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lunes, 28 de marzo de 2022

Luces en el asfalto. Un homenaje a Juan Valdés Paz

Por Fernando Luis Rojas



Palabras leídas en el homenaje a Juan Valdés Paz organizado por la Asociación de Escritores de la Uneac, realizado el 11 de enero de 2022 en la Sala Villena.

Hace quince segundos
Que se murió el poeta
Y hace quince siglos
Que notamos su ausencia
Creíamos entonces
Que estábamos de vuelta
Cuando faltaba tanto
De ausencia y de poeta.

Silvio Rodríguez, «La tonada inasible»

En«La tonada inasible», los amigos del poeta se juntan «como quiera que hoy sean» — y no es un asunto menor — para convocar, «por sus miserias» — las de los amigos — , al «muerto de la salud perfecta». Para un lego en los secretos de la música y la poesía, como es mi caso, la imagen de Silvio parece la némesis de ese fragmento de la canción de Celada y Prats: «Ausencia quiere decir olvido, decir tinieblas, decir jamás».

A quienes asistimos a este encuentro, al que se llama homenaje, de seguro nos anima la música. No puede ser de otro modo cuando se habla de un hombre con el vozarrón de Juan, de un hombre que disfrutaba poner las palabras a sonar. Por eso, y porque inicié con imágenes que trae la música, en diálogo con ellas puedo decir: ¡nos juntamos!, ¡en la diferencia!, ¡nada de ausencia!, ¡nada de olvido!, ¡invocamos a Juan!, ¡ .necesitamos al poeta!

Resulta común en este tipo de encuentros que recurran los recuerdos y momentos vividos juntos. ¡Y eso está bien! Sin embargo, para mí es una emboscada. ¿Qué puedo contar yo a la mesa de quienes convivieron, lucharon y crearon durante tantos años al lado de Valdés Paz?

Además, hay una casi imperceptible trampa. Al tiempo que la vivencia personal dimensiona y acerca al homenajeado — «lo humaniza», dirían otros — , puede poner trabas a su multiplicación, a que todos y todas — los desconocidos — se sientan dueños de la fuerza telúrica de personas como Juan Valdés Paz. Es un desafío permanente: ayer y hoy la batalla por «los legados» está a la orden del día.

Valdés Paz — al igual que Fernando Martínez — es como la libertad: «solo existe cuando no es de nadie». Tendrán que perdonarme este nuevo intermezzo. Son mis apropiaciones. De la música y la literatura creo que debía existir menos «derecho de autor» y más «derecho de apropiación». Sería el camino a su democratización. Juan es como la libertad, en el entendido que «no es de nadie» no significa su negación o disolución — siempre un peligro de las abstracciones — , sino su expansión: «es/debe ser de todos y todas».

Desde el año 2013 trabajo en el Instituto Juan Marinello. Por razones diversas, mantengo fluidas relaciones con personas del Centro Martin Luther King y el Instituto de Filosofía. En los tres casos, puede decirse que forman parte de esa «casa grande» que habita Valdés Paz. Sabemos, también, de su paso y contribución por otras instituciones de investigación, universidades, revistas… expresión de la integralidad que marca su obra, que se resiste a los encasillamientos disciplinares y los tensiona.

A manera de ejemplo, durante los dos últimos años impartió en el Marinello un curso dedicado a La evolución del poder en la Revolución cubana, fue el orador principal en la actividad de celebración por el 25 aniversario de la institución y contribuyó con el excelente texto El ojo del canario es el poder revolucionario al Ciclo-Taller «Problemas y desafíos de la democracia socialista en Cuba hoy» (9 de diciembre de 2020). Antes, varios de sus libros fueron publicados por el sello editorial del Instituto y su trabajo «Los procesos de organización agraria en Cuba 1959–2006» mereció el Premio de Investigación Cultural en el año 2011.

No pretendo un resumen biobibliográfico o una versión oficiosa de «el autor, su época y su obra».

De Juan perdura la preocupación por rebasar el ámbito académico y articular sus resultados de investigación con el imaginario popular, a partir de la transparencia y las vivencias que distinguen sus intervenciones públicas.

De Juan perdura — y retomo a Rafael Hernández hablando de Fernando Martínez — su capacidad de conjurar el miedo a las lápidas, su valentía frente a la posible condición fatal de «estar en desgracia». Diríamos: hace falta mucha voluntad y convicción para sobreponerse al peso y salir con dignidad de La gruta de Locmaría.

De Juan perdura su aguda crítica, la práctica de «llamar las cosas por su nombre», el rigor metodológico, su visión sistémica, la preocupación por «medir la calle», su extraordinaria biblioteca que le gustaba mostrar. Y, también, su tozuda negación — experiencias del Departamento de Filosofía y el CEA mediantes — a recorrer ese «itinerario típico» del «mesianismo democrático» descrito por Todorov en La experiencia totalitaria [¡cometo el «pecado» de citar un texto del que difiero en muchos puntos!]: en un principio (…) un joven comunista `idealista´ (fase I), que, decepcionado por la realidad disimulada tras los eslóganes, pasa a ser un valiente disidente (fase II) y tras la caída del régimen se convierte en un activo adepto a las `bombas humanitarias´ que se lanzaron sobre Belgrado durante la guerra de Kosovo o defiende a Occidente en la guerra de Irak (fase III).[1]

De Juan perdura ese libro tremendo — despedida y punto de inicio — con el título La evolución del poder en la Revolución cubana. Un libro del que debe hablarse en «superlativo», como Poniatowska habló de Tina y decir — salvando la paradoja — «una obra completísima, aunque inacabada».

La evolución del poder en la Revolución cubana contiene esa carga didáctica — que no paternalista — del viejo maestro. Desde su primer párrafo declara un objetivo fundamental: «reinterpretar la historia de la Revolución cubana desde la perspectiva del poder político y social que la hizo posible, y que la ha sustentado hasta nuestros días». Esto no es poco importante. Primero, porque cualquier intención de (re)interpretación desde diferentes perspectivas — digamos, para otros ejemplos, desde la mirada de la mujer, el negro, o el trabajador — implica una tensión con la historiografía oficial o total que se ha asentado en buena parte del sentido común de los cubanos. Segundo, porque se sostiene en todas sus letras la concepción que, contradicciones y ciclos aparte, entiende el decursar cubano desde 1959 como revolucionario.

Con este libro de Juan, perdura un texto que debía ponerse al alcance de la gente en las librerías del país, por constituir una excelente contribución al conocimiento del decursar de la Revolución cubana, un paso importante si queremos entenderla, asumirla, defenderla, radicalizarla y revolucionarla.

De Juan perdura el amor. Quienes se encuentran hoy aquí pueden corroborar que, durante estos años de pandemia, en todas sus intervenciones públicas, entrevistas que concedió y conversaciones hogareñas mencionaba el cuidado, la preocupación y las exigencias familiares por su salud; en especial, la parte médica de la familia. Ese amor explica, también, la energía revolucionaria que lo animó y contagiaba en otros.

De Juan perduran estas, y otras muchas cosas. Son tantas, que este encuentro no puede asumirse como esas «exequias [que] encubren las ganas de lamentar el fin de toda vida», sino como «las victorias [que encubren las ganas] de exultarse en la plenitud de su fuerza» — la de la vida — .[2]

Juan Valdés Paz perdura porque es de esos seres humanos que se lanza descalzo al asfalto caliente y fresco, para dejar sus huellas. Marcas en las que, a contracorriente, brillan las luces en ese mar oscuro.

Notas

[1] Todorov, Tzvetan. La experiencia totalitaria. Círculo de Lectores, Galaxia Gutenberg, 2010. pp. 37–38.

[2] Diego, Eliseo. «Sobre una traducción de Sandor Petofi». En Enrique Saínz (selección y prólogo), Eliseo Diego. Ensayos, Ediciones Unión, 2006. p. 205.

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