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martes, 23 de agosto de 2022

Tuercas flojas en el engranaje social

 

 
OPINIÓN
 

En el parquecito del bulevar se vio renacer muy pintadito a Elpidio Valdés, pero vuelven las manos a dañarlo. Foto: Alejandro García Sánchez

Hipótesis: “JAM, así lo firmaré. Quiero anunciarle al mundo, en la pared del frente de mi casa, con una letra bien grande y a rojo vivo, que soy ‘El locote del barrio’, acompañado por un dibujo obsceno que grafique la dimensión de mi locura”. Absurdo, después de tanto trabajo que pasó la familia para embellecerla. ¡Qué bochorno!

El fenómeno, fuera del domicilio y lejos de ser típico de Cuba, significa violaciones de normas sociales de convivencia bastantes elementales. Pero, por mucho que se estudie a quienes las rompen y a quienes las formulan, las tuercas, en la práctica, continúan flojas. Y esto ya no es para una campaña, en la que solo se describen situaciones y se hacen llamados.

Hay proyectos que nunca encuentran su momento de gracia, y esta certeza le da forma a la historia de la instalación infantil ubicada en el Parque de la Ciudad y coronada con figuras gigantes del Elpidio Valdés y el Capitán Plin, las cuales fueron lujo y exclusividad en el diseño del espacio. • Lea más sobre este tema Cuando fue reanimado en 2017, parecía que nunca más volvería a caer en el marasmo y el abandono, pero nos equivocamos.
Periódico Invasor·Ailén Castilla Padrón

Deterioro real. Falta de rectitud. Vulgaridad. Chabacanería. Desfachatez. Irrespeto al derecho ajeno. Indecencia. ¡Anjá! Son esas transcripciones que hace cualquiera, con dos dedos de frente, cuando ve las jabas… en los caminos, escucha esa música que atropella el tímpano de los vecinos o transeúntes, muros —con la pintura fresquecita— “luciendo” graffitis o huellas de zapatos.

No puede tolerarse que, luego de una gran “pachanga”, el rastro camino a casa sea no dejar piedra sobre piedra. Y discrepo con llamar indisciplina social al vandalismo. Y entiendo que sí hay que enfrentar el mal olor que emana de las bolsas con desperdicios y no solo engurruñar la nariz. Los únicos “dedos acusadores” no tienen que ser los de las leyes y quienes deben hacerlas cumplir.

Aunque, a decir verdad, ya ni esos “dedos acusadores” uno ve en acción con la sistematicidad que quisiera. Que las molestias, con un incremento en estos duros tiempos, no conlleven a soltar las manos, porque entre esas mismas manos están las que, quién sabe, lanzan botellas contra los monumentos y en las calles, arrancan plantas, apedrean casas y cosas, y toman como “un juego” la coexistencia pacífica. Todos cargamos con los errores de poner paños tibios a comportamientos reprochables o dejarlos correr.

Ahora bien, ¿qué hacer con la observación pasiva de esas manifestaciones? La respuesta no puede ser que “ya eso a nadie le importa”, o “yo no soy nadie para decirle a la gente lo que tiene que hacer”. Es así como, en el agitado acontecer, ha ido calando la abulia, cuando la solución es de todos y todos somos alguien.

A ese punto se llega porque, de igual forma, hay gente que se ha puesto ronca de hablar y la vida sigue igual. Habría que indagar sobre el camino de las denuncias hechas por la población. Porque tengo la impresión de que, en ocasiones, caen en saco roto o no hay rigurosidad, o no se precisan ante el pueblo las sanciones aplicadas. Y, como apunta una amiga, para “buscarse problemas” hay que contar con respaldo institucional concreto, no de palabras.

Asimismo, pudiéramos llamar indisciplinas sociales (institucionales) a esas calles rotas para hacer trabajos y que no son bien reparadas; a los sitios perdidos en hierba o mal chapeados, hasta sin recogerse la maleza; a los regueros que, a veces, se arman durante la recogida de desechos por Comunales; a vender un producto con una pesa “canibaleada”; al no adecuado control de la higiene en entidades y a los enormes bafles que se ponen al frente o al lado de casas.

Nunca nos cansaremos de insistir en la importancia del binomio sagrado que conforman el hogar y la escuela en la formación del individuo en función de la sociedad. No solo es que viviendo así se afecte la convivencia, sino el saldo negativo en cuestiones de seguridad y confianza en la labor de las instituciones.

Si en la casa se habla de duros años de trabajo y esfuerzo común para lograr lo que se tiene, a nivel de sociedad ocurre igual. Por eso, sobre la base experiencial y analizando las condiciones reales de Cuba, que la disciplina no nos sea indiferente y, en su preservación, se anexe a las normas el sentido de lo público y lo privado.

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