Jul 4
Por Miguel Alfonso Sandelis
El 11 de julio del 2021 salieron miles de cubanos a las calles en protesta. Como reacción, ese mismo día salimos muchos más en defensa de la Revolución. Seis días después más de un millón de cubanos nos movilizamos en diferentes ciudades del país en apoyo a la Revolución; junto a la zona de la Piragua habanera fuimos más de cien mil los movilizados aquel sábado.
Después vino el frustrado intento del 15 de noviembre, que tuvo como colofón la desprestigiada partida del supuesto líder del intento. Más cercanos en el tiempo estuvieron los desfiles de millones de cubanos el pasado primero de mayo, y no precisamente en protesta contra el gobierno, como suele ocurrir en la mayoría de los países ese día.
Pero, haciendo un mero ejercicio de especulación, ¿qué hubiera pasado si las protestas hubieran conllevado a un cambio de gobierno en el país? La historia de Cuba y de América Latina desde finales del siglo diecinueve, tiempo en el que la política de la “fruta madura” ha sido implementada por los gobiernos de Estados Unidos en tantas ocasiones, habla a las claras de que ocurriría una intromisión del país norteño en la situación creada, en gran medida, por ellos mismos dada la cruel, prolongada y acrecentada aplicación del bloqueo, y las campañas propagandísticas desplegadas en contra del gobierno cubano. ¿Alguien en su sano juicio puede pensar que Estados Unidos, a pesar de su cercanía, gigantesco poderío y enormes ansias de derrocar a la Revolución y regresar a Cuba al capitalismo, no se aprovecharía de la situación? ¿Es posible imaginar un supuesto gobierno post revolucionario que se establezca y consolide sin ninguna dependencia del gobierno de Estados Unidos?
Hagamos un repaso de los antecedentes que existen al respecto.
En 1898, después de la intervención de Estados Unidos en la guerra hispano-cubana, al capitular España, el país quedó intervenido militarmente por el ejército norteamericano, teniendo un gobernador de esa nación dirigiendo los asuntos internos de Cuba. El posterior establecimiento de la república cuatro años después, trajo consigo la toma de posesión de Tomás Estrada Palma, un presidente servil a los intereses norteamericanos, quien llegó a solicitar una nueva intervención militar desde el Norte cuando su gobierno se tambaleaba debido al rechazo popular.
Los siguientes gobiernos de la etapa neocolonial también mostraron su dependencia de Estados Unidos, y la embajada norteamericana siguió entrometiéndose en nuestros asuntos internos. ¿Acaso no fue Batista el principal representante de los intereses norteamericanos durante sus años de desgobierno?
Tras el triunfo de la Revolución, la invasión mercenaria por Playa Girón, organizada y financiada por Estados Unidos, tenía como objetivo el establecimiento de una cabeza de playa con un gobierno títere, que sería trasladado al lugar por fuerzas del ejército norteamericano. Dicho gobierno recibiría el reconocimiento de la servil OEA, lo cual sería el antecedente de una intervención militar directa. La rapidez con la que fue derrotada la invasión impidió la realización de tan macabro plan.
En los años de Revolución no pocos han sido los líderes contrarrevolucionarios fabricados por la maquinaria propagandística norteamericana, no solo para lograr una oposición frente al gobierno, sino para contar con sus representantes en un supuesto gobierno posterior. Otra acción dirigida a fabricar nuevos líderes a su servicio han sido los cursos de preparación de jóvenes líderes cubanos que precariamente han logrado realizar en territorio estadounidense y de los cuales la embajada de Estados Unidos ha lanzado su más reciente convocatoria. Las becas de World Learning, dirigidas especialmente a estudiantes universitarios, fueron un ejemplo de ello.
En la época del gobierno de W. Bush llegó a designarse a un funcionario estadounidense, con nombre y apellido, como futuro gobernador de Cuba para un supuesto período de transición.
En América Latina sobran los vínculos de golpistas con la embajada de Estados Unidos. Pinochet en Chile, Pedro Carmona en Venezuela y Jeanine Añez en Bolivia son algunos ejemplos. También abundan las intervenciones militares norteamericanas ante situaciones de crisis, algunas creadas por los propios Estados Unidos. Granada en 1984, Panamá en 1989 y Haití en el 2004 son las más recientes.
Pero sigamos con las especulaciones. ¿Cómo sería Cuba después del cambio de gobierno?
Con la injerencia estadounidense, el país volvería inevitablemente al capitalismo, lo cual estaría marcado por la privatización de las empresas que componen los principales sectores económicos del país, y de muchas otras más, siguiendo las líneas del neoliberalismo que se nos aplicaría. ¿Quiénes serían entonces sus dueños? Por supuesto que los magnates del negocio de la contrarrevolución radicados en Miami tendrían grandes posibilidades para ganar sus buenas “tajadas en el pastel”. Grandes perspectivas, incluso legales gracias a las legislaciones del bloqueo, tendrían también los familiares de segunda, tercera y hasta cuarta generación de los dueños de las empresas nacionalizadas al triunfo de la Revolución, algunos de los cuales son los propios magnates de la actual contrarrevolución miamense. Pero de lo que sí no habría dudas es de que las empresas transnacionales norteamericanas ganarían las preferencias en los principales sectores de la economía, como son los casos del níquel, el azúcar, el turismo y el tabaco. ¿O no era así antes de 1959?
Con las privatizaciones llegaría el desempleo masivo. Para quien lo dude, recuerde que Cuba ya vivió en el capitalismo. Por ejemplo, en 1953, de una población de cinco millones y medio de habitantes, seiscientos mil cubanos estaban desempleados. Sin ir tan lejos, en el presente 2022 el desempleo alcanza a más de 28 millones de latinoamericanos que viven en países capitalistas, con una tasa del 9.3 %.
Sobre el sector de la biotecnología y la industria médico-farmacéutica, a pesar de los grandes avances alcanzados en la Revolución, el gobierno de W. Bush nos dio un lamentable adelanto. Según aquella administración republicana, este sector debía desaparecer, pues no tiene sentido que exista en un país del tercer mundo como Cuba. Es decir, según tal criterio, desaparecerían el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología, el Centro de Inmunología Molecular y el Instituto Finlay, por solo citar tres de los más notables ejemplos.
Hoy Cuba es el país latinoamericano que más porciento de su Producto Interno Bruto destina a la educación y a la salud. Con la vuelta al capitalismo, indudablemente esto no sería así. Solo recordar el siguiente cuadro de salud que tenía nuestro país antes de la Revolución:
La mortalidad infantil superaba los 60 fallecidos por cada mil nacidos vivos
La esperanza de vida apenas llegaba a los 58 años. No existía seguro médico. A pesar de ser Cuba un país de población mayoritariamente campesina, solamente había un hospital rural con 10 camas y sin ningún médico.
¿Qué sería del médico de la familia, de los policlínicos, los hospitales, los institutos especializados? ¿Seguirían siendo estatales institutos como el Cardiovascular, el Oncológico y el Neurológico, o pasarían a manos privadas con las consecuentes elevadas tarifas de precios para los pacientes? ¿Se podría sostener el actual seguimiento a las embarazadas y la vacunación masiva de nuestros niños contra trece enfermedades? ¿Cómo podría acceder al tratamiento un paciente de cáncer con bajos ingresos? ¿Qué acceso tendría a los citostáticos, a la radioterapia y a la cirugía? ¿Se podrían mantener los tratamientos a los pacientes con VIH y el sistema de atención a los pacientes con diálisis? Las respuestas a estas preguntas se presagian nada halagüeñas.
Con respecto al sector educacional, los siguientes datos ilustran la situación existente en tiempos del capitalismo cubano:
Más de medio millón de niños no tenían escuelas y contradictoriamente diez mil maestros estaban desempleados.
Existía más de medio millón de analfabetos.
El 30 % de los campesinos no sabía firmar y el 99 por ciento no sabía historia de Cuba.
Alrededor de 550 mil niños de 6 a 14 años no asistía a la escuela, casi la mitad del total.
Solo existían tres universidades y su acceso estaba fuera del alcance de los jóvenes provenientes de familias de escasos recursos.
¿Cuáles de nuestras actuales universidades se privatizarían, alejándolas del alcance de los jóvenes con bajos ingresos? ¿Cuántas universidades estatales cerrarían cuando las políticas neoliberales dictaran la reducción de los presupuestos de educación? ¿Cómo se podrían mantener escuelas como Solidaridad con Panamá para niños con limitaciones físico-motores, como la Dora Alonso para niños autistas, o la Abel Santamaría para niños ciegos o débiles visuales? ¿Cómo se garantizaría el acceso a los diferentes niveles educacionales para los niños que viven en las zonas montañosas?
Si antes de 1959 no existía en Cuba un sistema de atención social, con un regreso al capitalismo ¿qué pasaría con el sistema implantado en tiempos de Revolución, con el Sistema de Atención a la Familia a través del cual se les garantiza la alimentación a los ancianos que viven solos, con las jubilaciones, las pensiones y la asistencia social a las embarazadas?
Durante los años de Revolución, en un país del tercer mundo como el nuestro, con escasos recursos naturales, la libreta de abastecimiento, a pesar de sus limitaciones, ha constituido un paliativo para garantizarle a cada cubano una cuota normada de productos alimenticios. Por supuesto que el neoliberalismo, con sus políticas de choque, barrería con este modo equitativo de distribuir alimentos a la población.
Para quienes hemos recorrido nuestros campos y conocido cómo viven los pobladores de las zonas rurales, los que hemos constatado su acceso a la educación, a la salud, a los productos de la libreta de abastecimiento, las casas en las que viven, los servicios de los que disponen, el siguiente cuadro de antes del 59 pudiera ser un adelanto de lo que vendría con el cambio de régimen:
Los grandes latifundios poseían la inmensa mayoría de las tierras fértiles del país.
Un 80 por ciento de las mejores tierras cubanas se encontraban en manos de compañías norteamericanas.
Cien mil agricultores pequeños vivían y morían trabajando una tierra que no era suya.
El 85 por ciento de los pequeños agricultores cubanos pagaba renta y vivía bajo la perenne amenaza del desalojo de sus parcelas.
Doscientas mil familias campesinas no tenían tierra donde sembrar.
El 60 por ciento de los residentes en las zonas rurales vivía en bohíos de techo de guano y piso de tierra.
El 90 por ciento de los niños del campo tenía parásitos.
Pero sin ir lejos en el tiempo, la situación actual de las zonas rurales en América Latina prevé lo que serían nuestros campos si un día regresáramos al capitalismo. En nuestro continente, donde el latifundio es un problema estructural que afecta a la mayoría de los países, teniendo un gran peso las compañías transnacionales, uno de cada dos habitantes de las zonas rurales es pobre, y una de cada cinco es indigente.
Lo que sería la educación, la salud, la seguridad social y la vida en nuestros campos, es una parte de las transformaciones que ocurrirían en nuestro país en una hipotética regresión al capitalismo, pero prácticamente todas las esferas de la vida serían impactadas de alguna manera. En política, por ejemplo, volverían los tiempos de “La Chambelona” con la pugna entre Liberales y Conservadores, aunque con tintes de modernidad.
Ante el panorama que se presagia surge entonces una duda. ¿Cómo acallarán las voces de quienes nos resistiremos a los “nuevos aires”? ¿Cómo aplacarán a los descontentos? Para tal especulación, la historia cubana nos recuerda los tiempos sangrientos de Machado y Batista, y el presente latinoamericano nos presenta a los más de 30 muertos de Bolivia tras el golpe de estado, a los cientos de líderes sociales asesinados en Colombia en lo que va de año, y a los muertos y desaparecidos en las actuales manifestaciones en Ecuador, para no tener que apelar a los tiempos de Pinochet, Stroessner, Videla y Somoza. Ya desde Miami nos ha estado llegando un adelanto desde hace años en las voces de quienes piden tres días de licencia para matar, cuando se caiga la Revolución.
A esta altura del texto, ya en su final, debo recordar que este es solo un ejercicio de especulación que, aludiendo a los hechos ocurridos el 11 de julio del pasado año, pretendió responder a la pregunta de ¿qué hubiera pasado si las protestas hubieran conllevado a un cambio de gobierno en el país?
La crisis económica que hoy vivimos los cubanos nos toca superarla a los cubanos, evitando cualquier riesgo de intromisión extranjera, y nos toca superarla, en primer lugar, a quienes la padecemos cada día. Muchas cosas hay que cambiar y el desaliento está al borde del camino como la silla de Silvio. Quienes se cansaron, tienen todo su derecho, pero ya de ellos no vendrá la solución. Tal vez nos llegue el aliento, que no es poco, o tal vez solo la crítica, pero ya sin compromiso, que no es fértil.
Hace unos años, una argentina amiga que fue presa y torturada de la dictadura, me regaló un pulóver con la siguiente frase del Che: “La única lucha que se pierde es la que se abandona”. Los guevarianos no nos cansaremos de luchar, porque, dentro de tanta maleza, tenemos mucho que defender y un mundo que transformar.