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lunes, 14 de febrero de 2022

Altos precios: ¿hasta dónde y hasta cuándo?

Por Katia Siberia
OPINIÓN. Invasor



“Está en precio”, dice mi vecina; “está en precio”, la secunda el vendedor, casi a punto de deshacerse de una bañadera que compró en un molote del bulevar avileño, donde se vendieron; no para quienes tuvieran un tarjetón de embarazo o pudieran necesitarla, sino para quien clasificara en el tumulto.

Y él no solo clasificó, sino que salió de allí multiplicando sus ganancias, aunque creerá que su precio “está en precio”, que es como decir, está bien, es justo, se vende, me lo pagarán.

Poco más de 1 200.00 costaba el set de bañadera, orinal, percheros, jaboneras, pozuelos, cubo. Ahora, la bañadera solita, la vende en 2 000.00 y, si está en precio, es en primer lugar porque está: “Esto no lo hay, cuando lo saquen será en MLC y vete tú a imaginar a cuánto y si alcanzas”, le dice con un convencimiento que duele, más por cierto que por oportunista.

Mi vecina no solo imagina, sino que multiplica; por 100 ahora, después no sabe por cuánto ni si podrá adquirir Moneda Libremente Convertible (MLC), en medio del disimulo con el que operan algunos comerciantes. Casi por decreto les llegó también la discreción, desde que a finales de enero comenzara a comentarse el Anteproyecto del Código Penal que prevé sanciones, con privación de libertad, para quienes trafiquen divisas.

Tal actividad se ha mantenido fuera del foco de atención de las autoridades, aun cuando le sigamos diciendo mercado ilegal (y único, podríamos añadir). No obstante, el temor ante sanciones y multas “es lo que está en el boom” y dispara par de tensiones que alcanzan a mi vecina. ¿Cómo? Tendrá que pagar la informalidad más cara, lo que se traduce en más tiempo tratando de encontrar un “arriesgado” vendedor que quizás se aproveche de que “la cosa está mala” y dispare el valor, en proporción al riesgo que asume. En ese tiempo, calcula ella, además, puede que se acabe el producto para que el que ya, probablemente, tengan cola desde el día antes, los mismos vendedores que irán a tocarle con un “está en precio”.

Ella no admite el contubernio a los cuatro vientos, pero prefiere que se viole una Ley que le permita comprar detergente, y no que se cumpla una que se lo dificulta aún más.

Todo eso pone en la balanza que termina inclinada hacia los 2 000.00 pesos, aquí y ahora, en moneda nacional y en la puerta de su casa. Es la misma cuenta que debe haber sacado el re-vendedor cuando invirtió en bañaderas y les puso el precio. Coinciden oferta y demanda.

Más o menos así se definen los precios de referencia, algo que el marketing resume sin ambages: “son fijados por el líder o por el libre juego de los competidores, han de ser tenidos en cuenta al fijar los nuestros. También llamados precios de mercado”.

Lo queramos o no, así funciona. Para colmo, la referencia muchas veces descansa en el arbitrio y se fija según creamos, supongamos, probemos… y si alguien paga, pues ahí automáticamente se convierte en el precio de referencia para otro. Dirá “eso tiene salida, Fulanito las vendió”. Entonces Siclanito, que no está “pa’ perder” (lo que también traducen en dejar de ganar algo), podría, incluso, intentar con 300.00 pesitos por arriba, a ver qué pasa.

Es una noria con la que ruedan la vergüenza y nuestros salarios, a una velocidad supersónica. Ahora con menos poder adquisitivo, sobre todo para quienes desde antes podían muy poco con ingresos que no llegan ni a los 3 000.00 pesos.

Encima, el referente de usar el mercado en divisas —o el de algunas empresas con ofertas que colocan en entredicho la eficiencia y hasta la coherencia— para fijar precios “callejeros” pone en igualdad de condiciones a quienes no incurren en los mismos gastos ni forman, por tanto, los precios de igual modo. De ahí que el hecho de que el Estado mantenga altos impuestos recaudatorios en sus productos (por más que se revierta luego en beneficio de una mayoría) sirve de pretexto a quienes apuestan por iguales o mayores márgenes de ganancias. Aunque la diferencia radica en el destino de esa riqueza, la brecha se sigue ampliando con precios especulativos, abusivos y todos los apelativos que le colguemos a la escalada inflacionaria.

Parece lo que es, una competencia en la que la mayoría sale perdiendo. Simula una espiral aturdidora, donde puede anunciarse que una mesa para el concierto de un dúo de reguetoneros, en Cienfuegos, costará 24 000.00 pesos, y en ese mismo post de Facebook, aparecer dos periodistas camagüeyanos asegurando que el concierto allá anduvo por los 30 000.00 y hasta 50 000.00 pesos.



Pasada la perplejidad, me quedé con lo que comentara un usuario, poniendo en su letra mi preocupación: “lo malo no es lo que piden, lo malo es que se creen que lo vale”.

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