.[9]
Quienes ejercieron el poder en la Unión Soviética hasta mediados de la década de los años ochenta pertenecían a una generación que llegó a esos niveles desde la época de Stalin. Sus miembros habían tenido una biografía «formidable» en el pasado, y se convirtieron en una «meritocracia», cuya historia estaba ligada al partido desde el inicio de sus carreras profesionales, como es el caso concreto de Brezhnev, quien desde 1931 fue un dirigente de base del PCUS. De escasa formación y de procedencia humilde, dicha generación contribuyó a la aplicación de la colectivización, fue capaz de sortear el terror del stalinismo y se había enfrentado a la posible amenaza de destrucción del Estado soviético como consecuencia de la invasión hitleriana.
Fue precisamente en la década de los años ochenta cuando se extendió el término nomenclatura para calificar a la burocracia del partido, convertidos en incompetentes y corruptos funcionarios, preocupados por mantener sus ámbitos de poder y los privilegios que de ello se derivaban, sin procurar cambios que encaminaran al país por derroteros de mayores perspectivas de desarrollo y mejoras culturales. Esta anquilosada élite, debido a las características del sistema político, tenía en sus manos el poder de decisión sobre la casi totalidad de las cuestiones en la Unión Soviética.
El grupo gorbachioviano, que mostró desaprobación al estado de cosas existentes, era sin lugar a dudas un resultado de las estructuras y grupos de poder que la produjeron. Por tanto, como los acontecimientos demostraron, si de algo estaban en realidad distantes, como legítimos herederos de la dirigencia soviética, era precisamente de las masas que fueron una figura decorativa y/o auxiliar desde la década de los años treinta.
El proceso en cuestión se sintetiza de la siguiente manera: cuando la burocracia dirigente vio que sus privilegios no estaban garantizados por la economía planificada decidieron, en su mayoría, que el camino para preservarlos era la restauración capitalista, mediando la conversión de poder político en poder económico y la sustitución de las formas de la dominación por las típicamente burguesas. Este criterio se valida con el hecho de que más del 70 por ciento de la nomenclatura continuó en cargos políticos en la Rusia postsoviética y más del 60 por ciento se mantuvo en el mundo empresarial, lo que manifiesta que el mal destapado por la perestroika era mucho más de fondo.
El programa de Gorbachov fue una mezcolanza de buenas intenciones e ideas contradictorias. Para conseguir que la economía soviética se pusiera en marcha de nuevo, para eliminar la corrupción y motivar a los trabajadores, habría que haberles dado libertad de organización, discusión y crítica. Pero esto era imposible. El primer punto que hubieran planteado los trabajadores hubiera sido el de los privilegios de millones de funcionarios y de todos los que dependían de ellos. Desde el punto de vista objetivo este cuestionamiento era correcto, pero Gobarchov no podía dejar que se hiciese esta pregunta, porque él representaba los intereses materiales de esa casta dirigente.
Para Ted Grant, el talón de Aquiles de Gorbachov fue potenciar una mayor iniciativa por parte de los obreros, defendiendo simultáneamente los privilegios y prebendas de la burocracia: era como tratar de cuadrar el círculo.
Queda claro que sin el control de los trabajadores la burocracia tenía formas de escapar de la perestroika sin sus desastrosos resultados. Entre otras razones porque los trabajadores, además de estar agotados, no tenían posibilidades reales de organizarse para hacer valer sus reivindicaciones. Aparejado a ello los jóvenes no habían tenido acceso a las auténticas ideas del socialismo y el marxismo, solo a una caricatura inerte y entumecedora, por lo que proponer esta posibilidad en ese contexto era una manera de no tener razón. Además, la paciencia de las masas estaba llegando al punto de ruptura, y cualquier incidente podía provocar una explosión. Pero ante la ausencia de una alternativa seria, una organización y un programa revolucionarios, el descontento de las masas no encontró una expresión efectiva.
Ante la ausencia de un movimiento independiente de los trabajadores y las difíciles condiciones de supervivencia diaria que domina sus mentes, toda la lucha se dio entre alas rivales de la burocracia. El conflicto solo se podía resolver mediante la confrontación abierta. Así, el callejón sin salida de la burocracia llevó directamente al intento de golpe de agosto de 1991 y posteriormente al de 1993.
¿Qué quebró con la perestroika?
La lección capital del fracasado intento stalinista estuvo en no comprender que de lo que se trata no es de sustituir al capitalismo sino de superarlo. La institucionalidad económica y política del socialismo realmente existente difería en sus formas de la capitalista; los preceptos ideológicos rompían de tajo con los promulgados por la beligerante burguesía, los cánones artísticos fueron contestatarios en la forma, los asideros culturales se pretendieron diferentes; pero en la integración orgánica de estos espacios del entramado social no se fundó una subversión del capitalismo. Faltó la cualidad distinta — instrumento de la revolución eficiente y perdurable — , la superación del régimen burgués y su sembrada hegemonía.
En la esfera económica el desafío de la construcción del socialismo está en lograr una mayor productividad del trabajo, al imponer, con el desarrollo de la técnica, bajos precios de las mercancías como modo de erosionar al capitalismo. En esa dirección, la superación de la sociedad capitalista implica el pleno dominio de la ciencia burguesa, de su capacidad generadora de riquezas, y en ningún caso la negación dogmática de ella, ni desatiende en esa práctica la herencia científico-técnica de la sociedad humana. A lo que se añade que superarlo tampoco es producir más con iguales conceptos, es precisamente superar los conceptos que genera la lógica capitalista y hacerlos funcionales.
A la usanza de los reformadores liberales de finales del XIX, Stalin dirigió sus intenciones desarrollistas sobre el esfuerzo extremo de las masas, sometiéndolas a penurias presentes en nombre de bonanzas futuras. Lo que, en buena medida, determinó que los avances de la economía soviética en los primeros sesenta años fueran extremadamente desiguales y contradictorios.
Dentro de este diseño burocrático de la producción los obreros continuaron disociados de los medios de generación de riquezas. No se convirtieron en dueños reales de estos, debido a que los elementos burocráticos-administrativos los mantuvieron distanciados de la propiedad efectiva. En esa dinámica, la nueva organización de la producción tuvo un carácter formal.
El peso muerto de la mala gestión, el despilfarro y la corrupción asfixiaron a la economía hasta llegar a detenerla completamente. Como elementos arraigados de la tradición rusa, el ordeno y mando y esperar desde arriba la solución de los problemas, así como la falta de tradición democrática continuó en la dinámica política de la sociedad, características estas que repercutieron en el corolario final. Es cierto que la planificación burocrática hizo progresar la economía soviética, pero a un coste tres veces mayor comparado con la revolución industrial en Europa occidental.
La Unión Soviética presentaba una estructura comercial propia de países subdesarrollados. Era exportadora de materias primas y combustible, e importadora de productos industriales y de alta tecnología, rasgos que sin duda la colocaban en una posición desfavorable según la correlación de fuerzas del mercado mundial, y la hacían dependiente de otras potencias. Se calcula que en 1986 la Unión Soviética había acumulado una deuda externa próxima a los 41.000 millones de dólares.
Como cuestión paradójica de todo este proceso el elevado nivel de instrucción de la sociedad soviética, que incluyó la preparación de un elevado número de técnicos en diversas ramas de la producción, se convirtió en un arma de doble filo pues una de las más acentuadas contradicciones del modelo resultó la generalización de la instrucción — superior al resto de los países — y la incapacidad para utilizarla en el desarrollo social.
En resumen, hubo un estancamiento de las relaciones de producción capitalistas, no su superación, en nombre de estructuras y relaciones productivas que supondrían la existencia del socialismo, incluso cuando se hubiera propiciado la coexistencia de estructuras mixtas. La adulteración del objetivo socialista estuvo en identificar la estatalización de la propiedad con la socialización, limitándose así la complejidad y profundidad de lo que Marx había entendido como superación del modo de producción capitalista.[10]
Esas verdades fueron más poderosas que los logros, también muchos, en aspectos sociales concernientes al nivel educacional, de instrucción, los avances en salud y seguridad social, así como en los resultados en la actividad científica. Las producciones de alimentos, viviendas, vestidos y el tiempo libre fueron proporcionados a la población a menores niveles en comparación con los países occidentales, bajo la concepción de los mínimos que permitía el modelo; a pesar de lo cual los niveles de distribución social fueron superiores, y de que se alcanzaron resultados no vistos con anterioridad en la historia.
Como elementos esenciales del modelo político erigido por la burocracia soviética estuvieron: a) la centralización estatal extrema; b) la deformación de la función del partido en la sociedad; c) la capacidad de decisión sobre todos los aspectos de la sociedad quedó en manos de una reducida élite, d) la inmovilidad de los conceptos y e) la anulación de los criterios divergentes, incluso mediante la violencia. Por tanto, tampoco en materia política superó al capitalismo. No se dio paso a un mecanismo más eficiente de participación ciudadana en la toma de decisiones políticas en los distintos espacios de realización, ni tan siquiera en el debate respecto a la conformación de estas.
El modelo autoritario aplicado en la Unión Soviética y su expansión mimética a otras experiencias, obnubilaron el intento de un verdadero poder del pueblo, no ya como fuerza motriz en la toma del poder sino como actor en su mantenimiento. La monopolización del poder por el partido-Estado negó los avances que, mediante sus luchas, los oprimidos habían logrado dentro del capitalismo en diferentes niveles y periodos, incluida de modo imprescindible la propia experiencia bolchevique.
Como esencia del déficit democrático de esta práctica, el esquema de un solo partido capitalizó un concepto único de verdad que no tenía canales reales de interrogación con sujetos políticos ajenos al propio partido y dentro del propio partido la creación colectiva era casi nula a nivel de base. En el proceso de tergiversación de la práctica política inicial de los bolcheviques, el PCUS, de interlocutor con mayor desarrollo ideológico real, legitimado y desarrollado, pasó a ser censor y árbitro.[11]
En la sociedad política y civil no hubo una instancia de carácter masivo que estuviera fuera del alcance del partido-Estado; todas eran reproductoras de los dictámenes políticos y seguían al pie de la letra las directrices de este sin que hubiera el más mínimo asomo de presión o contraposición al régimen. Indiscutiblemente, fueron efectivos dispositivos de control político en lugar de funcionar como fuerzas autónomas de la sociedad. Se violentó de manera errática y costosa la función social del partido y el Estado dentro de la sociedad en edificación.
Esta práctica dio como resultado que, durante las décadas de poder soviético, los órganos y las instituciones estatales se convirtieron en simples ejecutores de las directrices centrales sin ser responsables de lo que sucedía en el proceso productivo y político; de ese modelo afloraba el autoritarismo de «los de arriba».
El tema de pertenecer a la organización política no solo era necesario a quien pretendiese hacer «carrera política», sino a todo ciudadano que aspiraba, desde el más diverso puesto profesional, a ascender y tener éxito en la rama en la que laboraba. Puestos de trabajo, cargos, reconocimientos y otras valoraciones que debieran estar sujetas a la calidad profesional, al talento, al aporte social, eran cautivos de la pertenencia al partido, de la tenencia del «carné», lo que sin duda favoreció en muchos casos las ventajas de la mediocridad y el oportunismo frente a la virtud y el talento.
Una muestra de ese catastrófico desatino fue intentar diluir la individualidad en un colectivo cada vez más abstracto, con enmarcado irrespeto a lo distinto, al esquematizar un modelo de ciudadano recio, inflexible, como si el hombre soñado pudiera realizarse por decreto. Todo lo que tuvo de fondo una concepción demasiado simplista del hombre, que ignoraba completamente la psicología y sus modificaciones en atmósferas diversas.
La cultura sin participación se atrofia y genera contradicciones contraproducentes a las posibilidades de cambio del sistema. La experiencia soviética tuvo como corolario en los años ochenta que la población supiera lo que no quería, pero no lo que quería. Se desató una fuerza destructiva que, lejos de cobijar la reflexión y el diálogo, se convirtió en lo que algunos sociólogos catalogaron como histeria colectiva.
Como instrumento de la hegemonía de la burocracia el pensamiento de Lenin, no solo su cuerpo, fue embalsamado y se enclaustró en manuales, en aras de adoctrinar a las masas analfabetas rusas. Consecuentemente, el marxismo se desnaturalizó y se esgrimió como una doctrina rígida, inmutable, justificadora más que aclaradora. El pensamiento social se metió en una camisa de fuerza, impidiendo la confrontación con otras corrientes — de modo científico — y el propio enriquecimiento de las teorías desarrolladas por Marx. Se cercenó el carácter científico de la teoría, valga decir su inmanencia, y se asesinó el espíritu de la Revolución de Octubre.
El pensar de otra manera fue un peligro para los privilegiados del «socialismo soviético». La dirigencia soviética no solo reveló su incapacidad de mantener con vida el espíritu revolucionario en el proceso de enfrentamiento a las circunstancias históricas en que interactuaron, sino que imposibilitó cualquier vestigio de pensamiento divergente, crítico, desafiante de la autoridad. Por esa razón, «la consigna de la libertad de pensar de otra manera le era indigerible».
Una visión de conjunto de las razones expuestas hasta aquí conduce a concluir que no existió una sustitución cultural en el nuevo sistema, pues no superó los aspectos distintivos de la anterior etapa de la historia rusa, ni superó lo que, paralelamente, iba aconteciendo en Occidente como reflejo del desarrollo integral de la sociedad. Más bien predominó un sentimiento de anhelo y mimetismo por aquello que, producido fuera de las fronteras del país, implicaba mayor nivel de elaboración y de desarrollo, tanto en el ámbito material como espiritual.
La imposibilidad de las autoridades soviéticas de detener el bombardeo cultural dirigido de Occidente fue un elemento que caló en los intereses del ciudadano corriente, en esa necesidad limitada por años de consumo que se convertía en una alternativa no solo material sino ética. Por otro lado, la propia dirigencia sentía esa tentación y sus niveles de consumo diferían de lo que el discurso oficial apuntaba. Este tema se presenta desde los orígenes mismos del poder burocrático, cuya élite hizo un cambio de ropaje formal, pero en esencia mantuvo el espíritu ostentoso, acaparador y excluyente de la burguesía, y aspiraba con recelo campesino los modos de vida del citadino occidental.
Aunque se establecieron nuevas estructuras económicas, nuevas tendencias políticas y éticas, de manera relativamente programadas, no hubo una sustitución histórica real, lo que hizo posible que, al menor descuido de los «preservadores del régimen» las fuerzas del capitalismo subyacentes por décadas vieran la luz y se adueñaran del poder político para cambiarlo todo a su alrededor. En realidad, el modelo soviético no solo fue incapaz de revertir al sistema antagónico, sino también de resistir a su desafío económico, tecnológico, militar y cultural.
Subrayar
El socialismo soviético posterior a Lenin no fue una alternativa válida, articulada y viable al capitalismo, porque la burocracia usurpadora no era, ni podía serlo, portadora de una ideología superior, de un proyecto cultural, entendido como instrumental quirúrgico para realizar la nueva sociedad o crear las condiciones para lograrla.
Los hombres que se hicieron del poder no eran los comunistas reflexivos y cultos que Lenin previó como materia prima imprescindible para afrontar y vencer el gran reto histórico que Rusia asumió en 1917. En realidad, su práctica política fue una ruptura con ese principio. Estos hombres, paulatinamente extendidos en la sociedad y convertidos en sector dominante, resultaron un subproducto de la revolución y revelaron su incapacidad para timonear la historia rumbo a la creación del socialismo.
Los trabajadores rusos fueron despojados del poder, su participación política no se hizo efectiva. Para la burocracia resultaba más efectivo el proceso de restauración capitalista como modo de mantener sus privilegios que articular mecanismos efectivos para el control de los trabajadores y la participación política de la población. Nunca se ha visto un proceso histórico en el que los sectores dominantes hagan una revolución contra ellos mismos.
En relación con la idea anterior, los trabajadores rusos sufrieron una enorme atrofia política por los años de dictadura de la burocracia, caracterizada por la incapacidad para articular sus propios intereses mediante la organización consciente y poder realizar una revolución política desde abajo.
Lo cierto es que las condiciones que dieron origen a la Revolución de Octubre, si bien se han modificado en sus formas, no han desaparecido, y el capitalismo muestra su incapacidad para resolverlas. A pesar del resultado final y las encrucijadas del intento, la experiencia soviética no está conclusa, pues la necesidad de cambio social radical desborda con creces los límites de la historia ruso-soviéticos.
Y no está conclusa, además, porque su propia práctica legó resultados que deben ser tenidos en cuenta para avalar la tesis de que, a pesar del fracasado intento, los más de setenta años de existencia de la URSS fueron un gigantesco paso en la necesaria emancipación humana, sustentado en, por una parte, el legado teórico-práctico y definitivamente revolucionario que subyace bajo los escombros del «socialismo cuartelario», el cual se compone de una radical experiencia revolucionaria de los trabajadores y las masas rusas de más de un siglo, concretado en políticas constructoras del poder popular y democracia autogestiva a través de los soviets, y de otro lado, en los logros y aportes de periodo soviético: altos niveles de justicia social, universalización y gratuidad de la instrucción, atención de salud generalizada, protección social a los trabajadores, y la prefiguración del hombre y la mujer nuevos, no solo al interior de la URSS sino fuera de sus fronteras.[12]
Sigue en el orden del día la revolución anticapitalista, y más concretamente la revolución socialista. El fracaso de esta experiencia, originalmente emancipadora, no significa en modo alguno que, en otras condiciones históricas y con otros factores objetivos y subjetivos que incluyen el aprendizaje constante de la experiencia acumulada, el resultado del proyecto socialista será el mismo, y mucho menos da crédito a la falsa convicción del carácter inviable de cualquier intento de sustituir el capitalismo por el socialismo.[13]
Notas
[1] Citado por Ted Grant en: Rusia de la revolución a la contrarrevolución. Un análisis marxista. Fundación Federico Engels, Madrid, 1997. p. 262.
[2] Mijail S. Gorbachov en: Discursos y artículos selectos. Editorial Progreso, Moscú, 1987. p. 399.
[4] Ibid., pp. 413–437; 457–482.
[6] Christopher Hill. La Revolución Rusa. Edición Revolucionaria. La Habana, 1990. p. 18.
[7] Ted Grant y Alan Woods. Lenin y Trotsky, qué defendieron realmente. En www.engels.org.
[8] Yahima Vega Ojeda. La revolución traspapelada: génesis de la deformación burocrática del sistema político soviético. Tesis de grado, Facultada de Filosofía e Historia, Universidad de la Habana, junio 2002.
[9] El análisis respecto al tema de la burocracia tiene una de sus aristas más polémicas en sus vínculos o autonomía respecto a otras clases. Para algunos autores, esta no podía convertirse en elemento central de un sistema estable, pues solo es capaz de traducir los intereses de otra clase. En el caso soviético, se balanceaba, según este criterio, entre los intereses del proletariado y el de los propietarios. Por otro lado, algunos autores afirman que la burocracia no expresaba intereses ajenos, ni oscilaba entre dos polos, sino que se manifestaba como grupo social consciente según sus propios intereses.
[10] Jorge Luis Acanda. Sociedad Civil y Hegemonía. Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana, Juan Marinello, La Habana, 2002. p. 264.
[11] Fernando González Rey. «Acerca de lo social y lo subjetivo en el socialismo». Revista Temas, no. 3, La Habana, 1995.
[12] Gonzalo Yáñez. «Presentación». En: Paradigmas y utopías. Revista de reflexión teórica y política del Partido de los Trabajadores. Revista trimestral, diciembre 2002/febrero 2003, México.
[13] Adolfo Sánchez. «¿Vale la pena el socialismo?» En: Revista El Viejo Topo, Barcelona, noviembre 2002, no. 172.