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lunes, 2 de mayo de 2022

De la competencia, el monopolio y las empresas

La situación de al menos una parte de nuestro sistema económico es la peor que se pueda presentar, de una parte existen monopolios, de otra, barreras institucionales que impiden que la competencia funcione adecuadamente y además planes que pueden ser manejados a conveniencia.



Un día, hace ya mucho tiempo, aprendí que en las condiciones del modo de producción capitalista, el monopolio es el resultado y a la vez la negación de la competencia.

También aprendí casi por la misma época que existieron monopolios mucho antes de que el régimen de producción capitalista se afianzara como dominante. En los regímenes feudales que le precedieron los monopolios eran una construcción desde el poder para garantizar rentas independientemente de su eficiencia.

Y he aprendido durante todos estos años de querer tener empresas estatales eficientes que hacerlo de espaldas a la competencia parece que no será posible, de la misma forma que la existencia de situaciones monopólicas extendidas tampoco ayudará en ese propósito. Solo mirar lo que nos pasa hoy con una parte del comercio, dominado por dos o tres compañías que se “reparten” el “mercado” entre ellas y pueden imponer precios realmente elevados que reducen significativamente el poder de compra de la población, nos da una idea de cuan nocivo pueden ser los monopolios.

Tenemos hoy, a pesar de los tremendos problemas que tiene nuestra economía, a pesar de el casi insalvable déficit de oferta, a pesar de las tremendas limitaciones para adquirir insumos, a pesar del carácter centralmente planificado de la economía, empresas que logran obtener hasta un 150% de utilidades y a veces ¡sin cumplir su plan de ventas! No son tres o cuatro empresas lideres, son el 35% del total de empresas estatales que rindieron información. Y sí, llama la atención y mucho.

Que una parte de ellas quizás logren esos niveles de utilidades porque aprovecharon mejor las oportunidades del mercado, puede ser posible y admisible, sin embargo, que una parte de ellas obtengan sobreutilidades porque disfrutan de privilegios concedidos anticipadamente, no parece ser saludable para nuestra economía, que obtengan esas sobreutilidades por razones alejadas de la eficiencia, de la productividad, de la calidad y de la innovación, tampoco puede ser bueno para la economía nacional y que esas sobreutilidades no se reviertan en mejoras de los procesos y los productos que generan, parece todavía peor.

Pero es cierto, la débil competencia que existe en el sistema económico cubano y la extendida práctica monopolista que lo caracteriza le permiten a muchas empresas operar con márgenes de utilidades excesivos.

También es cierto que en río revuelto… negocios de oportunidad y utilidades espurias.


Probablemente lo que más llamó la atención de este último encuentro con las empresas estatales es esa rara situación de tener empresas —y no pocas (35 % del total de las estatales que reportaron información)— que logren obtener un 150% de las utilidades planificadas o planeadas. Que las empresas que “deciden el juego” obtengan altas utilidades sería lo ideal para cualquier economía pues debería revertirse en más oferta, mejores productos y servicios y procesos más innovadores que permitieran un uso más eficiente de los recursos, pero no nos pasa en esta economía.

Ocurre que la nuestra no es cualquier economía, sino una muy singular donde teóricamente al menos su carácter centralmente planificado debía evitar incoherencias como aquellas que permiten a las empresas obtener altas ganancias sin una adecuada contrapartida de bienes y servicios, tan difícil de entender y de aceptar.

Es cierto, también “agacharse “ en el plan permite obtener altas utilidades incluso incumpliendo los planes de venta, pero resulta muy difícil encontrar mecanismos correctivos centralmente.

Por lo general, en aquellas otras economías es la competencia la que permite corregir estas situaciones. No lo hace anticipadamente, pero lo hace y ocurre mediante el desplazamiento de otras empresas hacia aquel sector donde es posible obtener una “ganancia extraordinaria” y esa nueva concurrencia logra equilibrar la balanza.

La situación de al menos una parte de nuestro sistema económico es la peor que se pueda presentar, de una parte existen monopolios, de otra, barreras institucionales que impiden que la competencia funcione adecuadamente y además planes que pueden ser manejados a conveniencia. Es como la tormenta perfecta, especialmente si colocamos esos ingredientes en un contexto donde el acceso a recursos está limitado, a veces decidido centralmente y en no pocas ocasiones no eficazmente asignado y no eficientemente utilizado.

Pero no creo que la solución pase solo por reclamarle a las empresas otro comportamiento. Ya esa historia la vivimos hace más de treinta años cuando el sistema de dirección y planificación de la economía ¿se acuerdan? Que la empresas trabajen en un amiente de competencia es el mejor antídoto, que las empresas monopólicas se reduzcan a las mínimas imprescindibles es fundamental, que se logre un ambiente de negocios con suficiente transparencia, que se fomente el incremento de la concurrencia de empresas nacionales de todo tipo y de empresas extranjeras puede ayudar en el propósito de evitar seguir repitiendo historias ya conocidas y nunca resueltas del todo.

Con mercados dominados, con utilidades excesivas —incluso sin cumplir el plan de ventas—, con apropiación de rentas espurias, entonces ¿para que la hace falta a la empresa innovar, mejorar sus procesos, introducir nuevos productos en el mercado, esforzarse por exportar y hacer sostenible esas exportaciones?

No es que la competencia sea la “varita mágica” que lo resuelve todo. Para nada es así. También hay que regularla, de la misma forma que hay que cuidar por que funcione bien para que produzca lo único que pude producir, eficiencia, competitividad e innovación.

Porque la economía es una sola, sus leyes se cumplen hasta por su incumplimiento, eso también lo aprendí hace mucho tiempo.

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