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lunes, 14 de noviembre de 2022

¿Recuperar o salvar la economía cubana?

El verdadero reto de los responsables de la economía en Cuba no es la distribución de bienes escasos, sino asegurar condiciones para que se produzcan cada vez más riquezas.

Por  Omar Everleny, On Cuba



En los últimos tiempos se les vienen escuchando a varios dirigentes del país interrogantes interesantes, lo mismo en conferencias, que en encuentros con diversos actores del país, sobre las disyuntivas a las que se enfrentan a menudo. Trato de reconstruir frases que he capturado: “Sabemos que hay muchas insatisfacciones y cosas por hacer, pero, ¿a qué usted dedicaría los escasos recursos que tenemos, si no alcanzan para todo? ¿Priorizaría el pago de un buque de combustible, o la compra de leche en polvo para niños, o medicinas para hospitales, o el transporte público, o la reparación de las termoeléctricas, etc.?”

Esas preguntas tratan de convencer sobre la difícil —casi imposible— tarea que tienen sobre sus hombros quienes dirigen la economía cubana, pues, encima de todo, el bloqueo de Estados Unidos está cada día más presente en la realidad del país.

A menudo tratan de transmitirnos la idea de que las decisiones adoptadas en el contexto cubano actual siempre son del tipo “me corto la mano izquierda o la derecha”. Pero si nos atuviésemos a esa lógica y asumiésemos solamente ese tipo de preguntas, quedaríamos convencidos de que nada se puede hacer para que la sociedad esté satisfecha.

Parecería que esas formulaciones están destinadas a convencernos también de que nunca ha habido otro tipo de alternativa, y mucho menos errores al decidir asuntos como el de construir más o menos hoteles, o cuándo comenzar la Tarea Ordenamiento, con su concepción, postulados y diseño.

Presentar el problema así es poner el foco en la distribución de bienes escasos, cuando en realidad debería estar en la creación de condiciones para que los entes económicos produzcan cada vez más riquezas.

En definitiva, ese es el verdadero reto de los responsables de la economía de cualquier país. Lo otro no es dirigir la economía, sino dirigir un centro de distribución, que es lo que en muchos casos parece que se ha venido haciendo.

Se ha llegado a un momento tan crítico que es muy difícil transformar la situación sin hacer cambios profundos, de todo tipo: de mentalidad y de formas de manejo, y con riesgos de todo tipo ante la inseguridad sobre los resultados de cualquier medida que se tome. Y el tiempo, para el caso cubano, es muy, pero muy escaso.

Hoy no existe un sistema bancario funcional. Prácticamente está agotado. La confianza está en mínimos, ya que casi ningún banco del sistema puede cumplir sus obligaciones: no puede devolver en divisas los saldos de los clientes que tenían ahorros en CUC; no puede vender divisas suficientes, ni a la población ni a las empresas; con dificultad y tiempo de espera devuelve a la población los ahorros en divisas, etc.

El sistema bancario no tiene suficientes recursos para dar empréstitos en divisas convertibles, y los préstamos en moneda nacional no son convertibles ni suficientes para poder echar a andar, o mantener, cualquier emprendimiento, sea estatal o privado. Y, sin embargo, los bancos no quiebran.

Sin un buen sistema bancario es difícil tener una sólida economía. Su falta de funcionalidad no se debe a políticas propias de los bancos, sino a la crisis financiera del país y a la eterna costumbre del Estado de resolver los acuciantes problemas acudiendo al pasivo de los bancos.

Gran parte de los pagos de la actividad económica, entre diferentes entes, o bien es realizado por métodos arcaicos de intercambio de bienes (el barter); o en efectivo; o a través de pasarelas de pagos externas; o con pagos desde el exterior, utilizándose los sistemas bancarios de otros países para transacciones nacionales.

Actualmente, hay muchas dificultades para la ejecución de las transferencias al exterior ordenadas por las empresas creadas en la Zona de Desarrollo del Mariel, lo que frena la intención de captar los 2 mil millones de dólares al año de inversión extranjera que se necesita para impulsar la economía.

Tampoco se ejecutan con normalidad los pagos a los suministradores del turismo, lo que daña la calidad del sector y atenta contra los planes de tener la ocupación óptima de todos esos hoteles construidos y en construcción.

Nuevamente se tienen dos tipos de cambio USD/CUP, uno de empresas de 24:1 y otro de particulares 120:1, y ninguno de los dos se acerca al que más utiliza la población en el mercado informal, con subidas y bajadas, pero siempre por encima de la tasa que fija el Estado.

Ya se ha transitado por diferentes caminos, por lo que políticamente siempre es complicado echar atrás lo ya experimentado: la doble circulación monetaria en CUP y en USD, la triple en CUP, USD y CUC (con euros incluidos en algunos polos turísticos), la doble en CUP y CUC, la supuestamente unificada en CUP pero con mecanismo paralelo de asignación de CL (liquidez externa), también lo anterior sumándole las tiendas en MLC sin mediar el efectivo. También se ha pasado por controles de cambio por aprobación centralizada de contratos, posteriormente por asignación de CL y por otras formas de aprobación de liquidez. Y, al final, todos los mecanismos han tenido una eficiencia efímera.

Últimamente se ha introducido un elemento trascendental y recomendado por años por los economistas cubanos: considerar las empresas privadas, como sociedades de responsabilidad limitada. Es un aspecto muy innovador, sin importar que puedan ser micro, pequeñas o medianas, o que tengan algunas otras limitaciones.

Sin embargo, su avance está muy constreñido; no por su tamaño, o las limitaciones que puedan tener en su actividad, o la tan deseada importación directa sin intermediarios estatales, sino por dos aspectos fundamentales: 1) lo mencionado sobre la ineficacia del sistema bancario-financiero, que repercute en la incapacidad de hacer pagos al exterior, aunque los empresarios tengan saldos suficientes en MLC en los bancos cubanos; y 2) la incapacidad de convertir a MLC el resultado de sus ventas, de conjunto con la obligación de realizar las ventas al público en CUP.

De hecho, se está constatando lo que, por años, hemos venido diciendo muchos economistas: que los cambios, o reformas económicas, tenían que ser integrales, y no con medidas aisladas; y que, antes de la unificación monetaria, era necesario primero tomar otro conjunto de decisiones, destinadas a dar mayor autonomía a los empresarios estatales, y a liberar más las fuerzas productivas.

Cuando se habla de mayor autonomía, muchos piensan solo en la capacidad de invertir, de emplear o despedir trabajadores, de ampliar o no el objeto social, de distribuir las utilidades, y un largo etcétera. Esas son tareas necesarias para cualquier directivo empresarial. Pero, ¿qué mayor autonomía puede haber en las empresas estatales que saber que los fondos ganados por la empresa nadie te los puede tomar, sea el OSDE, el ministerio del ramo, o el Ministerio de Economía y Planificación, u otras autoridades del máximo nivel de gobierno?

Aunque los recursos sean utilizados para asuntos vitales o imprescindibles para el país, deben estar, en primer lugar, los impuestos y la utilidad del Estado plasmada en sus empresas eficientes.

Ah, ¿es que las empresas estatales no son tan eficientes y por ende de ellas no se pueden extraer muchas utilidades, y es necesario obtener recursos de lo que esté a la mano? Pues esa es precisamente la pregunta a hacerse: ¿cómo convertir a las empresas estatales en organismos eficientes y rentables? ¿Cómo hacer rentables las 400 empresas estatales en pérdidas?

Pensar como país es precisamente eso: pensar en las empresas estatales, en primer lugar, por su peso en la economía del país, y también en las privadas. Porque mientras más empresas eficientes y rentables haya, mejor estará el país en su conjunto, y sus trabajadores en particular (para una adecuada repartición de las utilidades, o del valor agregado bruto). Pensar como país no es paliar la escasez tomando los recursos de otros, por muy necesarios que sean para el bien de todos. Por ese camino, al final, cada vez habrá menos de dónde obtener recursos.


Omar Everleny Recibió el doctorado de Economía de la Universidad de La Habana y la maestría en Economía y Política Internacional en el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), México DF. Sus publicaciones recientes, incluyen, entre otras The Cuban Economy in a New Era: An Agenda for Change toward Durable Development, con Jorge I. Domínguez y Lorena Barberia, Harvard University Press, 2017; “La economía cubana: evolución y perspectivas ”, Estudios Cubanos, no. 44, University of Pittsburgh Press, 2016; “Foreign Direct Investment in Cuba: A Necessity and a Challenge”, A New Chapter in US-Cuba Relations, editado por Eric Hershberg y William M. Leogrande, Palgrave Macmillan, 2016; Miradas a la economía cubana: un análisis desde el sector no estatal, Editorial Caminos, La Habana, 2015.

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