Por Jorge Enrique Jerez Belisario/ Adelante
CAMAGÜEY.- Hace unas semanas hablamos de las cuentas que no daban, de empresas que perdían al producir, porque lo necesario para hacerlo se había encarecido tanto que no lograban sufragar con sus ventas, y desde entonces los directivos referían que la única solución era incrementar los precios. Eso ha sucedido con los productos lácteos, no solamente en Camagüey, que subieron en el país como para temerles.
El precio minorista es continuidad del mayorista, dicen los economistas, en otras palabras, que si el segundo sube el otro también. En tal disyuntiva se escudan ambas partes, “que si el Lácteo vende muy caro, al comercio y a la gastronomía no le queda otra opción” o “que comercio y gastronomía ganan más que el productor” y entre esas posiciones sufre más el que tiene que comprar el queso, el helado y cualquier otro producto lácteo a precios exorbitantes.
¿Qué dice la industria? La situación se complicó con la leche a más de 20 pesos, que disparó todos los costos. Además de los gastos, que incluyen los portadores energéticos, también inciden en la formación del precio el margen de utilidad, que de un 8 % autorizado se aplicó solamente un 5.8 % y en cuanto a los gastos indirectos de un 8.23 % permisible, se aplicó 6.7 %. Por eso la bola de helado sale de la fábrica costando 3.85 pesos y una libra de queso fundido llega al comercializador en 128.59, por poner solo dos ejemplos. Al panorama descrito hay que sumarle que la Empresa Láctea terminó el 2021 con más de 40 millones de pesos de pérdidas y que en enero de este, solo por la leche para los niños y las dietas, ya perdía millones.
En cuanto al productor les puedo asegurar que quedan reservas. La Empresa Estatal Socialista está llamada a ser cada día más eficiente, y qué bueno que la Empresa Láctea camagüeyana no aplicó los máximos permitidos, pero sí hay que señalar que el 6,7 % de gastos indirectos es demasiado para que lo pague el pueblo. Se impone una revisión de cada uno de esos desembolsos,
teniendo en cuenta que no debería afectar al consumidor, por ejemplo, que el trabajo que puede hacer uno lo hagan dos. Esta última línea sirve también para las empresas de Comercio y de Gastronomía, a las que basta con entrar y ver en una oficina varias personas que, quizá, no sean todas necesarias en esa actividad.
Por su parte, el precio minorista se forma aplicando un 20 % al mayorista, del cual un 10 % va para el presupuesto del Estado y el otro 10 % constituye el margen de utilidad para sufragar gastos de transportación, salario, electricidad. Pero también en ocasiones Comercio disfruta de ganancias superiores que quienes producen.
Lo mismo sucede con la Gastronomía. La Resolución fija el mínimo de utilidades en 6 % sobre los gastos totales, pero ¿y el máximo? No puede ser que se trate de buscar eficiencia a base de los precios. En ese sentido y en las condiciones actuales de Cuba, en las que muchas veces no hay más de una opción, el cliente no tiene por qué asumir el costo de la ineficiencia. Eso en el mundo lo regula la competencia, pero aquí no funciona así, y te aplican la de “me compras con mis precios o te quedas sin comer”.
¿Cuánto puede tener arriba de gastos, salarios, electricidad y de impuestos una bola de helado que sale de la fábrica a $3.85 y llega al cliente a siete pesos? Resulta inexplicable que en Sancti Spíritus, una provincia menos lechera que la nuestra, tenga igual precio minorista. Algo anda mal.
¿Qué puede hacer que el fabricante venda el queso fundido a 288 pesos el kilogramo, que ya lleva gastos directos e indirectos, utilidades, y que llegue al consumidor a 361? Habría que ver cuánto gasta realmente el comercializador en su gestión y si 36 pesos no es demasiado margen, más de lo que costaba el mismo kilogramo antes de enero de 2021.
Respecto a la leche una solución pudiera ser instaurar precios fluctuantes y no fijos. También se impone elevar la eficiencia en los operarios que intervienen en el proceso productivo; ayudaría a compensar gastos de materias primas adquiridas en divisas, y caras.
Los lácteos en Camagüey son cuestión de idiosincrasia. Por razones lógicas en esta provincia han sido siempre más baratos que en otras y eso no se puede perder. El Estado tiene que actuar como regulador, no montarse en el mismo carro de los que solo piensan en ganar más. Aquí, desinflar los precios tiene que ser prioridad. La indolencia y la ineficiencia no las pueden sufragar el bolsillo minorista: el dinero de la gente.
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